EL SILENCIO Y LA MÚSICA
Después de las palabras: el silencio. Después del silencio: la música.
Después de las palabras verdaderas y sentidas, todo calla. No se escucha
la trascendental caída de un alfiler sobre alfileres. No se escucha
el roce de la reina negra al deslizarse
sobre el tablero, su campo de batalla. No se escucha el cello,
sus cuatro cuerdas, su voz humana. Todo calla
después de las palabras. Pero el dios de la música se pronuncia
a través de este silencio exquisito e innombrable. Se pronuncia y canta,
con su felicidad extraña y apaciguadora, sin palabras.
Círculos de vida, cada cual el suyo, a su alrededor,
laboriosamente trazado, no rígido sino flexible, abierto y cerrado
según la ocasión. En este círculo cabe un cielo rojo de madrugada,
la niebla y la nada, los queridos pensamientos, los sueños y las palabras.
Cabe el silencio necesario y la música más alta.
Se vive por y para las palabras, para hablar y no escuchar,
para que ruede y hacer rodar la brillante canica de cristal. Se vive
para barajar las cartas y negar el azar. Se vive de espaldas
al silencio, pues al silencio se le teme por incomprendido y ajeno.
Pues todo debe ser ruido, todo incesante cháchara
incomprensible y falaz. Se ignora que el dios de la música
improvisa sus instrumentos, que él sí habla sin palabras,
que le basta con lanzar al viento contra un árbol y agitar sus hojas,
que le basta con estremecer un corazón,
con hacer del círculo de tu vida goma elástica, tensar su longitud
y forzar, hasta el límite, su energía.
Las cuatro cuerdas del cello. Y Bach en esta noche de silencios
y palabras. La piel de nuestras manos, afinada
por los años, los trabajos, las caricias dadas y negadas.
¿Dónde fueron los inviernos de nuestra infancia? ¿Dónde los veranos
de nuestra juventud? Después de las palabras: el silencio.
Después del silencio: los abrazos, las miradas. Nada se contiene.
Todo habla. Mi círculo, laboriosamente trazado, no te excluye,
te reclama. Hay en mí una puerta blanca.
La llave de su cerradura es tu voluntad. Mi deseo: sus bisagras.
Gemirá la puerta, si llegara a abrirse, por su óxido
y la falta de costumbre. Una llave y una puerta.
Cuando la música es alma y, más que alma, pensamiento y ser,
la apertura es una nota sostenida o repentina.
Las manos se detienen. La música termina. Las voces callan
y hasta el silencio merece un descanso.
Un alfiler entre alfileres. Un peón que avanza.
Una canica que rueda. Un as en la manga.
Salvador Alís.
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