El rey esconde un rey en la manga
de su camisa de flor de lys,
y un enano baraja las cartas,
y somos dos los que jugamos.
Mi as de corazones roto en pedazos;
y la noche por delante,
sin consciencia de ser noche
y acabarse.
Cuando sale el sol, no sale;
opacas las cartas en la mano,
las trampas también opacas.
Sobre la mesa inclinada,
la apuesta resbala.
Fijos los ojos en los ojos
y el jugador ante su duda y su reflejo.
Una mano, sobre la mesa, descarta;
y la otra, escondida, elige.
La dama negra, con su ramillete
de tréboles de cuatro hojas, se retira.
¡Mala suerte! ¡Mala suerte!
canta el enano.
El rey monta a su caballo
y mis flechas se detienen frente al cristal.
Del otro lado, el ayer.
Del otro lado, lo que pudo ser y no fue.
Cartas marcadas perdieron su blancura.
La escalera de color cede peldaños.
¡Abandona! ¡Abandona!
grita el enano.
De la manga de su camisa de flor de lys
saca el rey el número XIII
y la imposible partida se termina.
Salvador Alís
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