NUNCA SE SABE
Tendrás que hacerte a la idea de que vas a morir, tarde o temprano,
más pronto que tarde, mañana o pasado mañana, no dentro de cien años;
y que esa idea, esa certeza, esa ecuación,
no debe ser necesariamente trágica.
Nubes blancas sobre un fondo azul
y velas blancas sobre el agua y crestas de las olas.
Ojos azules mirando al sol, y algo -sin embargo- no parece normal,
algo no está en su sitio, no está donde debiera.
La carretera gris y el cuello incapaz de soportar el peso de la cabeza.
Sientes pánico ante la posibilidad de acabar como tu padre,
como el padre de tu padre, con un gran dolor en el pecho,
con un desarreglo mental extremo.
Y envidias la muerte de tu madre, y la muerte de la madre de tu madre,
cansadas de vivir y jugando su última moneda a todo o nada.
Me encuentro mejor en la noche, aunque algo me falta y
-por más que lo intente- no consiga saber qué es.
Semejante la noche a la sustancia que portan los gatos en sus mejillas,
con la que marcan, mediante rozamiento, las esquinas de su territorio.
El día es un planeta donde un río sin principio ni final discurre
bajo una selva que no deja ver el río.
Navegarás por ese río sin saber dónde se afilan sus orillas,
dónde cortan, dónde se cierran, dónde prohiben el paso y alertan
de un peligro insospechado.
Blancas crestas de las olas aquí. Azules reflejos del más allá.
A lo largo del río hallarás puertos donde aventuras sin nombre surgirán
como flores de un día.
Los muertos y los vivos comparten tequila y gusanos
en esos lugares de paso y acogida.
Tendrás que pagar por nada, como muchas otras veces.
Pero nada es todo y todo se vuelve música cuando el oído permanece atento
y cumple su cometido sin mirar hacia otro lado.
Ver y escuchar, para el ciego y para el sordo, son alternativas y opciones.
A lo largo del río, patrones de un barco con los ojos vendados.
Cera en las orejas para no caer en los cantos de sirena.
Enloquecer no es factible en esta variante del siglo XXI
con su enloquecido protagonista contemplando las nubes y sin dormir.
Deberás escribir un discurso final,
algo coherente o, al menos, legible para el último momento.
No hablarás de ti mismo, ni del que fuiste ni del que hubieras podido ser.
También en la noche las nubes manchan el cielo. No duermes,
piensas; no amas, deseas amar, a quién; y te sacude y trastorna esta esperanza,
que no se pierda esta vida, entonces ¿qué? Nunca se sabe.
Salvador Alís.
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