viernes, 20 de mayo de 2016

NO DEBERÍA

NO DEBERÍA

No debería decir la verdad, porque... ¿acaso sé yo qué es la verdad?
No debería utilizar la memoria para justificar como cierto lo aventurado,
pues la memoria difiere de los hechos, relato subjetivo
que el tiempo -no yo- interpreta y expone siempre desplazado.

No debería hablar de dinero, de lo que cuesta un libro, una camisa,
un trago... Exponer los precios sólo se hace en los escaparates baratos.
Es de mal gusto y ofende, sobre todo a quienes lo poseen.

No debería hablar de sexo, de lo que he gastado, visto, jugado,
apostado y perdido. No debería mencionar que aún fluye,
que aún vive el deseo y que el deseo se transforma cada noche
en otra cosa, luces descarnadas cuando la piel se apaga.

No debería lanzar esas luces, valores, apuestas y recuerdos,
que previamente pasaron por la piedra de afilar hasta despojarlos
de todo lo que no fuera filo, corte y alma, como ataque inesperado.

No debería escribir sobre la escritura, enhebrar líneas sobre líneas
por falta de espacio o por ansiedad imparable...,
palabras que a muchos pueden quemar los ojos
y hacer que desvíen la mirada por miedo a la ceguera.

No debería desnudarme en mitad del páramo, lejos del río
donde el espejo constante del agua multiplica y deforma la desnudez,
lejos del bosque donde mi desnudez no es rival para los árboles.

No debería llegar y volver en un instante, mientras otros tienen dudas
acerca de cómo anudarse los cordones de los zapatos,
poner en relación el peso de mi cuerpo y su inteligencia impensable,
en relación mis pensamientos y la ausencia de pensamientos.

No debería hacer ostentación de la seriedad, la tristeza, la melancolía,
guardar como un secreto inconfesable las ganas de reír,
la solución ya resuelta de esta adivinanza burlesca.

No debería interesarme la ciudad, el estado, el planeta, el universo...,
preguntarme dónde acaba una y comienza el otro, si hay un fin,
si no lo hay, cuántas estrellas mueren cada mil años,
cuántos mundos son posibles, por qué no ahora, por qué después.

No debería, como de costumbre, leer textos que no entiendo,
sólo por el inenarrable goce de las sensaciones,
solo porque sentir tal vez sea preferible a entender.

No debería idolatrar las botellas, el humo blanco y el humo verde,
las pastillas para dormir, los discursos y las miniaturas...,
argumentar que la economía, la pornografía, la política y otros excesos
me procuran sueños tranquilos, agotamiento, renovación.

No debería separarme de mí mismo, dividir mi carácter,
cambiar de personalidad como si cambiase de traje,
como si poseyera unos cuantos pasaportes intercambiables.

No debería volver al pasado, rastrear las huellas, seguir a la presa...,
¿qué clase de cazador y con qué recursos, con qué armas,
haría tal cosa y con qué objetivo si el pasado ya es inalcanzable
y únicamente puede ser observado a distancia?

No debería amar sin palabras, odiar sin reparo, volar con miedo...,
pero a los pulmones del amor les cuesta ya respirar,
las agujas del odio no descansan y algún avión se estrella.

No debería soñar con el próximo viaje y sus escalas,
atravesar mares, atravesar nubes, aterrizar en islas desconocidas,
exhibir públicamente el proceso y el deterioro de los viajes
ya cumplidos y por cumplirse, el avance y el retroceso.

No debería acariciar leones, subir a las altas montañas que no existen,
adelgazar hasta caer entre las rejas de las alcantarillas,
imaginar castillos, encender un solo fuego en la oscuridad.

No debería llamar la atención, destacar, ignorar la ley...,
ensimismado, discreto, sin prestar oído a nada
que no sea esta música que suena por todas partes y suena
porque tiene que sonar.

No debería tocar la flauta, calzarme las botas del gato,
hacerme con un reducido lexikon sueco-alemán de 1937,
relegar la realidad a un segundo plano.

No debería contemplar mi rostro, las manchas, las cicatrices,
el desvanecido verde de mis ojos, los párpados caídos,
los surcos en la frente, las hojas de afeitar rotas y gastadas,
los dientes inestables, las horas de mi rostro a todas horas.

No debería evitar, olvidar, ignorar, despreciar..., buscar en la noche
mi rigidez, el gesto que me caracteriza, apoyado en el marco,
asomado a la ventana, elevado sobre la calle oscura.

No debería. Tal vez no debería. Y, sin embargo,
si no hiciera lo que hago y no fuera lo que soy, ¿cómo podría
escribir este poema, cómo podría siquiera escribir, cómo podría
vivir y sentirme vivo y no poner ya punto y final?

Escritura que me escribe -nada original, por otra parte,
mas cosa cierta-, escritura que se escribe a sí misma
a partir de mis contradicciones. 

Salvador Alís.





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