CALHETA
A trescientos metros sobre el nivel del mar,
recién llegada la medianoche,
una fina y brillante lluvia
cae sobre las cañas verticales
y sobre el agua negra de la piscina.
Cielo sin estrellas.
Puntos de luz en las montañas.
En el cristal, el vino blanco frío y dorado.
Niebla y humo alrededor.
Las arañas pasean lentamente
por la cubierta blanca del porche.
Una tela imperceptible tejieron con paciencia,
y con paciencia aguardan a su presa.
No tan lejos se adivina el inmenso Atlántico.
Y los numerosos e indistintos túneles
que imagino en sueños
horadados en tiempos inmemoriales
por gigantescos gusanos.
Pequeña tierra en mitad del océano.
Pequeña vida fascinada y perdida,
una vez más, en otra isla.
Salvador Alís.
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