jueves, 15 de febrero de 2018

RÉPLICA A IVO ANDRIC

RÉPLICA A IVO ANDRIC

Quisiera escribir de nuevo, escribir algo más, otra vez y otra. Pero he escrito ya tantas cosas, durante tanto tiempo. Y entonces, escribir ¿para qué? Y, sobre todo, ¿para quién? ¿Quién tendría que leerme y por qué? Y si alguien me leyera, ¿acaso me entendería? Ocurre con frecuencia: escribo y a continuación borro lo escrito; o tomo notas en hojas de papel de indudable calidad y después las arrugo y lanzo a la papelera, algunas no caen dentro y ruedan por el suelo de la habitación, despiertan el interés de las gatas, son un juguete para ellas. Debería escribir una carta y no la escribo. Debería revisar miles de páginas escritas, pasar a limpio unas, quemar otras. Se va instalando en mí una pereza creciente, una desgana como flor escéptica cuyo aroma fácilmente me aturde.

"Empiezo a despertarme de un sueño profundo, pero despacio. Sigo dormido, pero se asoman destellos de la vigilia. Y pienso: debería levantarme ahora, prender la luz y, completamente despierto, escribir una página, una de las que desde ayer quise poner en papel. Ahora podría hacerlo. Y podría decidir por mí mismo cómo sería esa página: triste, alegre, indiferente, de qué trataría y a quién estaría dirigida. Todo eso aún depende de mí y sé que lo haría con facilidad. Pero si cedo ante esta cálida y agradable carga que me clava al lecho y me retiene en la oscuridad y si vuelvo a hundirme en la inconsciencia y en el sueño, sé que jamás escribiré esa página y cuando me despierte de nuevo, ella se quemará y oscurecerá como el papel fotográfico para copias. Aún todo depende de mí, pero yo vacilo y la noche pasa."
Ivo Andric. Signos junto al camino. Sexto piso. 2016. Pág. 100.

A veces pienso que estoy hecho de palabras, que todo yo soy una palabra compleja y muy larga, confusa, impronunciable... Esa palabra quizá sea mi nombre verdadero. Y todavía no sé cómo me llamo. No quisiera escribir desde el odio, la nostalgia, la falta de esperanza, la sospecha de un fracaso. Pero en ocasiones no lo puedo evitar. Al menos de vez en cuando recapacito y vuelvo atrás. Me despierto cada día frente a un par de miles de libros. Que todo está escrito es lo primero que me viene a la cabeza. Pero no es verdad. Si realmente lo creyera no seguiría en este momento escribiendo para negar la posibilidad de la escritura. Muchas historias son la misma historia, pero son distintas según quien las cuenta. Abro de nuevo los Signos junto al camino, lectura aplazada durante meses que, sin embargo, no se ha movido de la mesilla de noche. Aparto a un lado los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau, libro leído ayer. Y decido que, aunque se trate de la misma obsesiva idea, si por casualidad algo interrumpe mi sueño encenderé la luz y anotaré la idea, la primera línea de esa carta por escribir, las tres palabras necesarias para expresar lo que siento.

"(Cuando ese hombre escribía), casi cada oración suya descorría la cortina de alguna nueva vista pero de manera breve y caprichosa, por lo que uno no podía discernir si esa vista que llegaba a mirar por un instante era parte del mundo real o tan sólo un juego de la imaginación, una ilusión que sería borrada al instante por otra ilusión y al final, después de todo, quedarían el silencio y el vacío como las únicas cosas reales y estables."
Ivo Andric. O. cit. Pág. 284.

Si no me equivoco al contar, tengo cinco lectores fieles, algunos otros ocasionales, algunos más casuales. Y eso ¿qué significa? ¿Por qué tendría yo que exhibirme ante una gran multitud? ¿A quién puede interesar mis paseos en círculo, mis tropiezos, mis encuentros no trascendentales, mis dudas constantes ante las bifurcaciones del camino? Si digo lo que pienso -pero no todo lo que pienso- es para uso propio, para contentarme a mí mismo. Cambian los modos, pero la esencia no cambia. Algún antepasado mío hablaba a solas en voz alta, alguno incluso gritaba; yo simplemente escribo.

"Él jamás llevaba un diario. Ni siquiera de joven. Sentía un asco particular, profundo y casi supersticioso hacia ese asunto. Cualquier intento de establecer una vivencia para siempre y anotarla de manera irrevocable le parecía empobrecer su propia vida. Le llenaba de pavor la idea de que su vida pudiera no ser algo distinto de lo que es, que todas las puertas estuvieran cerradas y todo fuera denominado con un solo nombre para siempre."
Ivo Andric. O. cit. Pág. 528.

He aquí una contradicción. Hacia la mitad de mi vida arrojé a una chimenea para tal fin encendida mis diarios de juventud. Pero luego, a partir de entonces, he guardado celosamente, obsesivamente, hasta la última línea del último fragmento de papel guardado en el último bolsillo de la última de mis chaquetas. Nunca salgo de casa sin el pilot. Mi cabeza no cesa de imaginar frases y mis manos no descansan. Debería escribir varias cartas y libros de palabras. Se las debo a los muertos y a los vivos. Se las debo a quienes hice sufrir y a quienes amé (y aún amo). Pero ¿qué hacer ante esta pereza vital y literaria? ¿cómo afrontar este reto? Deberían bastar tres palabras. Y así pudiera yo descansar y todo fuera dicho.

Salvador Alís.




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