Observando a los pájaros aprendo, cuando su vuelo es posible y se da,
que la libertad está en su caprichoso vuelo.
El pájaro libre, embriagado por el orgullo de posarse en la rama más alta,
me dijo: espérame aquí, bajo este árbol,
daré la vuelta al mundo y después nos vemos.
Pero el pájaro no se movió de su rama,
no abandonó su nido sin fondo como corona de espinas.
El mundo dio la vuelta sobre el pájaro, sobre el nido, la rama, el árbol;
y tiempo más tarde, por segunda vez, nos encontramos.
El pájaro había enmudecido, ya no cantaba pues había olvidado el canto;
no se sostenía en el aire porque no se había ejercitado.
Un pájaro ya sin alas sobre la rama más alta
del árbol a cuya sombra yo me resguardaba.
Un pájaro sin alas, puesto que ya no las necesitaba para no volar.
Lo vi quieto y resignado en su nido.
El mundo había girado sobre sí mismo
y yo giré con el mundo y de nuevo estoy aquí.
Hombre y pájaro frente a frente, pero la conversación es imposible.
Y sin embargo, el propio árbol testigo o quizá la sombra del árbol
me dijeron que aún cabe la esperanza
siempre que el pájaro libre haga uso de su libertad
y no espere yo otros vuelos en vano y sin destino.
El pájaro libre, consciente de su inmovilidad, me dijo que para volar
no hacían falta ni viajes ni alas, que el árbol sueña por nosotros,
y que mientras vivamos en este sueño
es el mundo el que se detiene y, entonces, todo es posible.
El pájaro libre, consciente de su inmovilidad, me dijo que para volar
no hacían falta ni viajes ni alas, que el árbol sueña por nosotros,
y que mientras vivamos en este sueño
es el mundo el que se detiene y, entonces, todo es posible.
Salvador Alís.
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