PEQUEÑOS INCONVENIENTES SIN IMPORTANCIA
Que me enterraban vivo en un ataud sellado bajo tierra, eso ya lo imaginé
a los seis o siete años. Tanto ha llovido desde entonces.
Que un animal salvaje y hambriento me devoraba en el barranco,
en una tarde cualquiera de verano, eso también lo he pensado.
Que tú me mires a los ojos ni me importa ni me altera. Te podrá parecer
que evito tu mirada por incomodidad o desprecio. Piensa lo que quieras.
En realidad, tu mirada es como la araña negra que me espera en su tela
mientras yo preparo el lanzallamas.
Mañana nos veremos las caras. La mía marcada por los látigos del nervio;
la tuya escondida bajo las barbas del disimulo. No te temo, aprendiz de agorero;
no temo tus salarios vendidos ni tu estrategia de escarabajo pelotero
mientras acumulas veneno y mercurio en tus pupilas.
Que somos enemigos irreconciliables no lo dudes, no lo dudo.
Tú convives con los cerdos, en esta isla decadente y condenada sin remedio.
Yo trato de huir, escapar, evadirme de esta trampa
donde aún no he desembarcado y donde el ataud, el animal salvaje
y el hombre araña me esperan en temible celada, del otro lado.
Si me canso, si me harto, si no me dejas dormir tranquilo, si apareces
como mosca molesta en el horizonte, piensa que hace mucho que sé
cazar moscas y también murciélagos, que no me asusta la cueva
ni el acantilado, que cualquier día, cualquier noche, te espero en una esquina
y te arranco los ojos y las alas. Y después me voy.
Salvador Alís.
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