El tifón Haiyan a dejado a su paso por Filipinas miles de muertos, heridos y desaparecidos. Las cifras cambian día a día y según las fuentes de información. Se habla de unos 10 millones de damnificados y de unas pérdidas de 175 millones de euros. No parece mucho coste para tanto daño. A no ser que las vidas y propiedades allí valgan mucho menos de lo que uno pensaría que valen. Desde diferentes medios se reclama ayuda internacional urgente, al tiempo que se movilizan organizaciones humanitarias y efectivos militares (algunos cientos de soldados norteamericanos, al parecer, ya están sobre el terreno). Por todos lados, en nuestro país y en otros, se pide la colaboración ciudadana en forma de pequeños donativos. UNICEF, por ejemplo, dice que con 50 euros se podría facilitar agua potable a 343 niños durante una semana (sorprende la exactitud del cálculo). Ante cualquier desastre natural de cierta envergadura, parecería que solo las aportaciones individuales, sumadas, sirven para paliar el sufrimiento y los males causados, puesto que la aportación o el esfuerzo de los gobiernos y otras altas instituciones resulta claramente insuficiente, no preventivo e hipócrita por darse a posteriori. ¿Cómo no mostarse solidario en estos momentos? ¿Cómo no ingresar en cualquier cuenta habilitada aunque sólo sea el precio de un café, si con ello 7 niños podrán disponer de agua durante una semana?
Para la reflexión, señalar por último que un solo caza F-22 raptor (incluidos los gastos de investigación, producción y evaluación) vale seguramente más que todas las pérdidas económicas producidas por el Haiyan, y que un bombardero B-2 Spirit eleva su precio hasta los 2.200 millones de dólares; por no hablar del coste de la nueva misión espacial MAVEN a Marte.
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