AL DIABLO CON TODO
¿Quién paga los viajes, los hoteles, los refrigerios o las comilonas, los coches oficiales y sus conductores, los escoltas, sus gafas de sol y la munición necesaria, los móviles y contra-móviles, los trajes (incluidos zapatos y corbatas), las reuniones, los botellines de agua mineral, los folios impresos y la tinta para imprimirlos, el sueldo de los mensajeros, intermediarios, secretarios, encargados de protocolo, portavoces y publicistas...? ¿Quién paga todo lo necesario para que nos hagan creer que se gobierna o se pretende gobernar? ¿Quién sostiene a los cargos electos sin mandato consolidado y sin otro objetivo que acrecentar o preservar su fama? ¿De quién depende el puntual ingreso de la nómina a fin de mes (o tal vez anticipada) por un ir y venir sin sentido ni verdad?
En este juego todos pierden si apuestan, así que todos pasan. La partida no avanza. El garito se llena de humo mientras los fulleros acaban borrachos. Las cartas y, lo que es peor, los billetes se desparraman por el suelo. Pero nadie se atreve ni está en condiciones de recoger la baraja ni el dinero. El Jefe de Sala lo ha prohibido. Todo lo que hay en juego pertenece a quien propicia y alienta el juego. A diferencia de los que fingen querer gobernar, los que gobiernan realmente trabajan sin cesar: abren y cierran sus cajas fuertes a cada instante, según convenga a su control, y cuentan sus ganancias incontables y urden planes perfectos para que otros, y no ellos, paguen los viajes, los hoteles, los refrigerios...
Ayer en la tarde-noche estuve en la librería del librero que renueva periódicamente a sus dependientas -siempre muy jóvenes y siempre espectaculares-, el librero que fuma en "su" librería sin ningún recato, el que aparenta saber más de lo que sabe de vinos y literatura. En esta ocasión, para mi sorpresa, la becaria tras la barra repetía funciones, es decir: que ya había trabajado antes en el "lugar de culto". Le pedí y me sirvió una copa de K-naia (85 % verdejo y 15 % sauvignon blanc). Y evité mirarla directamente a los ojos porque hacerlo hubiera supuesto follármela con la mirada, y el respeto ante todo, sin contar con que uno ya va teniendo una edad... Pero, a lo que vamos, entre miradas auto-prohibidas y miradas indirectas, mis ojos se posaron en un delgado librito rojo y negro que apenas sobresalía, entre otros más anchos, un estante por debajo de Kafka y de Kertész; su título: Juego de azar; su autor: Slawomir Mrozek (imposible poner con mi teclado el punto sobre la zeta del apellido). Decidí comprarlo de inmediato porque uno de sus breves cuentos era similar a uno de mis cuentos. Y ya se sabe, entre cuentistas puede haber acuerdo, intriga y hasta compensación..
A veces me siento como un viejo boxeador que, nublada
su vista y su conocimiento, ya no se ejercita enfrentando un saco de
arena sino un espejo. Mis "golpes de puñalada" no se dirigen al
adversario, pues impactan directamente sobre mi hígado. El dolor es
soportable gracias a mi larga carrera y sistemático entrenamiento. Me
golpeo a mí mismo y resisto, me tumbo y me levanto; no me voy a dar el
gusto de vencerme y caer ante mí mismo, todavía no.
Mrozek murió, casualmente en Niza, el 15 de agosto de 2013, a los 83 años. Luego de una sola noche compartida con el polaco, mediante la lectura de sus cuentos, ya lo considero como a un hermano recién descubierto, del que no tenía noticias, y al que tendré que prestar en adelante -si el tiempo y mis ojos me lo permiten- no poca atención. Como los editores de Mrozek (siempre el mismo empeño en prohibir cuando uno lo único que pretende es resaltar) ponen trabas al citar, resumiré el argumento del cuento que se parece tanto a uno de mis cuentos: un pobre diablo pretende vender su alma a buen precio, mas al presentarse ante él un diablo pobre no puede evitar manifestar su desilusión; la respuesta del depauperado diablo es contundente (espero que los editores no reparen en el incumplimiento): "A tal alma, tal diablo. Vayamos al negocio." Mi cuento se tituló "Mala suerte" y fue publicado en Palma, en 2004, por La Bolsa de Pipas (trece años después de la primera edición en alemán de "El socio" de Mrozek y tres años antes de la primera edición en castellano). Juro por mi alma que nunca he comprendido el idioma alemán, menos aún el polaco, aunque ya me gustaría. Punto final.
Ese gran país (grande en extensión y en profundidad) llamado Estados Unidos, a pesar de sus vicisitudes para obtener un/a presidente/a, a elegir por sorteo popular entre una dama consentida (¿o consentidora?) y un millonario con supuesto peluquín (según Ashley Feinberg y sus investigaciones sobre la técnica capilar conocida como "intervención microcilíndrica"), tan dependiente económica y cinematrográficamente hablando de la República Popular China, debería sentir cierto orgullo al saber que Europa, cada vez más, se parece a una comedia producida en Hollywood, una comedia -insisto- aunque contenga algunas escenas dramáticas, de suspense y acción, propias de los géneros mafioso, musical y bélico.
Lo que hace años fuera una tienda de animales y una clínica veterinaria, y después un restaurante híbrido de cocina peruana y tailandesa, hoy se ha convertido en un centro de negocios donde sirven pato laqueado y vino español, y son tan atentos en el servicio que uno se siente obligado a darles una generosa propina (con la duda siempre de si el gesto, según su cultura y amor propio, será considerado como agradecimiento o insulto a su capacidad de trabajo). Durante la media hora que estuve sentado en la terraza, disfrutando de una copa de rioja blanco, casi dorado, y un platillo rectangular con finas lonchas de pato de bordes caramelizados, no pude evitar asistir al desfile (incluidos coches de alta gama) de unos cuantos chinos y chinas exquisitamente vestidos (nada de "ropa de chinos", por lo tanto): zapatos Jimmy Choo para ellas y Scarpe di Bianco para ellos, vestidos azul turquesa y verde esmeralda, pantalones negros y camisas blancas de corte samurái (es un hecho, en su actividad mimética, que a veces los chinos y, sobre todo las chinas, pretendan parecerse a los japoneses), relojes de oro, perfumes de calidad. Lo que se cuece en las cocinas de este nuevo restaurante no es sólo pato laqueado sino también otros asuntos sutiles.
No se debe confundir la katana con la espada Tao. Lo que distingue al discreto y elegante chino (de densa y brillante cabellera negra) del rubio clown que pretende "ser amado por el público" es más que evidente. El primero invierte en su comercio; el segundo pretende que invirtamos en sus armas. Donald Trump le dice a Europa (¿desde cuándo un hombre, por más poderoso que sea, se atreve a dar órdenes a un Continente) que deberá incrementar en los próximos años su gasto militar en algo más de un 50%, hasta alcanzar una media por país del 2 % de su PIB; de lo contrario veremos condicionada su amistad y su alianza. Dado que el primer país productor, provocador y consumidor de armas es Estados Unidos, la cosa empieza a estar clara. ¿Puede Trump, como un gran profeta o un mago mediático, ver el futuro, ver esa guerra que puede desencadenarse en este lado del mundo? ¿O acaso él mismo -de alcanzar el pretendido poder absoluto- vería esa guerra como solución al desgaste general y crítico de las fuerzas económicas que, como las riendas de un caballo desbocado, no sirven ya para sujetar la loca carrera ni el acelerado pánico con que el mundo actual se dirige (atravesando un bosque llamado "desencanto", una desierto llamado "nada", un río llamado "sin vuelta atrás") hacia su propia aniquilación? Si algo me gusta de los chinos es su dominio del detalle. ¿Desde la altura de qué rascacielos se puede uno hacer idea de lo que sucede a ras del suelo, donde las ratas se comen los billetes caídos y marcan con sus dientes las cartas de la baraja?
Puestos a elegir, entre Hillary Clinton y Donald Trump, me quedo con la primera, no por el hecho de ser mujer (contra la tendencia a pensar que una mujer al mando sería menos beligerante, más compasiva, más justa o protectora dado el supuesto instinto maternal que podría serle atribuido) sino por la opción de un mal menor respecto a la imagen ofrecida. En nuestra realidad actual, la imagen es más importante que la esencia. Hillary parece una abuela hiperactiva cargada de buenas intenciones, mientras Trump se asemeja a un diablo chistoso que, aunque apoyado por la "américa profunda", no llega a la mitad de la mitad... de la profundidad chistosa de un Slavoj Zizek. Las esperanzas puestas en la posibilidad de que una mujer se convierta en la primera presidenta del país (cuestionado) más poderoso del mundo chocan frontalmente con otras experiencias ya conocidas: las de una Margaret Hilda Thatcher, por ejemplo, o una Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, o una Angela Dorothea Merkel. Los Estados Unidos de América son -qué duda cabe- un país singular (tiene en sus manos muchos resortes, botones, mecanismos, para afectar al mundo entero). Quizá nuestros hijos o nietos asistan a unas hipotéticas elecciones donde diriman sus diferencias de calidad, presencia y prestigio, Michelle Obama y Mónica Lewinsky.
Casi todos los protagonistas de los cuentos de Mrozek (¿él yo en primera persona donde habla Mrozek?) parecen semi-idiotas, idiotas o absolutamente idiotas. Tal vez Mrozek adivinó antes que yo que la inteligencia asusta y produce rechazo. Sólo el diablo de nuestros cuentos puede parecer inteligente sin causar inquietud.
Salvador Alís.
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