ANAMNESIS (SEGUNDA PARTE): GUÍAS Y ARLEQUINES
Algunas veces, un elefante es una manada.
Se entretienen con los árboles, atraviesan ríos, se enlodan
y cuecen al sol, viven aproximadamente los años
que pueda vivir un ser humano, tienen dos trompas,
dos colmillos, dos orejas gigantes.
En esta noche la araña no cuelga de su hilo, pero...
Se la podría imaginar explorando los recovecos e interioridades
de la oreja de un elefante.
Una mujer con dos cabezas
junto al elefante que marcha en lugar destacado.
Ese elefante primero no transporta guía,
puesto que él es la guía.
Los demás van montados por niños vestidos
con ropas que son disfraces y colores y harapos.
Algunas veces, un asaltante desesperado ataca al elefante
que pudiera andar rezagado, o ser el más pequeño,
o haberse separado o perdido de la manada.
La mujer con dos cabezas niega cada frase que dice,
detiene mecanismos, se parece a la araña,
que también puede volver al pasado
mediante el laberinto de su tela.
En la Edad Media europea, los elefantes eran poco conocidos.
Pero proliferaban por las cortes y palacios,
por los castillos, por las aldeas, arlequines diminutos
y encapuchados.
Los arlequines se parecen a los pequeños guías
que se sientan a horcajadas sobre los lomos de los elefantes.
Cuando uno de ellos sabe que va a morir, se retira.
Mas esa retirada es al mismo tiempo una búsqueda.
Lo que se persigue es el último lugar
al que se pueda ir y no abandonar, un lugar
donde los huesos y los colmillos reposen.
¡Qué mejor lugar entre las bóvedas, las costillas,
los arcos de marfil,
para que la araña tejiera ahí su alfombra mágica!
Y contra todo lo que pudiera pensarse,
la araña no es parásito del elefante.
El elefante quisiera hacerle diez preguntas a la araña,
pero la araña es sorda, sólo escucha vibraciones en el aire
que nada significan para ella,
pues no vienen de la naturaleza.
Las preguntas son acerca de dios, del universo, de la luz,
de la materia, de la nada, de las leyes, de la termodinámica,
de la vida, del tiempo y de la muerte.
Diez preguntas.
La araña, a su vez, desearía tener el cerebro del elefante,
el más grande entre los animales que pisan la tierra,
de un peso que llega a los 5.000 gramos.
Como dos viejos enemigos que se enfrentan para vivir,
la araña y el elefante necesitan la una del otro.
Por esa razón, los cementerios de elefantes
esconden otros cementerios más dispersos y difíciles
de hallar, donde los exoesqueletos de las arañas
sobreviven a duras penas.
El cuervo que, ocasionalmente se detiene
sobre la cabeza del elefante guía
es el mensajero del elefante.
Con sus dos trompas se quita de encima las plumas negras.
Con sus dos colmillos crea trampolines
para que los cuervos salten y se sumerjan
en el azul del cielo.
Con sus dos orejas los sigue hasta la distancia
de su vuelo. Junto al elefante guía
la mujer de dos cabezas se transforma en reina
de la manada, mira al norte y al sur, mira al este y al oeste:
sin el cuervo no sabría qué camino tomar.
Las arañas son inmortales -dice el cuentista-,
el atacante es un felino hambriento,
pero las gatas que ya cenaron saben que esto es un cuento
para engatusarlas.
Diez preguntas que flotan como diez capítulos inacabados.
Salvador Alís.
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