martes, 26 de septiembre de 2017

HURACÁN

HURACÁN

A las seis de la mañana me asomo a los jardines descuidados,
al patio desierto de la guardería donde esta noche
ni se atreven los gatos. Una total oscuridad
cubre el patio y los jardines, las casas sin ventanas
y hasta las ventanas. No muestra el cielo el brillo de una estrella.
No llueve. No sopla el viento. No se alejan desprendidas
las hojas ni las flores.

Estoy viviendo en un círculo, pues no hay línea recta
que conduzca a mi destino, doy vueltas y vueltas para volver
a mi origen. Devastación -dice ella-, como si el paisaje
hubiera sido sometido y destruido en un instante.

Cuando pueda dejar atrás las palabras y su influjo
me acostaré en mi cama de aluminio, y dormiré seis horas
sin temblores ni ráfagas de viento. Tal vez lea
unas páginas de Ivo Andric (falta el acento sobre la c).
Y trabajaré después con los aviones que van y vienen
en sus vuelos sin sentido.

Ella dice que tiene un machete afilado, que no dudará
su mano si tiene que empuñarlo.
Admiro su determinación. Admiro su voz cuando tiembla
y cuando habla, pues hablando formula preguntas
que cuesta responder.

Pero quizá esta noche no sueñe tranquilo con un mar en calma,
una isla dorada, un beso debido. Huracanes despiadados
golpean donde más duele. Sin luz. Sin vías transitables.
Sin otra opción que el refugio y la paciente espera.

Hacer una llamada en esta hora no es prudente. Quizá lo fuera
en otra circunstancia. En la mesita de noche aguardan
los Signos junto al camino y Bajo el volcán. La canción
que repetidamente escucho ya la escuché. No se entienda
otra cosa ajena a mi dependencia. Lleno mi copa
de nuevo por enésima vez. De tus ojos saltan
largas y vivas miradas que empañan, como es evidente,
esta página y su discurso.

Cuando por fin me decido a llamar, la llamada se corta.
Quince minutos son suficientes para sentir lo que ella siente.
Me duele imaginar carreteras cortadas,
cables de luz por los suelos, escombros en lugar de casas,
gente sin agua, niños sin escuela, árboles quemados.

Calor extremo y vientos incontrolados, sin luz pero con alma.
Dos perros salvados te salvan. Ninguna soledad
te atrape. Ninguna soledad te venza. No leerás este poema
escrito desde la soberbia oscuridad que lo dicta, no hoy,
tampoco mañana, pero puede que lo leas después,
o incluso que no necesites leerlo pues ya lo sepas.

Tu voz me dice que sabes más de lo que dices.
Tu voz lo dicta realmente. Tiembla la Tierra, se enfada el aire,
se acorta mi noche. Mis palabras exaltadas, torpes,
inadecuadas... Todo medido, no previsto, inesperado.

Alguien cercano opina que la naturaleza muestra su enfado,
que volcanes y terremotos, huracanes y deshielos...

No dormiré esta noche. No dormiré. No importa.
Esta es la vida, los signos, el viaje futuro, el cráter del volcán
abierto a la lluvia y amenazante siempre.
Este es el huracán que amenaza nuestra salud, nuestra esperanza.

Si el alocado viento del huracán agitase tu cabello,
ten por seguro que yo intentaría peinarte.

Salvador Alís.





























































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