MICHEL GUY
Hoy se ha desvanecido como árbol sin raíces un árbol viejo bajo el sol de la tarde.
Los pájaros ancianos que anidaban en sus ramas han volado en todas las direcciones.
Faltaron gotas de lluvia resbalando por las mejillas de su estatua,
gotas de lluvia que llovieron aquí, tan lejos, tan a contratiempo.
Hoy ha muerto un hombre que ayer cerró su maleta y guardó doblado su billete;
un hombre de palabras incomprensibles y gestos claros como el cristal.
Su corazón mecánico, sus manos grandes, y su voz que suena como el mar plateado
y tan cansado ya de ir y venir hasta la misma playa donde la luz se acuesta.
Hoy espera la llama; el tiempo que falta es cero. Hoy termina el largo viaje emprendido
en el año veintinueve del siglo pasado. Hoy la muerte entre junio y julio decide
detener este reloj de cuerda. Hoy la innombrable nos recuerda que tarde o temprano
todos beberemos el exquisito vino blanco de la cosecha de nuestro nacimiento.
La esposa se frota los labios con el pulgar, la vista fija en la pared en blanco.
La cuñada se estremece al pensar que lo que hoy se va, la vida,
no contempla excepciones. Los hijos, indescifrables. Los nietos, sentimentales.
Y yo -embriagado en mi noche-, intentando comprender esta canción.
Salvador Alís.
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