martes, 14 de octubre de 2014

VIEJAS CALLES

VIEJAS CALLES

Vuelves a visitar las viejas calles, el laberinto empedrado donde navegaste
en un barco de cartón sus corrientes de nieve cuesta abajo,
entre casas deshabitadas entonces y ahora,
entre la risa y el llanto. Nada se hizo para siempre.

Repites las mismas historias con variantes, y a veces alguien te escucha
como si fuera la primera vez, tu cabeza lo sabe y no puede evitarlo,
se encienden fuegos donde ya hubo hogueras,
destino trazado. Nada se hizo para siempre.

El acontecimiento como irrupción pierde su impulso y no sorprende ya,
el futuro parece una inacabada restauración del pasado,
la pared de piedra sin sol se ha cubierto de enrevesada hiedra
que oculta las ventanas. Nada se hizo para siempre.

En ese laberinto vas dejando caer cuentas de cristal que niega la oscuridad
como señales, visibles cuando el invierno acaba y otra vida
es deslumbrada al amanecer de otro verano,
imposible hallar la salida. Nada se hizo para siempre.

Subes a la última torre como a la primera, entre el asombro del vértigo
y el combate con las telarañas, gotas de agua en la escalera,
diamantes de una lluvia interior, hasta las campanas de bronce,
y te asomas al vacío. Nada se hizo para siempre.

En las viejas calles el mismo desfile de estandartes y fantoches,
espantapájaros dorados portando sus armas y sus velas humeantes,
el lobo y el ciervo y el jabalí y la liebre y la astuta ardilla
saltando de rama en rama. Nada se hizo para siempre.

Salvador Alís.










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