viernes, 12 de abril de 2019

UN DÍA CUALQUIERA CORREGIDO Y AUMENTADO


UN DÍA CUALQUIERA CORREGIDO Y AUMENTADO


A las nueve de la mañana abro los ojos, tengo sed.
Me acosté a las siete y media. Le di las buenas noches
a mi mujer, que me dio los buenos días.
Fui al baño, encendí un cigarrillo, bebí medio litro de agua,
seguí durmiendo. El sueño no era claro.
Despierto por segunda vez, abro las noticias
que me llegan al móvil sin haberlas solicitado.
¿Cómo sobrevivir a un infarto, cómo entender la vida
y la muerte? Dicen que alguien ha muerto,
que alguien ha nacido. Para salir de casa, hoy,
elijo la camisa de Darío Beltrán
comprada hace ya más de treinta años.
Voy hasta el cajero más cercano. Pago un café
a cambio de leer la prensa, café servido por una camarera
de pelo negro y esbelta figura.
De esas lecturas, mejor no hablar.
De los libros libres expuestos en el mercado,
me llevaré una historia de las geishas.
Salgo de ahí con cuatro botellas de vino.
Paso por el estanco.
Me preparo un arroz en cazuela de barro.
Antes de comer he limpiado la casa.
Después he cambiado una bombilla rota,
me he ocupado de los fogones y del fregadero.
Durante la comida, mientras las gatas dormían, he visto
como un cuadrado puede ser, según la posición
del observador, también un rectángulo
y otras figuras geométricas.
Tras la siesta, la maquinilla de afeitar.
Antes o después, mi mujer y yo hemos suprimido
de la blacura de Lolita
una lágrima roja bajo su ojo izquierdo.
Emprendo mi paseo con la idea fija de adquirir
La vida a ratos. Lo intenté ayer y no lo conseguí.
En la librería Drac Màgic lo encuentro,
pero justo al lado de Esta bruma insensata,
lo que exige por mi parte una elección entre Millás
y Vila-Matas. La solución pasa por la fotografía
de la portada de Esta bruma, para fijarla en la memoria,
y usar entonces la tarjeta de crédito para pagar
por La vida. No diré que La vida ha triunfado,
luego de adentrarme en un almacén de antigüedades
-precios de saldo- donde no pude hallar
un solo gato en miniatura. Pero en la Plaza
un bar oculto y sofisticado, a pocos metros de la librería,
me ha tentado y he abierto su puerta.
Un afectado camarero
me ha servido una copa de vino tinto,
errando en el acompañamiento de aceitunas verdes.
La banda sonora, sin embargo, fue la adecuada.
He leído las primeras páginas de La vida
bajo un techo negro decorado con cartas de póker
y billetes en desuso, como un brillante universo.
La mujer y los dos hombres
que repiten copas de cava, ellos con parches en los codos
y ella una falsa rubia, se ríen a carcajadas como si todo
fuera risible. Y, desde luego, todo a estas alturas
da risa, todo parece una burla.
Sueño que extraigo de su caja la Glock 17,
pienso en La bruma y en La vida, sin importarme
pensamientos ajenos ni legislaciones,
y admiro sus formas puras, su capacidad expresiva,
cómo puede decir al tiempo que sí y que no.
Vuelvo a casa, afilo el cuchillo y corto en ángulo
un lomo de salmón congelado,
lo aderezo con soja y ralladura de limón,
lo dispongo sobre un denso puré de alubias blancas,
equivoco el experimento.
Comer no es lo mismo que pensar,
pero en determinadas circunstancias puede serlo.
Desmenuzo algunos cogollos de mariguana,
pico una cebolla, un ajo, un pimiento verde,
una guindilla, caliento el aceite.
Cuando abro la ventana, elijo un tema sospechando
que ya lo elegí. Abro el segundo cuaderno y escribo
en él. Y sin embargo, al escribir, nada dice
en esa escritura lo que verdaderamente importa.
La música se superpone a la noche y al día,
pues la música es principio y final.
Me lanzo de cabeza a la piscina de agua tan fría,
y salgo del otro lado como si nada.
No me acostaré antes de terminar este poema.
Este poema es un árbol afectado 
por el afán de decir, por explicar lo inexplicable.
Antes de cumplir los quince años fui un conejo;
a partir de los diecisiete, un ciervo.
Lo que fui y lo que soy son las dos caras
de una moneda falsa.
No hay por qué ver las imágenes de este tema,
pues sólo la música importa.
Un ciego canta y escribe, anticipa lo que ha de venir.
Ninguna de los dos caras de esta moneda
me representan. Soy el valor que pasa
de mano en mano.
Que ese tránsito no me agrada lo prueba
mi cinismo al anochecer, cuando busco una luz
distinta, cuando me voy de mí mismo y vuelvo
como si nada.


Salvador Alís.

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