lunes, 27 de julio de 2015
CONTRATODO
CONTRATODO
Contra todo afianzo mis dos pies en el suelo inestable del presente,
julio de 2015, sobrepasando en días y noches temperaturas medias, sin ánimo,
sin fuerzas, sin motivación alguna para incorporarme desde la somnolencia
hasta la vida que no me vive y se vive a mi pesar, a mis espaldas.
Contra todo, contra el parásito frustrado que no ha conseguido, jamás,
meterse en mi cuerpo, dirigir mis nervios, imponer su imagen.
Contra todo, contra el gimnasta y el nadador, el bien dotado
y el corto de estatura y el que equipara su cerebro con una cáscara de nuez.
Contra todo, las ilusiones perdidas, los proyectos paralizados, los ojos
expectantes, contra el espectador al fondo y el que ocupa la primera fila.
Contra todo escribo y callo, convoco y desaparezco, me embriago,
no duermo, recuerdo y discuto a voces, sin entender por qué
una hoja ante las hojas, una gota de agua ante el arroyo, ante una cascada,
una luz entre los árboles y las ramas, una luz en mis ojos y no en el paisaje.
Contra todo, contra las falsas ilusiones y el ligero teatro del verano,
contra la idea del fin y la idea de la vueltra atrás, contra el enano.
Contra el intruso sin estatura, el pequeño anormal que rema contra corriente,
contra la luz, contra el ciego, contra la razón, contra el irracional, su voz y su incansable
repetición y su dos más dos suman cinco. Contra todo.
Salvador Alís.
Contra todo afianzo mis dos pies en el suelo inestable del presente,
julio de 2015, sobrepasando en días y noches temperaturas medias, sin ánimo,
sin fuerzas, sin motivación alguna para incorporarme desde la somnolencia
hasta la vida que no me vive y se vive a mi pesar, a mis espaldas.
Contra todo, contra el parásito frustrado que no ha conseguido, jamás,
meterse en mi cuerpo, dirigir mis nervios, imponer su imagen.
Contra todo, contra el gimnasta y el nadador, el bien dotado
y el corto de estatura y el que equipara su cerebro con una cáscara de nuez.
Contra todo, las ilusiones perdidas, los proyectos paralizados, los ojos
expectantes, contra el espectador al fondo y el que ocupa la primera fila.
Contra todo escribo y callo, convoco y desaparezco, me embriago,
no duermo, recuerdo y discuto a voces, sin entender por qué
una hoja ante las hojas, una gota de agua ante el arroyo, ante una cascada,
una luz entre los árboles y las ramas, una luz en mis ojos y no en el paisaje.
Contra todo, contra las falsas ilusiones y el ligero teatro del verano,
contra la idea del fin y la idea de la vueltra atrás, contra el enano.
Contra el intruso sin estatura, el pequeño anormal que rema contra corriente,
contra la luz, contra el ciego, contra la razón, contra el irracional, su voz y su incansable
repetición y su dos más dos suman cinco. Contra todo.
Salvador Alís.
PEQUEÑOS INCONVENIENTES SIN IMPORTANCIA
PEQUEÑOS INCONVENIENTES SIN IMPORTANCIA
Que me enterraban vivo en un ataud sellado bajo tierra, eso ya lo imaginé
a los seis o siete años. Tanto ha llovido desde entonces.
Que un animal salvaje y hambriento me devoraba en el barranco,
en una tarde cualquiera de verano, eso también lo he pensado.
Que tú me mires a los ojos ni me importa ni me altera. Te podrá parecer
que evito tu mirada por incomodidad o desprecio. Piensa lo que quieras.
En realidad, tu mirada es como la araña negra que me espera en su tela
mientras yo preparo el lanzallamas.
Mañana nos veremos las caras. La mía marcada por los látigos del nervio;
la tuya escondida bajo las barbas del disimulo. No te temo, aprendiz de agorero;
no temo tus salarios vendidos ni tu estrategia de escarabajo pelotero
mientras acumulas veneno y mercurio en tus pupilas.
Que somos enemigos irreconciliables no lo dudes, no lo dudo.
Tú convives con los cerdos, en esta isla decadente y condenada sin remedio.
Yo trato de huir, escapar, evadirme de esta trampa
donde aún no he desembarcado y donde el ataud, el animal salvaje
y el hombre araña me esperan en temible celada, del otro lado.
Si me canso, si me harto, si no me dejas dormir tranquilo, si apareces
como mosca molesta en el horizonte, piensa que hace mucho que sé
cazar moscas y también murciélagos, que no me asusta la cueva
ni el acantilado, que cualquier día, cualquier noche, te espero en una esquina
y te arranco los ojos y las alas. Y después me voy.
Salvador Alís.
Que me enterraban vivo en un ataud sellado bajo tierra, eso ya lo imaginé
a los seis o siete años. Tanto ha llovido desde entonces.
Que un animal salvaje y hambriento me devoraba en el barranco,
en una tarde cualquiera de verano, eso también lo he pensado.
Que tú me mires a los ojos ni me importa ni me altera. Te podrá parecer
que evito tu mirada por incomodidad o desprecio. Piensa lo que quieras.
En realidad, tu mirada es como la araña negra que me espera en su tela
mientras yo preparo el lanzallamas.
Mañana nos veremos las caras. La mía marcada por los látigos del nervio;
la tuya escondida bajo las barbas del disimulo. No te temo, aprendiz de agorero;
no temo tus salarios vendidos ni tu estrategia de escarabajo pelotero
mientras acumulas veneno y mercurio en tus pupilas.
Que somos enemigos irreconciliables no lo dudes, no lo dudo.
Tú convives con los cerdos, en esta isla decadente y condenada sin remedio.
Yo trato de huir, escapar, evadirme de esta trampa
donde aún no he desembarcado y donde el ataud, el animal salvaje
y el hombre araña me esperan en temible celada, del otro lado.
Si me canso, si me harto, si no me dejas dormir tranquilo, si apareces
como mosca molesta en el horizonte, piensa que hace mucho que sé
cazar moscas y también murciélagos, que no me asusta la cueva
ni el acantilado, que cualquier día, cualquier noche, te espero en una esquina
y te arranco los ojos y las alas. Y después me voy.
Salvador Alís.
lunes, 20 de julio de 2015
TERAPIA PARA (SOBRE) VIVIR
Hace un par de días, sintiéndome agobiado por pensamientos impuestos,
por un vértigo y una desazón mental cuanto menos alarmantes,
por la falta de sueño y de aire y de imágenes claras y tranquilas, decidí comprar
algún libro con la idea de leer en la cama y derivar mi mente
hacia otros lugares, menos complicados y penosos, donde relajarme.
Elegí bien, según me aparece ahora: treinta euros por la doble terapia o medicina:
Elogio del gato de Stéphanie Hochet
y de César Aira Las curas milagrosas del Doctor Aira.
En citas y comentarios me extenderé más tarde. Puede ser. Por el momento, la lectura
evoca el pasado y anticipa el futuro.
A cada contratiempo, un cigarrillo imaginario y una real copa de vino blanco.
Alcoholizado por las artimañas del devenir más inmediato,
si de algo no prescindo, si no duermo, si me enfado y hablo en voz alta
y en voz baja, y apuro hasta el amanecer el último trago, todo se debe a nada,
una falsa herencia de nervios del padre y temores de la madre.
Esa herencia para jugar al gran juego: el rostro marcado, el instinto
en los nudillos. Dirá Hochet que la caricia, que la garra. Dirá César Aira que
"Lo importante es el momento justo: el hombre providencial debe aparecer entonces,
ni un minuto antes ni uno después."
Y de repente, un poeta desconocido y ezquizofrénico, irrumpe con fuerza
en este discurso y nos dice la perfección del amor
(si le arrebatamos un verso y modificamos, levemente, la estructura),
para después arrojarse desde un quinto piso y morir aplastado contra la realidad:
"Ríes bajo la tímida luz del ocaso
Saciados ya todos tus apetitos
Junto al resguardo de una compra
De alimentos, nostalgias, colores.
Imposible imaginar el local
Para tal algarabía.
No muy lejos un cormorán planea
sobre un mar casi negro
Y me dices: ¿nos vamos ya?
Y yo que estaba en tu seno
Como un hijo, que estaba en el ayer
Y en el mañana, mas no en el hoy
Ni en el ahora
Regreso a donde no puedo imaginar
Y asiento como si fingiese escucharte.
Tengo todos los sentidos
amaestrados (para ti)."
Valentín Chacártegui Sullivan.
por un vértigo y una desazón mental cuanto menos alarmantes,
por la falta de sueño y de aire y de imágenes claras y tranquilas, decidí comprar
algún libro con la idea de leer en la cama y derivar mi mente
hacia otros lugares, menos complicados y penosos, donde relajarme.
Elegí bien, según me aparece ahora: treinta euros por la doble terapia o medicina:
Elogio del gato de Stéphanie Hochet
y de César Aira Las curas milagrosas del Doctor Aira.
En citas y comentarios me extenderé más tarde. Puede ser. Por el momento, la lectura
evoca el pasado y anticipa el futuro.
A cada contratiempo, un cigarrillo imaginario y una real copa de vino blanco.
Alcoholizado por las artimañas del devenir más inmediato,
si de algo no prescindo, si no duermo, si me enfado y hablo en voz alta
y en voz baja, y apuro hasta el amanecer el último trago, todo se debe a nada,
una falsa herencia de nervios del padre y temores de la madre.
Esa herencia para jugar al gran juego: el rostro marcado, el instinto
en los nudillos. Dirá Hochet que la caricia, que la garra. Dirá César Aira que
"Lo importante es el momento justo: el hombre providencial debe aparecer entonces,
ni un minuto antes ni uno después."
Y de repente, un poeta desconocido y ezquizofrénico, irrumpe con fuerza
en este discurso y nos dice la perfección del amor
(si le arrebatamos un verso y modificamos, levemente, la estructura),
para después arrojarse desde un quinto piso y morir aplastado contra la realidad:
"Ríes bajo la tímida luz del ocaso
Saciados ya todos tus apetitos
Junto al resguardo de una compra
De alimentos, nostalgias, colores.
Imposible imaginar el local
Para tal algarabía.
No muy lejos un cormorán planea
sobre un mar casi negro
Y me dices: ¿nos vamos ya?
Y yo que estaba en tu seno
Como un hijo, que estaba en el ayer
Y en el mañana, mas no en el hoy
Ni en el ahora
Regreso a donde no puedo imaginar
Y asiento como si fingiese escucharte.
Tengo todos los sentidos
amaestrados (para ti)."
Valentín Chacártegui Sullivan.
viernes, 17 de julio de 2015
YORGOS SEFERIS
PAPEL EN BLANCO
"El papel blanco firme espejo
devuelve sólo lo que fuiste.
El papel blanco te habla con tu voz,
tu propia voz
no aquella que te gusta;
tu música es la vida
esa que has malgastado.
Tal vez la vuelvas a ganar si quieres
si te atas a esa cosa indiferente
que te lleva de nuevo
al punto de partida.
Has viajado y has visto muchos soles y lunas
has tocado a los muertos y a los vivos
has llegado a sentir el dolor del muchacho
y el llanto de la mujer
el enojo del niño aún inmaduro-
lo que has sentido se derrumba
si no muestras confianza en su vacío.
Quizá encuentres allí lo que viste perderse;
el brote de la juventud, el hundimiento justo de los años.
Tu vida es lo que has dado
ese vacío es lo que has dado
el papel blanco."
Yorgos Seferis.
VAROUFAKIS POEMA
VAROUFAKIS POEMA
Satanás en silla de ruedas avanza desde un ángulo del escenario.
Una luz muy blanca y precisa
anticipa su camino hasta el centro geométrico y exacto.
Varoufakis aguarda observando esa luz.
Poderes oscuros empujan esa silla antecedida por la luz.
Y en los márgenes y en las sombras,
máscaras expectantes consumen la imagen y desprecian los detalles.
El Minotauro exige sus doncellas y donceles cada año o nueve años,
el hijo de Pásifae y el toro blanco de Creta
es ahora el infame perro guardian del atroz inválido.
Perro y toro al servicio del Extraño que amenaza con la muerte y huele a muerte,
pues quizá ya esté muerto antes de la entrevista,
como el idiota enano Laureaniño de Divinas Palabras,
exhibido en las ferias como engendro amenazante y recaudador.
¿Quién maneja y explota al enano?
¿Quién cobra la entrada para asistir al espectáculo?
Toro y Laberinto. Satanás en silla de ruedas. Y descubrir que la realidad
es mucho peor de lo que imaginabas.
En cada hotel de cinco estrellas, una habitación negra.
En esa habitación, se desvelan los atroces secretos que a todos nos incumben.
Desvelar y desvelar: robar el sueño y retirar el velo de lo que estaba oculto.
En este Julio insoportable, noche y día alcanzando las máximas temperaturas
del siglo, sólo el ventilador ayuda a pensar, ideas cortadas por las aspas
de esta rotación que no se detiene. Y su rostro, el de Varoufakis;
y no dormir más de dos horas; y soñar que Nube cae al suelo y muere
ante el desconsuelo y la impotencia.
¿Quién, como Ariadna y Teseo, pudieran enfrentarse hoy al Minotauro
y vencerlo? Tristeza infinita al saber que a Ariadna la mató la diosa Artemisa en Día,
en medio de las olas. Y después la mató Perseo en Argos. Y, para terminar,
la propia Ariadna se ahorcó colgándose de un árbol.
Varoufakis ríe en miles de instantáneas. En unas pocas no ríe.
Los gatos de la noche de Atenas huyen de la Plaza Sintagma y buscan refugio
en la Acrópolis. En el escenario vacío Satanás avanza,
guiado por su cancerbero alemán, perro de tres cabezas,
Minotauro insaciable que nunca muere y, si muere, vuelve a ser engendrado.
Varoufakis me ha regalo sus ojos. Ese regalo no tiene precio. No se compra
ni se paga. Lo mismo ocurre desde tiempos remotos con los que piensan
y escriben, con los antiguos filósofos ya pensados, con los poetas olvidados,
con Cavafis o Seferis. Y más aún con los que cantan,
con Theodorakis, Arvanitaki o Alexíou.
La poesía y la filosofía no son nada, siendo todo, ante la música.
La música la entienden muchos; la filosofía, unos pocos; la poesía ¿quién?
Varoufakis ha escrito un poema que se presenta como enigma,
un poema que se escribe y se traduce, a medida que se piensa, como verdad
y realidad, sospechando y temiendo que esa verdad y esa realidad
no sean otra cosa que el resultado
de una operación matemática incuestionable
que el Gran Maestro considera fallida.
El Gran Maestro se estremece mirando el cielo de su amanecer.
Orbitando alrededor de Plutón: Nix, Hidra, Cerbero y Estigia.
Cuatro distintos conceptos caen sobre el escenario, acantilados y valles,
montañas de 3.500 metros de altura, sombras en los polos,
barrancos de 7 ó 9 kilómetros de profundidad.
Satanás en silla de ruedas avanza hasta donde nada se le ha perdido.
Me repugna que idiotas y enanos me den la mano.
¿Dónde hallaré refugio, dónde, dónde, dónde? ¿Dónde hallaré refugio?
Salvador Alís.
Satanás en silla de ruedas avanza desde un ángulo del escenario.
Una luz muy blanca y precisa
anticipa su camino hasta el centro geométrico y exacto.
Varoufakis aguarda observando esa luz.
Poderes oscuros empujan esa silla antecedida por la luz.
Y en los márgenes y en las sombras,
máscaras expectantes consumen la imagen y desprecian los detalles.
El Minotauro exige sus doncellas y donceles cada año o nueve años,
el hijo de Pásifae y el toro blanco de Creta
es ahora el infame perro guardian del atroz inválido.
Perro y toro al servicio del Extraño que amenaza con la muerte y huele a muerte,
pues quizá ya esté muerto antes de la entrevista,
como el idiota enano Laureaniño de Divinas Palabras,
exhibido en las ferias como engendro amenazante y recaudador.
¿Quién maneja y explota al enano?
¿Quién cobra la entrada para asistir al espectáculo?
Toro y Laberinto. Satanás en silla de ruedas. Y descubrir que la realidad
es mucho peor de lo que imaginabas.
En cada hotel de cinco estrellas, una habitación negra.
En esa habitación, se desvelan los atroces secretos que a todos nos incumben.
Desvelar y desvelar: robar el sueño y retirar el velo de lo que estaba oculto.
En este Julio insoportable, noche y día alcanzando las máximas temperaturas
del siglo, sólo el ventilador ayuda a pensar, ideas cortadas por las aspas
de esta rotación que no se detiene. Y su rostro, el de Varoufakis;
y no dormir más de dos horas; y soñar que Nube cae al suelo y muere
ante el desconsuelo y la impotencia.
¿Quién, como Ariadna y Teseo, pudieran enfrentarse hoy al Minotauro
y vencerlo? Tristeza infinita al saber que a Ariadna la mató la diosa Artemisa en Día,
en medio de las olas. Y después la mató Perseo en Argos. Y, para terminar,
la propia Ariadna se ahorcó colgándose de un árbol.
Varoufakis ríe en miles de instantáneas. En unas pocas no ríe.
Los gatos de la noche de Atenas huyen de la Plaza Sintagma y buscan refugio
en la Acrópolis. En el escenario vacío Satanás avanza,
guiado por su cancerbero alemán, perro de tres cabezas,
Minotauro insaciable que nunca muere y, si muere, vuelve a ser engendrado.
Varoufakis me ha regalo sus ojos. Ese regalo no tiene precio. No se compra
ni se paga. Lo mismo ocurre desde tiempos remotos con los que piensan
y escriben, con los antiguos filósofos ya pensados, con los poetas olvidados,
con Cavafis o Seferis. Y más aún con los que cantan,
con Theodorakis, Arvanitaki o Alexíou.
La poesía y la filosofía no son nada, siendo todo, ante la música.
La música la entienden muchos; la filosofía, unos pocos; la poesía ¿quién?
Varoufakis ha escrito un poema que se presenta como enigma,
un poema que se escribe y se traduce, a medida que se piensa, como verdad
y realidad, sospechando y temiendo que esa verdad y esa realidad
no sean otra cosa que el resultado
de una operación matemática incuestionable
que el Gran Maestro considera fallida.
El Gran Maestro se estremece mirando el cielo de su amanecer.
Orbitando alrededor de Plutón: Nix, Hidra, Cerbero y Estigia.
Cuatro distintos conceptos caen sobre el escenario, acantilados y valles,
montañas de 3.500 metros de altura, sombras en los polos,
barrancos de 7 ó 9 kilómetros de profundidad.
Satanás en silla de ruedas avanza hasta donde nada se le ha perdido.
Me repugna que idiotas y enanos me den la mano.
¿Dónde hallaré refugio, dónde, dónde, dónde? ¿Dónde hallaré refugio?
Salvador Alís.
LOS JUGADORES
Probablemente ninguno de ellos haya jugado, como yo jugué, con Gari Kaspárov, en una simultánea en un hotel del Paseo Marítimo de Palma, en fecha indeterminada, entre 1986 y 1990, evento del que no ha quedado rastro en internet, como si nunca hubiera tenido lugar.
Desde hace un par de años, frecuento un bar en el barrio no lejos de mi casa, en mis días libres, tanto en invierno como en verano. El vino es bueno y barato, tanto el tinto como el blanco.
Entre las 7 y las 9 de la tarde se reunen allí un grupo de jubilados para jugar al ajedrez. Dos tableros en dos mesas, cuatro jugando y el resto, sentados alrededor o de pie, esperando su turno, respetuosos o irónicos según el grado de confianza.
Sólo un par de ellos son calvos; los demás conservan discretas cabelleras blancas donde brillan los cabellos plateados de la dignidad. Los dos calvos cubren con gorras de tela sus cabezas.
Todos, sin excepción, usan gafas de vista. Y todos, menos uno, son abstemios.
La primera impresión me dijo que eran mayores, evitadores de la muerte mediante este sublime juego. Y con el tiempo, desviando hacia sus rostros y sus manos mi atención, he descubierto que alguno puede ser más joven que yo. No visten mal; sus relojes son caros, y brilla tan sincera la plata de sus reflejos.
No les hablo ni me hablan, ningún saludo, ni hola ni adios. Yo por respeto y ellos por desconocimiento. No formo parte de su club, aparezco y desaparezco y siempre observo las jugadas con una copa de alto tallo y fino cristal entre las manos. Jamás frecuentaría un bar donde se sirviera el vino en vasos de vidrio.
No les hablo ni me hablan. No les he pedido permiso para jugar con ellos, ni ellos me han invitado. Juegan con la esperanza de ganar o ser ganados por alguien que conocen, no por extraños.
Podría vencerles a todos, romper en un instante los sueños que los mantienen vivos. ¿Para qué jugar? Son como niños y yo: el demonio que les observa.
Ni los niños, ni los borrachos ni los locos dicen la verdad. Los niños, por ingenuos; los borrachos, por incapaces; los locos, por absurdidad o extravagancia.
Los jugadores de ajedrez me dicen sin palabras que, tarde o temprano, este será mi destino, mi mejor opción. Una gorra azul marino sobre la calva; los pelos del bigote como alambres de acero; una mano en el bolsillo del pantalón agarrando una moneda y la otra mano, sin temblores, moviendo e intercambiando las piezas sin remordimiento ni piedad.
Algún día jugaré en el cielo con Bobby Fischer. Algún día, cuando Carlsen o Anand vengan al cielo, jugarán conmigo. El recuerdo siempre para V. que me enseñó a mover las piezas a los cinco años y me enseñó que, cuando todo va bien, es probable que algo empeore; y que cuando todo va mal, es más fácil que algo comience a mejorar.
Por el gusto de jugar, y por no asustar al contrincante, me he entregado en algunas partidas. Que nadie se engañe: en una esquina del salón principal del hotel Victoria, hace ya muchos años, y con T. B. como testigo, yo gané al campeón. Con los dedos índice y corazón de la mano derecha tumbó a su rey en un instante mirándome a los ojos sin odio.
En ese amanecer en la bahía, hace ya un cuarto de siglo, y por no comprometer lo ganado, me juré que en adelante reservaría mis dotes y destrezas para la última partida, la fundamental, la que se juega con la vida por delante contra el Jugador Absoluto e Invencible.
Pero el tiempo pasa y la conclusión se demora. Los jugadores jubilados del bar del barrio no lejos de mi casa quizá algún día me acepten entre ellos, como uno más de ellos, un jugador que, por jugar y sólo por jugar, finge de vez en cuando que el otro es mejor.
Desde hace un par de años, frecuento un bar en el barrio no lejos de mi casa, en mis días libres, tanto en invierno como en verano. El vino es bueno y barato, tanto el tinto como el blanco.
Entre las 7 y las 9 de la tarde se reunen allí un grupo de jubilados para jugar al ajedrez. Dos tableros en dos mesas, cuatro jugando y el resto, sentados alrededor o de pie, esperando su turno, respetuosos o irónicos según el grado de confianza.
Sólo un par de ellos son calvos; los demás conservan discretas cabelleras blancas donde brillan los cabellos plateados de la dignidad. Los dos calvos cubren con gorras de tela sus cabezas.
Todos, sin excepción, usan gafas de vista. Y todos, menos uno, son abstemios.
La primera impresión me dijo que eran mayores, evitadores de la muerte mediante este sublime juego. Y con el tiempo, desviando hacia sus rostros y sus manos mi atención, he descubierto que alguno puede ser más joven que yo. No visten mal; sus relojes son caros, y brilla tan sincera la plata de sus reflejos.
No les hablo ni me hablan, ningún saludo, ni hola ni adios. Yo por respeto y ellos por desconocimiento. No formo parte de su club, aparezco y desaparezco y siempre observo las jugadas con una copa de alto tallo y fino cristal entre las manos. Jamás frecuentaría un bar donde se sirviera el vino en vasos de vidrio.
No les hablo ni me hablan. No les he pedido permiso para jugar con ellos, ni ellos me han invitado. Juegan con la esperanza de ganar o ser ganados por alguien que conocen, no por extraños.
Podría vencerles a todos, romper en un instante los sueños que los mantienen vivos. ¿Para qué jugar? Son como niños y yo: el demonio que les observa.
Ni los niños, ni los borrachos ni los locos dicen la verdad. Los niños, por ingenuos; los borrachos, por incapaces; los locos, por absurdidad o extravagancia.
Los jugadores de ajedrez me dicen sin palabras que, tarde o temprano, este será mi destino, mi mejor opción. Una gorra azul marino sobre la calva; los pelos del bigote como alambres de acero; una mano en el bolsillo del pantalón agarrando una moneda y la otra mano, sin temblores, moviendo e intercambiando las piezas sin remordimiento ni piedad.
Algún día jugaré en el cielo con Bobby Fischer. Algún día, cuando Carlsen o Anand vengan al cielo, jugarán conmigo. El recuerdo siempre para V. que me enseñó a mover las piezas a los cinco años y me enseñó que, cuando todo va bien, es probable que algo empeore; y que cuando todo va mal, es más fácil que algo comience a mejorar.
Por el gusto de jugar, y por no asustar al contrincante, me he entregado en algunas partidas. Que nadie se engañe: en una esquina del salón principal del hotel Victoria, hace ya muchos años, y con T. B. como testigo, yo gané al campeón. Con los dedos índice y corazón de la mano derecha tumbó a su rey en un instante mirándome a los ojos sin odio.
En ese amanecer en la bahía, hace ya un cuarto de siglo, y por no comprometer lo ganado, me juré que en adelante reservaría mis dotes y destrezas para la última partida, la fundamental, la que se juega con la vida por delante contra el Jugador Absoluto e Invencible.
Pero el tiempo pasa y la conclusión se demora. Los jugadores jubilados del bar del barrio no lejos de mi casa quizá algún día me acepten entre ellos, como uno más de ellos, un jugador que, por jugar y sólo por jugar, finge de vez en cuando que el otro es mejor.
jueves, 16 de julio de 2015
miércoles, 15 de julio de 2015
LA DEUDA GRIEGA / OTRA VISIÓN
Media Europa dice que Grecia nos debe miles de millones. Miles de millones de kilómetros nos separan de Plutón y, después de un viaje de nueve años y medio, a cincuenta mil kilómetros por hora, nos enfrentamos al dios del inframundo mediante nave espacial interpuesta. Los colores de Plutón no se ven claros desde la Tierra.
Gobernantes de cartón piedra y de hojalata, inversores y mercados, banqueros aficionados, el FMI, el Bundesbank, el BCE, Obama y Putin, opinadores de oficio y el más tonto de los ministros..., muchos son los que se permiten adoctrinar y exigir: que Grecia devuelva lo prestado, con intereses, por supuesto.
De acuerdo. Que Grecia pague lo que tenga que pagar. Pero otra cuestión es definir lo que nosotros le debemos a Grecia.
¿Cómo calibrar entonces lo que vale un Parménides, un Heráclito, un Zenón, un Epicuro? ¿Qué peso económico han tenido en nuestra historia la Escuela Jónica, la Cínica, la Cirenaica? ¿En cuánto se valora el tonel de Diógenes de Sínope? ¿Qué pensión les debemos ad eternum a Platón, Aristóteles, Demócrito, Pitágoras? ¿De qué forma compensaremos a Hiparquía por no haberse dedicado a sus labores? ¿Y en cuánto valoramos a Anaximandro, Anaxágoras y Anaxímenes? ¿Y que decir de Protágoras y de Arístipo, del mismo Sócrates, maestro de maestros? ¿Qué debieramos pagar por el método de las sombras de Tales de Mileto? ¿Y los dioses del Monte Olimpo -el luminoso-, qué valor tendrían en la actualidad, considerando el tiempo pasado y su influencia?
Europa entera debería pagar a los descendientes de Sócrates el valor del gallo debido a Asclepio aumentado con el IPC correspondiente a los 2414 años transcurridos.
¿Cuánto valdría a día de hoy el Caballo de Troya? ¿Y en qué cantidad podría venderse el Laberinto de Creta?
Le debemos a Grecia gran parte de nuestra luz, la mitad del mediterráneo, las alas de Ícaro y los cuernos del Minotauro. Le debemos la tragedia y la comedia de nuestra Europa, la máscara, el racimo de uvas y la rama de olivo. Le debemos el oráculo. Le debemos el valor, el pensamiento, la democracia.
Varoufakis debió intuirlo en algún momento. La terrible ironía contenida en la exigencia del pago de una supuesta deuda de miles de millones de abstractos valores representados en papel moneda, por parte de los herederos de la cruz gamada.
Supongo que en una reunión de sabios, sentados a negociar, de un lado Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Spengler y Benjamin y, del otro lado, Homero y Ulises, el acuerdo no tardaría en llegar por desprecio unánime a las viles cuestiones monetarias que a nadie enriquecen y a todos hacen esclavos.
Gobernantes de cartón piedra y de hojalata, inversores y mercados, banqueros aficionados, el FMI, el Bundesbank, el BCE, Obama y Putin, opinadores de oficio y el más tonto de los ministros..., muchos son los que se permiten adoctrinar y exigir: que Grecia devuelva lo prestado, con intereses, por supuesto.
De acuerdo. Que Grecia pague lo que tenga que pagar. Pero otra cuestión es definir lo que nosotros le debemos a Grecia.
¿Cómo calibrar entonces lo que vale un Parménides, un Heráclito, un Zenón, un Epicuro? ¿Qué peso económico han tenido en nuestra historia la Escuela Jónica, la Cínica, la Cirenaica? ¿En cuánto se valora el tonel de Diógenes de Sínope? ¿Qué pensión les debemos ad eternum a Platón, Aristóteles, Demócrito, Pitágoras? ¿De qué forma compensaremos a Hiparquía por no haberse dedicado a sus labores? ¿Y en cuánto valoramos a Anaximandro, Anaxágoras y Anaxímenes? ¿Y que decir de Protágoras y de Arístipo, del mismo Sócrates, maestro de maestros? ¿Qué debieramos pagar por el método de las sombras de Tales de Mileto? ¿Y los dioses del Monte Olimpo -el luminoso-, qué valor tendrían en la actualidad, considerando el tiempo pasado y su influencia?
Europa entera debería pagar a los descendientes de Sócrates el valor del gallo debido a Asclepio aumentado con el IPC correspondiente a los 2414 años transcurridos.
¿Cuánto valdría a día de hoy el Caballo de Troya? ¿Y en qué cantidad podría venderse el Laberinto de Creta?
Le debemos a Grecia gran parte de nuestra luz, la mitad del mediterráneo, las alas de Ícaro y los cuernos del Minotauro. Le debemos la tragedia y la comedia de nuestra Europa, la máscara, el racimo de uvas y la rama de olivo. Le debemos el oráculo. Le debemos el valor, el pensamiento, la democracia.
Varoufakis debió intuirlo en algún momento. La terrible ironía contenida en la exigencia del pago de una supuesta deuda de miles de millones de abstractos valores representados en papel moneda, por parte de los herederos de la cruz gamada.
Supongo que en una reunión de sabios, sentados a negociar, de un lado Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Spengler y Benjamin y, del otro lado, Homero y Ulises, el acuerdo no tardaría en llegar por desprecio unánime a las viles cuestiones monetarias que a nadie enriquecen y a todos hacen esclavos.
CRITÓN O EL DEBER DEL CIUDADANO
"SÓCRATES: ¿Cómo por aquí a estas horas? ¿No es aún muy temprano?
CRITÓN: Sí.
SÓCRATES: ¿Qué hora será?
CRITÓN: Apenas apunta el alba.
SÓCRATES: Me extraña que el carcelero te haya dejado pasar.
CRITÓN: Es ya conocido mío, con las veces que vengo aquí, y además me debe algún favor.
SÓCRATES: ¿Y llegas ahora o hace rato que estás ahí?
CRITÓN: Hace ya un buen rato.
SÓCRATES: ¿Cómo no me has despertado antes en lugar de estarte ahí sin decir nada?
CRITÓN: Tampoco yo, en tan triste situación, querría que me despertaran. Hace tiempo que estaba admirando la dulzura y tranquilidad de tu sueño, y no he querido despertarte para dejarte que goces en paz de una calma tan profunda. Ya otras muchas veces durante tu vida te he admirado por tu carácter, pero mucho más ahora en medio de tu desgracia, reparando qué fácilmente y con que mansedumbre la soportas.
SÓCRATES: también sería impropio, mi buen Critón, que a mi edad me quejase de que haya que morir.
CRITÓN: Otros a tu edad se quejan, Sócrates, y se irritan contra su suerte cuando se encuentran así, sin que se lo impida la vejez.
SÓCRATES: Verdad es, Critón. Pero ¿qué es lo que te trae tan de mañana?
CRITÓN: Es que vengo a darte una triste nueva; triste, no para ti, por lo que veo, sino para mí y todos tus discípulos. Una nueva triste, abrumadora.
SÓCRATES: ¿Cuál? ¿Será que ha llegado de Delos la nave, a cuyo regreso he de morir?
CRITÓN: No, todavía no; pero parece que debe llegar hoy, según algunas personas que vienen de Sunio y que la dejaron allí. Luego es indudable que llegará hoy, y mañana, Sócrates, tendrás que quitarte la vida.
SÓCRATES: Pues enhorabuena, Critón. Si tal es la voluntad de los dioses, cúmplase. Pero no creo que llegue hoy.
CRITÓN: ¿En que te fundas?
SÓCRATES: Te diré. Yo debo morir al otro día del regreso de la nave.
CRITÓN: Así lo dicen cuando menos los que han de cuidar que la cosa se cumpla.
SÓCRATES: Pues bien, no creo que llegue hoy sino mañana, y creo que mañana, por un sueño que he tenido esta noche poco antes de venir tú. De modo que has hecho muy bien en no despertarme.
CRITÓN: ¿Pues, qué sueño ha sido?
SÓCRATES: Parecíame que una mujer bella, esbelta y vestida de blanco, acercándose a mí, me llamaba y decía: <<Dentro de tres días llegarás a la fértil Phtia>>.
CRITÓN: ¡Qué ensueño más extraño!
SÓCRATES: El sentido de él me parece clarísimo, Critón."
Platón. Critón o el deber del ciudadano. Espasa-Calpe. Madrid. 1982. Pág.: 101-106.
CRITÓN: Sí.
SÓCRATES: ¿Qué hora será?
CRITÓN: Apenas apunta el alba.
SÓCRATES: Me extraña que el carcelero te haya dejado pasar.
CRITÓN: Es ya conocido mío, con las veces que vengo aquí, y además me debe algún favor.
SÓCRATES: ¿Y llegas ahora o hace rato que estás ahí?
CRITÓN: Hace ya un buen rato.
SÓCRATES: ¿Cómo no me has despertado antes en lugar de estarte ahí sin decir nada?
CRITÓN: Tampoco yo, en tan triste situación, querría que me despertaran. Hace tiempo que estaba admirando la dulzura y tranquilidad de tu sueño, y no he querido despertarte para dejarte que goces en paz de una calma tan profunda. Ya otras muchas veces durante tu vida te he admirado por tu carácter, pero mucho más ahora en medio de tu desgracia, reparando qué fácilmente y con que mansedumbre la soportas.
SÓCRATES: también sería impropio, mi buen Critón, que a mi edad me quejase de que haya que morir.
CRITÓN: Otros a tu edad se quejan, Sócrates, y se irritan contra su suerte cuando se encuentran así, sin que se lo impida la vejez.
SÓCRATES: Verdad es, Critón. Pero ¿qué es lo que te trae tan de mañana?
CRITÓN: Es que vengo a darte una triste nueva; triste, no para ti, por lo que veo, sino para mí y todos tus discípulos. Una nueva triste, abrumadora.
SÓCRATES: ¿Cuál? ¿Será que ha llegado de Delos la nave, a cuyo regreso he de morir?
CRITÓN: No, todavía no; pero parece que debe llegar hoy, según algunas personas que vienen de Sunio y que la dejaron allí. Luego es indudable que llegará hoy, y mañana, Sócrates, tendrás que quitarte la vida.
SÓCRATES: Pues enhorabuena, Critón. Si tal es la voluntad de los dioses, cúmplase. Pero no creo que llegue hoy.
CRITÓN: ¿En que te fundas?
SÓCRATES: Te diré. Yo debo morir al otro día del regreso de la nave.
CRITÓN: Así lo dicen cuando menos los que han de cuidar que la cosa se cumpla.
SÓCRATES: Pues bien, no creo que llegue hoy sino mañana, y creo que mañana, por un sueño que he tenido esta noche poco antes de venir tú. De modo que has hecho muy bien en no despertarme.
CRITÓN: ¿Pues, qué sueño ha sido?
SÓCRATES: Parecíame que una mujer bella, esbelta y vestida de blanco, acercándose a mí, me llamaba y decía: <<Dentro de tres días llegarás a la fértil Phtia>>.
CRITÓN: ¡Qué ensueño más extraño!
SÓCRATES: El sentido de él me parece clarísimo, Critón."
Platón. Critón o el deber del ciudadano. Espasa-Calpe. Madrid. 1982. Pág.: 101-106.
martes, 14 de julio de 2015
EN EL CIRCO
EN EL CIRCO
Se producen movimientos estratégicos en el circo, el payaso principal
quiere ser el nuevo domador de leones. Los tres enanos quieren ser,
respectivamente y según su altura y su coraje: un gigante, un boxeador con la ceja rota
y un seductor imbatible. Entre las jaulas circula cierta inquietud.
El trapecista sufre de repente ataques de vértigo y renuncia a las alturas;
sobre un pony castaño y blanco estaría sin duda más cómodo, dando vueltas
al círculo de arena bajo la carpa, no lejos del suelo.
El elefante gordo se derrumba con cualquier excusa. El que se negaba a sí mismo
ahora se afirma. El negro se vuelve blanco. Aplauden los niños y asoman
su hocico alargado las ratas malolientes por los agujeros del telón de fondo.
Hipócritas soplan trompetas. Amilanados se juntan en la trastienda. Esas voces
femeninas y hormigables, esas voces que conspiran en el circo,
junto a los olivos de la medianoche y la luna llena.
Un relojero con dedos insensibles quiere darle cuerda a mi reloj, mover
las manecillas, indicarme el camino. ¡Qué poco me conoce -pienso-
mientras me sirvo la tercera o la cuarta o la quinta (he perdido la cuenta)
copa de Leopard frente al tigre pintado en la pared!
Una bandera minúscula pintarrajeada con los colores de la envidia y la codicia,
una bandera disputada por las ráfagas de la risa de las hienas.
Habrá días sin circo y sin pan, días de lluvia feroz e inigualables arco iris.
Habrá días y noches donde falten los osos y los gorilas, donde un globo enorme
ruede entre los espectadores, donde este mundo en broma estalle
a la luz de una linterna y yo desaparezca y otros callen... o viceversa.
¡Qué poco me conoce quien me ubica en el circo -movimientos estratégicos
aparte! En este momento me sirvo la primera copa de Zebra y escucho
por trigésima vez el tema Vay que acompaña
los preliminares para la última sesión. Lo que más me gusta:
el complejo salto mortal sin red y ver cómo el viejo contorsionista se mete
en la reducida maleta de mano de cristal. Estoy preparado.
Salvador Alís.
Se producen movimientos estratégicos en el circo, el payaso principal
quiere ser el nuevo domador de leones. Los tres enanos quieren ser,
respectivamente y según su altura y su coraje: un gigante, un boxeador con la ceja rota
y un seductor imbatible. Entre las jaulas circula cierta inquietud.
El trapecista sufre de repente ataques de vértigo y renuncia a las alturas;
sobre un pony castaño y blanco estaría sin duda más cómodo, dando vueltas
al círculo de arena bajo la carpa, no lejos del suelo.
El elefante gordo se derrumba con cualquier excusa. El que se negaba a sí mismo
ahora se afirma. El negro se vuelve blanco. Aplauden los niños y asoman
su hocico alargado las ratas malolientes por los agujeros del telón de fondo.
Hipócritas soplan trompetas. Amilanados se juntan en la trastienda. Esas voces
femeninas y hormigables, esas voces que conspiran en el circo,
junto a los olivos de la medianoche y la luna llena.
Un relojero con dedos insensibles quiere darle cuerda a mi reloj, mover
las manecillas, indicarme el camino. ¡Qué poco me conoce -pienso-
mientras me sirvo la tercera o la cuarta o la quinta (he perdido la cuenta)
copa de Leopard frente al tigre pintado en la pared!
Una bandera minúscula pintarrajeada con los colores de la envidia y la codicia,
una bandera disputada por las ráfagas de la risa de las hienas.
Habrá días sin circo y sin pan, días de lluvia feroz e inigualables arco iris.
Habrá días y noches donde falten los osos y los gorilas, donde un globo enorme
ruede entre los espectadores, donde este mundo en broma estalle
a la luz de una linterna y yo desaparezca y otros callen... o viceversa.
¡Qué poco me conoce quien me ubica en el circo -movimientos estratégicos
aparte! En este momento me sirvo la primera copa de Zebra y escucho
por trigésima vez el tema Vay que acompaña
los preliminares para la última sesión. Lo que más me gusta:
el complejo salto mortal sin red y ver cómo el viejo contorsionista se mete
en la reducida maleta de mano de cristal. Estoy preparado.
Salvador Alís.
lunes, 13 de julio de 2015
domingo, 12 de julio de 2015
EL TIGRE / PABLO NERUDA
EL TIGRE
Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.
Pablo Neruda.
Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes
de mineral mojado.
El río blanco crece
bajo la niebla. Llegas.
Desnuda te sumerges.
Espero.
Entonces en un salto
de fuego, sangre, dientes,
de un zarpazo derribo
tu pecho, tus caderas.
Bebo tu sangre, rompo
tus miembros uno a uno.
Y me quedo velando
por años en la selva
tus huesos, tu ceniza,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil, lejos
del odio y de la cólera,
desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas,
inmóvil en la lluvia,
centinela implacable
de mi amor asesino.
Pablo Neruda.
POEMA DE LA MONEDA DEL GATO DE ANGORA
POEMA DE LA MONEDA DEL GATO DE ANGORA
Soy el gato encerrado en la moneda bimetálica de una lira turca. Soy el gato
dorado y plateado que ha de sobrevivir al tigre y al león, a la pantera y al leopardo.
Ruedo de mano en mano porque la vida libre se reduce y se extingue,
porque en mi celda perfecta todos quieren entrar, porque mi tacto amarillo ahuyenta
a las abejas y mi relieve es seda fría. Ruedo de mano en mano
y en cada piel dejo mi huella, mis ojos sin pupilas, mi ambición extrema.
Soy el gato que no duerme y no bosteza, el gato de siete mil vidas, el inmortal.
Soy el felino mejor adaptado a tu mente, el que odia las órdenes
y ama las simples cuerdas y los tapones de corcho y las bolas de alambre.
De todo juego soy el único intérprete y, tantas veces, el único jugador, el que escribe
las reglas, el que incumple las reglas. No me gusta que nadie me diga
lo que debo hacer. Por eso, a su tiempo. Por eso, después.
En todo juego, círculo, arena y verano,
deberás entender que yo soy el gato encerrado.
Salvador Alís.
Soy el gato encerrado en la moneda bimetálica de una lira turca. Soy el gato
dorado y plateado que ha de sobrevivir al tigre y al león, a la pantera y al leopardo.
Ruedo de mano en mano porque la vida libre se reduce y se extingue,
porque en mi celda perfecta todos quieren entrar, porque mi tacto amarillo ahuyenta
a las abejas y mi relieve es seda fría. Ruedo de mano en mano
y en cada piel dejo mi huella, mis ojos sin pupilas, mi ambición extrema.
Soy el gato que no duerme y no bosteza, el gato de siete mil vidas, el inmortal.
Soy el felino mejor adaptado a tu mente, el que odia las órdenes
y ama las simples cuerdas y los tapones de corcho y las bolas de alambre.
De todo juego soy el único intérprete y, tantas veces, el único jugador, el que escribe
las reglas, el que incumple las reglas. No me gusta que nadie me diga
lo que debo hacer. Por eso, a su tiempo. Por eso, después.
En todo juego, círculo, arena y verano,
deberás entender que yo soy el gato encerrado.
Salvador Alís.
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