EL OJO DE LA LUNA
Desde la terraza de un ático en las afueras de Maracalagonis
contemplas este gran agujero abierto en el cielo
a través del cual el ojo de la luna te contempla.
El círculo luminoso que hoy, quince de noviembre de 2016,
a la 1:30, rodea el satélite, tiene un diámetro inconmensurable.
Fuera del círculo, oscuridad absoluta,
noche nublada que se protege a sí misma.
En el interior, de un gris-azul más claro, se adivinan estrellas.
Un año has esperado para emprender este viaje,
pero el viaje no te espera, sigue su curso como el agua
de los ríos impacientes que siempre buscan su origen.
Jamás has visto una luna semejante, con su anillo blanco,
y permaneces inmóvil, la cabeza inclinada hacia atrás
y los ojos bien abiertos.
Las pocas luces de Maracalagonis y las montañas al fondo
son el horizonte del viaje donde te detienes.
Has comenzado los dibujos-pinturas para el Libro Único,
y te sientes satisfecho por más que la tarea
derive en un agudo dolor de espalda.
Te sientes feliz y diferente, a pesar de la imposibilidad
del sentimiento, a pesar de saber
que eres sólo uno entre muchos, un brote
en una rama perdida entre las innumerables ramas
de este árbol de la vida que, en esta noche y en este viaje,
ha sido coronada por un alto agujero de luz
a través del cual el ojo de la luna te contempla.
Todo lo que aquí sucede no puedes evitarlo.
Ella se ha quedado sin voz. Una mariposa cierra las alas.
La reina blanca tiene los ojos de distinto color.
Un día, el viento. Otro, la lluvia y el relámpago.
Tú no puedes hacer reverencias.
Cada mañana, el calor, la calima, el laberinto.
Cuatro millones de ovejas pacen en los campos y,
para subir al ático, hay que dar vueltas sobre vueltas
en una escalera de caracol.
En Maracalagonis hay lunas y lunas, ojos en el cielo
que te recuerdan que cada uno de tus pasos
no significa nada y en nada puede alterar el camino.
Salvador Alís.
No hay comentarios:
Publicar un comentario