“No hay pensamientos peligrosos; el solo pensamiento por sí mismo es peligroso."
Hannah Arendt.
Algunas mañanas y algunas noches, mientras me preparo la comida y como, enciendo la televisión, ruido de fondo. No soy selectivo, de reojo veo cualquier cosa, dejando que mis pensamientos tomen su propio camino. Por ejemplo, hace unos días vi (o mejor dicho: volví a ver) la película Cuando el destino nos alcance, protagonizada por uno de mis actores favoritos de todos los tiempos: el inconmensurable Charlton Heston (el Judah de Ben-Hur, el Taylor de El planeta de los simios, el Vargas de Sed de mal..., entre tantos otros grandes papeles); ayer vi y escuché, creo que en la primera cadena, a un grupo de músicos llamados Limbotheque, cuya cantante -Carol García- me deslumbró por su interpretación y puesta en escena y, sobre todo, por sus ojos como almendras verdes con un punto de mercurio en su centro; y hoy mismo he contemplado el final del único debate a cuatro donde los aspirantes a presidir el gobierno de España han pretendido transmitir lo mejor de sí mismos.
En una casual comparación de estos ejemplares momentos televisivos, la intencionada coquetería de Carol García (que, por supuesto -para el que quiera o pueda verlo- va más allá de su apariencia y significa otra cosa) gana de lejos como espectáculo. Durante años he tenido en mente una novela (el argumento de una novela que nunca escribiré) cuyo título debía ser Cuando el destino nos alcance. La película de 1973, dirigida por Richard Fleischer, seguramente la vería hace ya cuatro décadas, pero la había olvidado, aunque no su título que quedó en mi subconsciente y ha perdurado hasta hoy. Respecto a los debatientes, que no verdaderos duelistas -al menos en el sentido en que lo fueron Feraud y D´Hubert-, todos pierden pues todos mienten por su cobardía, todos pendientes de su interés, del consejo de asesores, tendencias, encuestas y estrategias para vivir de acuerdo a sus expectativas, aun con deshonor, rehusando a toda costa la posibilidad de una muerte honrosa.
Ver televisión me quema los ojos. Escribir en el ordenador me quema los ojos. Leer a Teresa de Jesús o a María Zambrano me quema los ojos. Yo también los tuve verdes, solo que mi punto de mercurio ya no los hace resplandecer sino que los ha envenenado y consumido hasta casi volverlos ciegos. Calculo y espero que duren todavía lo imprescindible para acabar el libro que tengo entre manos, el que estoy leyendo, el que escribo sin más hilo conductor que mis impulsos, que duren todavía para ver lo invisible, para trascender estos lenguajes tan airados como vanos.
Destaca en los místicos españoles que fueron, ante todo, el lenguaje, la oración. Carol García canta para agradar y conquistar. Los debatientes debaten para engañar (y en ese acto se engañan). En los lujosos apartamentos en alquiler de Cuando el destino nos alcance algunas mujeres, especialmente capacitadas para la función que se concibe, forman parte del mobiliario, son "muebles", objetos incluidos en una oferta de decoración activa (o pasiva).
Se repara en que los cuatro debatientes son hombres -hombres todos ellos que quieren salvar a las mujeres, firmar un Pacto de Estado para acabar con la violencia ejercida contra las mujeres-. Pero las mujeres apenas aparecen en un segundo plano: la rubia de la mano de Pedro Sánchez, la ex de Pablo Iglesias a su espalda, y las consortes ausentes de Mariano Rajoy y Albert Rivera. Se imagina un debate diferente: las mencionadas Teresa de Jesús y María Zambrano, por ejemplo, y Louise Bourgeois y Frida Kahlo. Aquí se tratarían sin duda otros temas: moradas y castillos, métodos y claros en el bosque, celdas y jaulas interiores. El debate actual es lenguaje corruptor y corrompido, palabras que salen de bocas saciadas y vuelven a bocas saciadas; palabras que ni contienen melodía ni encantan, que se hablan a sí mismas, que no se dirigen -como en la oración, el pensamiento o el arte- hacia lo que está sobre ellas o muy por encima de ellas.
Ante este panorama, me quedo con la subyugante teatralidad de Limbotheque (buenos músicos más belleza), y anuncio que aún siendo ateo y no siendo ascético, esta noche, gastaré algunos minutos valiosos del crédito de mi vista leyendo o releyendo dos o tres poemas de la Santa. A la hora de votar no formo parte de los indecisos. Para resolver el problema de mis tendencias anarquistas he tenido que emplear más de dos tercios de mi vida. A estas alturas, prefiero arriesgar, prefiero el sable y la herida, el honor y la metáfora. Ninguna marioneta, muñeco ni actor me pueden ya gobernar.
Salvador Alís.
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