VAROUFAKIS POEMA
Satanás en silla de ruedas avanza desde un ángulo del escenario.
Una luz muy blanca y precisa
anticipa su camino hasta el centro geométrico y exacto.
Varoufakis aguarda observando esa luz.
Poderes oscuros empujan esa silla antecedida por la luz.
Y en los márgenes y en las sombras,
máscaras expectantes consumen la imagen y desprecian los detalles.
El Minotauro exige sus doncellas y donceles cada año o nueve años,
el hijo de Pásifae y el toro blanco de Creta
es ahora el infame perro guardian del atroz inválido.
Perro y toro al servicio del Extraño que amenaza con la muerte y huele a muerte,
pues quizá ya esté muerto antes de la entrevista,
como el idiota enano Laureaniño de Divinas Palabras,
exhibido en las ferias como engendro amenazante y recaudador.
¿Quién maneja y explota al enano?
¿Quién cobra la entrada para asistir al espectáculo?
Toro y Laberinto. Satanás en silla de ruedas. Y descubrir que la realidad
es mucho peor de lo que imaginabas.
En cada hotel de cinco estrellas, una habitación negra.
En esa habitación, se desvelan los atroces secretos que a todos nos incumben.
Desvelar y desvelar: robar el sueño y retirar el velo de lo que estaba oculto.
En este Julio insoportable, noche y día alcanzando las máximas temperaturas
del siglo, sólo el ventilador ayuda a pensar, ideas cortadas por las aspas
de esta rotación que no se detiene. Y su rostro, el de Varoufakis;
y no dormir más de dos horas; y soñar que Nube cae al suelo y muere
ante el desconsuelo y la impotencia.
¿Quién, como Ariadna y Teseo, pudieran enfrentarse hoy al Minotauro
y vencerlo? Tristeza infinita al saber que a Ariadna la mató la diosa Artemisa en Día,
en medio de las olas. Y después la mató Perseo en Argos. Y, para terminar,
la propia Ariadna se ahorcó colgándose de un árbol.
Varoufakis ríe en miles de instantáneas. En unas pocas no ríe.
Los gatos de la noche de Atenas huyen de la Plaza Sintagma y buscan refugio
en la Acrópolis. En el escenario vacío Satanás avanza,
guiado por su cancerbero alemán, perro de tres cabezas,
Minotauro insaciable que nunca muere y, si muere, vuelve a ser engendrado.
Varoufakis me ha regalo sus ojos. Ese regalo no tiene precio. No se compra
ni se paga. Lo mismo ocurre desde tiempos remotos con los que piensan
y escriben, con los antiguos filósofos ya pensados, con los poetas olvidados,
con Cavafis o Seferis. Y más aún con los que cantan,
con Theodorakis, Arvanitaki o Alexíou.
La poesía y la filosofía no son nada, siendo todo, ante la música.
La música la entienden muchos; la filosofía, unos pocos; la poesía ¿quién?
Varoufakis ha escrito un poema que se presenta como enigma,
un poema que se escribe y se traduce, a medida que se piensa, como verdad
y realidad, sospechando y temiendo que esa verdad y esa realidad
no sean otra cosa que el resultado
de una operación matemática incuestionable
que el Gran Maestro considera fallida.
El Gran Maestro se estremece mirando el cielo de su amanecer.
Orbitando alrededor de Plutón: Nix, Hidra, Cerbero y Estigia.
Cuatro distintos conceptos caen sobre el escenario, acantilados y valles,
montañas de 3.500 metros de altura, sombras en los polos,
barrancos de 7 ó 9 kilómetros de profundidad.
Satanás en silla de ruedas avanza hasta donde nada se le ha perdido.
Me repugna que idiotas y enanos me den la mano.
¿Dónde hallaré refugio, dónde, dónde, dónde? ¿Dónde hallaré refugio?
Salvador Alís.
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