CONCIERTO
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado en esta tarde-noche de domingo,
21 de junio de 2020, frente al mar,
no sobre cualquier roca gris, lejos de sus aristas,
a salvo de su imparcial dureza.
Aquí estoy. Sentado en silla de plástico ante una mesa cuadrada,
terraza donde sopla el viento, bajo un toldo de lona blanca
y rodeado de altavoces.
La copa de vino amarillo, ni dulce ni salado.
Camarera enmascarada, bañistas que se visten y desvisten,
esculturas de olivo, plataforma de cemento.
Aquí se oye una canción incomprensible.
Y tras de mí, si giro la cabeza, veo un rostro de mujer
cambiante en la pantalla.
No he venido para agitar las palmeras, para encender las luces,
para irisar el agua.
Pero las palmeras, altas y delgadas, parecen bailar,
y las luces brillan alineadas en la bahía
mientras las olas infinitas
interpretan su concierto de azules.
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado.
¿Cuántas veces todavía me será dado contemplar este mar
que anochece tarde y lento como si el tiempo no contara?
Y, sobre todo, ¿cuál será la última ocasión,
la oportunidad final?
De vuelta a casa descubro que la mujer cambiante
es una actriz que sólo mueve los labios.
Belleza por belleza y mentira por verdad,
así ocurre a menudo. La voz que canta no es la voz
de su representación, Kez Mcateer maquillada.
Su nombre es Kaz Hawkins. No entiendo sus palabras.
No sé explicarlo de otro modo.
Pero ahora, mientras escucho (y escribo) esta canción,
soy el mar, y soy las luces y las palmeras.
Salvador Alís.
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