domingo, 28 de diciembre de 2014
TEMA DEL DOBLE
TEMA DEL DOBLE
Mientras yo sigo durmiendo, él ya se levanta, baja
los sesenta escalones hasta la calle
y se enfrenta sin miedo al sol de la mañana.
Entre las sábanas, mi cuerpo único y mío, cálido
en esa hora temprana, al borde del final de un sueño
sin final. El viejo despertador digital aún se contiene
y no agita sus campanillas
hasta la hora señalada.
El que abandona la casa me ha robado mi chaqueta negra,
mis zapatos caros, mi reloj de pulsera. Y avanza,
como si yo mismo fuera, con mi propia determinación
y mirada, hacia una meta que yo no quiero alcanzar.
Con el índice y el corazón de la mano derecha
sujeta el último Benson & Hedges. Con la mano izquierda
acaricia la pistola que yo no he acariciado.
Se detendrá en el hueco de un portal discreto,
tras la parada de autobús que frecuento a diario.
Hablará en voz alta y no lo tomarán por loco.
Y sus ojos, que no los míos, se encenderán al ver
a la gente que pasa.
Yo lo seguiré a distancia, ignorando que mis pasos
copian sus pasos, ignorando hasta dónde
y hasta cuándo él mantendrá la ventaja.
Después de lavarme la cara, y en tanto preparo el café
y prendo mi primer Benson & Hedges,
el que se hace pasar por mí y juega al ajedrez
con el movil -que hábilmente me sustrajo en la mañana-
calculará la celada en la que espera atraparme.
Lo conozco bien, tiene mi aspecto y se disfraza de mí,
me ha robado la chaqueta oscura,
mis mejores zapatos y mi reloj suizo. Y acaricia
la pistola que yo encargué y aún no he recibido.
Creo que camina un par de kilómetros o media hora por delante.
Y el traidor acecha en un portal oscuro,
tras la parada de autobús que frecuento a diario.
Si no hoy, cualquier otro día nos veremos las caras.
A la vez dejaremos caer las colillas, empuñaremos
las pistolas reales e imaginarias, el uno sin despertar del sueño
donde el otro ya ha despertado.
Y al concluir su empeño, el que sin duda se hará pasar por mí,
ocultará su arma e intentará dormir.
Salvador Alís.
Mientras yo sigo durmiendo, él ya se levanta, baja
los sesenta escalones hasta la calle
y se enfrenta sin miedo al sol de la mañana.
Entre las sábanas, mi cuerpo único y mío, cálido
en esa hora temprana, al borde del final de un sueño
sin final. El viejo despertador digital aún se contiene
y no agita sus campanillas
hasta la hora señalada.
El que abandona la casa me ha robado mi chaqueta negra,
mis zapatos caros, mi reloj de pulsera. Y avanza,
como si yo mismo fuera, con mi propia determinación
y mirada, hacia una meta que yo no quiero alcanzar.
Con el índice y el corazón de la mano derecha
sujeta el último Benson & Hedges. Con la mano izquierda
acaricia la pistola que yo no he acariciado.
Se detendrá en el hueco de un portal discreto,
tras la parada de autobús que frecuento a diario.
Hablará en voz alta y no lo tomarán por loco.
Y sus ojos, que no los míos, se encenderán al ver
a la gente que pasa.
Yo lo seguiré a distancia, ignorando que mis pasos
copian sus pasos, ignorando hasta dónde
y hasta cuándo él mantendrá la ventaja.
Después de lavarme la cara, y en tanto preparo el café
y prendo mi primer Benson & Hedges,
el que se hace pasar por mí y juega al ajedrez
con el movil -que hábilmente me sustrajo en la mañana-
calculará la celada en la que espera atraparme.
Lo conozco bien, tiene mi aspecto y se disfraza de mí,
me ha robado la chaqueta oscura,
mis mejores zapatos y mi reloj suizo. Y acaricia
la pistola que yo encargué y aún no he recibido.
Creo que camina un par de kilómetros o media hora por delante.
Y el traidor acecha en un portal oscuro,
tras la parada de autobús que frecuento a diario.
Si no hoy, cualquier otro día nos veremos las caras.
A la vez dejaremos caer las colillas, empuñaremos
las pistolas reales e imaginarias, el uno sin despertar del sueño
donde el otro ya ha despertado.
Y al concluir su empeño, el que sin duda se hará pasar por mí,
ocultará su arma e intentará dormir.
Salvador Alís.
viernes, 26 de diciembre de 2014
EL TIEMPO Y EL ESPEJO
EL TIEMPO Y EL ESPEJO
En cada una de las habitaciones, un espejo. En la última casa, tras cada puerta,
en el fondo de cada armario, un espejo.
El morador que pasea insensible su dificultad de pasillo en escalera,
de tragaluz en lucernaria, de un cajón a otro cajón.
El reloj de madera del castillo de Chambord, su tenaz maquinaria.
En los espejos de las mil chimeneas donde mil fuegos.
No más de veinte años -en su cabeza. Pero cada espejo muestra una edad,
si las nubes lo permiten, si la niebla se retira y se apagan las luces,
si las constelaciones visibles y el reloj astronómico de Orly.
No se precisa más que una varilla de hierro orientada al sol.
En un espejo hablar, en otro fingir. Escenarios del reflejo de haber sido y ser.
En la última casa, sesenta escalones y otros tantos espejos, la Luna visible
y Marte al fondo de su pasaje.
En las estanterías, espejos. Semblantes de muertos que no se resignan
a morir. En los folios perdidos, cuervos y relojes.
El niño que despierta a un sueño real de espejos y de tiempo detenido
en la noche de su despertar. El felino tuerto que mira sin mirar
el espejo del agua, mientras suenan las campanillas del bosque tocadas
por los inquietos dedos de la lluvia.
Fotografías congeladas en los espejos. En su frialdad.
Se arrodilla el morador ante su espejo, a la puerta de su casa.
La casa en llamas y el ojo se retira.
Es tan lenta la tempestad y tan natural sucede. Y el reflejo del padre
sobre los escalones calla.
Salvador Alis.
En cada una de las habitaciones, un espejo. En la última casa, tras cada puerta,
en el fondo de cada armario, un espejo.
El morador que pasea insensible su dificultad de pasillo en escalera,
de tragaluz en lucernaria, de un cajón a otro cajón.
El reloj de madera del castillo de Chambord, su tenaz maquinaria.
En los espejos de las mil chimeneas donde mil fuegos.
No más de veinte años -en su cabeza. Pero cada espejo muestra una edad,
si las nubes lo permiten, si la niebla se retira y se apagan las luces,
si las constelaciones visibles y el reloj astronómico de Orly.
No se precisa más que una varilla de hierro orientada al sol.
En un espejo hablar, en otro fingir. Escenarios del reflejo de haber sido y ser.
En la última casa, sesenta escalones y otros tantos espejos, la Luna visible
y Marte al fondo de su pasaje.
En las estanterías, espejos. Semblantes de muertos que no se resignan
a morir. En los folios perdidos, cuervos y relojes.
El niño que despierta a un sueño real de espejos y de tiempo detenido
en la noche de su despertar. El felino tuerto que mira sin mirar
el espejo del agua, mientras suenan las campanillas del bosque tocadas
por los inquietos dedos de la lluvia.
Fotografías congeladas en los espejos. En su frialdad.
Se arrodilla el morador ante su espejo, a la puerta de su casa.
La casa en llamas y el ojo se retira.
Es tan lenta la tempestad y tan natural sucede. Y el reflejo del padre
sobre los escalones calla.
Salvador Alis.
jueves, 25 de diciembre de 2014
GATO SALVAJE
¿Celebran los gatos alguna fiesta? ¿Conmemoran algún acontecimiento? ¿Recuerdan el día de su nacimiento o el día del nacimiento de sus ascendientes y descendientes? ¿Adoran algún dios? ¿Preven el paso de las estaciones? ¿Conocen la historia del mundo o, al menos, su propia historia?
Los gatos carecen del sentido temporal y no tienen consciencia de la muerte. Los hechos importantes de sus vidas no se asientan en ningún soporte o malla susceptible de medición, subdivisión o repetición. No hay ritos (en tanto reglas sagradas) en las vidas del gato, aunque sí rituales de índole domestica o higiénica. No se rién los gatos, no festejan, no bailan. Tampoco son hipócritas.
En tanto animales libres y salvajes (su dependencia y domesticación son ilusorias) permanecen al margen de cualquier parafernalia vital y sus días esenciales son todos y cada de uno de sus días. No sienten la necesidad de un dios porque no tienen miedo a morir. No admiran a líderes ni a héroes, pues héroe es cada uno de ellos, y ante otro lider manifiesto sólo cabe rivalidad.
En días señalados se muestran tan indiferentes como de costumbre. No se disfrazan. No cantan canciones. No cuentan las uvas. La vanidad compulsiva de los humanos no va con ellos. Nos observan a distancia y quizá nos compadecen. Y sin embargo son capaces de amar, aunque su amor sea tan simple y tan puro que pueda parecer evanescente, diluido en un instante único, en un cotidiano y extenso presente como sutil línea de vida donde ningún punto destaca.
domingo, 21 de diciembre de 2014
jueves, 18 de diciembre de 2014
EL TERRORISTA Y EL PARÁSITO
El terrorista es aquel sujeto que nos ataca desde el exterior, generalmente provisto de armas rudimentarias, jugándose la vida en el intento de establecer una justicia (o un ajuste de cuentas) que él echa en falta.
El parásito, por su lado, puede ser sujeto o cosa que siempre ataca desde el interior o, al menos, desde una proximidad ventajosa. No se juega la vida, sino que se vuelve necesario y hace depender su salvación de nuestra vida, hasta agotarla.
Un gran estado, un estado colonialista o imperialista, se define mejor en la segunda premisa, aunque a veces sea tan omnipotente que también la primera definición lo defina.
Los virus son parásitos por excelencia, como igualmente lo son las sanguijuelas y las garrapatas.
Y con cierto disimulo muchas personas, en diversos ambitos de nuestra vida cotidiana, ejercen de parásitos cuando viven a expensas de otras personas.
De los virus -se dice- apenas sabemos nada; se disfrazan y mutan, se adaptan y resuelven.
La desinformación -por su parte- es consustancial al terrorismo, esa negrura que espanta cuando las capuchas son negras y la mano no vacila.
No conozco otro terrorismo que el sustentado en la ley, cuando la ley la firma un parásito que interpreta a su favor una justicia pervertida.
Detrás de cada bomba, de cada fuego e inmolación, debe existir una causa o razón que la justifique. Pero los parásitos de la imagen y la palabra, de la electrónica al servicio de las constituciones, ya se ocupan de romper los nidos de gusano y sembrar sus dudas de opinión y sus dudas legislativas.
Payasos entrenados para ser payasos se llevan las manos a la cabeza cuando la guillotina se simplifica en machete o cimitarra; casualmente los mismos payasos que abusan de la horca y de la electricidad, los que pusieron en juego la destrucción atómica y los que acaban de publicitar su novedoso cañón laser.
Y millones de espectadores en este circo se llevan las manos a la cabeza cuando un elefante, aturdido y vengativo, aplasta la cabeza de su domador, olvidando las cuatro o cinco décadas de cautiverio, los cuarenta o cincuenta inviernos de tristeza y malos tratos, lejos de su selva y su natural destino, y las ganancias a su costa.
Terrorista es el cazador y el rey, el aristócrata y el especulador; y en la misma medida son parásitos puesto que se alimentan, para satisfacer su orgullo, de vidas ajenas y maniobras oscuras.
Algunos parásitos sí conozco, pequeños y despreciables, y se mezclan con mi vida para producir a veces desazón y a veces reflexión. Personajes dudosamente humanos porque no sienten empatía alguna, porque duermen sin remordimiento y porque, al final de su vaga jornada, creen haber cumplido con su deber.
Ladrones impenitentes, como la urraca ladrona, que destrozan con su avaricia y usura mil veces mas vidas que una bomba en la cintura.
Matar es humano aunque no debería serlo, pero hay formas y formas. Cuando alguien, desde su altura, se lleva las manos a la cabeza porque un suicida no tiene nada que perder, yo cuento hasta diez y me pongo a pensar.
¿Fue Espartaco un terrorista? ¿Lo fue Craso? ¿El parásito fue la esclavitud o el imperio?
El parásito, por su lado, puede ser sujeto o cosa que siempre ataca desde el interior o, al menos, desde una proximidad ventajosa. No se juega la vida, sino que se vuelve necesario y hace depender su salvación de nuestra vida, hasta agotarla.
Un gran estado, un estado colonialista o imperialista, se define mejor en la segunda premisa, aunque a veces sea tan omnipotente que también la primera definición lo defina.
Los virus son parásitos por excelencia, como igualmente lo son las sanguijuelas y las garrapatas.
Y con cierto disimulo muchas personas, en diversos ambitos de nuestra vida cotidiana, ejercen de parásitos cuando viven a expensas de otras personas.
De los virus -se dice- apenas sabemos nada; se disfrazan y mutan, se adaptan y resuelven.
La desinformación -por su parte- es consustancial al terrorismo, esa negrura que espanta cuando las capuchas son negras y la mano no vacila.
No conozco otro terrorismo que el sustentado en la ley, cuando la ley la firma un parásito que interpreta a su favor una justicia pervertida.
Detrás de cada bomba, de cada fuego e inmolación, debe existir una causa o razón que la justifique. Pero los parásitos de la imagen y la palabra, de la electrónica al servicio de las constituciones, ya se ocupan de romper los nidos de gusano y sembrar sus dudas de opinión y sus dudas legislativas.
Payasos entrenados para ser payasos se llevan las manos a la cabeza cuando la guillotina se simplifica en machete o cimitarra; casualmente los mismos payasos que abusan de la horca y de la electricidad, los que pusieron en juego la destrucción atómica y los que acaban de publicitar su novedoso cañón laser.
Y millones de espectadores en este circo se llevan las manos a la cabeza cuando un elefante, aturdido y vengativo, aplasta la cabeza de su domador, olvidando las cuatro o cinco décadas de cautiverio, los cuarenta o cincuenta inviernos de tristeza y malos tratos, lejos de su selva y su natural destino, y las ganancias a su costa.
Terrorista es el cazador y el rey, el aristócrata y el especulador; y en la misma medida son parásitos puesto que se alimentan, para satisfacer su orgullo, de vidas ajenas y maniobras oscuras.
Algunos parásitos sí conozco, pequeños y despreciables, y se mezclan con mi vida para producir a veces desazón y a veces reflexión. Personajes dudosamente humanos porque no sienten empatía alguna, porque duermen sin remordimiento y porque, al final de su vaga jornada, creen haber cumplido con su deber.
Ladrones impenitentes, como la urraca ladrona, que destrozan con su avaricia y usura mil veces mas vidas que una bomba en la cintura.
Matar es humano aunque no debería serlo, pero hay formas y formas. Cuando alguien, desde su altura, se lleva las manos a la cabeza porque un suicida no tiene nada que perder, yo cuento hasta diez y me pongo a pensar.
¿Fue Espartaco un terrorista? ¿Lo fue Craso? ¿El parásito fue la esclavitud o el imperio?
martes, 16 de diciembre de 2014
sábado, 13 de diciembre de 2014
EL VINO
La Chapelle-aux-Naux. Francia. 8 de noviembre de 2014. |
"Bebo vino al levantarme,
también bebo al mediodía.
Bebo al comenzar la tarde.
Siempre bebo al acostarme
y, después, sueño que bebo.
¿Será beber un deseo?
¿Puede ser una manía?
Me gusta beber y bebo
porque soy feliz bebiendo.
Si no bebo me arrepiento
del tiempo que no he bebido.
Bebo si me encuentro solo,
también lo hago en compañía.
Bebo y caigo en el olvido
olvidando que he bebido
y vuelvo a beber de nuevo."
Juanjo Gomariz, Cien odas al vino. Palma, 2012.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
John Coltrane / A Love Supreme Live
Para profundizar:
http://www.jotdown.es/2013/12/a-love-supreme-el-evangelio-segun-john-coltrane/
EL AMIGO AMERICANO
FORMAS EN QUE LOS CARCELEROS DE GUANTÁNAMO HAN TORTURADO (O SIGUEN TORTURANDO) A LOS PRISIONEROS:
1. ALIMENTACIÓN A TRAVÉS DEL ANO, MEDIANTE UNA SONDA QUE SUMINISTRA SUERO, DE MODO QUE SE LES MANTIENE CON VIDA AL TIEMPO QUE SE LES PRIVA DE LA SENSACIÓN DE MASTICAR Y DEGUSTAR Y ELUDIR ASÍ LA SENSACIÓN DE TENER EL ESTÓMAGO VACÍO Y SENTIR HAMBRE.
2. LUCES ENCENDIDAS PERMANENTEMENTE Y MÚSICA ININTERRUMPIDA LAS 24 HORAS DEL DÍA PARA PERJUDICAR EL SUEÑO Y CAUSAR GRAN DESAZÓN.
3. CONSTANTES AMENAZAS VERBALES RESPECTO A LA MUERTE PROPIA O DE FAMILIARES O AMIGOS, VIOLACIONES, DAÑOS CONSIDERABLES Y VENGANZAS EJECUTABLES.
4. RECLUSIONES PROLONGADAS EN CELDAS DE AISLAMIENTO INSONORIZADAS Y EN COMPLETA OSCURIDAD.
5. ACOSTADOS BOCA ARRIBA Y CON UNA TOALLA SOBRE LA BOCA Y LA CARA, SE VIERTE SOBRE LOS PRISIONEROS, UNA Y OTRA VEZ, CUBOS DE AGUA PARA PRODUCIR AHOGO Y ASFIXIA.
6. SE LES OBLIGA A LLEVAR PAÑALES Y SE LES IMPIDE ACCEDER A CUALQUIER TIPO DE RETRETE PARA QUE SE ORINEN Y DEFEQUEN ENCIMA.
7. RELEGADOS EN CELDAS OSCURAS, SE INTRODUCEN EN ELLAS INSECTOS, LO QUE CAUSA MUCHO PAVOR EN LOS PRISIONEROS EN LA OSCURIDAD.
8. TAMBIÉN SE LES ENCIERRA EN CAJAS DE REDUCIDO TAMAÑO (A LA MANERA DE ATAUDES), DONDE SE LES ABANDONA A SU INMOVILIDAD Y SU PENSAMIENTO.
9. SE LES VISTE DE ROJO; Y SE UTILIZAN VESTIDOS PLÁSTICOS, GAFAS CUBRIENTES QUE DIFICULTAN LA VISIÓN Y CASCOS SOBRE LAS OREJAS.
Y A PESAR DE TODO ELLO NO SE EVITAN LOS SUICIDIOS, LA LIBERACIÓN EXTREMA.
LA TORTURA DE UN SER HUMANO POR OTRO SER HUMANO ES LO MÁS DELEZNABLE QUE UNO PUEDE IMAGINAR. NINGÚN ANIMAL, POR MUY FEROZ QUE PAREZCA, SERÍA CAPAZ DE SEMEJANTE SOFISTICACIÓN.
EL OLVIDO DE ALGUNA FORMA NO DESMERECE EL HORROR DE ESTAS PRÁCTICAS.
LOS PUNTOS ANTERIORES SE BASAN EN LA REFLEXIÓN POSTERIOR A LA LECTURA DE UN ARTÍCULO DE PRENSA AL QUE LA MAYORÍA, SUPONGO, NO PRESTARÁ MUCHA ATENCIÓN A CAUSA DEL MALESTAR IMPLÍCITO. MEJOR MIRAR HACIA OTRO LADO. Y DE CUBA, MEJOR MIRAMAR QUE GUANTÁNAMO.
LA DIFERENCIA ENTRE LA MUERTE Y LA TORTURA ESTRIBA EN LA PROLONGACIÓN DEL SUFRIMIENTO. UN LEÓN PUEDE MATAR EN MINUTOS; UNA ARAÑA O UNA SERPIENTE, EN HORAS. TE DISPARA UN FRANCOTIRADOR O TE CORTAN LA CABEZA EN UN INSTANTE. PERO SÓLO LOS VERDADEROS DEMÓCRATAS TE CONDENAN A MUERTE Y POSTERGAN LA INYECCIÓN LETAL. DURANTE AÑOS.
sALVADOR aLÍS.
martes, 9 de diciembre de 2014
CUALQUIER HOGUERA PRODUCE HUMO
CUALQUIER HOGUERA PRODUCE HUMO
A coincidir en semejanza se resisten algunas palabras, algunas voces,
también los cuerpos y los símbolos de esos cuerpos
se alejan y son perdidos en el incesante transcurrir,
y más tarde son halladas, escritas en otra lengua, al borde de la página
de la vida enmudecida, cuerpos y símbolos de esos cuerpos
desnudos y solos en la distancia.
Perdida la rima, el tono, el sobresalto. Perdida la música, el encanto
de yacer juntos esos cuerpos y que el tiempo se detenga.
Rara vez ella se presenta con su vestido oscuro, rara vez
con su vestido blanco. La recubre la exuberante naturaleza verde
y aparece embriagada por el vino.
En este bosque de palabras cualquier hoguera produce humo.
Las sombras de los pájaros que antes fueron pájaros
cantan en agitada confusión, extraviadas en el alto ramaje,
un lamento de voces y palabras que otro viento se lleva consigo
hasta el más allá donde anidan
los verdaderos cuerpos y las verdaderas alas.
Y sobrevolando el bosque, en un cielo encendido y esmeralda,
sin saber hacia dónde caer en picado,
la sombra del halcón traza,
en repetidos círculos, el desconcierto de su esperanza.
Salvador Alís.
A coincidir en semejanza se resisten algunas palabras, algunas voces,
también los cuerpos y los símbolos de esos cuerpos
se alejan y son perdidos en el incesante transcurrir,
y más tarde son halladas, escritas en otra lengua, al borde de la página
de la vida enmudecida, cuerpos y símbolos de esos cuerpos
desnudos y solos en la distancia.
Perdida la rima, el tono, el sobresalto. Perdida la música, el encanto
de yacer juntos esos cuerpos y que el tiempo se detenga.
Rara vez ella se presenta con su vestido oscuro, rara vez
con su vestido blanco. La recubre la exuberante naturaleza verde
y aparece embriagada por el vino.
En este bosque de palabras cualquier hoguera produce humo.
Las sombras de los pájaros que antes fueron pájaros
cantan en agitada confusión, extraviadas en el alto ramaje,
un lamento de voces y palabras que otro viento se lleva consigo
hasta el más allá donde anidan
los verdaderos cuerpos y las verdaderas alas.
Y sobrevolando el bosque, en un cielo encendido y esmeralda,
sin saber hacia dónde caer en picado,
la sombra del halcón traza,
en repetidos círculos, el desconcierto de su esperanza.
Salvador Alís.
ANNA AJMÁTOVA
Después de escribir mi último poema, EL GALLO DE ASCLEPIO, sentí una gran satisfacción, felicidad por la obra lograda. Dormí poco esa noche, y desperté alterado; le dije a mi compañera que en la noche me había visitado la musa. Jamás antes usé tal expresión, y yo mismo quedé extrañado. Lo que pretendía decir es que el poema me fue dictado y que, aunque breve -o por el hecho de serlo-, quedó resuelto, redondo, perfecto a mi parecer, como suele decirse: sin falta y sin exceso.
Pero hoy, pocos días más tarde, aparece casualmente ante mí Anna Ajmátova con otro poema titulado LA MUSA, y pone las cosas en su sitio.
<< Cuando aguardo su llegada por las noches,
pareciera que la vida pende de un hilo.
¿Qué son los honores, la juventud, la libertad,
ante la dulce huésped con su flauta en la mano?
Y entra, me mira fijamente
y me quita la manta.
Le digo
"¿fuiste tú quien dictó a Dante
las páginas del Infierno?"
Y responde: "Yo". >>
Anna Ajmátova (1889-1966).
domingo, 7 de diciembre de 2014
SOVENTE IL SOLE
A menudo el sol
resplandece en el cielo
más bello y gracioso
si una oscura nube
ya lo ocultó.
Y el mar tranquilo
casi sin olas
se percibe mejor
si una tempestad
antes lo turbó.
resplandece en el cielo
más bello y gracioso
si una oscura nube
ya lo ocultó.
Y el mar tranquilo
casi sin olas
se percibe mejor
si una tempestad
antes lo turbó.
EL GALLO DE ASCLEPIO
EL GALLO DE ASCLEPIO
En el trance de la muerte importan tanto las últimas palabras.
El que acompaña, escucha, pretendiendo obtener un afirmación
a su esperanza, herencia, resarcimiento.
El que habla agotando su aliento quiere dejar las cuentas claras.
"Le debemos un gallo a Asclepio." -le dijo Sócrates a Critón
cuando la cicuta ascendía hasta su corazón. "Cuida que la deuda
sea satisfecha."
¡Quién, como Sócrates, en el momento final, fuera capaz
de recordar lo debido y olvidar lo demandado!
Es mucho lo que la vida nos ha dado y muy escaso nuestro aporte.
¿Quién no ha destruido, no ha causado estragos, no ha pisado
las flores? En la balanza de nuestro horizonte
pesa más el mar que el cielo.
Salvador Alís.
En el trance de la muerte importan tanto las últimas palabras.
El que acompaña, escucha, pretendiendo obtener un afirmación
a su esperanza, herencia, resarcimiento.
El que habla agotando su aliento quiere dejar las cuentas claras.
"Le debemos un gallo a Asclepio." -le dijo Sócrates a Critón
cuando la cicuta ascendía hasta su corazón. "Cuida que la deuda
sea satisfecha."
¡Quién, como Sócrates, en el momento final, fuera capaz
de recordar lo debido y olvidar lo demandado!
Es mucho lo que la vida nos ha dado y muy escaso nuestro aporte.
¿Quién no ha destruido, no ha causado estragos, no ha pisado
las flores? En la balanza de nuestro horizonte
pesa más el mar que el cielo.
Salvador Alís.
viernes, 5 de diciembre de 2014
JOHN KEATS
Mi
alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
del decreto del azar que anuncia que soy presa
de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento,
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.
Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido,
y un extraño dolor cuyo prodigio silente
mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente
con solo la sombra de un ser desconocido.
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
del decreto del azar que anuncia que soy presa
de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento,
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.
Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido,
y un extraño dolor cuyo prodigio silente
mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente
con solo la sombra de un ser desconocido.
John Keats (1795 - 1821).
sábado, 29 de noviembre de 2014
CABALLOS
ESCULTURAS DE CABALLOS DE DIFERENTES ARTISTAS
JOHN LOPEZ
HEATHER JANSCH
JAMES OLESON
CLAUDIA HECHAVARRIA Y ALBERTO MATAMOROS
GUSTAVO ACEVES
WILLIE BESTER
ADAM WESIERSKI
martes, 18 de noviembre de 2014
EN EL BOSQUE
EN EL BOSQUE
No en los libros innumerables, valorados por más o por menos,
leídos o deshojados.
No en los gatos en miniatura, atados a su brillo y a su polvo
en las estanterías.
No en las viejas carpetas donde se pegan los dibujos unos con otros
y se mezclan calaveras con autorretratos.
No en los cuadernos negros, tampoco en las blancas cuartillas,
apuntes infinitos e innecesarios.
No en las canciones que agitan nuestros corazones,
todavía con sus claras voces al borde de un borroso acantilado.
No en las playas del ayer ni en los veranos del mañana,
ni en los castillos de arena o de piedra,
ni en las calles de esta ciudad donde no hallarás respuesta.
No en los objetos cotidianos y personales, ni en la copa de vino inacabada
ni en el cigarrillo humeante, ni en la almohada aún caliente,
ni en las botas de suela de hierro ni en las gafas de 2,5 aumentos.
No en las pinturas, ni en los tigres, ni en la noche donde ya no estoy
ni en el día que no me levanta.
No en las miles de fotografías de todo lo que vi,
en las sombras de mis ojos que algún día fueron verdes.
No en los secretos ni en los enigmas, en la mitad de mi cuerpo
inalcanzable, en los errores y en los pasos perdidos.
No en las palabras que aquí se deslizan como fracaso
en la pendiente.
No en los abrazos que el recuerdo pinta de colores,
ni en los cuentos imaginados ni en los sueños que regresan.
No en las caricias ni en las confidencias,
ni siquiera en el amor que supones verdadero.
No en el fruto prohibido, ni en la tentación, ni en el proyecto,
ni en la meta lograda, ni en la compasión, ni en la cosecha ni en el azar.
Cuando yo me haya ido, si quieres encontrarme otra vez,
no te detengas ante el bosque, porque yo...,
yo soy el bosque.
Salvador Alís.
No en los libros innumerables, valorados por más o por menos,
leídos o deshojados.
No en los gatos en miniatura, atados a su brillo y a su polvo
en las estanterías.
No en las viejas carpetas donde se pegan los dibujos unos con otros
y se mezclan calaveras con autorretratos.
No en los cuadernos negros, tampoco en las blancas cuartillas,
apuntes infinitos e innecesarios.
No en las canciones que agitan nuestros corazones,
todavía con sus claras voces al borde de un borroso acantilado.
No en las playas del ayer ni en los veranos del mañana,
ni en los castillos de arena o de piedra,
ni en las calles de esta ciudad donde no hallarás respuesta.
No en los objetos cotidianos y personales, ni en la copa de vino inacabada
ni en el cigarrillo humeante, ni en la almohada aún caliente,
ni en las botas de suela de hierro ni en las gafas de 2,5 aumentos.
No en las pinturas, ni en los tigres, ni en la noche donde ya no estoy
ni en el día que no me levanta.
No en las miles de fotografías de todo lo que vi,
en las sombras de mis ojos que algún día fueron verdes.
No en los secretos ni en los enigmas, en la mitad de mi cuerpo
inalcanzable, en los errores y en los pasos perdidos.
No en las palabras que aquí se deslizan como fracaso
en la pendiente.
No en los abrazos que el recuerdo pinta de colores,
ni en los cuentos imaginados ni en los sueños que regresan.
No en las caricias ni en las confidencias,
ni siquiera en el amor que supones verdadero.
No en el fruto prohibido, ni en la tentación, ni en el proyecto,
ni en la meta lograda, ni en la compasión, ni en la cosecha ni en el azar.
Cuando yo me haya ido, si quieres encontrarme otra vez,
no te detengas ante el bosque, porque yo...,
yo soy el bosque.
Salvador Alís.
lunes, 17 de noviembre de 2014
sábado, 15 de noviembre de 2014
EL HERALDO MOTEADO
Érable Moucheté. Langeais. Francia. 8-XI-2014. Fotografía de Salvador Alís. |
EL HERALDO MOTEADO
El arce en el jardín pierde las hojas, no todas de una vez,
dejándolas caer suavemente sobre la hierba de este viaje en el otoño.
Doradas con esfuerzo por un sol ya débil, elásticas hojas de once puntas,
brillantes cubiertas de rocio, heraldos que anuncian otra vida
por una confusa y sin embargo acertada traducción.
A través de los cristales de la puerta de la cocina, cada mañana vemos
como el arce se agita con lentitud, los cuervos creando el viento
que desprende las hojas, pero no vemos nunca la caída en el instante
por mucho que las pruebas esparcidas clamen por su evidencia.
Y en la misma cocina, cada noche, hablamos del alma y del miedo,
del tiempo que pasa entre copa y copa de Chablis o de Vouvray.
Con el rastrillo amontonamos el primer día las hojas,
despejando las baldosas quebradas de color burdeos, pero volvieron
al día siguiente, como los cuervos, como las nubes.
Verdes, amarillas y naranjas, con algún toque marrón y gris.
Y pese a todo no son hojas muertas porque renacerán.
Se fraguan destinos en la cocina, el sacacorchos no descansa,
los tapones se ennegrecen. Si la puerta queda abierta en la noche, el frío
penetra en la casa. Pero el arce en el jardín duerme sobre su manto
de hojas doradas de once puntas, y no tiene miedo y nada lo perturba.
Tras el arce, otro árbol sin nombre o el esqueleto de un árbol.
Desnudo y oscuro, no acoje un solo nido, nos recuerda que todo
lo que es deja de ser, que los tiempos y los plazos son distintos,
que nada escapa a su sombra, que el cristal más transparente será velado.
Cualquier verdad tiene su excepción y su contrario.
Salvador Alís.
Árbol sin nombre. Langeais. Francia. 8-XI-2014. Fotografía de Salvador Alís. |
miércoles, 5 de noviembre de 2014
lunes, 3 de noviembre de 2014
LAS CAUSAS DE LA RUINA DEL IMPERIO ROMANO
LAS CAUSAS DE LA RUINA DEL IMPERIO ROMANO
En el precio, el favor; y la ventura,
venal; el oro, pálido tirano;
el erario, sacrílego y profano;
con togas, la codicia y la locura;
en delitos, patíbulo la altura;
más suficiente el más soberbio y vano;
en opresión, el sufrimiento humano;
en desprecio, la ciencia y la cordura,
promesas son, ¡oh Roma!, dolorosas
del precipicio y ruina que previenes
a tu imperio y sus fuerzas poderosas.
El laurel que te abraza las dos sienes
llama al rayo que evita, y peligrosas
y coronadas por igual las tienes.
venal; el oro, pálido tirano;
el erario, sacrílego y profano;
con togas, la codicia y la locura;
en delitos, patíbulo la altura;
más suficiente el más soberbio y vano;
en opresión, el sufrimiento humano;
en desprecio, la ciencia y la cordura,
promesas son, ¡oh Roma!, dolorosas
del precipicio y ruina que previenes
a tu imperio y sus fuerzas poderosas.
El laurel que te abraza las dos sienes
llama al rayo que evita, y peligrosas
y coronadas por igual las tienes.
FRANCISCO DE QUEVEDO
sábado, 1 de noviembre de 2014
viernes, 31 de octubre de 2014
LA CORRUPCIÓN Y LOS CONEJOS
De los muchos comentarios, opiniones y argumentos lanzados en estos días contra la diana de la corrupción, quiero destacar la siguiente imagen: alguien, en un debate televisivo, ha hecho esta mañana la siguiente comparación: nuestro gobierno se parece a una banda de conejos parada en medio de una carretera, con los ojos abiertos como platos, viendo venir a toda velocidad al camión de la corrupción, hipnotizados por la cegadora luz de sus faros, e incapaces de cualquier movimiento o reacción. No son palabras exactas, pero así puede entenderse.
La imagen, inevitablemente, me lleva a pensar en los magníficos textos de Mario Levrero titulados Caza de Conejos. Y por seguir con el juego, yo añadiría que esa limitada banda de conejos en la carretera ha estado saqueando el campo común de zanahorias que debía alimentar a los millones de inocentes conejos que habitan en el bosque y ahora están pasando hambre.
En el mismo debate (o en otro), ante la pregunta de qué puede hacer el gobierno para combatir la corrupción, alguien ha contestado que eso era imposible, lo mismo que pedirle a Al Capone que acabase con la Mafia. Por lo que se ve, se acrecienta el número de los que desconfían, los que dudan de que el lobo disfrazado de pastor proteja realmente al rebaño.
Cuando escucho a ciertos personajes decir que la mayoría de los políticos son honrados, que los casos de corrupción son puntuales, algunos garbanzos negros en el bote, sinvergüenzas siempre los hubo, y esgrimen la presunción de inocencia y se muestran tibios ante la imputación, no sé si echarme a reír o indignarme por su falta de respeto. No sé si son tontos o pretenden ser demasiado listos. Si pensamos que entre los 86 poseedores de las tarjetas negras tan sólo 4 no llegaron a usarlas, y que todos eran políticos (porcedentes de varios partidos), banqueros, empresarios y sindicalistas, se puede concluir que el 95,35 % de semejante casta eran corruptos. Y no cuesta nada extrapolar la estadística al conjunto de políticos, banqueros, empresarios y sindicalistas.
Bajo la alfombra de la ignorancia, del mirar para otro lado, del conformismo, la no implicación y el miedo, se esconde tal cantidad de basura que la peste es ya insoportable. Con el beneplácito de una sociedad adormecida se han amasado fortunas y se ha maquillado la democracia como a una deslucida y consentidora actriz en el ocaso de su carrera. Todavía hay idiotas que aplauden la representación, pero cada vez más podemos oir voces disconformes.
Lo viejo se resiste a renovarse, se aferra a su baston de mando. La posibilidad de que el público irrumpa en el escenario causa pánico entre los falsarios. El presidente Ubú, el tirano Ubú, el cornudo Ubú, el egocéntrico Ubú que sube sin cesar los impuestos para financiar su trono, saldrá corriendo de un momento a otro buscando esconderse en su rica madriguera de conejo para ponerse a salvo de los conejos pobres. Pero los conejos pobres, privados de sus zanahorias y hambrientos, están desarrollando su olfato. La madriguera del saqueador apesta.
La imagen, inevitablemente, me lleva a pensar en los magníficos textos de Mario Levrero titulados Caza de Conejos. Y por seguir con el juego, yo añadiría que esa limitada banda de conejos en la carretera ha estado saqueando el campo común de zanahorias que debía alimentar a los millones de inocentes conejos que habitan en el bosque y ahora están pasando hambre.
En el mismo debate (o en otro), ante la pregunta de qué puede hacer el gobierno para combatir la corrupción, alguien ha contestado que eso era imposible, lo mismo que pedirle a Al Capone que acabase con la Mafia. Por lo que se ve, se acrecienta el número de los que desconfían, los que dudan de que el lobo disfrazado de pastor proteja realmente al rebaño.
Cuando escucho a ciertos personajes decir que la mayoría de los políticos son honrados, que los casos de corrupción son puntuales, algunos garbanzos negros en el bote, sinvergüenzas siempre los hubo, y esgrimen la presunción de inocencia y se muestran tibios ante la imputación, no sé si echarme a reír o indignarme por su falta de respeto. No sé si son tontos o pretenden ser demasiado listos. Si pensamos que entre los 86 poseedores de las tarjetas negras tan sólo 4 no llegaron a usarlas, y que todos eran políticos (porcedentes de varios partidos), banqueros, empresarios y sindicalistas, se puede concluir que el 95,35 % de semejante casta eran corruptos. Y no cuesta nada extrapolar la estadística al conjunto de políticos, banqueros, empresarios y sindicalistas.
Bajo la alfombra de la ignorancia, del mirar para otro lado, del conformismo, la no implicación y el miedo, se esconde tal cantidad de basura que la peste es ya insoportable. Con el beneplácito de una sociedad adormecida se han amasado fortunas y se ha maquillado la democracia como a una deslucida y consentidora actriz en el ocaso de su carrera. Todavía hay idiotas que aplauden la representación, pero cada vez más podemos oir voces disconformes.
Lo viejo se resiste a renovarse, se aferra a su baston de mando. La posibilidad de que el público irrumpa en el escenario causa pánico entre los falsarios. El presidente Ubú, el tirano Ubú, el cornudo Ubú, el egocéntrico Ubú que sube sin cesar los impuestos para financiar su trono, saldrá corriendo de un momento a otro buscando esconderse en su rica madriguera de conejo para ponerse a salvo de los conejos pobres. Pero los conejos pobres, privados de sus zanahorias y hambrientos, están desarrollando su olfato. La madriguera del saqueador apesta.
miércoles, 29 de octubre de 2014
sábado, 25 de octubre de 2014
ANTE EL IMPERIO
"Cuanto más insiste Roma en condenar al esclavo como esclavo,
más cerca me siento del esclavo
y más se acrecienta mi convicción de que mi deber es luchar contra Roma."
Autor anónimo, latino, hacia el siglo XXI.
jueves, 23 de octubre de 2014
RUIDO DE FONDO
El ruido es todo lo opuesto a la música, lo inarticulado, lo que penetra violentamente en el cerebro y causa agitación y malestar. En la música hay ruido, sí, pero no se impone, no agrede, porque lo que define a la música no es el sonido sino el silencio, no el soplo ni la vibración ni el redoble sino las pausas entre los sonidos, la nada anterior y posterior y los fragmentos vacíos que se intercalan entre notas e instrumentos.
Hay ruido en muchas películas cuya banda sonora es el miedo y el efecto del miedo, o la violencia sonora, o la risa falsificada y aumentada que fuerza otras risas sin objeto.
Hay ruido en la arquitectura contemporánea, en las torres obsoletas, en los aeropuertos sin vuelo, en los palacios en ruinas, en los teatros de la ópera reducidos a una simple maqueta. Ruido en el World Financial Center y ruido en el Burj Dubai.
Hay ruido en la pintura y en la escultura, en los grafitis de Banksy, en los tiburones de Damien Hirst y en los neones de Bernardí Roig. Hay mucho ruido plasmado en dos y en tres dimensiones.
Hay ruido en la literatura, ruido de disparos de pistola en las novelas negras, ruido de la muerte y del diablo que saben venderse bien y ganan, invariablemente, todos los premios y reconocimientos.
Hay mucho ruido en la política y en la economía, monedas que circulan en la oscuridad y chocan unas con otras y multiplican su potencial, voces cuya estridencia es la mentira, discursos y arengas que invalidan sus propios altavoces.
Y hay, evidentemente, más ruido todavía en los medios de comunicación, en los debates y en las noticias, en los miles de millones de fotografías hambrientas como plaga de langosta, en los vídeos donde la nueva enciclopedia universal se está construyendo, en los mensajes que vuelan -como por arte de magia- de un extremo al otro del mundo sin necesitar de palomas mensajeras.
Hay muchísimo ruido sobre los desiertos que guardan bajo su arena viscosas reservas de hidrocarburos, y ruido en la superficie de esos desiertos, en las ciudades roídas de esos desiertos, entre los tanques de la nueva afrika-korps, los silbantes misiles y los sibilinos drones.
Hay ruido y alteración y énfasis entre los microorganismos, alrededor de los virus y las supuestas amenazas y las previsibles vacunas.
Hay ruido en la desnudez y en la farsa, en las inquietudes inculcadas, en los programas de control mental, en las ventanas abiertas al universo, en la vida no nacida y en la inteligencia artificial.
Al parecer este nudo histórico ha sido desanudado y se ha producido la gran aceleración que impulsa a la humanidad, primero, hacia delante y, luego, hacia atrás.
Este concierto no será tarea fácil, interpretar la obra entrañará dificultades, un nuevo director de orquesta deberá desaparecer para que los músicos actúen. Los que desafinan tendrán que apartarse o ser apartados. Lo que se busca ya no es el ruido sino el silencio, no la distorsión sino la armonía. Voces que no aportan nada a la obra deberán callarse o ser calladas.
Tiempos convulsos y ruido de fondo. No se apacigua el corazón ante los gritos de los exaltados, el fanatismo de los ignorantes, las grandes mentiras y los ídolos de barro. Adan y Eva ya no están desnudos en el paraiso, y en el árbol del conocimiento sólo crecen frutos podridos.
Lo contrario a este ruido es hoy una danza macabra. Se vive aún. Se tiene la posibilidad de escuchar alguna música verdadera, de apoyar un violín contra el hombro y pasar por sus cuerdas un cuchillo. Participar en ello no es imposible.
jueves, 16 de octubre de 2014
EN BUSCA DE LA VERDAD
Lo reconozco: soy un adicto a Thomas Bernhard. No sólo a su literatura, también a él como persona y como personaje, como ser humano y como actor. Y, por supuesto, no es ésta la única de mis adicciones, pues deberían sumarse a ella el café, el tabaco, el vino, los viajes, el sexo, los gatos, los sueños y otras muchas que no vienen al caso. Podría ser peor, desde luego, o mejor tal vez, pero esto es lo que hay y lo que incluye esta noche mi confesión.
Prefiero ser un adicto a Thomas Bernhard que un adicto al dinero. Esta tarde he gastado 24 euros en el nuevo libro de Bernhard, En busca de la verdad, y lo he justificado razonando que mi gasto mensual en necesidades del cuerpo (un techo bajo el que dormir, luz y gas, comida, vino y tabaco, medicamentos y placebos) supera con mucho mi gasto en necesidades del alma. Las 422 páginas de En busca de la verdad alimentarán mi mente o mi espíritu durante muchos días, quizá años.
Esta adicción, probablemente, sólo la entenderán otros adictos, resultando ridícula ante ojos no tocados por la ironía y la lucidez, ojos complacientes y complacidos, no lectores o lectores de la falsa literatura de los superventas y los éxitos luminosos de las efímeras bengalas publicitarias.
Desde que supe que el 16 de octubre se pondría a la venta la nueva obra de Bernhard, apenas he dormido esperando el momento. Así son las cosas, para mí, cansado lector y lector de vista disminuida, confiado más en lo que re-conozco y he probado que en el bocado nuevo que, tan a menudo, me llena la boca de insípida harina. ¿Se deduce de esto que Thomas Bernhard sea un dios para mí? En absoluto, puesto que soy ateo. Alguien que me habla al oído y cuyo relato entiendo.
A las 21:30, al salir de la biblioteca Babel, donde mi amigo D. C. y yo acabábamos de tomar dos copas de Los duelistas y otras dos de Carme, despues de haber conseguido no sin dificultad el libro de Bernhard, una joven de grandes ojos líquidos, sin duda con alguna copa de más, nos ha detenido en mitad de La Costa De La Pols, frente a la puerta de un vinoteca en un sótano, primero con la excusa de pedir fuego y, a continuación, para -locamente- hablar de Hermann Hesse, de su malestar intelectual, de su ambición de llegar a ser periodista, de su intento por escribir una novela, de su ansiedad por aprender a escribir, de su deseo de leer un libro que le cambiase la vida.
El vino se oponía a un esperado recato y convertía la situación en excepcional, un cuerpo a cuerpo y una mirada a mirada y palabra ante palabra que no producía en mi ninguna inquietud ni deseo de retroceder, sino todo lo contrario. Sus lecturas recientes, según menciones: Charles Bukowski, Eduardo Mendoza, Paulo Coelho. Lecturas disparatadas, propias de una joven de 25 años debatiéndose en un mar de dudas. Le he dicho así, taxativamente, que Coelho era una mierda, que Mendoza no me interesaba, que Bukowski era un impresentable, y que Hesse era un escritor para adolescentes.
La belleza de su juventud imparable ha sido el recurso de su contestación. "Entonces aconséjame un libro serio, algo verdadero, algo donde encontrar respuestas." No hay respuestas en la literatura, según mi punto de vista. Únicamente preguntas. La diferencia es que la buena literatura te presenta preguntas que vale la pena responder pero, a tal fin, te exige un esfuerzo de introspección, y la literatura de pasatiempo te da ella misma las respuestas con su desenlace.
Mi amigo D. C. se fue a buscar el coche al aparcamiento. Y Carmen, como me confiesa que se llama la avasalladora joven entre cuyos sensuales labios brillan, no blancos dientes, sino inquisitivos ojos abiertos, desinhibida por el vino y la noche, acerca más si cabe su cuerpo al mío, e insiste en un próximo encuentro y en ampliar o continuar la conversación. Le recomiendo, como solución final, que lea a Thomas Bernhard, advirtiéndole que no es un escritor fácil, que fácilmente puede despreciarlo, pero que, de igual forma, puede ser deslumbrada y convertirse en una adicta. Le enseño mi trofeo recién adquirido y lo toma entre sus manos, lo abre al azar un par de veces y lee algunas frases: "todo es en el fondo una broma", "la gente que quiere entablar conversación me resulta sospechosa".
Carmen me pide que le deje fotografiar con su móvil la portada de En busca de la verdad, a lo que accedo. Me asegura que lo comprará en Babel. Y como vuelan entre nosotros los números de teléfono y un posible posterior contacto, y como ella quiere leer un libro que le cambie la vida, le propongo un trato: en la próxima semana pasaré por la vinoteca donde no trabaja (trabaja en un hospital) pero donde sí trabaja un tipo que nos observa a distancia con su sonrisa invisible, que algo tiene que ver con ella, y dejaré allí, para ella, un ejemplar de Time Lapse.
A partir de aquí todo son especulaciones, repeticiones y falsas esperanzas.
Prefiero ser un adicto a Thomas Bernhard que un adicto al dinero. Esta tarde he gastado 24 euros en el nuevo libro de Bernhard, En busca de la verdad, y lo he justificado razonando que mi gasto mensual en necesidades del cuerpo (un techo bajo el que dormir, luz y gas, comida, vino y tabaco, medicamentos y placebos) supera con mucho mi gasto en necesidades del alma. Las 422 páginas de En busca de la verdad alimentarán mi mente o mi espíritu durante muchos días, quizá años.
Esta adicción, probablemente, sólo la entenderán otros adictos, resultando ridícula ante ojos no tocados por la ironía y la lucidez, ojos complacientes y complacidos, no lectores o lectores de la falsa literatura de los superventas y los éxitos luminosos de las efímeras bengalas publicitarias.
Desde que supe que el 16 de octubre se pondría a la venta la nueva obra de Bernhard, apenas he dormido esperando el momento. Así son las cosas, para mí, cansado lector y lector de vista disminuida, confiado más en lo que re-conozco y he probado que en el bocado nuevo que, tan a menudo, me llena la boca de insípida harina. ¿Se deduce de esto que Thomas Bernhard sea un dios para mí? En absoluto, puesto que soy ateo. Alguien que me habla al oído y cuyo relato entiendo.
A las 21:30, al salir de la biblioteca Babel, donde mi amigo D. C. y yo acabábamos de tomar dos copas de Los duelistas y otras dos de Carme, despues de haber conseguido no sin dificultad el libro de Bernhard, una joven de grandes ojos líquidos, sin duda con alguna copa de más, nos ha detenido en mitad de La Costa De La Pols, frente a la puerta de un vinoteca en un sótano, primero con la excusa de pedir fuego y, a continuación, para -locamente- hablar de Hermann Hesse, de su malestar intelectual, de su ambición de llegar a ser periodista, de su intento por escribir una novela, de su ansiedad por aprender a escribir, de su deseo de leer un libro que le cambiase la vida.
El vino se oponía a un esperado recato y convertía la situación en excepcional, un cuerpo a cuerpo y una mirada a mirada y palabra ante palabra que no producía en mi ninguna inquietud ni deseo de retroceder, sino todo lo contrario. Sus lecturas recientes, según menciones: Charles Bukowski, Eduardo Mendoza, Paulo Coelho. Lecturas disparatadas, propias de una joven de 25 años debatiéndose en un mar de dudas. Le he dicho así, taxativamente, que Coelho era una mierda, que Mendoza no me interesaba, que Bukowski era un impresentable, y que Hesse era un escritor para adolescentes.
La belleza de su juventud imparable ha sido el recurso de su contestación. "Entonces aconséjame un libro serio, algo verdadero, algo donde encontrar respuestas." No hay respuestas en la literatura, según mi punto de vista. Únicamente preguntas. La diferencia es que la buena literatura te presenta preguntas que vale la pena responder pero, a tal fin, te exige un esfuerzo de introspección, y la literatura de pasatiempo te da ella misma las respuestas con su desenlace.
Mi amigo D. C. se fue a buscar el coche al aparcamiento. Y Carmen, como me confiesa que se llama la avasalladora joven entre cuyos sensuales labios brillan, no blancos dientes, sino inquisitivos ojos abiertos, desinhibida por el vino y la noche, acerca más si cabe su cuerpo al mío, e insiste en un próximo encuentro y en ampliar o continuar la conversación. Le recomiendo, como solución final, que lea a Thomas Bernhard, advirtiéndole que no es un escritor fácil, que fácilmente puede despreciarlo, pero que, de igual forma, puede ser deslumbrada y convertirse en una adicta. Le enseño mi trofeo recién adquirido y lo toma entre sus manos, lo abre al azar un par de veces y lee algunas frases: "todo es en el fondo una broma", "la gente que quiere entablar conversación me resulta sospechosa".
Carmen me pide que le deje fotografiar con su móvil la portada de En busca de la verdad, a lo que accedo. Me asegura que lo comprará en Babel. Y como vuelan entre nosotros los números de teléfono y un posible posterior contacto, y como ella quiere leer un libro que le cambie la vida, le propongo un trato: en la próxima semana pasaré por la vinoteca donde no trabaja (trabaja en un hospital) pero donde sí trabaja un tipo que nos observa a distancia con su sonrisa invisible, que algo tiene que ver con ella, y dejaré allí, para ella, un ejemplar de Time Lapse.
A partir de aquí todo son especulaciones, repeticiones y falsas esperanzas.
martes, 14 de octubre de 2014
VIEJAS CALLES
VIEJAS CALLES
Vuelves a visitar las viejas calles, el laberinto empedrado donde navegaste
en un barco de cartón sus corrientes de nieve cuesta abajo,
entre casas deshabitadas entonces y ahora,
entre la risa y el llanto. Nada se hizo para siempre.
Repites las mismas historias con variantes, y a veces alguien te escucha
como si fuera la primera vez, tu cabeza lo sabe y no puede evitarlo,
se encienden fuegos donde ya hubo hogueras,
destino trazado. Nada se hizo para siempre.
El acontecimiento como irrupción pierde su impulso y no sorprende ya,
el futuro parece una inacabada restauración del pasado,
la pared de piedra sin sol se ha cubierto de enrevesada hiedra
que oculta las ventanas. Nada se hizo para siempre.
En ese laberinto vas dejando caer cuentas de cristal que niega la oscuridad
como señales, visibles cuando el invierno acaba y otra vida
es deslumbrada al amanecer de otro verano,
imposible hallar la salida. Nada se hizo para siempre.
Subes a la última torre como a la primera, entre el asombro del vértigo
y el combate con las telarañas, gotas de agua en la escalera,
diamantes de una lluvia interior, hasta las campanas de bronce,
y te asomas al vacío. Nada se hizo para siempre.
En las viejas calles el mismo desfile de estandartes y fantoches,
espantapájaros dorados portando sus armas y sus velas humeantes,
el lobo y el ciervo y el jabalí y la liebre y la astuta ardilla
saltando de rama en rama. Nada se hizo para siempre.
Salvador Alís.
Vuelves a visitar las viejas calles, el laberinto empedrado donde navegaste
en un barco de cartón sus corrientes de nieve cuesta abajo,
entre casas deshabitadas entonces y ahora,
entre la risa y el llanto. Nada se hizo para siempre.
Repites las mismas historias con variantes, y a veces alguien te escucha
como si fuera la primera vez, tu cabeza lo sabe y no puede evitarlo,
se encienden fuegos donde ya hubo hogueras,
destino trazado. Nada se hizo para siempre.
El acontecimiento como irrupción pierde su impulso y no sorprende ya,
el futuro parece una inacabada restauración del pasado,
la pared de piedra sin sol se ha cubierto de enrevesada hiedra
que oculta las ventanas. Nada se hizo para siempre.
En ese laberinto vas dejando caer cuentas de cristal que niega la oscuridad
como señales, visibles cuando el invierno acaba y otra vida
es deslumbrada al amanecer de otro verano,
imposible hallar la salida. Nada se hizo para siempre.
Subes a la última torre como a la primera, entre el asombro del vértigo
y el combate con las telarañas, gotas de agua en la escalera,
diamantes de una lluvia interior, hasta las campanas de bronce,
y te asomas al vacío. Nada se hizo para siempre.
En las viejas calles el mismo desfile de estandartes y fantoches,
espantapájaros dorados portando sus armas y sus velas humeantes,
el lobo y el ciervo y el jabalí y la liebre y la astuta ardilla
saltando de rama en rama. Nada se hizo para siempre.
Salvador Alís.
miércoles, 8 de octubre de 2014
ATRACAR UN BANCO + ÉBOLA
En definitiva un banco puede ser atracado de dos formas: desde el exterior o desde el interior. Algo parecido ocurre con nuestro cuerpo, vulnerable ante los fieros leones y los helados virus. Que un desgraciado entre en la oficina del dinero portando una pistola simulada es intolerable. Cosa distinta es que el contable derive millones a su cuenta privada como quien no sabe nada. Animales horrendos son los murciélagos, reservorios de la mutación letal del maligno ébola. Según los expertos (¿médicos o políticos?), ante la duda mejor sacrificar al perro. Con un silogismo similar se podría concluir que la mejor manera de contener una epidemia es incinerar a todos los afectados. Y con los mismos razonamientos, desactivar a los profesionales de la extorsión, el desvalijamiento y el abuso. Periódicamente las industrias farmacéuticas ponen en circulación a sus bichitos, y luego juegan a inventar una vacuna. Cuarenta años ebolando África y en 2014 el gran experimento: la expansión y la externalización. Nada nuevo si se recuerdan sida, vacas locas, gripe aviar, gripe a, ántrax y demás terrorismos biológicos. La ministra del ramo no puede ocultar su cara de madera. Se criminalizan virus fantasmales, cuando el rey de los virus, el más temible y el que más muertes causa es el dinero. El próximo fin de semana, el tema estrella no será el fútbol sino el miedo. Se acerca el invierno y el frío. Muchos tendrán fiebre y nuestros gobiernos esperan que los ataques de pánico, como de costumbre, oculten al verdadero enemigo.
No tenía ninguna fe en nuestro destino, pero ahora, ante la incompetencia y el nerviosismo de los atracadores, ante sus chapuceros ataques y su delatada estrategia, me pasa por la cabeza la idea de que aún podemos cambiar el paso (o echar a andar) y formar un frente que detenga la amenaza.
No tenía ninguna fe en nuestro destino, pero ahora, ante la incompetencia y el nerviosismo de los atracadores, ante sus chapuceros ataques y su delatada estrategia, me pasa por la cabeza la idea de que aún podemos cambiar el paso (o echar a andar) y formar un frente que detenga la amenaza.
sábado, 4 de octubre de 2014
EXTRAÑO EN EL PARAÍSO
EXTRAÑO EN EL PARAÍSO
Un poco de veneno cada día,
la mínima dósis para no morir y estar muriendo,
cristalina copa servida en la oscuridad,
en esta fiesta a la que nadie fue invitado,
y en un paraíso extraño donde el amor
baila con zapatos de papel.
La arañas colgantes no emiten luz,
los tapices en las paredes rezuman tinta negra,
todo el decorado un torpe dibujo
de una realidad ajena.
Sólo la orquesta es aceptable,
la cantante y su voz que se alza y adormece.
Periódicos en el suelo y pantallas en las paredes,
las mesas sin manteles y los cubiertos de hierro,
las panecillos ácimos,
surtidores de agua enfangada
y fumarolas infernales.
Hombres uniformados y mujeres marcadas
se deslizan en turbios abrazos
y giran hasta perder la consciencia,
asesinos y camareros en las esquinas
atentos al menor deliz.
Un poco más de veneno en la copa oscura,
las escaleras de mármol como un trampantojo,
no hay piso superior para los no iniciados
y se precisa un pase especial para acceder al palco,
a los bellos jardines, a la infinita bodega.
El amor baila con los zapatos mojados,
la amistad se resuelve en lances de esgrima,
negocios sucios, delación y diplomacia.
Tontos y ladrones en esta fiesta sin final
y sin principio, ángeles infaustos clavados en los muros
del paraíso fortificado
donde se esconde la cobardía
y se celebra la ambición.
Velas consumidas y humeantes,
las falsas flores y los falsos arbustos,
las armas latiendo bajo los trajes alquilados,
solo la orquesta es aceptable.
La cantante sin maquillar y su voz distorsionada.
He perdido entre el barullo y la burla
a mi pareja, a mi confuso doble,
bajo las arañas colgantes que no emiten luz.
Palabras y más palabras y ni siquiera una afirmación,
ni siquiera una palabra que acabe
con todas las palabras.
Salvador Alís.
Un poco de veneno cada día,
la mínima dósis para no morir y estar muriendo,
cristalina copa servida en la oscuridad,
en esta fiesta a la que nadie fue invitado,
y en un paraíso extraño donde el amor
baila con zapatos de papel.
La arañas colgantes no emiten luz,
los tapices en las paredes rezuman tinta negra,
todo el decorado un torpe dibujo
de una realidad ajena.
Sólo la orquesta es aceptable,
la cantante y su voz que se alza y adormece.
Periódicos en el suelo y pantallas en las paredes,
las mesas sin manteles y los cubiertos de hierro,
las panecillos ácimos,
surtidores de agua enfangada
y fumarolas infernales.
Hombres uniformados y mujeres marcadas
se deslizan en turbios abrazos
y giran hasta perder la consciencia,
asesinos y camareros en las esquinas
atentos al menor deliz.
Un poco más de veneno en la copa oscura,
las escaleras de mármol como un trampantojo,
no hay piso superior para los no iniciados
y se precisa un pase especial para acceder al palco,
a los bellos jardines, a la infinita bodega.
El amor baila con los zapatos mojados,
la amistad se resuelve en lances de esgrima,
negocios sucios, delación y diplomacia.
Tontos y ladrones en esta fiesta sin final
y sin principio, ángeles infaustos clavados en los muros
del paraíso fortificado
donde se esconde la cobardía
y se celebra la ambición.
Velas consumidas y humeantes,
las falsas flores y los falsos arbustos,
las armas latiendo bajo los trajes alquilados,
solo la orquesta es aceptable.
La cantante sin maquillar y su voz distorsionada.
He perdido entre el barullo y la burla
a mi pareja, a mi confuso doble,
bajo las arañas colgantes que no emiten luz.
Palabras y más palabras y ni siquiera una afirmación,
ni siquiera una palabra que acabe
con todas las palabras.
Salvador Alís.
viernes, 3 de octubre de 2014
1984 / II
1984 / II
Nunca he tenido pesadillas, jamás un mal sueño, un dormir inquieto. Los sueños más agitados, los más complejos y absurdos, siempre han sido argumentos para un apunte, fragmentos de otra vida, esbozos del guión de una representación inacabada.
Noche tras noche en ese escenario, portando la máscara cambiante de la quimera.
Contemplando este viejo retrato de mi padre, ¿cómo no pensar en un hábil filósofo de la ironía?
En 1984, mi padre tenía once años más de los que yo tengo ahora; faltaba apenas un año para que muriera. Acató mis instrucciones y miró de lado cuando yo lo enfocaba con una Nikon FM2, la luz en su frente y su cabello blanco peinado hacia atrás.
A pesar de nuestras diferencias, cada vez que mi padre ha hecho acto de presencia en mis sueños, su imagen ha sido benefactora. Eso es importante y se tiene en cuenta.
También él nació al pie del castillo, y sufrió lo indecible por los caprichos y políticas del castillo.
La piel de su cara formando parte de una sucinta herencia que se completa con: una cinta métrica, unas gafas de cristal y cuero, algunas herramientas y poco más. El traje negro no, pues se lo llevó a la tumba.
Me reconozco en sus ojos y en sus dientes, en el café de la mañana, en el tabaco, en el vaso de vino, en su resistencia a la fruta, en su paciencia amorosa, en su tolerancia y en su risa.
Me reconozco en su música y en su clarinete.
Me reconozco en su trastienda, en su humilde chimenea, en su mano como una rama seca que un día tomó mi mano y en su abrazo cuando, siendo yo un niño, me señaló la fiebre y me atacó la avispa.
"O, let me weep, for ever weep,
my eyes no more shall welcome sleep;
i'll hide me from the sight of day
and sigh, and sigh my soul away.
he's gone, he's gone; his loss deplore
and i shall never see him more."
La cal en sus ojos y el yeso en su semblante.
Pude haberle dado más vida, ¿quién lo sabe? A él le debo la mía.
Once años nos separan ahora, el reloj no se detiene, mis dedos aún no se han vuelto amarillos, y aún conservo gran parte de mi dentadura.
Perdidas, de su herencia, las gafas Ray-Ban y la afeitadora Philips. Nunca leí sus novelas y él nunca leyó las mías. Ni uno solo de sus cabellos plateados he guardado en un sobre. Ni una sola de sus cartas. Ni recuerdo el timbre de su voz.
Bajo el mismo castillo que se derrumbó y se derrumba, hasta hoy, sin acabar de hacerlo porque, aunque tan lejos y en tanta decadencia, su sombra sigue indicando sobre el suelo la hora fatídica y la marca que separa a los contendientes.
La belleza de su edad y la envergadura de su corazón, cortas alas con que voló al norte de África y puso ladrillo sobre ladrillo para mi pequeña torre y me alejó de sí cuando presintió el final.
Nunca he tenido pesadillas, jamás un mal sueño, un dormir agitado.
Despierto muchas veces porque el sueño se interrumpe, pero entonces voy a fumar (no importa la hora) a la habitación de la memoria donde mi padre mira hacia la ventana (del otro lado: la noche o el amanecer) y me muestra el camino.
En su dormitorio, a cuatro metros de altura, siempre se sintió a salvo de la lluvia y de cualquier eventual inundación. Los fantasmas de la casa no se hablaban con él.
Esa mirada suya puede que pronto esté en mis ojos.
lunes, 29 de septiembre de 2014
1984 / I
1984 / I
La peor de mis pesadillas, durante años, fue encontrarme emparedado en los muros del castillo y, ante mí, una simple hendidura vertical a través de cuya luz contemplaba la vida pasar.
Entre las almenas de ese castillo, una doncella dispuesta a saltar peinando sus cabellos como alas.
Regresé tantas veces al recinto amurallado, confundido en la noche oscura, portando la llave de la Torre de Armas.
Los caballos ausentes y los jinetes ausentes. Y, como una sombra entre las sombras, la reina vestida con su capa negra de tela de paraguas y un crucifijo de madera atravesando su corazón.
Callejuelas en declive, adoquines sin memoria, grietas estructurales.
Las viejas casas y la vieja lucha de clases. Olvidados los trabajadores que levantaron el castillo. El peor enemigo de la clase trabajadora es la misma clase trabajadora.
Atraviesa el túnel bajo la Torre del Homenaje un viento que no hace ruido. Pero el ruido permanece en el interior del castillo, a la espera de un acontecimiento que se posterga ya treinta años y cuyo advenimiento se contempla como inminente.
Los bosques, alrededor del castillo, donde la doncella terminó su vuelo. Silenciosos y dorados en el otoño de esta vida.
Arcos de piedra y visiones desde la altura de un fortificación que se derrumba.
Emparedado e inmóvil, comtemplando la vida pasar con sus triunfos y alabanzas, sus marchas militares, sus consignas y alientos, sin una pared a mis espaldas, sin una deseable intervención.
Los ojos de la doncella lejos de las torres y los bosques, frente al mar.
La vida en su conjunto se reduce a un puñado de símbolos con la forma de pequeñas piedras en las manos de un niño. Las piedras caen al suelo y las manos se llenan de caricias y de muerte.
La cabeza llena de ruido y el castillo al fondo, dominando desdibujado la vieja fotografía.
La delgada sombra de un alambre curvándose sobre mi ceja izquierda, liberado de los muros y enfrentado al espejo donde ya la doncella voladora no se refleja.
Tanto daño te hice, tanto miedo te infundí. Los caballos ausentes y los jinetes ausentes.
Flechas de dos puntas viajando a la vez hacia tu pecho y mi pecho. Tú contemplando el mar y yo la vida que pasa por el ojo de la cerradura de la puerta de hierro del castillo.
Lo que antes fue amenaza se intuye hoy como respuesta. El silencio que guarda el recinto amurallado, el viento que no hace ruido.
Asciende vertiginosamente la doncella su escalera de caracol. Guillermo Tell surge del tupido bosque. La reina negra busca asustada refugio en un horno de pan. La fuente no se cierra.
El señor del castillo pone las manzanas sobre las cabezas a su antojo. Quienes levantaron piedra sobre piedra las torres y la murallas han sido traicionados por el panadero y el aguador. La doncella se salvó a sí misma con su vuelo.
En 1984, con una primitiva cámara Kodak de plástico, entorné los ojos para trasladar al futuro este autorretrato.
jueves, 25 de septiembre de 2014
ANDY PROKH
ANDY PROKH
Fotógrafo ruso nacido en 1968. Desde 2006 se dedica a la fotografía profesional.
A continuación, una muestra de su trabajo, de una larga serie que fue realizando durante varios años con su hija Katherine y su gato LiLu.
"Uno debe fotografiar lo que ama. Yo amo a estos dos modelos muchísimo.
Viven y crecen juntos; lo único que yo hago es presionar el disparador de la cámara."
(Para Anduin y Nacho)
Viven y crecen juntos; lo único que yo hago es presionar el disparador de la cámara."
(Para Anduin y Nacho)
Para ver más:
domingo, 21 de septiembre de 2014
DEBAJO DE LA CAMA
Ni las artes marciales ni el yoga, ni los libros de autoayuda ni la Holy Bible, ni la más sesuda filosofía ni la cocina vegetariana, ni la Comuna ni la meditación trascendental, ni el activismo ni el misticismo, ni la Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior ni el Mein Kampf, ni Krishnamurti ni Steve Jobs, ni Bujará ni Dubái, ni Raziel ni Magoa... Si alguien desea vivir una gran experiencia vital, mi consejo es que se acueste debajo de su cama.
Yo he tenido la suerte de disponer de una habitación propia en estos últimos tiempos (también en los primeros, pero eso no cuenta). A principios del verano, y decidido como fuera a combatir el estrés, decidí sentarme frente a una pared blanca, al menos diez minutos cada noche, sin cerrar los ojos, pretendiendo apaciguar mis pensamientos ante esa blancura. Lo conseguí en parte pero, más tarde, se me ocurrió otra solución, una alternativa más arriesgada y radical: pasar una noche a la semana tumbado sobre una esterilla bajo la cama.
Debajo de la cama uno se encuentra en otra dimensión. No se sabe muy bien dónde se está, sobre el suelo, sobre el techo del piso inferior, bajo el cielo laminado de un somier de madera o una malla metálica, bajo un colchón que, en cierto modo, insonoriza el lugar de los gemidos de la noche y amplifica cualquier reflexión interna.
Les recomiendo probar el experimento, mejor en verano que en invierno, deslizarse bajo sus camas sobre una esterilla de paja o de juncos, cerrar los ojos, cruzar los brazos sobre el pecho, sentir la solidez del piso bajo la espalda. El agobio de la posición se parecerá al hecho de morir. Pasarán horas de intranquilidad, nada que ver con sentarse ante una pared blanca, se preguntarán por qué y para qué y dónde están y dónde van a llegar.
Con el amanecer vendrá el alivio, recuperarán la posición erguida, les dolerá la espalda, verán la luz.
Bajo las camas, según el mito y los cuentos infantiles, se esconden monstruos, nuestros miedos y fantasmas, entidades silenciosas y acechantes. Enfrentar esos miedos, plantar cara a nuestros fantasmas, no es el objetivo. Pasen una sola noche a solas con sus cuerpos bajo las camas y descubrirán algo que no puede contarse. El escalofrío y la cera de las baldosas, la estructura de la cama sobre el cuerpo como una jaula, y uno ahí, inmóvil o inmovilizado, mientras se suceden las horas en la oscuridad, esperando el temblor de un imaginario terremoto, la sacudida del anticipo de venirse abajo.
La mente trabaja en situaciones excepcionales con una diligencia admirable.
Sobre todo, téngase en cuenta que, bajo la estructura metálica de una cama, usted sufrirá cierta limitación de movimientos, que su mente sentirá sin duda una aceleración incontrolable. Los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos cerrados, una vez a la semana, igualándose a la muerte y renaciendo después.
La pared en blanco funciona a veces, no siempre, pero les aseguro que tumbarse bajo la cama, una noche a la semana, crea sueños no soñados y dota al cuerpo y al espíritu del yacente de una fuerza primigenia que sorprende por la simplicidad del recurso y el mínimo coste argumental.
Bajo la cama se escucha el mar, un ejército de pájaros piando en los bosques, el lamento de los leones al final de su ciclo. Bajo la cama se activa la memoria, se recuerda el color de las canciones, se asoma uno a ventanas abiertas, se vuelven a subir los 99 escalones hasta la terraza del ático donde un telescopio nos permite ver los cráteres de la luna.
Si Karl Marx y Caballo Loco se hubieran tendido bajo la cama, si Buda y Cristo se hubieran tendido bajo la cama, si el arquitecto de Keops se hubiera tendido bajo la cama...!
Desde principios de este verano del año 2014, una vez a la semana, paso una noche bajo mi cama, en un nivel distinto, noche de insomnio y revelaciones, para que el estrés sea anecdótico y la vida cotidiana siga siendo la vida cotidiana.
La cama bajo la que hoy me tiendo es de aluminio gris. Desde esa posición elegida y forzada, si me esfuerzo un poco, veo un tigre y una calavera, y mil libros que no meditan ni descansan porque un ejército de microorganismos establecen y ordenan el pensamiento.
Algún día seré -seremos- apenas la huella sobre el suelo de una espiral calcárea, una muesca en la piedra de nuestro destino.
Esta noche me tenderé bajo mi cama. París en noviembre y -este es el sueño- en Bujará dentro de un año. No conozco a nadie que no duerma sobre su cama.
viernes, 19 de septiembre de 2014
GRAN BUFÓN - MINI BUFÓN Y APRENDIZ DE BUFÓN
El Gran Bufón -como su nombre indica- suele ser un sujeto de buen tamaño, obeso o simplemente gordo -para entendernos-, alguien que impone su presencia por cantidad y no por calidad, alguien que hace ruido y así llama la atención. Como en todo, hay excepciones, diferencias y matices: grandes bufones que hacer reír frente a los que dan risa, bufones delgados y bufones muy serios. No es la norma, existen sin duda pero son minoría; lo habitual es que el Gran Bufón reviente sus pantalones y disperse ventosidades sin ton ni son. Y que acto seguido se carcajee y vanaglorie de sus ocurrencias.
El Mini Bufón es copia a pequeña escala del Gran Bufón -personaje patético, donde los haya, en su segunda acepción-, merecedor de los puntapiés y las bofetadas. Su insignificancia la suple con los zancos de la desvergüenza, carece por nacimiento del sentido del ridículo y hace de sus complejos una armadura de papel maché pintarrajeada con colores estridentes.
El Aprendiz de Bufón -el recién llegado- no pasa de ser un cándido imitador, tobillos de ángel, un bailarín inexperto que gira mareado en el escenario de su juventud aturdida.
El Gran Bufón necesita al Mini Bufón para crecerse, lo alienta y enaltece para sentirse superior. Y ambos necesitan al Aprendiz de Bufón para crear su corte y reinar.
El Gran Bufón puede tener un nombre rimbombante (por ejemplo aquel que perdió su apellido o el que se une mediante guión a un dios) y un apellido vulgar y común como Sánchez o Pérez. Se extingue el homónimo Hitler al tiempo que el ratón de los dientes causa pavor entre los niños.
El Mini Bufón inclina en su casa todos los espejos para verse más alto y, por el mismo motivo, se hace tomar fotografías de abajo arriba y elije fondos lustrosos y lujosos para mostrarse como lo que nunca llegará a ser. Imaginen al pequeño bufón retratado ante un avión, un yate, un coche deportivo. En realidad su cama mide un metro sesenta de largo y bajo ella esconde un diminuto orinal.
El Aprendiz de Bufón -alias La Bailarina- es el primo de un primo, un exhibicionista de zapatillas de ballet que danza al son que le tocan y se encara sin armas a la experiecia con el empuje de una polilla anémica, deslumbrado por el aparente éxito del Gran Bufón y el Mini Bufón -sus maestros.
En el camerino de los bufones -espejos inclinados, barrocos y empañados, bajo luces de colores- se maquilla el Gran Bufón mientras el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón aguardan su turno. Polvos blancos y mallas ajustadas, pañales infantiles y uñas pintadas. En el camerino de los bufones, antes de salir a escena: tambores por el suelo, alzas para zapatos, escuetos calzoncillos verdes y móviles aún no curvados.
En el palco principal, la nobleza fornica con las coristas, sin prestar más atención; y en la atestada planta baja, un gentío ansioso de superficialidad se remueve en sus asientos ante cada tontería anticipada.
Así ha ocurrido siempre. Juega el poderoso con la plebe porque la plebe se entretiene con la banalidad. Y no importa demasiado si el Circo o el Estadio o el Debate de las Apariencias o la Lotería que Nunca Toca. Se recurre a lo más fácil porque nadie se aventura ni un ápice en terreno desconocido.
Asusta el pensar y el pensamiento y afloja las mandíbulas la más obtusa imitación y el chiste más insulso. El ideal de algunos es ofrecerse como voluntarios a un programa de televisión que ha fagocitado la distopía de George Orwell, 1984, y arrodillarse ante un Gran Hermano irrisorio y aplaudirse a sí mismos.
Estos bufones de tres al cuarto tratan de imponerse con su repertorio gastado y aburrido, ni siquiera contemplan el provecho de renovarse, quizá porque actúan para un auditorio tan poco exigente como ellos mismos. Tal para cual, cada bufón triunfa ante los suyos.
Y no obstante, a estos bufones mediocres y trasnochados, iguales a otros a los que guarda el olvido por sus negativas aportaciones, no hay que privarles, en principio, del fogonazo en la oscuridad, por si acaso helara su sonrisa pintada e hiciera tambalear su rigidez absurda.
Otra cosa distinta es que tengan ojos para ver y, si lo vieran, pudieran discernir el verdadero ataque de la burla sutil, el aprovechamiento literario del profundo hartazgo.
Para el Gran Bufón, el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón -dedicado- este tema de Tom Waits cantado con bocina, megáfono o altoparlante.
El Mini Bufón es copia a pequeña escala del Gran Bufón -personaje patético, donde los haya, en su segunda acepción-, merecedor de los puntapiés y las bofetadas. Su insignificancia la suple con los zancos de la desvergüenza, carece por nacimiento del sentido del ridículo y hace de sus complejos una armadura de papel maché pintarrajeada con colores estridentes.
El Aprendiz de Bufón -el recién llegado- no pasa de ser un cándido imitador, tobillos de ángel, un bailarín inexperto que gira mareado en el escenario de su juventud aturdida.
El Gran Bufón necesita al Mini Bufón para crecerse, lo alienta y enaltece para sentirse superior. Y ambos necesitan al Aprendiz de Bufón para crear su corte y reinar.
El Gran Bufón puede tener un nombre rimbombante (por ejemplo aquel que perdió su apellido o el que se une mediante guión a un dios) y un apellido vulgar y común como Sánchez o Pérez. Se extingue el homónimo Hitler al tiempo que el ratón de los dientes causa pavor entre los niños.
El Mini Bufón inclina en su casa todos los espejos para verse más alto y, por el mismo motivo, se hace tomar fotografías de abajo arriba y elije fondos lustrosos y lujosos para mostrarse como lo que nunca llegará a ser. Imaginen al pequeño bufón retratado ante un avión, un yate, un coche deportivo. En realidad su cama mide un metro sesenta de largo y bajo ella esconde un diminuto orinal.
El Aprendiz de Bufón -alias La Bailarina- es el primo de un primo, un exhibicionista de zapatillas de ballet que danza al son que le tocan y se encara sin armas a la experiecia con el empuje de una polilla anémica, deslumbrado por el aparente éxito del Gran Bufón y el Mini Bufón -sus maestros.
En el camerino de los bufones -espejos inclinados, barrocos y empañados, bajo luces de colores- se maquilla el Gran Bufón mientras el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón aguardan su turno. Polvos blancos y mallas ajustadas, pañales infantiles y uñas pintadas. En el camerino de los bufones, antes de salir a escena: tambores por el suelo, alzas para zapatos, escuetos calzoncillos verdes y móviles aún no curvados.
En el palco principal, la nobleza fornica con las coristas, sin prestar más atención; y en la atestada planta baja, un gentío ansioso de superficialidad se remueve en sus asientos ante cada tontería anticipada.
Así ha ocurrido siempre. Juega el poderoso con la plebe porque la plebe se entretiene con la banalidad. Y no importa demasiado si el Circo o el Estadio o el Debate de las Apariencias o la Lotería que Nunca Toca. Se recurre a lo más fácil porque nadie se aventura ni un ápice en terreno desconocido.
Asusta el pensar y el pensamiento y afloja las mandíbulas la más obtusa imitación y el chiste más insulso. El ideal de algunos es ofrecerse como voluntarios a un programa de televisión que ha fagocitado la distopía de George Orwell, 1984, y arrodillarse ante un Gran Hermano irrisorio y aplaudirse a sí mismos.
Estos bufones de tres al cuarto tratan de imponerse con su repertorio gastado y aburrido, ni siquiera contemplan el provecho de renovarse, quizá porque actúan para un auditorio tan poco exigente como ellos mismos. Tal para cual, cada bufón triunfa ante los suyos.
Y no obstante, a estos bufones mediocres y trasnochados, iguales a otros a los que guarda el olvido por sus negativas aportaciones, no hay que privarles, en principio, del fogonazo en la oscuridad, por si acaso helara su sonrisa pintada e hiciera tambalear su rigidez absurda.
Otra cosa distinta es que tengan ojos para ver y, si lo vieran, pudieran discernir el verdadero ataque de la burla sutil, el aprovechamiento literario del profundo hartazgo.
Para el Gran Bufón, el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón -dedicado- este tema de Tom Waits cantado con bocina, megáfono o altoparlante.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
CÁSSIA ELLER / JE NE REGRETTE RIEN
Cássia Eller (Río de janeiro 1962-2001), cantante y guitarrista.
Sólo se le atribuyen dos composiciones propias: "Elles" y "O marginal",
pero interpretó canciones de otros compositores brasileños
y hasta de Jimi Hendrix y Edith Piaf (como la versión que aquí se incluye).
Lesbiana, alcohólica y drogadicta (?),
murió a los 39 años a causa de tres infartos consecutivos.
Su voz grave y desgarrada dice mucho de ella.
THOMAS BERNHARD / EN LAS ALTURAS
"...es un hecho que lo que decimos y escribimos es diez veces más estúpido que lo que pensamos y, no obstante, nos aventuramos, como los grandes escritores, a parecer mucho más necios de lo que somos y caemos en la necedad de decir cosas, escribirlas, expresar una opinión, defender una tendencia, interceder en favor de un pensamiento..."
Thomas Bernhard. En las alturas.
En los últimos siete días, relectura compulsiva y obsesiva de Conversaciones con Thomas Bernhard de Kurt Hofmann y Thomas Bernhard, un encuentro de Krista Fleischmann. Mejor el primero que el segundo. Las páginas propias en un segundo o tercer plano, distanciándose de mí hasta parecer ajenas. Así duermo mejor, los somníferos relegados a un cajón de la mesita de noche, el antifaz acumulando polvo y ácaros e hilos de plata. Una dulce ironía y una determinante seriedad impregnando las tardes, soportando altas temperaturas y humedad como si nada. Y mientras tanto: me desprendo de la culpa como de los últimos jirones de un traje ya muy usado donde la tijera de la experiencia ha hecho de las suyas. Hablar y escribir sabiendo que todo esto nunca estará a la altura del pensamiento, y que el pensamiento sólo balbucea ante los sueños. Así duermo mejor y mis crímenes quedan impunes.
Habrá que empezar de nuevo. Siempre hay que empezar de nuevo cuando un final se aproxima.
Thomas Bernhard. En las alturas.
En los últimos siete días, relectura compulsiva y obsesiva de Conversaciones con Thomas Bernhard de Kurt Hofmann y Thomas Bernhard, un encuentro de Krista Fleischmann. Mejor el primero que el segundo. Las páginas propias en un segundo o tercer plano, distanciándose de mí hasta parecer ajenas. Así duermo mejor, los somníferos relegados a un cajón de la mesita de noche, el antifaz acumulando polvo y ácaros e hilos de plata. Una dulce ironía y una determinante seriedad impregnando las tardes, soportando altas temperaturas y humedad como si nada. Y mientras tanto: me desprendo de la culpa como de los últimos jirones de un traje ya muy usado donde la tijera de la experiencia ha hecho de las suyas. Hablar y escribir sabiendo que todo esto nunca estará a la altura del pensamiento, y que el pensamiento sólo balbucea ante los sueños. Así duermo mejor y mis crímenes quedan impunes.
Habrá que empezar de nuevo. Siempre hay que empezar de nuevo cuando un final se aproxima.
viernes, 12 de septiembre de 2014
LA RESPONSABILIDAD
LA RESPONSABILIDAD
Hace cuarenta años yo quería cambiar el mundo; hoy sólo espero que el mundo no me cambie a mí. Muy pronto me di cuenta de que el mundo estaba lleno de idiotas controlados por idiotas, pueblos enteros donde la idiotez era la norma y la costumbre, ciudades saturadas de idiotas atareados como si la vida fuese una premura insoslayable.
Crecí en un valle dominado por montañas y un castillo. Y después de muchos años y azares y lances he conseguido alcazar la colina donde ahora, a duras penas, me mantengo en pie. El castillo, a lo lejos, me sigue incomodando con su antigua inaccesibilidad. Y las montañas, alguna vez conquistadas, no cesan ante mis ojos de petrificar el tiempo.
Al final, me cansé de bajar tantas veces la escalera hasta la planta baja, descender desde mi colina hasta el valle sin resultado. He tratado de convivir con los que planifican su vida en la llanura, entender a los que no contemplaron nunca el castillo como amenaza ni las montañas como desafío.
No me gustaba el mundo entonces y no me gusta el nuevo mundo. No me gusta la trayectoria ni el vehículo. Ingenuamente pensaba que cada hijo superaría a sus padres, que Diógenes de Sinope no nacería en vano, que cada generación aprendería de su origen para mejorar su continuidad.
Pero qué inútil esperanza. La responsabilidad siempre es ajena. La vida es muy breve y nadie se preocupa por lo que sucederá mañana.
Se tienen hijos, se elaboran proyectos, se planifican acciones y, algunas veces, se sueña en colores. De nada sirve porque, evidentemente, el mundo no mejora.
No se aprende de los errores, esa lección es la más difícil. Se prefiere la confesión de los pecados y la absolución para que todo continue igual.
Encontré a mi hija ya hecha, ternura y belleza irresistibles. Pero si hoy tuviera que elegir, si de mí dependiera que otra vida creciera en otro valle dominado por montañas y un castillo, ¡que complicada decisión!
Si cada padre y cada madre, si cada sabio y cada estadista, si cada místico y cada héroe, si cada santo y cada pensador y cada artista hubieran logrado su objetivo -dejar un mundo mejor a sus descendientes-, este mundo sería otra cosa. No lo es. Se trata de la misma depresión, o una depresión aumentada, bajo el mismo castillo alzado sobre el valle, aun en ruinas.
A los idiotas ¿qué se les puede pedir? ¿Qué se puede esperar de los egoístas? ¿De un mundo donde la masa se mueve por impulsos políticos y banderas que no pueden ondear al viento porque su rigidez es endémica?
Los cerebros y las tortugas de Jean Fabré, hoy, en el Palacio de la Lonja, desafían al castillo y hablan a los idiotas sabiendo que ni el castillo se dará por aludido ni los idiotas van a enterarse de nada.
Cerebros y tortugas en marmol de Carrara, ideas acotadas.
La responsabilidad de los intelectuales, eso es un lugar común; de los artistas, como si los artistas fuesen responsables de un loco mundo de adultos enajenados; de los poetas, como si los poetas conocieran siempre la verdad.
La responsabilidad de los poetas es otra, "llevar las palabras al límite, pintar perspectivas, sugerir visiones, ayudar a otros a salir de sí mismos... y eso los redime."
Cuarenta años despues de pretender cambiar el mundo me sigo preguntando si vale la pena cambiar el mundo. Me he convertido en lo que soy. Me he cansado de bajar la escalera. Saludo a la vida que surge hoy y me desplaza, a la vida que me empuja y me sustituye.
Sí, todavía se puede desafiar al castillo, porque el castillo todavía permanece en su altura igualando a las montañas.
Si por este impulso, en esta noche, estuviera yo en lo cierto y la única responsabilidad de todos fuese el amor, ¿de qué nos valdría decirte que te quiero?
Los idiotas abarrotan el mundo y controlan el mundo. Responsabilidad de cada uno es prosperar en inteligencia. Pero ¿qué puede la inteligencia ante el amor?
Nuncan se formulan preguntas definitivas. Las respuestas, a veces, lo son. Todo necesita a su contrario para ser.
Pasado el tiempo de las preguntas y las respuestas, ¿me redimirán estas líneas escritas contra la superficialidad y el castillo, desde mi conquistada colina, aunque haya tomado ya la decisión de no volver a bajar las escaleras y contemple el valle condescendiente y, a la vez, altivo? Pasado el tiempo, hablarán los hijos y los hijos de nuestros hijos, y hablará el tiempo con su boca torcida por una ironía incontestable.
¿Quién nos escuchará entonces?
Hace cuarenta años yo quería cambiar el mundo; hoy sólo espero que el mundo no me cambie a mí. Muy pronto me di cuenta de que el mundo estaba lleno de idiotas controlados por idiotas, pueblos enteros donde la idiotez era la norma y la costumbre, ciudades saturadas de idiotas atareados como si la vida fuese una premura insoslayable.
Crecí en un valle dominado por montañas y un castillo. Y después de muchos años y azares y lances he conseguido alcazar la colina donde ahora, a duras penas, me mantengo en pie. El castillo, a lo lejos, me sigue incomodando con su antigua inaccesibilidad. Y las montañas, alguna vez conquistadas, no cesan ante mis ojos de petrificar el tiempo.
Al final, me cansé de bajar tantas veces la escalera hasta la planta baja, descender desde mi colina hasta el valle sin resultado. He tratado de convivir con los que planifican su vida en la llanura, entender a los que no contemplaron nunca el castillo como amenaza ni las montañas como desafío.
No me gustaba el mundo entonces y no me gusta el nuevo mundo. No me gusta la trayectoria ni el vehículo. Ingenuamente pensaba que cada hijo superaría a sus padres, que Diógenes de Sinope no nacería en vano, que cada generación aprendería de su origen para mejorar su continuidad.
Pero qué inútil esperanza. La responsabilidad siempre es ajena. La vida es muy breve y nadie se preocupa por lo que sucederá mañana.
Se tienen hijos, se elaboran proyectos, se planifican acciones y, algunas veces, se sueña en colores. De nada sirve porque, evidentemente, el mundo no mejora.
No se aprende de los errores, esa lección es la más difícil. Se prefiere la confesión de los pecados y la absolución para que todo continue igual.
Encontré a mi hija ya hecha, ternura y belleza irresistibles. Pero si hoy tuviera que elegir, si de mí dependiera que otra vida creciera en otro valle dominado por montañas y un castillo, ¡que complicada decisión!
Si cada padre y cada madre, si cada sabio y cada estadista, si cada místico y cada héroe, si cada santo y cada pensador y cada artista hubieran logrado su objetivo -dejar un mundo mejor a sus descendientes-, este mundo sería otra cosa. No lo es. Se trata de la misma depresión, o una depresión aumentada, bajo el mismo castillo alzado sobre el valle, aun en ruinas.
A los idiotas ¿qué se les puede pedir? ¿Qué se puede esperar de los egoístas? ¿De un mundo donde la masa se mueve por impulsos políticos y banderas que no pueden ondear al viento porque su rigidez es endémica?
Los cerebros y las tortugas de Jean Fabré, hoy, en el Palacio de la Lonja, desafían al castillo y hablan a los idiotas sabiendo que ni el castillo se dará por aludido ni los idiotas van a enterarse de nada.
Cerebros y tortugas en marmol de Carrara, ideas acotadas.
La responsabilidad de los intelectuales, eso es un lugar común; de los artistas, como si los artistas fuesen responsables de un loco mundo de adultos enajenados; de los poetas, como si los poetas conocieran siempre la verdad.
La responsabilidad de los poetas es otra, "llevar las palabras al límite, pintar perspectivas, sugerir visiones, ayudar a otros a salir de sí mismos... y eso los redime."
Cuarenta años despues de pretender cambiar el mundo me sigo preguntando si vale la pena cambiar el mundo. Me he convertido en lo que soy. Me he cansado de bajar la escalera. Saludo a la vida que surge hoy y me desplaza, a la vida que me empuja y me sustituye.
Sí, todavía se puede desafiar al castillo, porque el castillo todavía permanece en su altura igualando a las montañas.
Si por este impulso, en esta noche, estuviera yo en lo cierto y la única responsabilidad de todos fuese el amor, ¿de qué nos valdría decirte que te quiero?
Los idiotas abarrotan el mundo y controlan el mundo. Responsabilidad de cada uno es prosperar en inteligencia. Pero ¿qué puede la inteligencia ante el amor?
Nuncan se formulan preguntas definitivas. Las respuestas, a veces, lo son. Todo necesita a su contrario para ser.
Pasado el tiempo de las preguntas y las respuestas, ¿me redimirán estas líneas escritas contra la superficialidad y el castillo, desde mi conquistada colina, aunque haya tomado ya la decisión de no volver a bajar las escaleras y contemple el valle condescendiente y, a la vez, altivo? Pasado el tiempo, hablarán los hijos y los hijos de nuestros hijos, y hablará el tiempo con su boca torcida por una ironía incontestable.
¿Quién nos escuchará entonces?
martes, 9 de septiembre de 2014
PARA OLIVIA
"Olivia tiene dos semanas y parece que vaya a hablar."
¿Qué diría Olivia si hablase?
Aunque hemos estado cerca, Olivia no me conoce. Soy
el hermano del padre de su padre.
Y si yo pudiera hablar con ella le diría que
la piel del vientre de su madre estaba tensa, y que su hermana
acariciaba esa piel y pretendía
que sus palabras y sus besos llegaran al borde de los sueños
donde madre e hija se mezclaban.
No me atreví a rozarla y no pronuncié palabras.
El padre del padre de Olivia me descubre como es Olivia.
Y sé que todas esas maniobras entrañan gran amor.
Si yo pudiera hablar con Olivia, en primer lugar, le diría "te quiero".
Es lo que le digo a la vida en general y en particular,
a mis gatas sensibles, a mi hija, a mi mujer, a las semillas
que estuvieron presentes y germinaron en esta vida,
al proceso y el espectáculo de vivir.
Y después, sin duda, le pediría perdón por la responsabilidad
que asumo por el mundo en que Olivia va a crecer.
Cuando Olivia tenga veinte años es posible que el hermano
del padre de su padre ya no esté aquí, y que no pueda decirle
"te quiero" o pedirle perdón por esta herencia contaminada.
Si acaso algún día Olivia pudiera escuchar
le diría que el mundo sigue un camino inexorable, que el sol
parece el mismo cada día, que sus cambios son inapreciables,
y que ella sin embargo tiene un gran poder:
vivir más allá y por delante de su madre y de su padre y del padre
de su padre, y amar y sentir, y acariciar
la tensa piel de su vientre, si llega la ocasión,
y transmitir el mismo amor y las misma palabras
ante el mismo sol.
Por suerte no le faltarán estímulos ni ejemplos: la madre
del padre de Olivia y su gratificante compañía
y su querido corazón.
Y si pueden contener lo inhóspito del mundo venidero
pensar que en él habrá Jimenas y Cármenes y hasta héroes mitológicos.
E imaginar que, por su línea materna, tambien un ovillo de amor
posiblemente habrá tejido su primer vestido.
Y hasta es posible que su padre, sin más, cante para ella su primera canción,
y que Lana acaricie con su lengua las mejillas y la frente
donde se sonroja esta vida.
"Olivia tiene dos semanas y parece que vaya a hablar."
¿Qué diría Olivia si hablase?
Aunque hemos estado cerca, Olivia no me conoce. Soy
el hermano del padre de su padre.
Y si yo pudiera hablar con ella le diría que
la piel del vientre de su madre estaba tensa, y que su hermana
acariciaba esa piel y pretendía
que sus palabras y sus besos llegaran al borde de los sueños
donde madre e hija se mezclaban.
No me atreví a rozarla y no pronuncié palabras.
El padre del padre de Olivia me descubre como es Olivia.
Y sé que todas esas maniobras entrañan gran amor.
Si yo pudiera hablar con Olivia, en primer lugar, le diría "te quiero".
Es lo que le digo a la vida en general y en particular,
a mis gatas sensibles, a mi hija, a mi mujer, a las semillas
que estuvieron presentes y germinaron en esta vida,
al proceso y el espectáculo de vivir.
Y después, sin duda, le pediría perdón por la responsabilidad
que asumo por el mundo en que Olivia va a crecer.
Cuando Olivia tenga veinte años es posible que el hermano
del padre de su padre ya no esté aquí, y que no pueda decirle
"te quiero" o pedirle perdón por esta herencia contaminada.
Si acaso algún día Olivia pudiera escuchar
le diría que el mundo sigue un camino inexorable, que el sol
parece el mismo cada día, que sus cambios son inapreciables,
y que ella sin embargo tiene un gran poder:
vivir más allá y por delante de su madre y de su padre y del padre
de su padre, y amar y sentir, y acariciar
la tensa piel de su vientre, si llega la ocasión,
y transmitir el mismo amor y las misma palabras
ante el mismo sol.
Por suerte no le faltarán estímulos ni ejemplos: la madre
del padre de Olivia y su gratificante compañía
y su querido corazón.
Y si pueden contener lo inhóspito del mundo venidero
pensar que en él habrá Jimenas y Cármenes y hasta héroes mitológicos.
E imaginar que, por su línea materna, tambien un ovillo de amor
posiblemente habrá tejido su primer vestido.
Y hasta es posible que su padre, sin más, cante para ella su primera canción,
y que Lana acaricie con su lengua las mejillas y la frente
donde se sonroja esta vida.
"Olivia tiene dos semanas y parece que vaya a hablar."
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