STROMBOLI
En el mar Tirreno, rozando su cumbre el kilómetro de altura
sin alcanzarlo, Stromboli juega con el fuego y con el humo,
y así escupe un día tras otro su espectáculo.
"Si uno pierde las noches, pierde media vida..." le responde
Kirk Douglas a Carol Lynley en El último atardecer,
después de su renuncia a estrangular a un perro lobo.
Y yo -que después de 29 días sin fumar, ya no soy yo-
me sirvo la penúltima copa de este Muscat de Rivesaltes
firmado en 2015 por Arnaud de Villeneuve.
En algún lugar del Mundo mañana comienza una cacería
sin principio ni final. El Gran Payaso cree haber inventado
las estúpidas bromas que lo definen.
Me preguntan -no a mí sino al otro, al fumador-
si estoy estresado. Diría que no, pero por soberbia no lo digo,
pues ya no respondo a cuestiones mal formuladas.
La Vida, esa maravillosa excepción y singularidad,
no se da como se anuncia en cruceros soñados,
pues todo agrio o amargo despertar conduce a la Vida.
Apenas dejé el tabaco, me atreví a buscar las rejas
de mi primera casa en la isla. Me faltaron las campanillas
y los gatos. Por lo demás, poco había cambiado.
Europa es un volcán apagado, un timo en toda regla
para turistas de norte a sur y suicidas mediocres
que no cautivan por sus actos.
Cuando Stromboli lanza su fuego, lo recibe un cielo azul
firmado por Yves Klein. Su Saut dans le vide
se anticipó en un año a El último atardecer.
En esta isla llamada "de la calma" nadie echa de menos
los prostíbulos ni los portaaviones,
ni a la hija del traficante y su corta falda azul ceñida.
Ella facilitaba en dosis medidas imágenes felices,
y sus labios decían sí cuando la respuesta era afirmativa.
¿Pero quién era yo entonces navegando en aquel submarino?
Quien se atreva a empuñar esta espada de cristal
debe saber que sólo mata el miedo inducido por el miedo
y nunca la fragilidad de su materia.
Para contemplar la esplendida Luna que a nadie pertenece,
se sientan frente al mar, el horizonte, el cielo y la noche,
sobre una roca de 500 kilos que, cuando gira, es la muerte.
Varias decenas de turistas, como es lógico, se lanzaron al mar
con el primer estruendo del volcán. Como si el mar pudiera
salvarlos, como si el mar...
Cuando una roca gira o cae, cuando se da la vuelta o estalla,
cuando se calienta hasta el rojo o se fragmenta sin piedad,
cuando refleja desde su altitud esta imagen como espejo.
Cuando a las preguntas de Carol Lynley
no se sabe qué responder, cuando ante el amor,
ante la muerte, no se sabe qué decir...
Si cada día respiro mejor no se debe a la calidad del aire.
Ya no circula el humo por mis pulmones
y no creo ni en la mitad de la mitad de lo que circula.
Un camino de lava me dirá después si puedo visitar Stromboli,
si el viaje se merece a sí mismo, si la vida espera
que la vida haga acto de presencia.
El infierno anticipado desde algunas mitologías
no se inclina doblegado ante Stromboli. Los vencejos se caen
o se tiran de sus nidos...
¿Cuántos más, de qué especies y en qué circunstancias,
han de morir para que un solo pensamiento soporte
como girasol al propio sol?
El hecho del fin del mundo no es una posibilidad futura,
no lo es pese a quien pese. Por eso alejo mis manos del fuego
y me niego a participar en esta absurda confabulación.
Salvador Alís.
No hay comentarios:
Publicar un comentario