lunes, 14 de mayo de 2018

EL ARTE DE TENER RAZÓN


EL ARTE DE TENER RAZÓN 


Para J., porque aún tiene cosas que enseñarme.


"Suele creer el hombre cuando solo oye palabras 
que deberían, sin embargo, tener algún sentido."

J. W. Goethe. Fausto.


(La cita que antecede está tomada, como cita, de la "Estratagema 36" de la obra El arte de tener razón de Arthur Schopenhauer. Alianza. 2009. Pág.: 64.)

En su origen, el texto que sigue se titulaba Porque las lenguas me importan un carajo. Fue redactado en la pasada noche del 13 de mayo, pero a mediodía desperté confuso e inseguro y, por precaución, decidí sacarlo de Días volando para revisarlo después. No es la primera vez que ocurre: que escriba algo durante la noche y lo publique sin respetar un tiempo de espera razonable, el necesario para una segunda lectura. Y tampoco quería que alguna persona aludida lo tomara (el título, el texto) como desdén o como ataque. Han pasado ya dos días. He meditado sobre el asunto. 

Vuelvo a copiar aquí el texto (a las 0:14 del día 15 de mayo) con la intención de cambiar no muchas cosas, las suficientes para sentirme satisfecho dentro de cuatro o cinco horas y publicarlo de nuevo, bajo otro título, sin tener que arrepentirme más tarde. 

PORQUE LAS LENGUAS ME IMPORTAN UN CARAJO

En primer lugar porque la etimología de la voz "carajo" no ha sido establecida con seguridad, ni ha sido definida sin sombra de duda, y nadie se pone de acuerdo en lo que significa. Que provenga del griego kharax, del latín caudex, del árabe kharaja o del holandés kraaienest, no está claro. De forma que, al decir "carajo", uno puede decir cualquier cosa, positiva o negativa, y decir lo que se dice sin esperar que se entienda.

Lo fácil sería decir que yo hablo una sola lengua, llámese castellano o español, tanto da. Pero faltaría a la verdad por reduccionismo al suponer que una lengua no puede ser más que hablada.

La RAE, en sus acepciones 1, 3, 5 y 6, lo expresa claramente: la lengua o el lenguaje no consiste únicamente en un sistema de comunicación verbal, hablado o escrito, sino que puede ser (y es) un código de signos o más generalmente un conjunto de señales que dan a entender algo

La contundencia al elegir el primer título se debe a una reacción intuitiva ante el dilema planteado por los artículos que motivaron esta contestación. Por supuesto que abogo por un lenguaje universal que pudiera facilitar el entendimiento humano. Pero al mismo tiempo reivindico la pluralidad y la diferencia. Simplificar este dilema enfrentando una sola lengua con una diversidad de lenguas no es admisible. Una cultura unificadora frente a culturas disgregantes, no es el tema. 

Si hubiera podido elegir me gustaría haber nacido en alguna isla griega, o en Mongolia o en el Tíbet, jamás en Valencia, donde nací. Pero me educaron y me enseñaron a hablar en un pueblo del interior donde la lengua era pueblerina, castellano trufado de expresiones aragonesas y valencianas, y con los vicios propios de la época que afectaban directamente al lenguaje mediante los discursos franquistas y católicos.

Lenguajes. En mi infancia hubo cierta variedad de lenguajes: el divino, el autoritario, el político, el femenino, el fantástico, el lenguaje de la naturaleza... Y Miguel Hernández, sobre los quince años.

El lenguaje poético me mostró temprano que todos hablamos lenguas diferentes, que por lo común nadie se entiende, y que, cuando sucede que nos entendamos, aparece entonces algo que supera al entendimiento mismo, creándose así un vínculo entre emociones o un supralenguaje. 

El lenguaje de los mitos. ¿Quién lo considera hoy en día? ¿A quién le preocupa, quién lo interpreta? El dios de la Biblia creó el mundo en seis días. Los físicos teóricos (no todos, por suerte) intentan demostrar que el universo estalló (pudo nacer) en un instante temporal tan insignificante que, con ese acontecimiento único, tal vez pudo incluso nacer el tiempo. "Vivimos entre prodigios: sin la luz de la revelación son enigmas indescifrables nuestra cuna y nuestra tumba; no hay instante sin milagro..." Federico Delclaux. El silencio creador. Rialp. 1996. Pág.: 179. 

¿Acaso habla o se expresa el universo mediante un solo lenguaje? Por un lado sí, puesto que si cada planeta, estrella o galaxia gravitara a su antojo, sobrevendría el caos (y esto no sucede, al menos por ahora). Por otro lado no -bajo la consideración humana, herramienta única de nuestro análisis-, pues ¿qué tendrían en común los códigos matemáticos, los poéticos, los religiosos y hasta los éticos y los pornográficos? 

Las disidencias y los disidentes siempre son aquí bienvenidos. Una filmación altamente sexualizada puede presentarse muda de palabras (adornada o incrementada con suspiros, gemidos, gritos, música...) y no obstante ser inteligible para la mayoría: lenguaje por tanto universal. Lenguaje-instinto. Lenguaje-supervivencia. Lenguaje-poder y lenguaje-dominación. Si fuera posible transportar en el tiempo una cámara de video hacia el pasado remoto y filmar a nuestros ancestros (anteriores a simios y humanos), esas imágenes contempladas hoy carecerían de todo erotismo, sofisticación e intencionalidad, y se sustraerían a toda crítica por su propia naturaleza. El lenguaje corporal aderezado por la cultura se convierte siempre en otro lenguaje. 

Muchos dicen entenderlo y los responsables justifican su empleo en contentar el gusto de muchos. Pero muy pocos lo entienden. La pornografía es un arte universal, como la arquitectura, la escultura o la pintura, dicen. Entonces ¿qué lengua hablan las pirámides? ¿Qué lengua, la Victoria Alada atribuida a  Pithókritos de Rodas? ¿Qué lengua o lenguas hablaba Picasso? 

"Picasso contrató a un jardinero italiano. Un día decidió preguntarle a aquel hombre ya mayor qué opinión le merecía su obra. El siguiente diálogo tuvo lugar en el estudio de Picasso: 
Jardinero -¿Qué es eso? 
Picasso -Es una mujer. 
Jardinero -¿Una mujer? 
Picasso -Así es como yo veo a una mujer. 
Jardinero -Signor Picasso, ¿cómo es que siendo usted tan corto de vista se ha dedicado a pintar?" Branko Bokun- El humor como terapia. Tusquets.1987. Pág.: 128. 

Mi hermano J., físico vocacional y entregado (a su vocación), pedagogo de la física y, según vengo sospechando, también humanista, me envía dos artículos firmados por Félix Ovejero y Daniel Gil. El primero se define a sí mismo como "profesor titular de Economía, Ética y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona (las mayúsculas son suyas)." El segundo no se define, en este caso, firmando tan sólo con su nombre. Si no me equivoco, ha sido el mentor de mi hermano, y su currículo es extenso. De ese currículo destacaría por incomprensible que en 1967 obtuvo el título de Doctor "en Ciencias Físicas (sobresaliente cum laude) con la tesis Interacciones de Kaones de 13.6 GeV/c con núcleos pesados de la emulsión, como contribución al estudio del mecanismo de interacción y estructura nuclear". Ante titulación semejante uno puede quedarse mudo. Y ante la mudez surgen algunas preguntas. ¿Qué lengua habla un mudo? ¿En qué lengua piensa? ¿Acaso un mudo español no puede entenderse con un mudo griego o mongol o tibetano?

¿Existen lenguajes no hablados, que no dependen de la lengua, mediante los cuales podemos entendernos? Seguro que sí. La sexualidad se entiende a sí misma, la violencia igualmente, el arte, el amor y la muerte. Nacidos y educados en extremos opuestos del mundo, ¿acaso no habrían de entenderse dos cuerpos que se aman o se odian con intensidad?

Siendo mi conocimiento del alemán o del chino tan limitado, ¿alguien me negará que pueda yo comprender y conectar con su cultura? Para ello existen o han existido un Durero (y su Melancolía) y un Ernst (y su Semana de bondad), un Qi Baishi (y sus tigres y sus conejos), un Ai Weiwei (y sus cabezas zodiacales).

Me sitúo o intento situarme frente a los textos de Ovejero y Gil, a medio camino de ambos, guardando o intentando guardar una distancia equivalente, y lo primero que se me ocurre decir es esto: ¿Por qué se ocultan bajo sus tesis y antítesis? ¿Por qué buscan referentes ajenos, en Will Kymlicka o en Amin Maalouf? ¿Por qué no hablan por sí mismos? ¿Por qué no dicen "yo pienso, yo creo, yo siento"? El autor ausente difícilmente puede aspirar a ser veraz.

Los ensayos..., cómo decirlo, académicos, científicos, objetivos y no subjetivos, pretenden serlo mediante la estratagema de ocultar al "yo" que los escribe, al autor, presuponiendo que la aparición del autor en primer plano y de viva voz supondría una merma de credibilidad en el discurso.

No son estas mis convicciones ni mi manera de pensar. Si yo me expreso, es porque previamente he pensado lo que voy a decir (sea cuál sea mi lenguaje), y lo que se expresa y se piensa lo he pensado yo. Por tanto "yo" debo estar presente, involucrarme, formar parte del argumento.

Para apoyar esta idea, sin renunciar al juego de los referentes, citaré a un lingüista que a su vez cita a un filósofo: "...una palabra no tiene una significación dada, por decirlo así, por un poder independiente de nosotros, de modo que quepa investigar científicamente lo que la palabra realmente significa. Una palabra tiene la significación que alguien le ha dado..." Noam Chomsky. Conocimiento y libertad. Ariel. 1972. Pág.: 55. Quien habla en realidad, por boca de Chomsky, no es otro que Wittgenstein. Pero ambos, esta noche, subrayan mis palabras o deben subrayarlas.

También puede ocurrir que alguien se exprese sin pensar. Y en tal caso ¿diríamos que su expresión no pensada no es lenguaje?

Escribo, yo, pensando o sin pensar, en un castellano medianamente correcto. Y sé, por estadísticas, que me leen rusos e italianos. Allá ellos si me entienden o no.

El tal Ovejero, me parece (sin inconveniente en confesar que su enunciado me resulta aburrido; que lo he leído de pasada; que puesto que no se implica, tampoco yo puedo implicarme), defiende la idea de un lenguaje universal, que facilitaría el entendimiento, la igualdad de oportunidades y haría superfluas las fronteras que "nos" separan.

Le contesta Gil apostando por la "diversidad".

Ambos se complican en discursos que juegan con estas ideas: fronteras, discriminaciones, culturas, libertad, pueblos, identidades, riqueza y menosprecio, izquierdas y derechas (conceptos obsoletos). Y otras semejantes, sujetas al mismo juego. Que se hablen en el mundo 6.700 lenguas es importante, pero no es determinante.

Veamos un ejemplo: Si mañana me encontrase ante un broker inglés o un campesino maorí ¿con cuál de los dos me entendería mejor? El segundo conoce sin duda las posibilidades y regalos de la tierra; el primero es un chamán hermético del progreso financiero. ¿Me interesa especialmente que este índice, este valor, estas acciones suban y bajen? ¿O me interesa más bien que este árbol (su naturaleza) siga en pie y me ofrezca sus frutos?

No soy un fanático de la lengua única. El esperanto despierta en mí cierta curiosidad pero no es carta de mi baraja. Odio sinceramente el inglés (por su ambición desmedida). Odio el catalán, valenciano, mallorquín, menorquín, ibicenco, por absurdos y empalagosos, los lenguaje de estas islas.

Si elegí el francés en el instituto se debió sin duda a mis precoces lecturas del Marqués de Sade. No me defiendo mal en francés, sobre todo después de la segunda botella de vino (con preferencia un blanco, un sauternes, un champagne, un vouvray de viñas viejas).

Y no descarto, si la idea no me abandona y las ganas persisten, aprender alemán o chino cuando me jubile. 

A veces sueño en otras lenguas; en otros idiomas me hablo a mi mismo o mantengo conversaciones con otros. Y sin embargo, al despertar, comprendo mejor mis sueños que la vida cotidiana que me reclama. 

Cuando escribo un poema (y llamarlo así es una licencia que me permito), lo hago fundamentalmente para interrogarme y responderme, para clarificar algún malentendido conmigo mismo, porque no me entiendo y quisiera entenderme. Si soy único y soy diverso, ¿cómo conjugar y llevar a buen término la comprensión?

Alabo la propuesta de Gil: la diversidad frente a la unicidad y la frontera. Pero insisto: lo que las lenguas hacen por la diversidad no se acerca ni mucho menos a lo que un ser humano hace por la diversidad. El problema ya no es Etemenanki, la confusión de las lenguas. El problema es que hablando la misma lengua ya nadie se entiende, porque la lengua se ha convertido en vehículo de desinformación y propaganda.

Para hablar y entender, pienso yo, no vale ya cualquier lenguaje programado. Se necesita otro esfuerzo, otra actitud. No porque tú hables la lengua de la ciencia mi yo científico te va a entender; ni mi yo económico entenderá tus economías. De tus propuestas políticas, mejor no hablar.

Me niego a hablar o escribir en otra lengua que no sea mi castellano viciado. Pero no renuncio a otras formas: pictóricas, cinematográficas, musicales o fotográficas...

La diversidad es un valor fundamental, de acuerdo. Pero que no se olvide que no hay mayor diversidad que la que se da entre dos hermanos, dos amigos, dos momentos en un mismo día de uno mismo pensando.

Lenguaje. Se escribe y se piensa sobre el lenguaje. Pero ¿sobre qué lenguaje?

Hablamos cuando soñamos. Y ¿quién nos entiende?

Sin tener ni puta idea de alemán, hace ya quince años -y al decir esto me confieso, me implico- adquirí las obras completas de Walter Benjamin en alemán. Y anteayer, cerrando uno de tantos círculos, compré una preciosa edición de la Banca Popolare di Milano, 923 páginas, titulada Poesia europea del Novecento. Una cuidada selección de poemas franceses, españoles, portugueses, ingleses, alemanes, escandinavos, neerlandeses, rusos, polacos, checos, húngaros y griegos, amablemente traducidos al italiano.

En mis sueños hay palabras y conversaciones. En qué lengua sueño no lo sé.

Paréntesis: ha comenzado a llover -aquí la realidad se introduce en el texto. 

Aquí los deseos se convierten en lenguaje puro: Te imagino a ti y a mí sentados bajo la sombra de algún cerezo en el jardín de Siete Aguas, lejos ya de todo compromiso y ambición, conversando al atardecer sobre gatos y limones, nubes que pasan y estrellas que fueron. Sin duda hablaríamos lenguas distintas. Sin duda -quiero pensarlo- sobrevendría el acuerdo y la conciliación.

En una primera lectura, lectura superficial por la innecesaria densidad y el aburrimiento del texto, me inclino más por Gil que por Ovejero. Pero todo depende de la segunda lectura. Por el placer del texto. Cuando leo no puedo evitar soñar.

Ningún ensayista que no se comprometa "vitalmente" con su ensayo será digno de consideración. Siempre será oportuna una voz propia, no una voz que repita o cite ideas ya expresadas. Mas en el juego de las citas y los lugares comunes, falta todavía decir: "Die Grenzen meiner Sprache bedeuten die Grenzen meiner Welt." y "Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen."

A físicos y doctores, articulistas y (aprendices de) humanistas, recomiendo traducir a Wittgenstein. Entonces quizá comprendan que no hay una lengua común ni una variedad de lenguas posibles.

O bien se sabe (cuál es nuestro lugar en el mundo) o no se sabe. O uno se entiende a sí mismo o no se ha comprendido nada.

Y para terminar con el tema propuesto (por qué las lenguas me importan un carajo), sencillamente diré que el enfoque está equivocado. Una lengua universal no garantiza el entendimiento, la igualdad, la democracia. Tampoco lenguas diversas. Culturas diferentes no suponen libertad. Aun hablando la misma lengua nadie se entiende. Aun reconociendo las mismas canciones nadie se escucha.

No te veo cuando te miro; no me ves cuando me ves. 

Un país (o un mundo) monolingüe, cuando el sentido de las palabras sólo puede atribuirse a una élite dirigente, será una dictadura del significado. Un país (o un mundo) donde existan y se fomenten otras formas de expresión, será desde luego un territorio de prueba y confrontación, más vivo, más dinámico, pero igualmente imperfecto. 

Lo más complejo (la suma, la mezcla, la destilación) suele ser finalmente lo más favorable a la solución. Que cada cual use los múltiples recursos de su lengua para hacerse entender. Que cada cual afine su oído, pues no silba el viento igual esta noche a cómo puede silbar en la noche de mañana. 

Pero quede claro que no es mi objetivo convencer a nadie de nada. Ni aspiro a ninguna suerte de comprensión. Me expreso como sé, como puedo y como se me antoja, según las circunstancias. Y me gusta pensar que si yo fuese un jardinero sembraría cristales para cosechar arroz. 

"Para lograr que el adversario acepte una tesis, deberemos presentarle su opuesto y dejarle la elección, y expresar de forma bien estridente ese opuesto, de modo que, para no ser paradójico, tenga que avenirse a nuestra tesis que, en contraste, parece sumamente probable." Arthur Schopenhauer. El arte de tener razón. "Estratagema 13". ob. cit. Pág.: 45. 

(Toda lengua (hablada, escrita) es un lenguaje; pero no todo lenguaje es una lengua.)

(He suprimido en una segunda revisión dos citas por superfluas; una de Roland Barthes y otra de Ernst Cassirer. No venían al caso.) 

(Esta entrada, además de El arte de tener razón y Porque las lenguas me importan un carajo, podría con pleno derecho titularse también: Hablar por hablar.) 

(Después de la escritura inicial y las dos correcciones posteriores, me sigue pareciendo una entrada confusa. Cuando intento expresarme mediante el ensayo, me pierdo en un léxico caprichoso y desordenado. Más me vale centrarse en las abstracciones y crear una épica -que diga más de lo que diga- comprensible sólo para los elegidos.)


Salvador Alís.



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