De los muchos comentarios, opiniones y argumentos lanzados en estos días contra la diana de la corrupción, quiero destacar la siguiente imagen: alguien, en un debate televisivo, ha hecho esta mañana la siguiente comparación: nuestro gobierno se parece a una banda de conejos parada en medio de una carretera, con los ojos abiertos como platos, viendo venir a toda velocidad al camión de la corrupción, hipnotizados por la cegadora luz de sus faros, e incapaces de cualquier movimiento o reacción. No son palabras exactas, pero así puede entenderse.
La imagen, inevitablemente, me lleva a pensar en los magníficos textos de Mario Levrero titulados Caza de Conejos. Y por seguir con el juego, yo añadiría que esa limitada banda de conejos en la carretera ha estado saqueando el campo común de zanahorias que debía alimentar a los millones de inocentes conejos que habitan en el bosque y ahora están pasando hambre.
En el mismo debate (o en otro), ante la pregunta de qué puede hacer el gobierno para combatir la corrupción, alguien ha contestado que eso era imposible, lo mismo que pedirle a Al Capone que acabase con la Mafia. Por lo que se ve, se acrecienta el número de los que desconfían, los que dudan de que el lobo disfrazado de pastor proteja realmente al rebaño.
Cuando escucho a ciertos personajes decir que la mayoría de los políticos son honrados, que los casos de corrupción son puntuales, algunos garbanzos negros en el bote, sinvergüenzas siempre los hubo, y esgrimen la presunción de inocencia y se muestran tibios ante la imputación, no sé si echarme a reír o indignarme por su falta de respeto. No sé si son tontos o pretenden ser demasiado listos. Si pensamos que entre los 86 poseedores de las tarjetas negras tan sólo 4 no llegaron a usarlas, y que todos eran políticos (porcedentes de varios partidos), banqueros, empresarios y sindicalistas, se puede concluir que el 95,35 % de semejante casta eran corruptos. Y no cuesta nada extrapolar la estadística al conjunto de políticos, banqueros, empresarios y sindicalistas.
Bajo la alfombra de la ignorancia, del mirar para otro lado, del conformismo, la no implicación y el miedo, se esconde tal cantidad de basura que la peste es ya insoportable. Con el beneplácito de una sociedad adormecida se han amasado fortunas y se ha maquillado la democracia como a una deslucida y consentidora actriz en el ocaso de su carrera. Todavía hay idiotas que aplauden la representación, pero cada vez más podemos oir voces disconformes.
Lo viejo se resiste a renovarse, se aferra a su baston de mando. La posibilidad de que el público irrumpa en el escenario causa pánico entre los falsarios. El presidente Ubú, el tirano Ubú, el cornudo Ubú, el egocéntrico Ubú que sube sin cesar los impuestos para financiar su trono, saldrá corriendo de un momento a otro buscando esconderse en su rica madriguera de conejo para ponerse a salvo de los conejos pobres. Pero los conejos pobres, privados de sus zanahorias y hambrientos, están desarrollando su olfato. La madriguera del saqueador apesta.
viernes, 31 de octubre de 2014
miércoles, 29 de octubre de 2014
sábado, 25 de octubre de 2014
ANTE EL IMPERIO
"Cuanto más insiste Roma en condenar al esclavo como esclavo,
más cerca me siento del esclavo
y más se acrecienta mi convicción de que mi deber es luchar contra Roma."
Autor anónimo, latino, hacia el siglo XXI.
jueves, 23 de octubre de 2014
RUIDO DE FONDO
El ruido es todo lo opuesto a la música, lo inarticulado, lo que penetra violentamente en el cerebro y causa agitación y malestar. En la música hay ruido, sí, pero no se impone, no agrede, porque lo que define a la música no es el sonido sino el silencio, no el soplo ni la vibración ni el redoble sino las pausas entre los sonidos, la nada anterior y posterior y los fragmentos vacíos que se intercalan entre notas e instrumentos.
Hay ruido en muchas películas cuya banda sonora es el miedo y el efecto del miedo, o la violencia sonora, o la risa falsificada y aumentada que fuerza otras risas sin objeto.
Hay ruido en la arquitectura contemporánea, en las torres obsoletas, en los aeropuertos sin vuelo, en los palacios en ruinas, en los teatros de la ópera reducidos a una simple maqueta. Ruido en el World Financial Center y ruido en el Burj Dubai.
Hay ruido en la pintura y en la escultura, en los grafitis de Banksy, en los tiburones de Damien Hirst y en los neones de Bernardí Roig. Hay mucho ruido plasmado en dos y en tres dimensiones.
Hay ruido en la literatura, ruido de disparos de pistola en las novelas negras, ruido de la muerte y del diablo que saben venderse bien y ganan, invariablemente, todos los premios y reconocimientos.
Hay mucho ruido en la política y en la economía, monedas que circulan en la oscuridad y chocan unas con otras y multiplican su potencial, voces cuya estridencia es la mentira, discursos y arengas que invalidan sus propios altavoces.
Y hay, evidentemente, más ruido todavía en los medios de comunicación, en los debates y en las noticias, en los miles de millones de fotografías hambrientas como plaga de langosta, en los vídeos donde la nueva enciclopedia universal se está construyendo, en los mensajes que vuelan -como por arte de magia- de un extremo al otro del mundo sin necesitar de palomas mensajeras.
Hay muchísimo ruido sobre los desiertos que guardan bajo su arena viscosas reservas de hidrocarburos, y ruido en la superficie de esos desiertos, en las ciudades roídas de esos desiertos, entre los tanques de la nueva afrika-korps, los silbantes misiles y los sibilinos drones.
Hay ruido y alteración y énfasis entre los microorganismos, alrededor de los virus y las supuestas amenazas y las previsibles vacunas.
Hay ruido en la desnudez y en la farsa, en las inquietudes inculcadas, en los programas de control mental, en las ventanas abiertas al universo, en la vida no nacida y en la inteligencia artificial.
Al parecer este nudo histórico ha sido desanudado y se ha producido la gran aceleración que impulsa a la humanidad, primero, hacia delante y, luego, hacia atrás.
Este concierto no será tarea fácil, interpretar la obra entrañará dificultades, un nuevo director de orquesta deberá desaparecer para que los músicos actúen. Los que desafinan tendrán que apartarse o ser apartados. Lo que se busca ya no es el ruido sino el silencio, no la distorsión sino la armonía. Voces que no aportan nada a la obra deberán callarse o ser calladas.
Tiempos convulsos y ruido de fondo. No se apacigua el corazón ante los gritos de los exaltados, el fanatismo de los ignorantes, las grandes mentiras y los ídolos de barro. Adan y Eva ya no están desnudos en el paraiso, y en el árbol del conocimiento sólo crecen frutos podridos.
Lo contrario a este ruido es hoy una danza macabra. Se vive aún. Se tiene la posibilidad de escuchar alguna música verdadera, de apoyar un violín contra el hombro y pasar por sus cuerdas un cuchillo. Participar en ello no es imposible.
jueves, 16 de octubre de 2014
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