martes, 4 de febrero de 2020

EL ÚLTIMO RELOJ

EL ÚLTIMO RELOJ

Esta tarde, poco antes de las 21:00 horas, he comprado mi último reloj.
No he tenido muchos, porque el tiempo, ciertamente,
nunca me ha importado más de la cuenta.
Del primero que tuve, nada recuerdo, ni del segundo ni del tercero.
En los años 70 compré un Thermidor, pero no fue para mí.
Y después llegó un simple Casio de esfera azul.

Durante los últimos veinticinco años ha pesado en mi muñeca
mi querido Tissot de caja y brazalete de acero, preciso y enigmático.
Finalmente su esfera giró dentro de la caja,
rebelándose contra el imperativo de dar la hora exacta.
Desde entonces, meses atrás, he deseado hacerme con otro
que no desmereciera la calidad de sus agujas y su círculo plateado.

Mi padre pudo tener un Longines, quien lo diría.
Lo encontré en la casa, junto a otros, en el cajón de un mueble
que pocas veces se abría.
Mi padre muerto. Y aquellos relojes parados o dormidos.
Ese Longines, un Glashütte y un Omega octogonal.
Los malvendí en el Rastro por diez mil pesetas en 1995.

Durante medio año, al menos, he investigado sobre relojes,
he visto, leído, fotografiado y comparado cientos de relojes,
he visitado relojerías y catálogos y, en definitiva,
he agotado el tiempo de una búsqueda racional
hasta caer en la obsesión.

Ante mis ojos y mis sueños han pasado los Laco y los Vostok,
los Seiko y los Gran Seiko, los Stowa y los Sinn,
los Alpina y los Victorinox, los Junghans y los Junkers,
los Bernhard H. Mayer, los Mido, los Bulova, los Steinhart,
los Certina, los Orient..., y tantos otros que ya no se ajustan
ni al precio ni al recuerdo.

Pero aprendí lo necesario, aprendí a separar los movimientos
automáticos de los cuarzos, los mecánicos, los solares;
aprendí a valorar los flieger, por afinidad,
aprendí que los diver no me interesaban, que los chinos
y los rusos y los norteamericanos podían ser absolutamente
prescindibles, y que sin embargo Japón y Alemania importaban.

De cualquier manera, tras meses indagando, se impone el tópico
swiss made. No por nada, por descarte y porque sí.
Hasta hace una semana, mi elección era el Laco Augsburg 42.
Pero ayer me decidí por un Longines Conquest
y me faltaron minutos para cerrar la compra.
Cambié de idea hoy por una pequeña pieza de plástico.

Hoy he comprado mi último reloj, un capricho,
pues en mi vida cotidiana el móvil facilita horas y alarmas,
y en el trabajo el walkie talkie y la PDA también hacen de las suyas.
Abandonada la idea del contundente y ostentoso Longines,
elegí el Hamilton Khaki automático de 42 mm y esfera negra.
Su cristal de zafiro semi curvado y su correa de piel.

Si esto fuese un poema sobre el tiempo que pasa y va pasando,
sobre su contenido y su oportunidad, algunas preguntas
serían tan legítimas como inevitables:
Puesto que el Mundo se va al carajo, el reloj se impone
para prever la hora, el minuto y el segundo de ese final.
Un automático fiable y preciso, mi último reloj.


Salvador Alís.













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