CONTRANOTAS 3
Como era de esperar, algunas personas han presentado objeciones a mis contranotas, no directamente por medio de comentarios en Días volando sino directamente ante mis propias narices ("ante mis propias narices" es una frase hecha, puesto que yo únicamente tengo una nariz, como todo o casi todo el mundo -nunca se sabe-, pero si utilizo esta frase hecha es por algo que vendrá después).
Una vez escuchadas las objeciones, y como planteamiento general y previo a mi respuesta, encuentro tres posibilidades: o los objetores tienen razón y yo estoy equivocado (ese yo del que habla Imre Kertész: "el yo extraño arraigado en mí, el moralista autojustificador, el mentiroso fabricante de fábulas"), o no he sabido explicarme, o los lectores que objetan no han sabido leer entre líneas.
Primera objeción (real): "la riqueza no sólo crea armas con las que defenderse, sino un sinfín de otras cosas". Nada más cierto ni más obvio. Para empezar, la riqueza crea riqueza, se crea a sí misma y, por tanto, se asemeja a un dios o, mejor aún, a una diosa creadora de todo lo que existe (incluyendo "todo lo que existe" a la propia diosa y sus atributos y poderes).
Se me dice que la riqueza crea rascacielos, universidades, trenes de alta velocidad, carreteras, energía eléctrica, solar, eólica..., hospitales, aeropuertos, películas y pantallas donde ver esas películas, móviles y automóviles, ordenadores, supermercados, alimentos, productos químicos de muy diversa aplicación, diamantes, trajes y vestidos, piscinas, hoteles, gafas de sol, muebles, ventiladores, carnavales, casinos, parques temáticos, caballos pura sangre, arte refinado y arte contestatario, medicamentos, robots, bebidas alcohólicas, cosméticos, proteínas sintéticas, clones, sueños y un largo etcétera. No puedo estar más de acuerdo: la riqueza crea todo lo que necesita riqueza para ser creado. De esa manera fija su poder y se acrecienta, domina y controla, administra la salud y la enfermedad, impone su cultura, la moda, el gusto y la opinión, contempla las calles desde una altitud considerable y siempre apuesta para ganar.
En una revista alemana me sorprende la fotografía de una mosca (también pudiera ser una abeja) atada por un fino hilo blanco a una aguja clavada sobre una superficie que parece tela de saco no muy basta. El autor, o los autores (porque a veces trabajan juntos), es Maurizio Cattelan o es Pierpaolo Ferrari o son ambos. Esa mosca (suponiendo que lo sea) vuela a un par de centímetros de altura sobre la tela de saco; y es imposible saber si con su vuelo enrrolla o desenrrolla el hilo que la sujeta a la aguja, acortando -en la primera opción- progresivamente el diámetro de la circunferencia que traza o -en la segunda opción- ampliando su radio de acción. De cualquier modo, ya sea por ampliar o por acortar, las dos posibilidades tienen un límite. Eso significa que lo importante para la mosca no es el vuelo sino el límite.
Igualmente yo tengo mis límites. No soy especialista en nada y de nada quiero convencer a nadie. Por eso digo que la objeciones están de más (o de menos). No soy un intelectual, un científico, un experto en economía, política o entomología. Simplemente escribo lo primero que me viene a la cabeza; y esa escritura, esos pensamientos (traicionados o tergiversados por el mero hecho de ser escritos) dependen de muchos y variados estímulos: de lo que he comido, bebido, fumado, del medicamento que acabo de tomar, de mi cansancio, de la estacion del año, del calor o del frío, de la música que estoy escuchando, de si la luna es creciente o menguante, de la actividad o falta de actividad de mis gatas, si duermen o saltan sobre mí o se pelean entre ellas, de lo que veo al salir al balcón (estrellas, nubes, fantasmas...), de las noticias del día, de la deriva de mis días, de ciertas llamadas telefónicas, de mis lecturas, de las horas que he dormido o que podré dormir, de las tareas pendientes, de la proximidad o lejanía de mis vacaciones..., y así hasta completar un conjunto abierto -no cerrado- de estímulos.
Algunos fragmentos de La rosa de mil pétalos, obra escrita hace muchos años en una de mís épocas más oscuras, parecen haberse adherido a mi memoria sin que sea posible olvidarlos o desprenderlos. Y aquí se retoma el asunto de las narices. Escribí en aquella ocasión: "A nadie pertenecen las palabras. Las palabras son como el aire. Están por todos sitios y nosotros las respiramos."
Segunda objeción (inventada): "no sabes lo que dices. Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 en compañía de Eva Braum (ella mediante una cápsula de ácido prúsico y él de un tiro en la sien derecha), en el búnker bajo los jardines de la cancillería berlinesa. Otro Hitler no es posible". Puesto que no hay pruebas de que el cadáver de Hitler fuese hallado (la incineración fue una de sus últimas órdenes, quizá anticipándose a la previsible orden de los vencedores para evitar el culto al muerto), cabe la suposición de que muriera de ancianidad en un solitario páramo de la Patagonia o en un plácido monasterio del Tíbet, e incluso en alguna cámara recóndita de cualquier castillo europeo. A lo que vamos: otro Hitler sí es posible en la actualidad, aunque marcando diferencias; probablemente ya no viste uniformes militares y se habrá afeitado el bigote; puede ser un hombre o una mujer, un ente, un demonio, una abstracción, un símbolo, un proyecto. Según David Gardner, autor del libro «The Last of the Hitlers», el apellido ha sido borrado en Alemania, en Europa y en el mundo entero. Pero cuántas veces en la historia algo desaparece para ser y actuar en la sombra.
Tercera objeción (interrogante): "¿de verdad crees que pudiera haber mosquitos en un búnker?" Lo que yo creo es que los mosquitos, como las palabras, están por todas partes. Los mosquitos son armas en sí mismos, armas biológicas portadoras de cantidades infinitesimales de virus que pueden destruirnos. La gran pregunta es: ¿por qué si el veneno que portan y transmiten tiene esa capacidad tan nociva para nosotros, no los destruye primero a ellos?.
Se puede hacer. Yo he atado moscas con un hilo, o mejor: he atado hilos a las moscas para dejarlas volar a continuación y ver esos hilos volando. No soy especialista en nada, simplemente un curioso empedernido. Pero también he atado con un hilo a un especialista en moscas, Augusto Monterroso, el cual a su vez citaba a otros autores interesados en moscas. Lo que hace diferente a un mosquito de una mosca es lo mismo que separa al Hitler original de sus copias más sofisticadas. La mosca de la fotografía de Cattelan & Ferrari puede que sea un ingenio electrónico. ¿Es pronto o es tarde para saberlo?
Salvador Alís.
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