martes, 28 de junio de 2016

BOMBONES DE CHOCOLATE

BOMBONES DE CHOCOLATE

Cada noche, después de una jornada de duro trabajo -como suele decirse-, desde que bajo del autobús hasta que llego a casa, atravieso una calle principal, una plaza y varias calles secundarias.
En esa calle principal, en la acera izquierda, aguardan para cazar a sus clientes media docena de cambiantes prostitutas negras. Por lo que sé: nigerianas. Por lo que veo: con cara de niñas o niñas realmente. Separadas entre sí por los cruces de las calles secundarias, invariablemente todas, cada medianoche, tienen algo que decirme, propuestas básicas que lanzan al aire cuando paso a su lado: "¿Follar...? ¿Chupar...?" La novedad, en esta ocasión, la desconcertante pregunta de una adolescente con el cuerpo de una diosa oscura y primordial: "¿Tú gusta bombón de chocolate?".

De repente un tonto se hace famoso, conocido mundialmente (no entraremos en los detalles de sus méritos, oportunidades y aportaciones); esto lo facilitan hoy las nuevas (¿o ya son viejas?) tecnologías, la inmediatez y amplitud de las comunicaciones. Enseguida surge otro tonto que lo imita. Y luego, mil tontos más que imitan al imitador.
Quien no haya leído Masa y Poder quizá no entienda la profundidad que se esconde tras la aparente sencillez del enunciado; quien lo haya leído, quizá tampoco.

Apátrida no oficial sino más bien por vocación, hoy más que nunca reniego de mi nacionalidad (impuesta por el azar y las normativas).
En este país hay más de un listo famoso, y miles de listos imitadores y millones de tontos imitadores de los imitadores. Lo he citado más de una vez y ahora lo repito (en cierto modo, también yo soy un imitador): los corderos eligen a sus lobos; las víctimas a sus torturadores y asesinos; los presos a sus carceleros. La idea de una libertad responsable sigue dando miedo.

El fantasma de dos metros de altura, vestido con una larga túnica blanca, está intentando decirme algo, pero no sé el qué. Desde hace semanas, cada noche cruza la calle bajo mi balcón. No importa a qué hora yo salga a ese balcón para echarle un vistazo a la noche, no controlo los tiempos, no lo busco, pero cada noche lo veo pasar.
En ocasiones puntuales (y esto es aún más extraño) va montado en una bicicleta sin luces. ¿De dónde viene, adónde va? ¡Quién puede saberlo!

La gran pereza que siento ante los procedimientos de la apostasía. Me cuentan como uno de los suyos; no es verdad.
¿Acaso valdría la pena redactar, solicitar, firmar, entregar los documentos exigidos y esperar una respuesta que nunca llega? El simple desprecio y la simple indiferencia (en ocasiones tan fácil de mostrar pero tan difícil de mantener). No un dios per se, sino la idea de dios como aglutinante de la masa.

Hace más de diez años que no ha habido un solo día triste en mi vida. Soy el perfecto pesimista-alegre. Hay cosas que me decepcionan, es cierto, y otras que me irritan. Pero creo que la activa balanza halla siempre su equilibrio. No se debe a ninguna intencionalidad por mi parte. Supongo que todo ello estará en mi naturaleza.
Me satisface tantas veces la ingenuidad y la belleza, la inteligencia que despierta como chispa, y salta de lo que arde entre llamas sin producir, todavía, humo.

Al parecer (no hay certeza absoluta en el asunto) el suicida más lento de la historia moderna tardó 256 años en conseguir su objetivo. Se dice que murió en 1933 (la noticia se publicó en The New York Times). Se llamaba Li Ching-Yu.
Respecto a la historia antigua, otro suicida incluso más lento se menciona en el Génesis: Matusalén -hijo de Enoc, padre de Lamec y abuelo de Noé-, el cual precisó 969 años para acabar con su vida.

Esta noche, a una hora más temprana, no ha sido un fantasma sino cuatro los que han cruzado la calle bajo mi balcón. Sus gestos y actitudes prueban que no son fantasmas reales: uno hablaba por medio de un teléfono móvil; otro se ha desprendido de la blanca túnica bajo la farola de la araña; a los otros dos los ha recogido un coche que ha doblado con rapidez la esquina y desaparecido de mi vista.
Mientras yo contemplaba a los falsos fantasmas, las noticias de televisión anunciaban decenas de muertos y decenas de heridos en un atentado múltiple en el aeropuerto internacional Atatürk, en Estambul.

Día largo y complejo, que ha requerido tranquilidad química; el corazón como un pequeño animal cansado, una tortuga nerviosa, un pájaro asustado al que no he tenido más remedio que tomar por las alas.

Salvador Alís.







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