MOSQUITOS
Mientras estaba desnudo en la cama, dormido o creyendo dormir,
soñando o creyendo soñar,
alguien entró de puntillas en mi cuarto
y dejó a mis pies un completo traje por estrenar
donde no faltaba detalle,
pues incluía calcetines y zapatos, ropa interior,
cinturón, corbata y hasta sombrero.
Cuando al fin desperté o creí despertar,
luego de frotarme los ojos, elevar la persiana y cumplir
con las rutinarias tareas propias del despertar,
me vestí para confrontarme con el espejo.
Lo que el espejo nunca puede ocultar
aparece siempre como verdad reflejada ante los ojos:
el traje no era de tela, aunque lo pareciera,
sino de un falso tejido elaborado con sombras.
A las doce del mediodía, así vestido, salí de mi casa
y me enfrenté a la vida, al ardiente sol de finales de junio,
a las calles saturadas y a tantas otras demandas
imposibles de satisfacer.
¿Cómo explicar una totalidad que se anula a sí misma
y se convierte en nada? ¿Cómo justificar que por defecto de uso
sé hacer el nudo de la horca pero no el de la corbata?
Hace años hubo un río lejos de esta isla, un río delgado
como fina serpiente. Y ese río daba todas las explicaciones.
Pero tiende el agua, contra su voluntad, a estancarse.
Y del agua estancada, como es sabido, se nutren los mosquitos,
sombras de los clásicos bombarderos y premonición
de las nuevas amenazas que sobrevuelan nuestros sueños.
Salvador Alís.
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