LA MENSAJERA
Envié a un ave blanca con palabras
escritas entrelazadas en las plumas;
llegó a su destino y regresó más
tarde con otras palabras;
volví a enviar al ave y de nuevo vino
hasta mí...,
y así varias veces, yendo y viniendo,
hasta que dejó de volar.
No sé qué le pasaría, si acaso se
equivocó de isla,
si cayó al mar exhausta por tanto
vuelo, si la venció la lejanía.
Las palabras que durante meses me
regaló fueron preciosas,
algo cuyo valor inmedible
alegraba mi alma y cerraba el círculo
que durante décadas no pudo cerrarse.
Transcurrieron años, aisladas nuestras
vidas
y dedicados cada cual a sus asuntos.
Ahora entreno a otra ave para
convertirla en mensajera fiel,
pero me asalta la duda de si el lugar
elegido existe todavía,
si la puerta abierta se ha cerrado por
un inesperado golpe de viento,
si quien recibía y contestaba mis
palabras ya no quiere o puede
contestarlas, por el motivo que sea,
si lo que a mí me reconfortaba a ella
le causaba tristeza,
si descubrió otras palabras que la
inquietaran,
si permanece donde estaba o se desplazó
hacia lo inaccesible.
Quisiera simplemente saber por qué la
primera no tomó el camino
de vuelta, por qué fue cambiado su
feliz aleteo por este tenaz silencio,
por qué la portadora de sentimientos
cesó de repente en su tarea,
por qué acabaron las alegrías, los
intercambios.
Desde entonces me falta el ave y, sobre
todo, me faltas tú;
la imagen tuya abriendo las manos para
recibirla, leer y escribir,
y soltarla de vuelta.
Me faltan tus manos libres imaginadas
igualmente como mensajeras;
tus palabras sin voz y tus colores
azules, me faltan.
Si intentase hacerte llegar otro
mensaje,
si lo hiciera sin más por un impulso
ineludible e inexplicable,
¿sería un sueño imposible esperar
una respuesta
que calme mi desesperanza?
Antes que el silencio, de ti preferiría
incluso un sincero “no”.
Y sin justificación alguna ni
compromiso.
En ausencia de la negación, me
preocupan los motivos
por los que cesaron los vuelos. Si te
ofendí o asusté, no quise hacerlo,
jamás y por nada, a ti menos que a
nadie.
Si algo malo te sucedió (aunque deseo
con todas mis fuerzas que no),
dime al menos cómo podría ayudarte.
De una isla a otra isla, con las
instrucciones precisas
y estas palabras que quizá estés
leyendo o no leas nunca,
sale ya volando la nueva mensajera
portando metáforas y amor.
Pero no te preocupes: sólo pretende
aterrizar suavemente en tu vida
y reafirmarte que la sospecha de
obsesión es infundada,
que respetará tu decisión,
que le he pedido que vuelva con tu “no”
o con tu “sí”.
Con tu aliento. Y, si fuera necesario,
hasta con tu silencio.
Ella sabe que un amor como éste es
posible,
con independencia del tiempo y la
distancia,
sin pretensiones ni condiciones,
pues ha permanecido -no dormido pero sí
en letargo-
tantos inviernos en la memoria y en el aire sutil y constante
que
dilata y contrae mi corazón.
Tan
sencillo como esto: me haría bien saber que estás bien;
y si
no, saber de qué raíz se nutre tu silencio.
Ella es una mensajera voluntariosa y
dispuesta, pero reservada y frágil.
Si llega hasta ti, por favor, hazla
volver.
En cualquiera de los supuestos,
entrelazadas en las plumas mis
palabras,
porta además en su pequeño pico una
gota de lluvia invisible
pero real. No teme a las águilas la
mensajera.
Y su preparación incluye, si fuera
necesario, desafiar al tiempo.
Salvador Alís.
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