Érable Moucheté. Langeais. Francia. 8-XI-2014. Fotografía de Salvador Alís. |
EL HERALDO MOTEADO
El arce en el jardín pierde las hojas, no todas de una vez,
dejándolas caer suavemente sobre la hierba de este viaje en el otoño.
Doradas con esfuerzo por un sol ya débil, elásticas hojas de once puntas,
brillantes cubiertas de rocio, heraldos que anuncian otra vida
por una confusa y sin embargo acertada traducción.
A través de los cristales de la puerta de la cocina, cada mañana vemos
como el arce se agita con lentitud, los cuervos creando el viento
que desprende las hojas, pero no vemos nunca la caída en el instante
por mucho que las pruebas esparcidas clamen por su evidencia.
Y en la misma cocina, cada noche, hablamos del alma y del miedo,
del tiempo que pasa entre copa y copa de Chablis o de Vouvray.
Con el rastrillo amontonamos el primer día las hojas,
despejando las baldosas quebradas de color burdeos, pero volvieron
al día siguiente, como los cuervos, como las nubes.
Verdes, amarillas y naranjas, con algún toque marrón y gris.
Y pese a todo no son hojas muertas porque renacerán.
Se fraguan destinos en la cocina, el sacacorchos no descansa,
los tapones se ennegrecen. Si la puerta queda abierta en la noche, el frío
penetra en la casa. Pero el arce en el jardín duerme sobre su manto
de hojas doradas de once puntas, y no tiene miedo y nada lo perturba.
Tras el arce, otro árbol sin nombre o el esqueleto de un árbol.
Desnudo y oscuro, no acoje un solo nido, nos recuerda que todo
lo que es deja de ser, que los tiempos y los plazos son distintos,
que nada escapa a su sombra, que el cristal más transparente será velado.
Cualquier verdad tiene su excepción y su contrario.
Salvador Alís.
Árbol sin nombre. Langeais. Francia. 8-XI-2014. Fotografía de Salvador Alís. |
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