AYER HOY Y MAÑANA
Ayer asistí a un concierto de Concha Buika. La escuché mil veces
y alguna vez me crucé con ella en el aeropuerto. Pero ayer la vi
y la escuché cantar desde la fila 31. A su vestido de reflejos metálicos,
plata y oro y cuarzo rojo, lo exaltaban las luces cambiantes.
Su alta voz, tan profunda y desgarrada, dificultaba entender
lo que decía. Y de tanto en tanto, la brillante oscuridad de su pelo negro
saltaba desde su espalda a su pecho. Con las últimas canciones
se levantó el vestido y mostró las piernas.
Hoy he buscado por toda la casa tus fotografías. Son únicas, irrepetibles
y preciosas. No las he encontrado. Pero sé que están aquí.
Están en mis ojos y en mi recuerdo. Te pido un poco de paciencia.
Sé que las encontraré.
En un futuro soñado en tantas noches de días ya pasados,
el viajero espera en la desierta estación un tren que no ha de llegar.
Cuando llega, el viajero busca en su vagón su compartimento.
Allí deja la maleta donde guarda su vejez. Sobreviene un túnel
y todo se apaga, y cuando vuelve la luz el viajero es otro.
No se reconoce en el espejo picado. Es él pero mucho más joven,
la alta velocidad lo ha conducido al ayer.
En su destino lo espera aquella juventud perdida.
El viajero juega con ventaja, sabe todo lo que va a suceder.
Sorprende y maravilla, infunde temor y causa rechazo.
Por mucho que trate de cambiar el viaje ya cumplido,
a pesar de su estrategia y su poder, nada cambia y él mismo
acabará aceptando repetir su vida hasta alcanzar
el momento concreto, una vez a solas en su habitación de hotel,
en que abra su vieja maleta y las puertas del armario desnudo
donde faltarán perchas donde colgar los trajes usados
y las camisas nuevas sin estrenar.
Ayer, hoy y mañana, me ha dado por escuchar ligeras canciones
de calidad discutible. No lo puedo evitar. Hoy no he dormido,
ayer apenas dormí, mañana no dormiré.
Si este poema es un árbol más recto o más torcido,
más frondoso, verde, seco, ancho, alto,
si emite flores, si acoge parásitos, si arde fácilmente
o resiste con empecinamiento natural al fuego y al viento,
si establece ramas y nudos y bifurcaciones
para el leopardo tranquilo, el mono inquieto y la fatigada ave,
si hunde su laberinto de raíces en mí, estoy seguro,
su estructura y su nervio se deben a esta ligereza de la música
que entretiene mis horas de insomnio.
Hoy escucho complejas canciones. Sirenas que cantan
para enloquecer. Pero mis orejas no reclaman cera, el ruido
constante me otorga inmunidad. No necesito atarme sino desatarme.
Ayer las tentaciones, los besos en las mejillas. Mi boca seca.
Ayer tus fotografías, tus cartas, tus palabras de carbón,
tu pelo (que nunca fue negro) azul oscuro,
tu espalda curvada y erizada como el lomo de un gato
estremecido con esta caricia.
Mañana esta blancura que dulcemente se arremolina en mi regazo
me dirá que fue inútil dormir, soñar, permanecer despierto,
emprender cualquier viaje, pues todo conduce a lo mismo:
todos los instantes de una vida se concentran aquí,
en este frágil poema pensado hoy y escrito ayer.
Pienso en ti y en ti y en ti... Y escucho canciones tan ligeras.
Y de esta forma, en estos tiempos, soy feliz.
Nada me afecta realmente ni me rompe cuando me dobla.
Ayer (o anteayer) la negra me descubrió que la voz que se desgarra
como cortina, se abre y muestra un secreto.
Pero un secreto al descubierto no significa nada si la curiosidad
no lo sigue hasta el final y lo trasciende.
Salvador Alís
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