domingo, 15 de junio de 2014

JARDÍN DE INVIERNO

Un hombre vestido con camisa blanca, pantalón oscuro y zapatillas claras, camina por la acera, bajo la luz de las farolas, seguido de cerca por otro hombre que viste de la misma forma y que guarda una distancia constante de 50 pasos. Ambos dan vueltas alrededor de una manzana, y aparecen de mi lado cada 9 minutos exactos. El paseo (o la persecución) se prolonga durante gran parte de la noche. Cada vez que aparecen por la izquierda y se ocultan por la derecha, doblando las esquinas, entre los automóviles aparcados y la fachada del San Francisco de Asís, el segundo hombre cambia el arma que sujeta en una mano con indolencia: un cuchillo, una botella, una porra, una pistola, un martillo, un bisturí, un palo, una piedra, un sacacorchos, una guadaña, una tijera, una llave inglesa, un punzón, una ballesta... El que camina en primer lugar no gira nunca la cabeza; el que le sigue no aparta nunca la mirada. Cuatro pisos por encima de la calle, me asomo de vez en cuando a la terraza. Los veo pasar cada tanto, con la misma velocidad y la misma actitud; y lo único que cambia a cada vuelta es el arma que se muestra amenazadora en una mano del perseguidor. Pero el ataque nunca se produce. Sale el sol y los paseantes desaparecen. El San Francisco de Asís abre las puertas y cien niños entran en las aulas. No se puede enseñar nada a nadie, Pero no es una pérdida de tiempo. Es un juego que ha dispuesto sus casillas blancas y sus casillas negras en una cinta continua. Desde mi altura me parece que ambos hombres son el mismo. Me pregunto si la luz de las farolas no duplicará imágenes y sombras. El aburrimiento se apodera de la apreciación de los giros alrededor de la manzana. Las voces dentro de la casa alertan sobre este aburrimiento. Un discurso no puede hacerse ya desde lugares comunes. Es necesario sorprender, es necesario que el hombre que porta las armas elija por fin una de ellas, que el impasible paseante se detenga, se dé la vuelta y enfrente a su contrario. Ambos hombres guardan en sus orejas activas hormigas y abejas zumbadoras. Las unas y las otras inquietas porque en junio bajan las temperaturas y los cielos se enfrían y cae la nieve. Jardín de invierno.

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