martes, 15 de septiembre de 2015

TOREO

TOREO

 

     Una vez al mes voy al supermercado y compro animales o pedazos de animales muertos 
(si están enteros, suelen ser de pequeño tamaño y no se imponen ni asustan), 
envueltos en papel y bolsa de plástico, envasados al vacío, congelados. 
Compro pescados (bacalao, merluza, atún, salmón, pez espada, emperador y bonito), 
más algunas latas de caballa y de anchoas. 
Compro aves (pollo, pavo y pato). 
Compro piezas de ganado (buey, ternera, cordero, cerdo, jabalí y ciervo). 
No como corazones y, contadas veces, hígados y riñones. 
Respecto al hígado tendría que decir que odio el de pollo y que, por sentimiento, 
jamás volveré a comer el de conejo, 
que recuerdo con agrado haber comido el de cerdo y de cordero, 
y que me gusta el foie gras sin abuso. 
No como embutidos, nada que se elabore con sangre. 
Rehuyo la grasa por norma, aunque frente a una panceta ahumada e ibérica, 
o frente a unas buenas lonchas de jamón de bellota, hago excepciones. 
Compro patas de pulpo cocidas, gambas de buen tamaño, mejillones en escabeche, 
huevas de lumpo, sepias y calamares. 
Compro lomo embuchado y cecina de vaca. 
El queso no me vuelve loco, algo de roquefort y algo de parmesano y, 
en ocasiones, cheddar y cabrales. 
Me gusta el yogur de cabra y de oveja, el kéfir, 
los huevos morenos más que los blancos, de gallinas libres a ser posible, 
aunque al comer un huevo no soporto que nadie me recuerde lo que es un huevo. 
No soy vegetariano. Tampoco soy inocente. 
De tanto en cuando voy al mercado y compró almejas y navajas, 
alguna vez rape y rodaballo. 
Desde hace más de diez años no como conejo y nunca lo volveré a comer. 
Pero más de una vez he comido rabo de toro, lo confieso. 
Y tengo un cuerno en mi casa, en un lugar visible, bien expuesto. 
Con los años he ido reduciendo el consumo de carne. 
Pensar en el animal completo es un problema. 
En 20 minutos un niñato ha matado al toro llamado Rompesuelas, en Tordesillas. 
Pero la vida compensa esta muerte y otras muertes, propias y ajenas. 
Valga como ejemplo lo sucedido treinta años atrás, 
cuando un toro Burlero puso en pie a su torero y el espanto brilló en su cara.

Salvador Alís.

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