LA PODA DEL HIBISCUS
En el invierno el hibiscus enfermó. No sé si tuvo que ver con el maligno
insecto alado, de un color esmeralda muy brillante, que descubrí
al final de su rama más alta, al que intenté alejar o matar
-viva por vida, prefería la planta- y en un instante desapareció volando.
Tal vez el insecto no fuera el causante de la plaga -pero sí un mensajero
que anunciaba meses de desdicha. El hibiscus enfermó,
lo atacaron ácaros, pulgones, cochinillas..., puntos blancos
inmóviles y viscosos sobre las hojas y los capullos, puntos blancos
que robaron su intenso verde y lo tornaron amarillo y pardo.
Lentamente comenzaron a caer, como bajo una invisible lluvia de barro,
las hojas. Y las flores dejaron de florecer. El frío y la oscuridad
no invitaban a regar. Dejé que el hibiscus se entristeciera,
decidiendo que más le valía enfrentarse solo a la triste suerte
que lo marchitaba y consumía. Y pensé que a todos, un día u otro,
un insecto nos visita y nos ofrece de tal modo semejante desafío.
En más de una ocasión, culpable por pasividad, he llegado a creer
que el hibiscus no iba a sobrevivir, que no alcanzaría su primavera.
Pero así es como a menudo me comporto, dejando que suceda
lo que tenga que suceder, pues no depende de mí que algo (una amistad
en trance, una flor surgente, un designio cualquiera, un amor debido...)
sea en su lugar, en su óptimo estado y a su hora, lo que tenga que ser.
De lo inexorable de todo destino saben más los insectos y el azar.
Anteayer encontré en la calle una carta perdida de su baraja:
el ocho de tréboles. La guardé en un bolsillo. Y hoy, en la mañana,
veo que el hibiscus pretende abrir ocho flores que durarán un día.
Multitud de hojas nuevas luchan contra las afectadas, se abren paso,
las desplazan. Y por tal motivo, también en un instante,
empuño las tijeras y enciendo una linterna, en esta noche cálida,
y comienzo a podar el hibiscus bajo esa luz y la atenta mirada
de las gatas que no pierden detalle de las hojas caídas y señaladas.
Pese a la plaga indefinida y la sutil tela de araña entre los tallos,
la planta ha demostrado con creces (pues ha crecido) su firme voluntad
de permanecer y vivir. Sin duda vivirá meses dichosos, otro verano.
Como el hibiscus en su maceta, la maceta en su jaula y la jaula
en su balcón, también yo he recibido la visita del insecto mensajero.
Cuando llegue el momento ¿quién cortará mis hojas iluminadas?
Salvador Alís.
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