martes, 31 de diciembre de 2019
BETELGEUSE
BETELGEUSE
En la última noche del año, en muchas ciudades, y desde luego en la que vivo,
se lanzan cohetes que estallan en el aire a diferente altura,
algunos se rompen en luces y todos hacen ruido. Asustan
a mis gatas porque el estruendo se multiplica por tres en sus orejas.
Pero yo, que debo estar volviéndome sordo, permanezco impasible, no me inquieto,
y ni tan siquiera miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.
En la última noche del año, alguien o algo publica la sorprendente noticia:
una lejana estrella de nombre Betelgeuse se apaga o se oscurece
con velocidad y gran misterio. Se encuentra en la constelación de Orión,
distante de nuestra Tierra unos 600 millones de años luz.
Es una Supergigante Roja que, según datos variables y no contrastados,
tendría 12 o 20 veces la masa del sol y cuyo diámetro
lo superaría más de mil veces.
Alguien o algo entiende que este desvanecimiento puede significar
que la estrella está a punto de explotar, aunque poco después
el término cambia y se convierte en implosión. Alguien o algo sugiere
que mutaría en una Supernova y que su brillo, tan intenso,
la haría visible en el cielo diurno.
Llama la atención que la noticia se desarrolle en un presente estático,
sin precisar si, debido a su enorme lejanía,
esa luz que ahora estudian los astrónomos y el posible estallido que vaticinan
no se produjo justamente hace 600 millones de años,
y esta noche Betelgeuse (en su momento y su lugar) ya no sea lo que fue,
lo que ahora vemos, sino cosa bien distinta, o quizá haya
dejado de ser (vagando su luz sin origen ni fuente por la inmensidad
de un Universo insondable).
Leo esta información con la misma indiferencia que dedico a los cohetes
que siguen silbando sobre los tejados. Son las cuatro de la mañana
del primer día del año nuevo. La fiesta continua en muchas ciudades,
y desde luego en la que vivo. Jolgorio, disfraces, risas, imposturas
y ruido. No condeno a quienes celebran la arbitrariedad del calendario,
pero me pregunto si no estaremos exagerando una felicidad
que algunos escriben con signos de admiración,
cuando una ley superior crea y destruye el tiempo y el espacio
donde no somos, y no podemos ser, más que insignificantes
motas de polvo cósmico de otra explosión ancestral e inimaginable.
Y conste que no miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.
En esa mirada, como en un lienzo negro
creado por no sé qué accidente o qué dios, no hay estrellas luminosas,
hay palabras blancas cuyo significado no llego a descifrar.
Cualquier posible traducción sera errónea.
Entre el último día y el primero han brotado cinco flores encarnadas
entre las hojas que luchan y sobreviven a sus parásitos.
Salvador Alís.
En la última noche del año, en muchas ciudades, y desde luego en la que vivo,
se lanzan cohetes que estallan en el aire a diferente altura,
algunos se rompen en luces y todos hacen ruido. Asustan
a mis gatas porque el estruendo se multiplica por tres en sus orejas.
Pero yo, que debo estar volviéndome sordo, permanezco impasible, no me inquieto,
y ni tan siquiera miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.
En la última noche del año, alguien o algo publica la sorprendente noticia:
una lejana estrella de nombre Betelgeuse se apaga o se oscurece
con velocidad y gran misterio. Se encuentra en la constelación de Orión,
distante de nuestra Tierra unos 600 millones de años luz.
Es una Supergigante Roja que, según datos variables y no contrastados,
tendría 12 o 20 veces la masa del sol y cuyo diámetro
lo superaría más de mil veces.
Alguien o algo entiende que este desvanecimiento puede significar
que la estrella está a punto de explotar, aunque poco después
el término cambia y se convierte en implosión. Alguien o algo sugiere
que mutaría en una Supernova y que su brillo, tan intenso,
la haría visible en el cielo diurno.
Llama la atención que la noticia se desarrolle en un presente estático,
sin precisar si, debido a su enorme lejanía,
esa luz que ahora estudian los astrónomos y el posible estallido que vaticinan
no se produjo justamente hace 600 millones de años,
y esta noche Betelgeuse (en su momento y su lugar) ya no sea lo que fue,
lo que ahora vemos, sino cosa bien distinta, o quizá haya
dejado de ser (vagando su luz sin origen ni fuente por la inmensidad
de un Universo insondable).
Leo esta información con la misma indiferencia que dedico a los cohetes
que siguen silbando sobre los tejados. Son las cuatro de la mañana
del primer día del año nuevo. La fiesta continua en muchas ciudades,
y desde luego en la que vivo. Jolgorio, disfraces, risas, imposturas
y ruido. No condeno a quienes celebran la arbitrariedad del calendario,
pero me pregunto si no estaremos exagerando una felicidad
que algunos escriben con signos de admiración,
cuando una ley superior crea y destruye el tiempo y el espacio
donde no somos, y no podemos ser, más que insignificantes
motas de polvo cósmico de otra explosión ancestral e inimaginable.
Y conste que no miro al cielo pues tengo los ojos vueltos hacia mí mismo.
En esa mirada, como en un lienzo negro
creado por no sé qué accidente o qué dios, no hay estrellas luminosas,
hay palabras blancas cuyo significado no llego a descifrar.
Cualquier posible traducción sera errónea.
Entre el último día y el primero han brotado cinco flores encarnadas
entre las hojas que luchan y sobreviven a sus parásitos.
Salvador Alís.
domingo, 29 de diciembre de 2019
DOS POEMAS DEL 19
DOS POEMAS DEL 19
Ayer encontré un cuaderno perdido. En él, un solo poema fechado en julio de este año:
LOS FUMIGADORES
Vistos desde la conciencia impersonal y ciega de los ojos de la noche,
son dos hombres que parecen bailar alrededor de los árboles.
Uno porta sobre su espalda un depósito metálico, negro y rectangular,
lleno de un líquido insecticida invisible y fatal.
Con la mano diestra empuña la corta lanza que difunde el veneno
entre las hojas, los frutos y las flores,
y con la siniestra acciona la palanca que produce los estallidos
de lluvia tóxica que el viento desvía en ocasiones.
El segundo hombre, mientras tanto, persigue al primero
con su discurso doliente
salpicado de silencios tácticos que buscan conmover.
Las micro partículas de insecticida crean nubes instantáneas
en la forma y el tamaño de las copas vegetales.
Las sandalias del verano se hunden irremediablemente
en el suelo blando y húmedo de esta tierra fumigada.
Ambos dan vueltas alrededor de las plantas asombradas:
uno cumple con dedicación su función de jardinero
y el otro, con esmero, confiesa en voz alta sus traiciones y su culpa.
Las palabras que relatan tristes hechos pasados
brotan del fumigador sin depósito aparente,
y envuelven al primero, que desconoce su alcance y su intención.
Salvador Alís.
Y esta tarde, a la hora de la siesta, imaginé el poema que sigue y que aún no acaba:
ACONTECIMIENTO EN EL BOSQUE
Traicionando el natural sigilo de los lobos, este lobo corre
de un lado para otro haciendo mucho ruido
y aullando como un loco. Entra y sale del bosque,
de un salto cruza el río, sube a la cima de la montaña,
le da la espalda a la luna.
Este lobo ha desaprendido la infalible estrategia de la caza
que la voz del lobo y el instinto le enseñaron desde siempre.
No comprende que se delata con sus acrobacias y cambios de sentido,
poniéndose en evidencia y ahuyentando a las presas.
Más que lobo parece un payaso al que toda pirueta se le quiebra,
un encantador que no acierta con los encantamientos.
Hay otros habitantes en este bosque, otros desconciertos.
Los conejos, divertidos, asoman sus cabecitas blancas
por las bocas de las madrigueras,
y abren sus redondos ojos amarillos
y levantan sus largas orejas peludas y sonrosadas
para contemplar el espectáculo, mientras expulsan a la noche,
en forma de otros aplausos,
las risas cortadas por sus afilados dientes blancos.
El conejo se burla del lobo, así es,
y hasta puede sentir por él alguna compasión
pues lo ve aturdido y desorientado.
Pero el lobo cree dominar el bosque, se siente dueño y señor del miedo,
desafía a la oscuridad y a las estrellas,
pisotea las hojas caídas, a los guijarros, a las hormigas.
Hambriento corre de un lado para otro mientras esparce,
como señal de peligro, su olor a lobo por todas partes.
Hay otros habitantes en este bosque, otros deslumbramientos.
Los pajarillos a los que el lobo impide dormir
lo miran condescendientes desde la altura de sus nidos.
Los peces que navegan bajo el agua que fluye montaña abajo,
con los ojos permanentemente abiertos, lo ven saltar sobre su río.
La luna, a la que el lobo ignora, lo ilumina sin embargo
haciendo brillar su pelaje plateado.
Este lobo incapaz de controlar su ambición y sus defectos,
acechado él mismo por su propia intensidad,
este lobo ansioso hacedor de locuras,
este lobo finalmente enloquecido por su bosque,
este lobo convencido de ser un hombre.
Salvador Alís.
Ayer encontré un cuaderno perdido. En él, un solo poema fechado en julio de este año:
LOS FUMIGADORES
Vistos desde la conciencia impersonal y ciega de los ojos de la noche,
son dos hombres que parecen bailar alrededor de los árboles.
Uno porta sobre su espalda un depósito metálico, negro y rectangular,
lleno de un líquido insecticida invisible y fatal.
Con la mano diestra empuña la corta lanza que difunde el veneno
entre las hojas, los frutos y las flores,
y con la siniestra acciona la palanca que produce los estallidos
de lluvia tóxica que el viento desvía en ocasiones.
El segundo hombre, mientras tanto, persigue al primero
con su discurso doliente
salpicado de silencios tácticos que buscan conmover.
Las micro partículas de insecticida crean nubes instantáneas
en la forma y el tamaño de las copas vegetales.
Las sandalias del verano se hunden irremediablemente
en el suelo blando y húmedo de esta tierra fumigada.
Ambos dan vueltas alrededor de las plantas asombradas:
uno cumple con dedicación su función de jardinero
y el otro, con esmero, confiesa en voz alta sus traiciones y su culpa.
Las palabras que relatan tristes hechos pasados
brotan del fumigador sin depósito aparente,
y envuelven al primero, que desconoce su alcance y su intención.
Salvador Alís.
Y esta tarde, a la hora de la siesta, imaginé el poema que sigue y que aún no acaba:
ACONTECIMIENTO EN EL BOSQUE
Traicionando el natural sigilo de los lobos, este lobo corre
de un lado para otro haciendo mucho ruido
y aullando como un loco. Entra y sale del bosque,
de un salto cruza el río, sube a la cima de la montaña,
le da la espalda a la luna.
Este lobo ha desaprendido la infalible estrategia de la caza
que la voz del lobo y el instinto le enseñaron desde siempre.
No comprende que se delata con sus acrobacias y cambios de sentido,
poniéndose en evidencia y ahuyentando a las presas.
Más que lobo parece un payaso al que toda pirueta se le quiebra,
un encantador que no acierta con los encantamientos.
Hay otros habitantes en este bosque, otros desconciertos.
Los conejos, divertidos, asoman sus cabecitas blancas
por las bocas de las madrigueras,
y abren sus redondos ojos amarillos
y levantan sus largas orejas peludas y sonrosadas
para contemplar el espectáculo, mientras expulsan a la noche,
en forma de otros aplausos,
las risas cortadas por sus afilados dientes blancos.
El conejo se burla del lobo, así es,
y hasta puede sentir por él alguna compasión
pues lo ve aturdido y desorientado.
Pero el lobo cree dominar el bosque, se siente dueño y señor del miedo,
desafía a la oscuridad y a las estrellas,
pisotea las hojas caídas, a los guijarros, a las hormigas.
Hambriento corre de un lado para otro mientras esparce,
como señal de peligro, su olor a lobo por todas partes.
Hay otros habitantes en este bosque, otros deslumbramientos.
Los pajarillos a los que el lobo impide dormir
lo miran condescendientes desde la altura de sus nidos.
Los peces que navegan bajo el agua que fluye montaña abajo,
con los ojos permanentemente abiertos, lo ven saltar sobre su río.
La luna, a la que el lobo ignora, lo ilumina sin embargo
haciendo brillar su pelaje plateado.
Este lobo incapaz de controlar su ambición y sus defectos,
acechado él mismo por su propia intensidad,
este lobo ansioso hacedor de locuras,
este lobo finalmente enloquecido por su bosque,
este lobo convencido de ser un hombre.
Salvador Alís.
viernes, 27 de diciembre de 2019
martes, 24 de diciembre de 2019
CUENTO DE NOCHEBUENA DEL AÑO 2019
CUENTO DE NOCHEBUENA DEL AÑO 2019
(revisado y ampliado)
"Has de morir, y en la hora que menos
pienses. Tanto si lo piensas como si no lo piensas, tanto si lo crees como si
no lo crees, morirás y seras juzgado, y te salvarás ó te condenarás, según el
bien ó el mal que hayas obrado; y de eso no te escaparás por más que digas ó
hagas. ¿Y qué te aprovechará el adquirir todas las riquezas y alcanzar todos
los honores, y dar al cuerpo todos los gustos, si pierdes tu alma? Las riquezas
y los honores se quedarán en el mundo; y el cuerpo en la sepultura para ser
comido de gusanos."
Antonio Claret. Camino recto y
seguro para llegar al cielo. Pág. 355.
(Hace un par de noches publiqué este Cuento de Nochebuena. A la mañana siguiente volví a leerlo y lo saqué de diasvolando. Me sucede a menudo, que me dejo llevar por la euforia del momento y publico en caliente, y luego encuentro inevitablemente que algo sobra y algo falta, que algo no es adecuado, sea el tono, la redacción o el mensaje, y me arrepiento y suprimo la entrada. Ahora, en frío, lo volveré a publicar con las correcciones pertinentes, y no habrá segunda revisión, pues de hacerlo seguro que vuelvo a encontrar algo que sobra y algo que falta, y así no acabaríamos nunca.)
Supongo que la cita inicial, para aquellas personas que carezcan de cierto espíritu místico, resultará violenta o incluso de mal gusto. ¿A cuento de qué (nunca mejor dicho) se nos habla con semejante franqueza del hecho de morir? -se preguntarán algunos. Es obvio que el tema de la muerte es para muchos un tabú importante, parejo al tabú del sexo o el tabú del dinero cuando se tratan como cuestiones personales y no generales. En mi revisión dudé si incluir de nuevo la cita o borrarla; pero como se ve, he decidido que permanezca en su lugar.
Los dos acontecimientos fundamentales de una existencia humana son el nacimiento y la muerte. Una vez nacidos, se nos prepara a conciencia para la aventura de la vida; se nos enseña a hablar, a leer y a escribir; la Familia, la Escuela, la Iglesia y el Estado nos aleccionan debidamente; nuestro programa educativo comprende asignaturas tan variadas como Historia y Geografía, Física, Matemática, Lengua, Idiomas, Deportes, Bellas Artes...; se nos enseñan oficios, se nos inculcan creencias. Quien más y quien menos llega a la edad adulta creyéndose preparado para vivir. Es verdad que es este vasto territorio hay lagunas significativas y que, al menos en cuanto a lo que debería ser básico, se echan de menos otras pedagogías: la Sexualidad y la Pornografía, la Economía Financiera, los Mecanismos del Crimen, las Drogas..., y que otras materias, tales como la Música, la Poesía, la Filosofía o los Sueños serán rozadas levemente y sin la profundidad necesaria. También es verdad que una vez completado el ciclo educativo primero, si uno lo desea o tiene la oportunidad, puede especializarse, indagar por su cuenta y convertirse en experto en Ciencias Ocultas, Sectas Diabólicas, Astronomía Hipnotismo o Budismo Zen. No es el caso, porque lo que se quiere señalar aquí es otra cosa: que se nos intenta educar para una vida simple y reglada, pero que jamás, de ninguna forma, se nos educa para morir.
Imagino una Escuela Superior que contemplara asignaturas tales como: la Enfermedad, el Sufrimiento, el Dolor, la Soledad, la Vejez y la Muerte. ¿Por qué no estudiar, en centros homologados, cursos complementarios que versaran sobre Patologías Mentales, la Guerra, la Esclavitud, la Traición, la Eutanasia, el Suicidio -por citar sólo algunos ejemplos?
Imagino esa Escuela Superior, no sé si obligatoria o de libre acceso, para todos aquellos que tuvieran la suerte de haber cumplido una edad suficiente y dispusieran de tiempo libre y condiciones de comprensión. Y estoy convencido de que, por lo general, nos falta preparación para la muerte. Y que sólo algunas mentes más lúcidas son conscientes de ello y utilizan sus propios recursos para, llegado el momento, experimentar el final y el tránsito (hacia no se sabe dónde) con objetiva subjetividad y sin angustia.
La primera versión del Cuento de Nochebuena comenzaba así:
Juro que antes de anteayer yo era claramente un ateo. Pero sucedió
que, andando perdido por las viejas calles de esta ciudad, sucumbí al impulso
de entrar en una iglesia. Lo hice por una estrecha puerta lateral que a pesar
de su edad se abrió sin gemir, y luego aparté una pesada cortina y entonces una
inmensa nave cruciforme, de techos muy altos, apenas iluminada y vacía de
creyentes, apareció ante mí como sorprendente lugar oculto que, de pronto, se
mostrara. La humilde luz de varios grupos de velas me deslumbró sin duda, eso
es lo que pienso, pues enseguida experimente una placidez muy grata, la
sensación de hallarme en un lugar de bienestar que deseaba acogerme en su seno
y aceptarme tal cual soy, sin juzgar, sin reprochar, sin condenar nada de lo
que yo pudiera significar o llevar conmigo como pesada carga. No sentía frío ni
calor. Ni el profundo aroma de la cera caliente me incomodaba. Columnas
retorcidas de mármol blanquecino me resultaban bellas, igual que los marcos
dorados y las pinturas oscurecidas tanto por sus temas como por el paso del
tiempo. Me aproximé al altar y me senté en un banco de madera muy barnizada. El
silencio era absoluto. Ni un pájaro, ni una campana, ni un insecto, ni el más ligero rumor en el aire.
Hace un par de semanas me gasté una pequeña fortuna en una
librería anticuaria. Entre otras obras, compré un tratado de agricultura
publicado en 1857 y un volumen de pequeño formato (13 x 8,5 x 3,5 cm) de
naturaleza religiosa. El primer libro lo adquirí pensando en convertirlo en
regalo. El segundo lo guardaré para mí. Se titula Camino recto y seguro
para llegar al cielo. El autor es el Excmo. É Ilmo D. Antonio Claret,
Arzobispo de Trajanópolis. Se editó en Barcelona por la Librería Religiosa sita
en la Calle de Aviñó número 20, y en el año 1884. A pesar de sus reducidas
dimensiones, contiene 580 páginas. Está encuadernado en cuero marrón con bellos
ornamentos grabados, y en la parte superior del lomo se ve el título en pan de
oro con una leve distorsión horizontal.
Mi ateísmo no me ha impedido nunca visitar templos, iglesias,
sinagogas o mezquitas. De hecho he frecuentado estos lugares por curiosidad
cultural y estética, en Egipto, en Praga y en Marienbad, en Lisboa y en Sintra,
en Santorini, en Rodas, en Madeira, en París, en Berlín, en Amalfi, en Roma, en
Cagliari, en la isla de la Reunión, en Estambul y en Túnez, en Atenas... y en
otras ciudades cuyo completo recuento quizá resultara tedioso. (Aquí el que cuenta debería contar que dudó acerca de la exposición de estas ciudades y países, motivo de supresión por no aparentar hazañas personales, aunque al final optó por respetar la enumeración, cosa que le define aun a su pesar.) La novedad es
que ahora comienza a interesarme, más que el arte, la espiritualidad de sus
contenidos. Ante las pirámides, uno se arrodilla mentalmente y siente pavor,
ante Santa Sofía o la Mezquita Azul, ante San Pedro, ante el Partenón, un gran
respeto e incredulidad.
Pero los viajes, en su dimensión más verdadera, producen desazón.
Nada que ver con el jolgorio vacacional de los turistas. Y cuando se ha vivido
una vida compleja, finalmente, tal vez se necesite un espacio de reposo.
Adentrarse en un templo vacío y orar y contemplar o contemplarse. Salir de uno
mismo para verse desde fuera de sí. Y hablar con el destello que no escucha, y
usar las potencias del alma para comprender y serenarse.
Jamás mis ojos han leído la Biblia. Y aun así me la sé de memoria.
Conozco muchas opiniones de reputados autores que la leyeron y han escrito
sobre ella, y han establecido que es un texto bellísimo y extremadamente
metafórico y sugerente. El Corán sí lo he leído, y los Vedas y el Libro de los
Muertos. Mi biblioteca contiene cientos de libros de temática religiosa,
fundamentalmente orientales, y tantos otros filosóficos. Algunos se ocupan de
los mitos, de creencias originales, de los estados de conciencia alterados, de
los sueños en general y de diversas patologías mentales.
No descarto, en mi próximo paseo, reingresar en esa iglesia o
templo o en otra diferente, buscar el silencio, la luz tenue, el olor de la
mecha que arde, el suelo que guarda tumbas, el rosetón de complicadas luces.
Tal vez en estos sitios pueda meditar verdaderamente y llegar a la conclusión
de que, en el momento oportuno, no temblará mi mano.
La banda sonora de este Cuento de Nochebuena es un fragmento de la
ópera Norma de Vincenzo Bellini: "Casta Diva". Norma
es la gran sacerdotisa de una religión ancestral. Según mi costumbre, copiaré
aquí sin permiso explícito del redactor, una introducción que me parece
inmejorable:
"Estamos en la Galia ocupada por Roma, en el siglo I antes de
Cristo. Es de noche, la luna ilumina el bosque sagrado de los druidas, los
galos se reúnen esperando a la sacerdotisa y decididos a entablar una guerra
con Roma. Aparece Norma y calma sus ánimos pidiendo la paz y presagiando la
caída de los romanos pero no por la guerra sino por sus vicios, corta una rama
de muérdago sagrado y la ofrece al dios Irminsul, alzando sus brazos al cielo,
todos se postran, y empieza una oración invocando a la luna." (De la
página iopera.es)
Según el redactor anónimo, la mejor interpretación de "Casta
Diva" es la de María Callas. Pero mi elección es otra: Aida Garifullina
(por su vestido rojo).
Una vez revisado y ampliado, el Cuento de Nochebuena tiene este final:
Entre la nochebuena y la nochevieja no faltarán, como es lógico, las nochesmalas. Y sin embargo, una de ellas -la del 27 de diciembre- es especial porque descubre una íntima relación entre la poesía y la muerte. Si tuviera que elegir, de entre los miles de poemas leídos, mi favorito, posiblemente fuera El camino no elegido de Robert Frost. Pues bien, de Robert Frost he hallado esta tarde en un viejo almacén de libros una exquisita edición de Stopping by Woods on a Snowy Evening, ilustrado por Susan Jeffers y editado por Dutton Childrens Books. Ninguna de las traducciones que he leído hasta ahora me han convencido, por lo que deberé procurar mi propia traducción. Espero que tal empeño me facilite el ingreso en el nuevo año que llama a la puerta con su compleja llamada.
Una vez revisado y ampliado, el Cuento de Nochebuena tiene este final:
Entre la nochebuena y la nochevieja no faltarán, como es lógico, las nochesmalas. Y sin embargo, una de ellas -la del 27 de diciembre- es especial porque descubre una íntima relación entre la poesía y la muerte. Si tuviera que elegir, de entre los miles de poemas leídos, mi favorito, posiblemente fuera El camino no elegido de Robert Frost. Pues bien, de Robert Frost he hallado esta tarde en un viejo almacén de libros una exquisita edición de Stopping by Woods on a Snowy Evening, ilustrado por Susan Jeffers y editado por Dutton Childrens Books. Ninguna de las traducciones que he leído hasta ahora me han convencido, por lo que deberé procurar mi propia traducción. Espero que tal empeño me facilite el ingreso en el nuevo año que llama a la puerta con su compleja llamada.
Salvador Alís.
sábado, 21 de diciembre de 2019
LO RARO ES MEDITAR
LO RARO ES MEDITAR
"Vi a un niño que llevaba consigo una luz.
Le pregunté de dónde la había traído.
El niño apagó la luz y me dijo:
<<Ahora dime tú dónde se ha ido>>."
Hassan de Basra.
En la terraza del Vulcano, al acabar la jornada de trabajo y antes de volver a casa. La ancha acera llena de hojas secas que revolotean agitadas por un ligero viento cálido tan poco común en esta época del año. Todo parece raro, hojas y viento, las luces que adornan los árboles, los clientes y los paseantes. Y yo mismo, que también me siento raro. Es lo que sucede cuando uno vive inmerso en el tiempo y no en la eternidad. La sensación me preocupa, aunque no debiera preocuparme porque la rareza es mi estado habitual. Y eso desde siempre, ahora que lo pienso.
Tres horas más tarde, el viento arrecia y suena como si hubiera entrado en locura.
Seis meses y quince días ya sin fumar, sin ser yo, siendo otro, pensando y sin pensar, sin escribir, sin dormir, sin soñar y soñando. Lo confieso, he sentido miedo al imaginar que de nuevo volvía a pedir fuego y encender un cigarrillo. Por vez primera en este logrado periodo de abstinencia, el sueño de fumar y ser, de agradecer y rechazar el ofrecimiento del buen samaritano que me acercaba la llama y me regalaba el mechero. ¿Ha sido realmente un sueño?, me pregunto, ¿o sueño haberlo soñado?
Quizá el verdadero problema no sea fumar, no encontrar respuesta válida a la gran pregunta: ¿por qué depender del humo y de la llama?, sino negar que la dependencia es inevitable, condición necesaria para vivir y morir. Y esto lo debe pensar el alcohólico que no reconoce serlo, el que toma una copa a mediodía y pierde la cuenta a medianoche.
A mi edad, y creo que merecidamente, vivo en dos casas simultaneas o sincrónicas, una espacial y otra mental, paralelas a veces y otras veces convergentes o coincidentes por capricho, que se atraen y repelen, que se adaptan a las circunstancias, que se conforman y se rebelan pero que de ninguna manera pueden existir la una sin la otra. La casa espacial, en realidad no me pertenece y es compartida. La mental es sólo mía.
Cuando se menta la casa, el tabaco o el alcohol, se impone hablar de dinero, esa abstracción. Pero mencionar el precio de las cosas que importan remite a una mala educación.
La casa espacial no me pertenece, es propiedad del banco. La mental es sólo mía. Y eso es raro. Pues siempre he pagado por el humo y por el trago, por la llave y la escalera, por la cama y la ventana, por la luz y la terraza. Pero jamás he pagado por mis pensamientos. Si por pensar lo que pienso no debo pagarle a nadie, ¿por qué debo pagar?
Lo cierto es que el dinero no compra vida sino ilusiones. Y las ilusiones son humo.
Desde que se regaron las plantas, una al menos ha florecido. La paciencia -creo haber leído no sé dónde- es un árbol de crecimiento lento y profundas raíces que con el tiempo produce bellas flores y dulces frutos.
Si esta noche hiciera balance de mi vida sin apasionamientos ni distorsiones, ¿cuál sería la conclusión? ¿Diría que el destino ingobernable ha vencido a la voluntad? ¿Que la traición superó a la lealtad? ¿Que he sido un malvado, un cobarde, un loco? ¿Que en el fondo (pero nunca en la forma) me importa todo un carajo? ¿Que aborrezco las imposiciones? ¿Que me niego a ser dirigido, aleccionado, chantajeado?
¿En qué lugar espacial o mental viven mis gatas? Y quede claro que el posesivo no se utiliza con la intención de poseer. De los gatos deberíamos aprenderlo todo: la simplicidad y la renuncia, la adaptación, la capacidad de amar sin condiciones, la verdad de ser lo que se es y nunca otra cosa, de dar más de lo que se recibe. Tan raro me parece todo que me pregunto si acaso no fui un gato en otra vida, si acaso no fui lo contrario de lo que soy, el antagonista.
Cada día que pasa me pregunto por qué no respondo a los mensajes que me llegan desde el origen de la luz, por qué deben esperar mis confusas respuestas preguntas tan claras. Por qué cierro los ojos o, en el mejor de los casos, parpadeo ante esas luces. Por qué me emocionan canciones que reclaman un acto de valentía.
Lo cierto es que la última canción ha producido rechazo. Nadie entiende mis elecciones, nadie entiende que para vivir una vida plena es preciso haber muerto previamente. Escuchar y no entender, comprender y mostrarse, desnudar la esencia y quemar el disfraz.
Si no te contesto no es por no haber entendido la pregunta. Planteas dudas y deseos. Pero las dudas son incontestables y los deseos son vanos.
Mi libro de meditación dice que "Pensar es necesario, pero no suficiente." Y dice que "La palabra no es la cosa, pero la mente va acumulando palabras y palabras. Y las palabras acaban convirtiéndose en un obstáculo." Dice: "Si nos hemos provisto contra el frío, el hambre y la sed, el resto es vanidad y exceso." Mi libro de meditación mezcla a Heráclito ("Si no esperas, no hallarás lo inesperado.") con Karl Kraus ("La meta es el origen."). Y dice además que "En este mundo de ensueño, cuando alguien cuenta lo que ha soñado, el relato también es sólo un sueño."
Mi libro de meditación, hasta esta noche noche mal entendido, contiene al menos una cita de Li Po: "Ni el agua que transcurre vuelve a su manantial, ni la flor desprendida de su tallo vuelve jamás al árbol que la dejó caer".
Como la flor es el título de una canción querida, una de esas canciones que, después de escucharla mil veces, te pueden amar o derribar, y la puedes seguir amando y escuchando pese a quien pese.
Mi libro de meditación dice: "Aprende bien las reglas y luego olvídalas." Y también: "Las flores se deshojan aunque las amemos. Las malas hierbas crecen aunque las aborrezcamos."
Juro que en estas últimas noches he intentado meditar. A oscuras y en silencio me he sentado en mi habitación mental frente a una pared supuestamente blanca. Me he dejado llevar, sin oponer resistencia al curso de mis pensamientos, dolido y agradecido al tiempo por todas las experiencias de vida que me han hecho vivir y ser quien soy y llegar a donde he llegado.
El viento no cesa en su vindicación de poder. Sopla sobre todas las cosas y suena como si tuviera algo que decir.
A quien espera una palabra clara y concisa, todo el silencio se le convierte en agua.
Si no respondo a tus requerimientos tal vez sea porque me muerdo la lengua.
No me pidas más porque más no puedo darte.
Salvador Alís.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
OTRO DÍA DE MIERDA
OTRO DÍA DE MIERDA
"Al defecar, cuando la estocada de excremento golpea tu olfato, te asombras de la complicada máquina que somos: el final de nuestro apetito es la inmundicia."
"Al defecar, cuando la estocada de excremento golpea tu olfato, te asombras de la complicada máquina que somos: el final de nuestro apetito es la inmundicia."
Horacio Castellanos Moya
Envejece un perro tras los cristales. Penguin Random House. 2010. Pág.: 171.
Hace mil noches que duermo mal. Solo me falta una para no dormir. Seis horas, cinco, cuatro...; y las siestas fallidas, los días pesados, las horas insoportables. Un raro nerviosismo, que a cuenta de qué sucede no lo sé, provoca que me rasque constantemente el cuero cabelludo, y así mi cabeza se va llenando de costras y de heridas, y me extraña que no se inflame e infecte. Y por esa permanente sensación de inquietud y desasosiego, también la piel de mi cara se va secando y se cuartea como pellejo expuesto en la solana. Por indecisión crónica, nunca acabo de comprar la afeitadora eléctrica que necesitaría. Y sigo insistiendo con las tres hojas gillette que arrasan la epidermis hasta la dermis con la consiguiente rojez de la zona y su inevitable escozor. Para proteger la parte más sensible de mi cara, la franja comprendida entre la nariz y el labio superior, conservo allí un bigote más blanco que castaño, viejo y desordenado como yo mismo. Pero cuando alguien me pregunta por la finalidad de ese bigote, invento una razón alternativa: sirve para disimular mi larga nariz de mentiroso. Esta tarde, después de tomar un tranquilizante, un diazepam, un orfidal o algo parecido, he deambulado por el centro de la ciudad buscando el apaciguamiento que se ha hecho esperar. Tiendas y sus escaparates han ido diluyendo en contemplaciones la ira y el desencanto que sentía: botellas de vino, libros usados, lámparas encendidas. Como simples objetos decorativos, dos falsos volúmenes de madera titulados Moustache junto a tres cabezas de simio que se negaban, alternativamente, a ver, escuchar y hablar. Hubiera comprado una de esas cajas vacías decoradas con un bigote en su portada, sin saber que utilidad darle, pero he preferido pedir una copa de Toro en la segunda planta y, más tarde, otra copa de El equilibrista en el Vulcano. Mi horizonte se acerca irremediablemente. O yo me acerco a mi horizonte sin poder detenerme y meditar. Sobre la mesilla de noche, un manual de meditación y un cuaderno por escribir. Yo, que he robado tantos árboles del bosque de nuestras vidas, no soporto que alguien robe una sola hoja de cualquiera de mis tres macetas. Si algo repudio con particular encono es el egoísmo. Yo, el gran falsario, el que no soporta ya la más infantil de las mentiras. Tanto secreto inconfesable, tanta vida oculta y tanto fastidio ante la menor sospecha. Digo puntos oscuros y digo cabos sin atar. Hace mil noches que duermo mal, que sueño con subir a la terraza y echar a volar. No me daré ese gusto. Sigilosamente salgo de casa, tres gatas entre las piernas, pasada la medianoche. Y busco un local abierto, un desacostumbrado güisqui y un paquete de Camel. Ni siquiera me tiemblan las piernas. Justifican la acción llamadas a destiempo, contradicciones, la confianza perdida y el temblor ante un futuro que se preveía feliz y seguro. Cuando el suelo se mueve bajo mis pies duermo mal y las pesadillas me atacan incluso despierto. No entender y sufrir. No creer y estar vacío. Y llegar a imaginar la entrada a un templo, los altos techos, la protección y el amparo de la fe ciega. Esto ocurre cuando la desesperanza y el desengaño se imponen a otros recuerdos. Roma al final del camino, en la última posición, y todas las fotografías malogradas. ¿Cómo te van a mirar mis ojos? ¿Cómo entenderé tus palabras? Deambulando por las calles de otra imaginación y otro sueño, pago la entrada y me acomodo en el pequeño teatro de este día. Los actores, servidores, alojamientos y dominios deben salir a escena y explicarse. Para descifrar ese telón de fondo tengo que usar la lupa con luz integrada, marca Eschenbach, que me fue regalada en mi reciente cumpleaños, pues mis pupilas tan cansadas ya no ven sin ayuda. Y entretanto me ahogo en mis palabras, debo palabras a todas ellas, las que escriben y preguntan por cuestiones tan claras que yo entiendo tan confusas. La que todavía no habla dice más de lo que dice. Mientras el profuso decir no dice nada. Mañana negaré cualquier interpretación a la ligera. Sobre la mesilla de noche aguarda el cuaderno titulado Vida, aguarda la Escritura. Aborrezco el contacto humano y, sin embargo, en ese aborrecimiento hay excepciones y en las excepciones hay aborrecimientos y así hasta la mínima expresión de los aborrecimientos y las excepciones, en dosis homeopáticas, por decirlo de otra forma. Otro día de mierda cuando la información en sus excesos y defectos dibuja un laberinto sin salida que impele al condenado al orfidal, al diazepam, a la consideración de que todo en el fondo es humo de una hoguera sin el brillo de su llama. Zarza donde arde la voz de un dios cuyos mandamientos no se comprenden. Pensarán por tanto, y con razón, los posibles lectores o lectoras de este texto que el que escribe está enfadado con su críptico dios y su espinoso destino. Lo que se consume con ansiedad, lo que no se mastica bien, lo que se digiere mal. Juego de niños las traiciones del amor y la amistad. Nada comparable a la falta de confianza en uno mismo. Tiempo sin subir a la terraza, sin beberse ni fumarse la noche. Mil noches perdidas y ganadas en violentos combates de boxeo donde se mezclan los golpes y los abrazos, la deportividad en la sangre y en los cerebros agitados y rotos por el impacto de la competencia sin miramientos. De los dos en el cuadrilátero solo uno levanta los brazos mientras el otro aplaude. Esa es la versión simplificada. Las agujas del reloj no se detienen.
Salvador Alís.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
DE PLATA Y DE HUESO
DE PLATA Y DE HUESO
Tengo dos anillos rotos, uno de plata y otro de hueso.
Una calavera gastada y un círculo amarillo.
Gigantes y enanos comparten sin saberlo un mismo mundo.
Los gigantes piensan que si sube el mar
primero se ahogarán los enanos, señal de alarma.
Los enanos piensan que si falta el aire, debido a la altura de sus narices
y su mayor capacidad pulmonar, primero caerán los gigantes.
Mundos distintos e iguales, la plata y el hueso,
la joya y la muerte.
Salvador Alís.
Tengo dos anillos rotos, uno de plata y otro de hueso.
Una calavera gastada y un círculo amarillo.
Gigantes y enanos comparten sin saberlo un mismo mundo.
Los gigantes piensan que si sube el mar
primero se ahogarán los enanos, señal de alarma.
Los enanos piensan que si falta el aire, debido a la altura de sus narices
y su mayor capacidad pulmonar, primero caerán los gigantes.
Mundos distintos e iguales, la plata y el hueso,
la joya y la muerte.
Salvador Alís.
APUNTES ROMANOS
APUNTES ROMANOS (PRIMERA PARTE)
Seis de la mañana del seis de diciembre de este año. Hoy hace seis
meses que no enciendo un cigarrillo. Dejar de fumar ha significado sobre todo
dejar de escribir, ser otro.
Junto a la copa de viognier, una funda de plástico
contiene las postales romanas. De la Galleria Borghese: el San
Girolamo y Giuditta che taglia la testa a Oloferne de
Caravaggio. De la exposición Carthago. Il mito immortale en el
Colosseo: dos simples máscaras. De los Musei Vaticani: La Scuola di
Atene de Raffaello y el Angelo che suona il liuto de
Melozzo da Forlì. La botella de vino costó tres veces más que las postales.
Por si acaso apeteciera leer, uno se lleva a Roma -sin contar las
guías de viaje- Negro sobre negro de Leonardo Sciascia y Envejece
un perro tras los cristales de Horacio Castellanos Moya. Los apuntes
de Sciascia se quedan en el piso de Roma, como presente a otros futuros
viajeros. El libro del salvadoreño, tan decepcionante en su primera lectura,
regresa a la isla en virtud de un solo párrafo que requiere otro pensamiento y
una más imparcial reflexión: "Ponerse uno mismo la pistola en la sien para
obligarse a cambiar de rumbo."
En un anochecer prematuro, bajo la lluvia de noviembre, la
jorobada de la Plaza de San Pedro -negro sobre negro- se inclina y tiembla
apoyada en su bastón, bajo su capucha y su falsa nariz, alumna aventajada de
Valle Inclán, murmurando divinas palabras, hasta conseguir conmover corazones
ciegos y elevar el arte del timo a su merecido lugar de triunfo y superación.
En la Ciudad-Estado llamada Vaticano, tanto en su profundo
interior como en sus inmediatos límites, proliferan las mendigas que se afanan
para accionar el sutil mecanismo de la culpa y la lástima, valiéndose de bebés
o niños (mejor niñas) de corta edad, con el cierto objetivo de engordar las
limosnas. Lo que en otros Estados es sin duda considerado un delito ha sido
normalizado aquí sin aspaviento alguno y sin vergüenza.
No sé por qué razón pienso lo que pienso: las italianas más
atractivas tienen la nariz grande.
En Roma es el ejército el que vigila los lugares de culto, las
ruinas, los mitos.
La Piazza Navona, al anochecer, es una trampa para ratones. Su
alambre rectangular y su queso, su fuente. La casa de antigüedades -donde
japoneses radioactivos tratan de conseguir el marfil que no debe venderse- exhibe
en su estrecho escaparate miniaturas alemanas de bronce de gatos músicos y
militares.
En la tienda superior de recuerdos del Coliseo pude comprar un
diminuto gato de latón. Pero esa compra tuvo consecuencias.
En el puro centro de Roma hay un restaurante regentado por monjas.
Las monjas -camareras, cocineras, jefas de sala- no trabajan por un salario, así
los precios de su carta son baratos y competitivos. Como es lógico, se aprovecha
tal ventaja para vender a Cristo.
En Roma nadie paga por desplazarse en autobús. Ni el metro ni el
tren son caros. Cuando llueve, los vendedores de paraguas e impermeables son
legión.
Ante la pesadilla arquitectónica del Castel Sant´Angelo, quizá se
prefiera no soñar, dormir sin sueños, despertar a un paseo a ninguna parte,
donde mande el azar y la meta sea inalcanzable.
A menos de cien metros de la casa, la puerta acristalada que
guardan dos toneles se abre para permitir el paso del viajero a un mundo
alternativo. Miles de botellas, la mayoría en pie y unas pocas tumbadas, nos
dan la bienvenida.
En las afueras de la Borghese, fuente que fluye y bosquecillo que
se dibuja, un perro triste anticipa nuestro destino cuando sus inútiles patas
traseras se apoyan en la artificiosa movilidad de ruedas sin nervio ni
motivación.
El viajero -uno mismo o el otro-, el que piensa, recuerda, sueña o
escribe, recostado en la medianoche, apurando la última copa de vermentino,
puede llorar y reír, abrir los brazos, odiar, desengañarse.
La Fontana di Trevi y la Piazza di Spagna son lugares de culto
fanático. Las puertas donde los viajeros se convierten en turistas. ¿Cómo no
abrazar la turismofobia? ¿Cómo no aborrecer a las multitudes?
Lo cierto es que en Roma llueve un día sí y otro no, llueve en la
mañana y sale el sol en la tarde, la noche es apacible y amanece lloviendo. Las
puntuales lágrimas nada significan ante el persistente dolor que se ceba en la
nuca, en el cuello y en el hombro derecho.
Los muros que rodean el Vaticano, sus agujeros para drenar la
lluvia. Tras los muros, la preceptiva violencia que vigila posibles asaltos.
Tanto miedo. Tal fanatismo. Tanta fe.
En la pequeña y acogedora vinoteca, a menos de cien metros de la
casa, vinos blancos de Cerdeña, Sicilia, Isquia...Vino de las islas. Después de
Roma y ante la proximidad de un 64 cumpleaños, tal vez se prefiera una botella
de malvasía volcánica.
Las velas que se apagan tras de mí, las que se encienden a mi
paso, las luces en mi horizonte.
Después de ver lo visible, uno acaba pensando, convencido, que
tales edificios, esculturas y pinturas, no son obras de la imaginación, el
proyecto y la ejecución de humanos, que entrañan un enigma, que se resisten a
ser descifradas.
Cabezas y manos gigantes, antorchas encendidas y cráneos por todas
partes. La muerte prefiere el mármol para mostrarse.
En la parte trasera del Pantheon, un mendigo alcohólico se
hace acompañar por un precioso y raro gato. No hay otro como él. En realidad es
el único gato romano.
En la Piazza Campo de Fiori, los quesos y las flores (pétalos que
arden), y ese perro que sustenta una vida truncada, una vida que revierte sus
acciones en otra vida.
Un solo gato en Roma en una semana, un siberiano adulto y
ensimismado.
Esa botella de uvas de vendimia tardía. El sobreprecio que tal
gesto exige. Cumplirás 64 en pocos días y aún no quieres morir ni hacer
equilibrios sobre el puente.
Tu sonrisa vale una vida, pero el viaje no está escrito.
En realidad, los apuntes romanos se reducen a un solo apunte,
fechado el 10 de noviembre de 2019: “Llueve
durante toda la noche, tanto afuera, en la calle, como adentro, en mi cabeza.”
Salvador Alís.
viernes, 6 de diciembre de 2019
sábado, 2 de noviembre de 2019
OYE CÓMO VA?
OYE CÓMO VA?
Despegará un avión entre vientos hijosdeputa enfurecidos,
se elevará con suerte en noviembre sobre el mar,
sobre el vencimiento de uno mismo, en un amanecer metálico y gris,
sabor salado, sin cielo azul y sin palabras. Despegará la ilusión de volar,
la ilusión de no caer, la esperanza de una canción en blanco y negro.
Llegados a este punto, cruzarán el laberinto de la ciudad
sus líneas de colores en un diseño abstracto, dispuestas y entrelazadas
para confundir. Llegados a este punto, avión llamado memoria,
de un lado a otro lado, flecha inconsistente y no definida,
flecha que no avanza, que no encuentra.
Ciudad eterna, viajero mortal. Sin lluvia, sin humo, sin palabras.
¿Qué decir, y cuándo y dónde y para quién? Aplazado el compromiso,
se juntarán veinte lobos mudos en el templo de Júpiter
para adorar a otros dioses: en el claro de este bosque y en esta noche
concreta se doblegará toda pretensión ante el gato negro y su luz.
Salvador Alís.
Despegará un avión entre vientos hijosdeputa enfurecidos,
se elevará con suerte en noviembre sobre el mar,
sobre el vencimiento de uno mismo, en un amanecer metálico y gris,
sabor salado, sin cielo azul y sin palabras. Despegará la ilusión de volar,
la ilusión de no caer, la esperanza de una canción en blanco y negro.
Llegados a este punto, cruzarán el laberinto de la ciudad
sus líneas de colores en un diseño abstracto, dispuestas y entrelazadas
para confundir. Llegados a este punto, avión llamado memoria,
de un lado a otro lado, flecha inconsistente y no definida,
flecha que no avanza, que no encuentra.
Ciudad eterna, viajero mortal. Sin lluvia, sin humo, sin palabras.
¿Qué decir, y cuándo y dónde y para quién? Aplazado el compromiso,
se juntarán veinte lobos mudos en el templo de Júpiter
para adorar a otros dioses: en el claro de este bosque y en esta noche
concreta se doblegará toda pretensión ante el gato negro y su luz.
Salvador Alís.
jueves, 3 de octubre de 2019
AÚN ESTOY AQUÍ
AÚN ESTOY AQUÍ
Aún estoy aquí. Y lo digo no porque sienta que pocos me habrán echado de menos
sino porque yo mismo me faltaba. Aquí estoy, aquí sigo,
con mi cinismo inmaculado, con mis demoras e indecisiones,
pensando que no debería pensar y tratando de comprar un bonito reloj
de pulsera.
Pero lo cierto es que aún no estoy preparado para hablarles de los Laco
y los Stowa, de los Zeno, de los Mühle Glashütte,
los Vostok, los Sinn, los Zeppelin, los Dreifuss, los Nomos,
de algunos chinos y algunos italianos. Si el momento llega,
llegará.
Pues esta vida nuestra es tiempo perdido y carrera imposible de ganar.
En tres días se cumplirán cuatro meses sin cigarrillos.
Cuatro meses acostándome al amanecer con una copa de vino blanco
alargada por hielos artificiales y otros mecanismos de luz y de aire.
Una obsesión sustituye a otra para que nada en el fondo
cambie ni pueda cambiar.
Relojes: sus cajas, biseles, esferas, cristales, tapas, agujas, coronas, joyas,
correas... A ninguna cita, por el momento, llego con la puntualidad debida.
Mi muñeca desnuda, mis manos vacías, mis dedos abiertos.
Cartas sin responder, llamadas sin contestar, plazos sin cumplir.
No me da miedo el futuro, no me inquieta, no me intimida
y nada me exige que no sea indiferencia.
A fin de cuentas se concluye que el secreto, la razón que explica la gran derrota
es un segundero más o menos afilado, girando sujeto al mismo centro
que el puñal horario y la katana de los minutos.
¡Qué importa un segundo! ¡Qué importa la eternidad!
Todo se puede dejar para después, para más tarde... Hasta la muerte.
Mi viejo Tissot sigue funcionando, aun descentrado,
en su merecido reposo del cajón de la mesilla de noche.
El excesivo Kyboe Giant 55 resultó ser un fiasco en toda regla.
Salvo un Casio humilde y plateado, no recuerdo otro reloj que me perteneciera.
Regalé un Thermidor con cristal curvado y una pequeña luna pintada.
Compré un Rolex falso y malvendí un Longines verdadero.
Aún estoy aquí. No sé por qué ni para qué ni hasta cuando.
Si antes buscaba libros, ahora busco relojes.
Una vez por semana, descubro los Invicta, los Nixon, los Kronos,
los Junghans, los Archimede, los Alpina.
Y lamento no haber comprado, cuando tuve la oportunidad,
ese precioso Steinhart de cuerda manual.
Los libros y los relojes se parecen. Los segundos marcan el paso del tiempo
y los primeros sugieren la inmortalidad.
A la precisión de un gran calibre relojero se opone
el universo caótico de la escritura. De esa colisión de intenciones
surge la mentira de las noticias manipuladas.
Hoy a mediodía leo en mi móvil (que no es un best seller ni un swatch irony)
que Andrómeda devorará a "nuestra" Vía Láctea dentro de 4000 millones
de años. ¿A quién carajo le puede importar esta noticia?
(pero no el hecho de recibirla -como es mi caso- sino de emitirla).
La belleza de un reloj, la apreciación de su belleza, del paso del tiempo,
del empecinarse en llegar a una meta que no existe.
Mejor una melodía (nunca una alarma), juegos de baile de salón.
Aún estoy aquí.
Después de una larga investigación, les puedo anticipar sin ironía
que pronto compraré un Laco Augsburg 42,
un simple reloj esencial cuyo automatismo deberá durar
lo que yo dure.
Esas fiables flechas en miniatura me dirán cuándo dormir y cuándo despertar
en Petra y el desierto, en Estambul y el Bósforo, en aquella Roma
en blanco y negro, en estas vacaciones respecto a mí mismo
y mis deseos.
Díganle en mi nombre a Zenón de Elea, si coincidieran con él,
que efectivamente no existe ni puede existir el espacio ni el tiempo,
que dos mil quinientos años antes de esa indagación
sólo pudo constatarse la supremacía del pensamiento burlesco.
A todos los imbéciles que me reclaman una belleza sujeta a formas
que no existen, recordarles que no creo en vuestro Dios ni en vuestra Patria,
que no creo en vuestro Rey ni en vuestra Ley.
Con el índice y el pulgar de la derecha le doy cuerda al reloj
que no se detiene.
Oh aquellas tardes y noches de los veranos de la infancia! La Rubia seguida
por una horda de infantes. El sillín de la Orbea de cuero modelado.
Atrás los defectos del corazón, las carreteras locales,
las Torres Marías, los ríos secos, las nubes y las lluvias.
En septiembre llegaba el Santo al Teatro Penella. Dura competencia
contra Tintín alunizando en la Luna.
Salvador Alís.
Aún estoy aquí. Y lo digo no porque sienta que pocos me habrán echado de menos
sino porque yo mismo me faltaba. Aquí estoy, aquí sigo,
con mi cinismo inmaculado, con mis demoras e indecisiones,
pensando que no debería pensar y tratando de comprar un bonito reloj
de pulsera.
Pero lo cierto es que aún no estoy preparado para hablarles de los Laco
y los Stowa, de los Zeno, de los Mühle Glashütte,
los Vostok, los Sinn, los Zeppelin, los Dreifuss, los Nomos,
de algunos chinos y algunos italianos. Si el momento llega,
llegará.
Pues esta vida nuestra es tiempo perdido y carrera imposible de ganar.
En tres días se cumplirán cuatro meses sin cigarrillos.
Cuatro meses acostándome al amanecer con una copa de vino blanco
alargada por hielos artificiales y otros mecanismos de luz y de aire.
Una obsesión sustituye a otra para que nada en el fondo
cambie ni pueda cambiar.
Relojes: sus cajas, biseles, esferas, cristales, tapas, agujas, coronas, joyas,
correas... A ninguna cita, por el momento, llego con la puntualidad debida.
Mi muñeca desnuda, mis manos vacías, mis dedos abiertos.
Cartas sin responder, llamadas sin contestar, plazos sin cumplir.
No me da miedo el futuro, no me inquieta, no me intimida
y nada me exige que no sea indiferencia.
A fin de cuentas se concluye que el secreto, la razón que explica la gran derrota
es un segundero más o menos afilado, girando sujeto al mismo centro
que el puñal horario y la katana de los minutos.
¡Qué importa un segundo! ¡Qué importa la eternidad!
Todo se puede dejar para después, para más tarde... Hasta la muerte.
Mi viejo Tissot sigue funcionando, aun descentrado,
en su merecido reposo del cajón de la mesilla de noche.
El excesivo Kyboe Giant 55 resultó ser un fiasco en toda regla.
Salvo un Casio humilde y plateado, no recuerdo otro reloj que me perteneciera.
Regalé un Thermidor con cristal curvado y una pequeña luna pintada.
Compré un Rolex falso y malvendí un Longines verdadero.
Aún estoy aquí. No sé por qué ni para qué ni hasta cuando.
Si antes buscaba libros, ahora busco relojes.
Una vez por semana, descubro los Invicta, los Nixon, los Kronos,
los Junghans, los Archimede, los Alpina.
Y lamento no haber comprado, cuando tuve la oportunidad,
ese precioso Steinhart de cuerda manual.
Los libros y los relojes se parecen. Los segundos marcan el paso del tiempo
y los primeros sugieren la inmortalidad.
A la precisión de un gran calibre relojero se opone
el universo caótico de la escritura. De esa colisión de intenciones
surge la mentira de las noticias manipuladas.
Hoy a mediodía leo en mi móvil (que no es un best seller ni un swatch irony)
que Andrómeda devorará a "nuestra" Vía Láctea dentro de 4000 millones
de años. ¿A quién carajo le puede importar esta noticia?
(pero no el hecho de recibirla -como es mi caso- sino de emitirla).
La belleza de un reloj, la apreciación de su belleza, del paso del tiempo,
del empecinarse en llegar a una meta que no existe.
Mejor una melodía (nunca una alarma), juegos de baile de salón.
Aún estoy aquí.
Después de una larga investigación, les puedo anticipar sin ironía
que pronto compraré un Laco Augsburg 42,
un simple reloj esencial cuyo automatismo deberá durar
lo que yo dure.
Esas fiables flechas en miniatura me dirán cuándo dormir y cuándo despertar
en Petra y el desierto, en Estambul y el Bósforo, en aquella Roma
en blanco y negro, en estas vacaciones respecto a mí mismo
y mis deseos.
Díganle en mi nombre a Zenón de Elea, si coincidieran con él,
que efectivamente no existe ni puede existir el espacio ni el tiempo,
que dos mil quinientos años antes de esa indagación
sólo pudo constatarse la supremacía del pensamiento burlesco.
A todos los imbéciles que me reclaman una belleza sujeta a formas
que no existen, recordarles que no creo en vuestro Dios ni en vuestra Patria,
que no creo en vuestro Rey ni en vuestra Ley.
Con el índice y el pulgar de la derecha le doy cuerda al reloj
que no se detiene.
Oh aquellas tardes y noches de los veranos de la infancia! La Rubia seguida
por una horda de infantes. El sillín de la Orbea de cuero modelado.
Atrás los defectos del corazón, las carreteras locales,
las Torres Marías, los ríos secos, las nubes y las lluvias.
En septiembre llegaba el Santo al Teatro Penella. Dura competencia
contra Tintín alunizando en la Luna.
Salvador Alís.
miércoles, 10 de julio de 2019
VIESIMA IMENITAIA PERSONA
VIESIMA IMENITAIA PERSONA
En el aeropuerto de Son Sant Joan hay tres salas VIP y una sola zona para fumadores.
El que sueña con introducir forzosamente a quien lo merezca en esas salas
fracasará sin duda. Por un idiota que pregunta, se confundirán mil libertades.
Nací con seis dedos en cada pie. Pero a los quince me pagué de mi bolsillo un hacha.
Sin nada que perder me adentro hoy en el complejo bosque donde todo lo perdí.
El claro de ese bosque es el lugar elegido.
Qué maravilloso circo y qué compendio de canciones,
personajes y temas al azar: la gran nariz del debutante, la contención en la bofetada
del más cruel, el sibilino, las banderas multicolores.
No cambio nada ni a nadie por mis gatas pues solo mis gatas son sinceras,
solo ellas ante el final me dicen "detente, sigue un poco más, nos gusta tu piel
y tus caricias". Y me dicen que cada noche tiene un mañana.
Cuando Nube me lame el antebrazo con su lengua de lija rosada,
cuando Lolita viene y se va, cuando Sombra parece que ha entendido lo esencial,
que en realidad no hay un mañana (y tampoco una noche) donde esconderse.
Las amo a ellas porque el amor importa, porque desde su sinceridad
se desliza el amor -así lo imagino- como un río que supera cualquier obstáculo.
La sala VIP en Pasaje de Marte se reduce a un balcón y su paisaje.
El tronco de Brasil y sus hojas anavajadas salen perdiendo.
Voces que no cortan el aire, que no expresan ni significan. Esta ola de calor
provoca cortocircuitos mentales. El odio y la ira son flores de verano.
Pero me cruzo, en mi ir y venir de este lado al otro lado, con Nube.
Ella me entiende, ella sabe lo que pienso, lo que siento.
Las tres aspas del ventilador no se detienen. Todo sigue girando.
Los VIP que descienden la escalera no saben que un tiro en la nuca,
que una aguja atravesando una inusual esfera de plomo,
que un gesto apenas esbozado o una simple decisión modificarán sus vidas.
Algunas veces, cuando escribo, me visitan fantasmas del pasado
que tratan sin éxito de rejuvenecer mi discurso. Si de mí dependiera...,
copas a cambio de poemas.
Sin duda hablo por hablar. No me importa lo que cueste esta copa, esta botella,
este trago. Pero vivo en un cuarto piso sin ascensor
y cada día bajo y subo y vuelvo a bajar sin descanso a los infiernos.
El viaje comenzó más pronto que tarde, para superar la soledad y la muerte.
Mil kilómetros sin contar hasta el Norte, donde él cayó vencido
y fue derrotado por el fuego y por su mano.
Un sueño atemporal huye de las llamas y de las frases hechas que aparecen
por todas partes. El ayudante del asesor dice que ha encontrado un final
para este sueño que deberá ser ofrecido, indirectamente, a quien ya no duerme.
Salvador Alís.
En el aeropuerto de Son Sant Joan hay tres salas VIP y una sola zona para fumadores.
El que sueña con introducir forzosamente a quien lo merezca en esas salas
fracasará sin duda. Por un idiota que pregunta, se confundirán mil libertades.
Nací con seis dedos en cada pie. Pero a los quince me pagué de mi bolsillo un hacha.
Sin nada que perder me adentro hoy en el complejo bosque donde todo lo perdí.
El claro de ese bosque es el lugar elegido.
Qué maravilloso circo y qué compendio de canciones,
personajes y temas al azar: la gran nariz del debutante, la contención en la bofetada
del más cruel, el sibilino, las banderas multicolores.
No cambio nada ni a nadie por mis gatas pues solo mis gatas son sinceras,
solo ellas ante el final me dicen "detente, sigue un poco más, nos gusta tu piel
y tus caricias". Y me dicen que cada noche tiene un mañana.
Cuando Nube me lame el antebrazo con su lengua de lija rosada,
cuando Lolita viene y se va, cuando Sombra parece que ha entendido lo esencial,
que en realidad no hay un mañana (y tampoco una noche) donde esconderse.
Las amo a ellas porque el amor importa, porque desde su sinceridad
se desliza el amor -así lo imagino- como un río que supera cualquier obstáculo.
La sala VIP en Pasaje de Marte se reduce a un balcón y su paisaje.
El tronco de Brasil y sus hojas anavajadas salen perdiendo.
Voces que no cortan el aire, que no expresan ni significan. Esta ola de calor
provoca cortocircuitos mentales. El odio y la ira son flores de verano.
Pero me cruzo, en mi ir y venir de este lado al otro lado, con Nube.
Ella me entiende, ella sabe lo que pienso, lo que siento.
Las tres aspas del ventilador no se detienen. Todo sigue girando.
Los VIP que descienden la escalera no saben que un tiro en la nuca,
que una aguja atravesando una inusual esfera de plomo,
que un gesto apenas esbozado o una simple decisión modificarán sus vidas.
Algunas veces, cuando escribo, me visitan fantasmas del pasado
que tratan sin éxito de rejuvenecer mi discurso. Si de mí dependiera...,
copas a cambio de poemas.
Sin duda hablo por hablar. No me importa lo que cueste esta copa, esta botella,
este trago. Pero vivo en un cuarto piso sin ascensor
y cada día bajo y subo y vuelvo a bajar sin descanso a los infiernos.
El viaje comenzó más pronto que tarde, para superar la soledad y la muerte.
Mil kilómetros sin contar hasta el Norte, donde él cayó vencido
y fue derrotado por el fuego y por su mano.
Un sueño atemporal huye de las llamas y de las frases hechas que aparecen
por todas partes. El ayudante del asesor dice que ha encontrado un final
para este sueño que deberá ser ofrecido, indirectamente, a quien ya no duerme.
Salvador Alís.
jueves, 4 de julio de 2019
STROMBOLI
STROMBOLI
En el mar Tirreno, rozando su cumbre el kilómetro de altura
sin alcanzarlo, Stromboli juega con el fuego y con el humo,
y así escupe un día tras otro su espectáculo.
"Si uno pierde las noches, pierde media vida..." le responde
Kirk Douglas a Carol Lynley en El último atardecer,
después de su renuncia a estrangular a un perro lobo.
Y yo -que después de 29 días sin fumar, ya no soy yo-
me sirvo la penúltima copa de este Muscat de Rivesaltes
firmado en 2015 por Arnaud de Villeneuve.
En algún lugar del Mundo mañana comienza una cacería
sin principio ni final. El Gran Payaso cree haber inventado
las estúpidas bromas que lo definen.
Me preguntan -no a mí sino al otro, al fumador-
si estoy estresado. Diría que no, pero por soberbia no lo digo,
pues ya no respondo a cuestiones mal formuladas.
La Vida, esa maravillosa excepción y singularidad,
no se da como se anuncia en cruceros soñados,
pues todo agrio o amargo despertar conduce a la Vida.
Apenas dejé el tabaco, me atreví a buscar las rejas
de mi primera casa en la isla. Me faltaron las campanillas
y los gatos. Por lo demás, poco había cambiado.
Europa es un volcán apagado, un timo en toda regla
para turistas de norte a sur y suicidas mediocres
que no cautivan por sus actos.
Cuando Stromboli lanza su fuego, lo recibe un cielo azul
firmado por Yves Klein. Su Saut dans le vide
se anticipó en un año a El último atardecer.
En esta isla llamada "de la calma" nadie echa de menos
los prostíbulos ni los portaaviones,
ni a la hija del traficante y su corta falda azul ceñida.
Ella facilitaba en dosis medidas imágenes felices,
y sus labios decían sí cuando la respuesta era afirmativa.
¿Pero quién era yo entonces navegando en aquel submarino?
Quien se atreva a empuñar esta espada de cristal
debe saber que sólo mata el miedo inducido por el miedo
y nunca la fragilidad de su materia.
Para contemplar la esplendida Luna que a nadie pertenece,
se sientan frente al mar, el horizonte, el cielo y la noche,
sobre una roca de 500 kilos que, cuando gira, es la muerte.
Varias decenas de turistas, como es lógico, se lanzaron al mar
con el primer estruendo del volcán. Como si el mar pudiera
salvarlos, como si el mar...
Cuando una roca gira o cae, cuando se da la vuelta o estalla,
cuando se calienta hasta el rojo o se fragmenta sin piedad,
cuando refleja desde su altitud esta imagen como espejo.
Cuando a las preguntas de Carol Lynley
no se sabe qué responder, cuando ante el amor,
ante la muerte, no se sabe qué decir...
Si cada día respiro mejor no se debe a la calidad del aire.
Ya no circula el humo por mis pulmones
y no creo ni en la mitad de la mitad de lo que circula.
Un camino de lava me dirá después si puedo visitar Stromboli,
si el viaje se merece a sí mismo, si la vida espera
que la vida haga acto de presencia.
El infierno anticipado desde algunas mitologías
no se inclina doblegado ante Stromboli. Los vencejos se caen
o se tiran de sus nidos...
¿Cuántos más, de qué especies y en qué circunstancias,
han de morir para que un solo pensamiento soporte
como girasol al propio sol?
El hecho del fin del mundo no es una posibilidad futura,
no lo es pese a quien pese. Por eso alejo mis manos del fuego
y me niego a participar en esta absurda confabulación.
Salvador Alís.
En el mar Tirreno, rozando su cumbre el kilómetro de altura
sin alcanzarlo, Stromboli juega con el fuego y con el humo,
y así escupe un día tras otro su espectáculo.
"Si uno pierde las noches, pierde media vida..." le responde
Kirk Douglas a Carol Lynley en El último atardecer,
después de su renuncia a estrangular a un perro lobo.
Y yo -que después de 29 días sin fumar, ya no soy yo-
me sirvo la penúltima copa de este Muscat de Rivesaltes
firmado en 2015 por Arnaud de Villeneuve.
En algún lugar del Mundo mañana comienza una cacería
sin principio ni final. El Gran Payaso cree haber inventado
las estúpidas bromas que lo definen.
Me preguntan -no a mí sino al otro, al fumador-
si estoy estresado. Diría que no, pero por soberbia no lo digo,
pues ya no respondo a cuestiones mal formuladas.
La Vida, esa maravillosa excepción y singularidad,
no se da como se anuncia en cruceros soñados,
pues todo agrio o amargo despertar conduce a la Vida.
Apenas dejé el tabaco, me atreví a buscar las rejas
de mi primera casa en la isla. Me faltaron las campanillas
y los gatos. Por lo demás, poco había cambiado.
Europa es un volcán apagado, un timo en toda regla
para turistas de norte a sur y suicidas mediocres
que no cautivan por sus actos.
Cuando Stromboli lanza su fuego, lo recibe un cielo azul
firmado por Yves Klein. Su Saut dans le vide
se anticipó en un año a El último atardecer.
En esta isla llamada "de la calma" nadie echa de menos
los prostíbulos ni los portaaviones,
ni a la hija del traficante y su corta falda azul ceñida.
Ella facilitaba en dosis medidas imágenes felices,
y sus labios decían sí cuando la respuesta era afirmativa.
¿Pero quién era yo entonces navegando en aquel submarino?
Quien se atreva a empuñar esta espada de cristal
debe saber que sólo mata el miedo inducido por el miedo
y nunca la fragilidad de su materia.
Para contemplar la esplendida Luna que a nadie pertenece,
se sientan frente al mar, el horizonte, el cielo y la noche,
sobre una roca de 500 kilos que, cuando gira, es la muerte.
Varias decenas de turistas, como es lógico, se lanzaron al mar
con el primer estruendo del volcán. Como si el mar pudiera
salvarlos, como si el mar...
Cuando una roca gira o cae, cuando se da la vuelta o estalla,
cuando se calienta hasta el rojo o se fragmenta sin piedad,
cuando refleja desde su altitud esta imagen como espejo.
Cuando a las preguntas de Carol Lynley
no se sabe qué responder, cuando ante el amor,
ante la muerte, no se sabe qué decir...
Si cada día respiro mejor no se debe a la calidad del aire.
Ya no circula el humo por mis pulmones
y no creo ni en la mitad de la mitad de lo que circula.
Un camino de lava me dirá después si puedo visitar Stromboli,
si el viaje se merece a sí mismo, si la vida espera
que la vida haga acto de presencia.
El infierno anticipado desde algunas mitologías
no se inclina doblegado ante Stromboli. Los vencejos se caen
o se tiran de sus nidos...
¿Cuántos más, de qué especies y en qué circunstancias,
han de morir para que un solo pensamiento soporte
como girasol al propio sol?
El hecho del fin del mundo no es una posibilidad futura,
no lo es pese a quien pese. Por eso alejo mis manos del fuego
y me niego a participar en esta absurda confabulación.
Salvador Alís.
viernes, 14 de junio de 2019
BALANCE / TERCERA PARTE
BALANCE / TERCERA PARTE
A la última edad -la que puede contener y superar otras edades- se la puede definir como "edad del disparate". Se comienza por subvertir el sentido de las palabras y se acaba jugando con ellas.
No siempre la última edad coincide con la edad cronológica, mientras la biológica esté bien o mal. En la década comprendida entre 1960 y 70, cuando la edad cronológica de Slawomir Mrozek se movía sobre la treintena, dejó escrito lo siguiente: "El año que viene me plantaré una orquídea en la oreja. La utilidad no lo es todo, la belleza también cuenta."
Tal vez ese eslogan, la belleza también cuenta, sea el que anime a los nuevos publicistas que manipulan la publicidad con mayor o menor éxito para trastornar los valores pre establecidos, las ideas pre concebidas, la moralidad vigente y el catálogo de precios de lo moral y lo inmoral.
En la última edad, el lector puede regresar a su origen, elegir un libro (por ejemplo la Historia de la Filosofía publicado por Siglo XXI en 1975) y comenzar a leer lo ya leído: "En el alma, los placeres y los dolores afectan a la parte intelectiva situada en el pecho. La otra parte, mezclada a los átomos corporales, participa de los placeres y dolores del cuerpo." / "El cuerpo sufre y goza con los dolores y los placeres presentes, porque la carne carece de memoria y de la posibilidad de prever el futuro."
(Graziano Arrighetti. "Epicuro y su Escuela". Págs.: 304, 305. Obra citada.)
En los últimos días me pregunto a menudo qué placer sentirá, en su cuerpo o en su alma, el cazador cuando mata; qué dolor sentirá en su cuerpo, cuando muere, un elefante abatido por un disparo, y qué dolor en su alma particular y en el alma común de su manada.
En la edad del disparate, cuando se apunta entre los ojos a un perro, otro perro muere de tristeza en su mirada. En la edad del disparate, uno se pregunta por qué salvar a la planta (sus escasas flores y sus hojas de un verde degradado hacia el amarillo) y exterminar a sus plagas: arañas, hongos y pulgones. En la edad del disparate, a una edad cronológica avanzada y biológicamente deteriorado, uno se enamora de una forma oscura, de una silueta viva de nombre desconocido.
Las buenas intenciones, en la última edad, no son tan fuertes como las tendencias. Se tiende al infantilismo por inercia invertida, se va de más a menos.
El sueño, en la última edad, es sin duda más constante y más real que lo real. Se vive una vida de tres cuartos, y durante el cuarto restante se sueña. El sueño permanece largo tiempo fiel a sí mismo. La vida llamada real se traiciona cada día y anda por vericuetos. ¿Por qué el camino más corto entre dos puntos ha de ser la línea recta?
El sueño de ayer fue largo y extraño. Mi padre sentado junto a una niña en sillas bajas en la entrada del viejo estanco. Tanto él como ella tenían cuentos en las manos y cuadernos de tapas de cartón y muelles en espiral, y a sus pies, esparcidos por el suelo, lápices de colores. En el sueño, el mostrador del negocio se iba agrandando por momentos y varias empleadas atendían a la clientela. Puesto que tenía ganas de fumar, fui del otro lado y elegí un paquete de Ducados.
El viejo estanco, que al principio del sueño se parecía al viejo estanco, se transformaba en un edificio enorme, de muchos pisos unidos por escaleras interiores y cuestas adoquinadas al aire libre. Un edificio antiguo, sin duda, pues carecía de ascensores. El viejo estanco es ahora, mientras lo estoy explorando, un hotel, bares, restaurantes, plazas y jardines..., y todo ascendente y en forma de pirámide. Cuando llego al último piso me doy cuenta de que todas las paredes son transparentes, formadas por cristales sin cortinas, y afuera está la noche.
Persiguiendo mi habitación he llegado hasta aquí. Domina la escena una cama muy grande de color blanco. Sobre la cama duerme Lolita, que ya tiene más de 15 años -lo que para una gata como ella equivale a vivir su última edad-, y yo sueño con encontrar unos cojines donde acomodarla.
Por momentos el sueño se vuelve más y más sensual. En este desenfreno de los deseos y las pasiones, Lolita ya no es Lolita, es una mujer frágil, de edad indeterminada y cuyo esqueleto -que aparece mediante su desnudez- es similar en forma y tamaño al esqueleto de Lolita. Entonces echo en falta las cortinas y descubro que, a través de los cristales, se ven en otros edificios ventanas iluminadas y, tras esas ventanas, ojos que me pueden ver y me están mirando. Siento una clase de pudor o vergüenza tal que no tengo más remedio que abandonar la escena.
El sueño es tan propicio a los disparates como la última edad.
Reaparezco en una calle empinada de una ciudad que a veces comprendo y a veces no. La calle es ancha; a la derecha la separa un muro de la ladera de una montaña que se abisma hasta el mar; a la izquierda hay bares altos a los que se accede por escaleras de piedra con pasamanos de hierro.
En la última edad, al igual que algunos monos han creado un grito específico para definir y alertar a otros monos de la presencia de drones -algo que los monos ven como una clara amenaza-, yo intento crear un lenguaje propio para definir y alertar a otros del advenimiento del futuro.
Al pie de la escalera que me separa del último bar, un grupo de hombres de mi edad me rodea y expresa, sobre todo mediante gestos de una notable lentitud, su intención de matarme. Son asesinos a sueldo contratados por la dueña del hotel (en mis sueños). Pero al fin puedo convencerlos con palabras de que cualquier crimen es inútil si se ejecuta con una gratuita rapidez que no viene al caso. Vuelvo a abandonar la escena. Y despierto.
Los párrafos anteriores fueron escritos el 30 de mayo. El 5 de junio, a las cinco de la mañana, le prendí fuego a mi último cigarrillo. Tras diez años de espera, finalmente se publicaron los Cuentos Completos de Levrero (Random House); los compré el día 11. En la tarde del 12 di un largo paseo desde la Plaza del Progreso hasta el número 68 de Josep Villalonga. Las nubes blancas y las flores azules apenas habían variado después de 33 años. El día 13 fui a trabajar. El 14 sostuve en brazos a mi nieta. Las fotografías y los vídeos la muestran a ella conociendo un mundo nuevo. Mi voz me resulta extraña. Y al verme en esa película, tampoco me reconozco.
No sé quién soy.
El humo que hacía fluir todo lo demás se ha perdido en otra escritura incomprensible. El pequeño fuego se ha perdido. El instante, detenido aquí para ser y sentir, se ha perdido.
Por miedo al futuro se paraliza uno.
Los mosquitos se adueñan del aire y el verano no tendrá ya sabor a verano. Después del zumbido y el manotazo, muerto el insignificante agresor y caído sobre el plano, la lupa muestra lo inquietante de este proceso: la cabeza del volador presenta rasgos conocidos.
Salvador Alís.
A la última edad -la que puede contener y superar otras edades- se la puede definir como "edad del disparate". Se comienza por subvertir el sentido de las palabras y se acaba jugando con ellas.
No siempre la última edad coincide con la edad cronológica, mientras la biológica esté bien o mal. En la década comprendida entre 1960 y 70, cuando la edad cronológica de Slawomir Mrozek se movía sobre la treintena, dejó escrito lo siguiente: "El año que viene me plantaré una orquídea en la oreja. La utilidad no lo es todo, la belleza también cuenta."
Tal vez ese eslogan, la belleza también cuenta, sea el que anime a los nuevos publicistas que manipulan la publicidad con mayor o menor éxito para trastornar los valores pre establecidos, las ideas pre concebidas, la moralidad vigente y el catálogo de precios de lo moral y lo inmoral.
En la última edad, el lector puede regresar a su origen, elegir un libro (por ejemplo la Historia de la Filosofía publicado por Siglo XXI en 1975) y comenzar a leer lo ya leído: "En el alma, los placeres y los dolores afectan a la parte intelectiva situada en el pecho. La otra parte, mezclada a los átomos corporales, participa de los placeres y dolores del cuerpo." / "El cuerpo sufre y goza con los dolores y los placeres presentes, porque la carne carece de memoria y de la posibilidad de prever el futuro."
(Graziano Arrighetti. "Epicuro y su Escuela". Págs.: 304, 305. Obra citada.)
En los últimos días me pregunto a menudo qué placer sentirá, en su cuerpo o en su alma, el cazador cuando mata; qué dolor sentirá en su cuerpo, cuando muere, un elefante abatido por un disparo, y qué dolor en su alma particular y en el alma común de su manada.
En la edad del disparate, cuando se apunta entre los ojos a un perro, otro perro muere de tristeza en su mirada. En la edad del disparate, uno se pregunta por qué salvar a la planta (sus escasas flores y sus hojas de un verde degradado hacia el amarillo) y exterminar a sus plagas: arañas, hongos y pulgones. En la edad del disparate, a una edad cronológica avanzada y biológicamente deteriorado, uno se enamora de una forma oscura, de una silueta viva de nombre desconocido.
Las buenas intenciones, en la última edad, no son tan fuertes como las tendencias. Se tiende al infantilismo por inercia invertida, se va de más a menos.
El sueño, en la última edad, es sin duda más constante y más real que lo real. Se vive una vida de tres cuartos, y durante el cuarto restante se sueña. El sueño permanece largo tiempo fiel a sí mismo. La vida llamada real se traiciona cada día y anda por vericuetos. ¿Por qué el camino más corto entre dos puntos ha de ser la línea recta?
El sueño de ayer fue largo y extraño. Mi padre sentado junto a una niña en sillas bajas en la entrada del viejo estanco. Tanto él como ella tenían cuentos en las manos y cuadernos de tapas de cartón y muelles en espiral, y a sus pies, esparcidos por el suelo, lápices de colores. En el sueño, el mostrador del negocio se iba agrandando por momentos y varias empleadas atendían a la clientela. Puesto que tenía ganas de fumar, fui del otro lado y elegí un paquete de Ducados.
El viejo estanco, que al principio del sueño se parecía al viejo estanco, se transformaba en un edificio enorme, de muchos pisos unidos por escaleras interiores y cuestas adoquinadas al aire libre. Un edificio antiguo, sin duda, pues carecía de ascensores. El viejo estanco es ahora, mientras lo estoy explorando, un hotel, bares, restaurantes, plazas y jardines..., y todo ascendente y en forma de pirámide. Cuando llego al último piso me doy cuenta de que todas las paredes son transparentes, formadas por cristales sin cortinas, y afuera está la noche.
Persiguiendo mi habitación he llegado hasta aquí. Domina la escena una cama muy grande de color blanco. Sobre la cama duerme Lolita, que ya tiene más de 15 años -lo que para una gata como ella equivale a vivir su última edad-, y yo sueño con encontrar unos cojines donde acomodarla.
Por momentos el sueño se vuelve más y más sensual. En este desenfreno de los deseos y las pasiones, Lolita ya no es Lolita, es una mujer frágil, de edad indeterminada y cuyo esqueleto -que aparece mediante su desnudez- es similar en forma y tamaño al esqueleto de Lolita. Entonces echo en falta las cortinas y descubro que, a través de los cristales, se ven en otros edificios ventanas iluminadas y, tras esas ventanas, ojos que me pueden ver y me están mirando. Siento una clase de pudor o vergüenza tal que no tengo más remedio que abandonar la escena.
El sueño es tan propicio a los disparates como la última edad.
Reaparezco en una calle empinada de una ciudad que a veces comprendo y a veces no. La calle es ancha; a la derecha la separa un muro de la ladera de una montaña que se abisma hasta el mar; a la izquierda hay bares altos a los que se accede por escaleras de piedra con pasamanos de hierro.
En la última edad, al igual que algunos monos han creado un grito específico para definir y alertar a otros monos de la presencia de drones -algo que los monos ven como una clara amenaza-, yo intento crear un lenguaje propio para definir y alertar a otros del advenimiento del futuro.
Al pie de la escalera que me separa del último bar, un grupo de hombres de mi edad me rodea y expresa, sobre todo mediante gestos de una notable lentitud, su intención de matarme. Son asesinos a sueldo contratados por la dueña del hotel (en mis sueños). Pero al fin puedo convencerlos con palabras de que cualquier crimen es inútil si se ejecuta con una gratuita rapidez que no viene al caso. Vuelvo a abandonar la escena. Y despierto.
Los párrafos anteriores fueron escritos el 30 de mayo. El 5 de junio, a las cinco de la mañana, le prendí fuego a mi último cigarrillo. Tras diez años de espera, finalmente se publicaron los Cuentos Completos de Levrero (Random House); los compré el día 11. En la tarde del 12 di un largo paseo desde la Plaza del Progreso hasta el número 68 de Josep Villalonga. Las nubes blancas y las flores azules apenas habían variado después de 33 años. El día 13 fui a trabajar. El 14 sostuve en brazos a mi nieta. Las fotografías y los vídeos la muestran a ella conociendo un mundo nuevo. Mi voz me resulta extraña. Y al verme en esa película, tampoco me reconozco.
No sé quién soy.
El humo que hacía fluir todo lo demás se ha perdido en otra escritura incomprensible. El pequeño fuego se ha perdido. El instante, detenido aquí para ser y sentir, se ha perdido.
Por miedo al futuro se paraliza uno.
Los mosquitos se adueñan del aire y el verano no tendrá ya sabor a verano. Después del zumbido y el manotazo, muerto el insignificante agresor y caído sobre el plano, la lupa muestra lo inquietante de este proceso: la cabeza del volador presenta rasgos conocidos.
Salvador Alís.
miércoles, 5 de junio de 2019
MOVIMIENTO CONTINUO
MOVIMIENTO CONTINUO
"Supongamos que los nenúfares de un estanque duplican cada día la superficie que ocupan. Se ha calculado que necesitan treinta días para cubrir el estanque por completo. Por consiguiente, el día vigésimo noveno está cubierto sólo la mitad de la superficie. Los que observan ese día el estanque se encuentran con que la mitad de la superficie se halla despejada y creen que la situación dista de ser catastrófica. Pero, en realidad, ¡sólo falta un día para que sea cubierto en su totalidad!
Daisaku Ikeda, citado por Mijaíl Gorbachov en el capítulo "¿Qué hacer?"
de su libro Carta a la Tierra. Ediciones del bronce. 2003. Pág.: 71.
de su libro Carta a la Tierra. Ediciones del bronce. 2003. Pág.: 71.
Me siento bajo un árbol, sobre el muro circular de granito que rodea su tronco, a la salida de una "feria del libro" decepcionante. Una joven conocida se acerca.
-¿Qué haces aquí sentado?
-Estoy pensando.
-¿Necesitas sentarte para pensar?
-No. También puedo pensar de pie e incluso andando.
-¿Y entonces?
-Quería descansar las piernas un momento, porque las piernas se cansan.
-Y de pensar, ¿no te cansas?
-A veces creo que sí, pero no importa lo que yo crea. Al pensamiento no puedo detenerlo.
-¿Y en qué piensas ahora, si puede saberse?
-En ti.
-¿En mí?
-Sí, en ti. Y en este libro que he comprado por segunda vez.
-Explícate.
-Hace un par de años lo compré para leerlo. Pero sucedió que antes de acabar su lectura, si lo recuerdas, te lo presté con la advertencia de que no se trataba de un libro fácil.
-Lo recuerdo.
-El año pasado, cuando te pedí que me lo devolvieras, me dijiste que en tu casa no lo encontrabas, que quizá estuviera en la oficina.
-Sí, pero tampoco lo encontré en la oficina.
-Pues por eso, y pensando que seguramente al final no estaba en tu cabeza, que ni siquiera lo habías leído, lo he comprado de nuevo.
-Entiendo, así podrás acabarlo de leer.
-Me parece que no, que te equivocas, porque el libro comprado es uno de esos que, por más que se lea, nunca se termina.
-¿Pensabas algo más?
-Sí, que a menudo no nos damos cuenta de lo importante que puede llegar a ser un libro.
-¿Qué haces aquí sentado?
-Estoy pensando.
-¿Necesitas sentarte para pensar?
-No. También puedo pensar de pie e incluso andando.
-¿Y entonces?
-Quería descansar las piernas un momento, porque las piernas se cansan.
-Y de pensar, ¿no te cansas?
-A veces creo que sí, pero no importa lo que yo crea. Al pensamiento no puedo detenerlo.
-¿Y en qué piensas ahora, si puede saberse?
-En ti.
-¿En mí?
-Sí, en ti. Y en este libro que he comprado por segunda vez.
-Explícate.
-Hace un par de años lo compré para leerlo. Pero sucedió que antes de acabar su lectura, si lo recuerdas, te lo presté con la advertencia de que no se trataba de un libro fácil.
-Lo recuerdo.
-El año pasado, cuando te pedí que me lo devolvieras, me dijiste que en tu casa no lo encontrabas, que quizá estuviera en la oficina.
-Sí, pero tampoco lo encontré en la oficina.
-Pues por eso, y pensando que seguramente al final no estaba en tu cabeza, que ni siquiera lo habías leído, lo he comprado de nuevo.
-Entiendo, así podrás acabarlo de leer.
-Me parece que no, que te equivocas, porque el libro comprado es uno de esos que, por más que se lea, nunca se termina.
-¿Pensabas algo más?
-Sí, que a menudo no nos damos cuenta de lo importante que puede llegar a ser un libro.
Según el libro, todo esto se puede resumir en la siguiente nota:
"Una confesión debe ser parte de la nueva vida."
Wittgenstein. Aforismos. Austral. 2017. Pág.: 58.
Sentado bajo el árbol, cuando la joven conocida se despide, siento de repente que una horda de diminutos mosquitos comienza a volar alrededor de mi cabeza. Cuando levanto la vista de la pantalla del Huawei en cuyo bloc de notas estaba concentrado, en lugar de ver mosquitos, veo turistas alemanes que se acercan demasiado, que me rodean e incomodan, que no guardan la distancia de seguridad y respeto.
Para ahuyentar a unos y a otros, a los voladores invisibles y a los nuevos invasores, enciendo un cigarrillo. En unos minutos todos desaparecen. Y esa desaparición me decide a comprar el libro.
Algunas noches más tarde, cuando el árbol solo existe en el recuerdo, enciendo un rothmans blue. Pero en esta noche, los rothmans blue y los smoking blue se han acabado, y tan sólo quedan tres camel blue para cerrar el capítulo.
En estos días me invade también el libro y la adicción al libro. Me conquistan, como una plaga de parásitos, las ideas al servicio de su reina, la mente.
"La nicotina causa miedo."
Allen Carr.
Vuelvo a estar sentado en el muro de granito que sostiene un árbol. Un hombre de mediana edad, cuyo rostro pudiera ser el rostro de cualquiera, se acerca y me pregunta:
-¿Necesita usted ayuda? ¿Le incomodan los mosquitos? ¿Le está dando un infarto?
-Por supuesto que no, a los mosquitos no los veo y mi corazón late con normalidad. En todo caso, si desea ayudarme, déjeme solo.
-¡Está seguro?
-Y tanto. No hay otra cosa que yo anhele más.
-¿Estar solo, completamente solo, sin nadie, nunca?
-Usted lo ha dicho.
-¿Me invitaría a un cigarrillo?
-¿Qué le hace pensar que lo haría?
-Usted está fumando.
-Si le proporcionara un cigarrillo ¿lo encendería?
-Sin dudarlo.
Al hombre de mediana edad y múltiples rostros le sigue un ciego que tropieza su bastón con el muro circular que rodea el árbol bajo cuya copa me he sentado a descansar.
-Usted me da miedo- me dice el ciego luego de tocarme.
-Dígame por qué.
-Es muy fácil de entender. Usted está aquí sentado y seguramente no es ciego. Ve todo lo que ocurre a su alrededor: mosquitos que vuelan, turistas que proliferan como colonias de chinches rojas, libros, hojas verdes y amarillas en los árboles, nubes blancas flotando en un cielo azul, tiendas de lujo con sus bolsos, pañuelos y relojes, terrazas en el paseo central que pertenecen a distintos bares, camareros y camareras como fichas de dominó, vestidos de blanco y negro, flores, perros en miniatura y otros más grandes, periódicos de ayer en papeleras de hoy, automóviles subiendo y bajando a diferentes velocidades... Usted ve un mundo luminoso y diferenciado. Son tantas las formas y los colores que no hay manera de saber cuál es su camino elegido. Yo, sin embargo, no veo otra cosa que oscuridad. En mi visión no hay caminos, no hay alternativas, mi mundo es más simple. Cualquier elección será acertada.
-¿Y eso explica que yo le de miedo?
-Usted puede disparar muchas flechas a muchas dianas. Algunas se desviarán de su curso y pueden clavarse donde no debieran. Y debido a mi ceguera, si yo empuño el arco, tenso la cuerda y disparo, no tengo otra diana que el azar.
"...escupe la colilla, alza el parche con dos dedos, descubriendo el ojo que lleva tapado y con un guiño lo recata de nuevo bajo el verde tafetán."
Ramón del Valle-Inclán. Divinas palabras. Opera Omnia. 1920, Pág.: 255.
Como es lógico, y al margen del tiempo real que me quede de vida, espero vivir con la mayor salud posible, sin sufrimientos físicos ni emocionales y, de ser posible, morir sin dolor. Pero es ilusorio creer que la salud puede ser buena por sí misma, y no estaría de más pensar que uno debe contribuir con sus precauciones y cuidados, es decir con una actitud activa y positiva, al equilibrio y la bondad de dicha salud.
Si bien la voluntad nada puede contra la muerte -pues no puede evitarla ni postergar su llegada ni establecer su modo a no ser mediante el suicidio-, sí que es, por contra, el instrumento adecuado para vencer a los enemigos de la salud. En gran medida, la falta de sueño y los excesos con el tabaco y el vino pueden ser aminorados y controlados por la voluntad, siempre que ésta deje de ser destructiva y se ejerza para procurar mejoras y bienestar.
Pero cuando uno vive sumido en un eterno día de la marmota, cuando pese a todas las reflexiones y proyectos uno se despierta cada día para vivir el día ya vivido, la gran duda es si los enemigos anularán la voluntad o si una voluntad ya inevitablemente anulada permitirá a los enemigos campar a sus anchas.
El tabaco y el vino se dan siempre en la noche en el escenario de la escritura. Para neutralizarlos, ese escenario debe desaparecer y la voluntad debe ser minuciosamente analizada.
El impulso de escribir tendría que ser sustituido por el impulso de la recopilación. Se producirá un cambio de voluntad y la voluntad será negada.
Salvador Alís.
viernes, 31 de mayo de 2019
DESALMADOS PÁJAROS SIN ALAS
DESALMADOS PÁJAROS SIN ALAS
En estos tiempos que corren, las noticias no son buenas;
un día sí y otro también, nos presentan sucesos inquietantes.
Un hombre mata a un perro con un disparo de escopeta;
una mujer empuja a un anciano fuera de un autobús y,
poco después, el anciano muere;
un joven le clava más de veinte veces su navaja
a una menor de edad con la que mantenía relaciones contradictorias;
una playa, en algún lugar del mundo, se tiñe de rojo
por la sangre de ballena vertida tras ser cazada y desangrada.
En estos tiempos que corren -y cito de memoria-,
las noticias no son buenas; la prensa escrita y los móviles
nos informan a todas horas de sucesos inquietantes.
Llegan a Mallorca, en un 737 de Ryanair,
alemanes neo nazis alterando el vuelo con sus canciones,
saludos, gritos y consignas;
una mujer joven, madre de dos hijos, se suicida
cuando muchas personas, incluido su marido, ven imágenes
de ella masturbándose cinco años atrás;
una niña pequeña (y su flotador) es adentrada en el mar
por una corriente o un viento y al final se ahoga;
otra niña de cinco años muere en el comedor del colegio,
indispuesta al enfrentar su alergia con un helado.
En estos tiempos que corren, cada día el mal se supera a sí mismo.
Constantemente desaparecen adolescentes;
un hijo estrangula a una madre que no reconocía y huye
a Bélgica con su novia y una tarjeta de crédito virtual;
un marroquí apuñala a otro marroquí frente a su mezquita,
han discutido por un móvil robado;
una anciana, a la vuelta de un viaje, se encuentra su casa okupada,
la policía no puede devolvérsela y la justicia es lenta.
En estos tiempos que corren, una avalancha de noticias
viene hasta nosotros cada día con su aparente falta de unidad
y sus relaciones ocultas.
Cada noche salen en Palma ciertas figuras criminales:
un pirómano que desde hace meses y con total impunidad
quema contenedores de basura, un encapuchado
que recorre las calles en bicicleta, un negro gigante;
una mujer resulta decapitada al engancharse los cables
de sus auriculares con alguna parte de un ascensor en marcha;
los infartos cerebrales existen, igual que los cánceres incurables,
pero igual se puede morir de un simple atragantarse
con un sorbo de agua, un bocado de pan, un grano de uva;
de vez en cuando, explota una bomba.
En estos tiempos que corren, y barajando estos acontecimientos,
se deduce que proliferan los delincuentes menores y mayores,
los forajidos, los ladrones, los violentos...
Pero lo peor es lo que le pasa a uno en su intimidad,
lo que no es noticia, donde están los verdaderos criminales.
La voz al otro lado del teléfono, hablando en nombre
de la Compañía de Seguros; el reguero de mierda líquida
que una vecina ha vertido a lo largo de la escalera;
el fontanero que no responde, que impone sus horarios,
que cobra en negro y que, siendo fiel a sus chapuzas,
abandona el trabajo sin acabarlo; la encargada de la limpieza
mintiendo sobre los días que limpia.
Desde el otoño del año pasado, la mendiga que empujaba
sus pertenencias de un lugar a otro no se ha movido,
instalada permanentemente de espaldas a un hostal abandonado
frente a la Plaza de las Columnas, parece intocable,
nadie la sacará de allí hasta que sea un cadáver.
En Australia es necesario exterminar dos millones de gatos;
y en algún país africano se autoriza de nuevo, mediante ley,
la caza del elefante; en cualquier lugar se asesina a una mujer
por el menoscabo de la masculinidad;
pero la muerte es femenina y canta su canción.
Se aproxima el momento del equilibrio y la paciencia.
Las noticias deben evaluarse según su afinidad con la verdad
o la mentira. Entre tantos desalmados pájaros sin alas,
yo me debo a mis principios.
Salvador Alís.
En estos tiempos que corren, las noticias no son buenas;
un día sí y otro también, nos presentan sucesos inquietantes.
Un hombre mata a un perro con un disparo de escopeta;
una mujer empuja a un anciano fuera de un autobús y,
poco después, el anciano muere;
un joven le clava más de veinte veces su navaja
a una menor de edad con la que mantenía relaciones contradictorias;
una playa, en algún lugar del mundo, se tiñe de rojo
por la sangre de ballena vertida tras ser cazada y desangrada.
En estos tiempos que corren -y cito de memoria-,
las noticias no son buenas; la prensa escrita y los móviles
nos informan a todas horas de sucesos inquietantes.
Llegan a Mallorca, en un 737 de Ryanair,
alemanes neo nazis alterando el vuelo con sus canciones,
saludos, gritos y consignas;
una mujer joven, madre de dos hijos, se suicida
cuando muchas personas, incluido su marido, ven imágenes
de ella masturbándose cinco años atrás;
una niña pequeña (y su flotador) es adentrada en el mar
por una corriente o un viento y al final se ahoga;
otra niña de cinco años muere en el comedor del colegio,
indispuesta al enfrentar su alergia con un helado.
En estos tiempos que corren, cada día el mal se supera a sí mismo.
Constantemente desaparecen adolescentes;
un hijo estrangula a una madre que no reconocía y huye
a Bélgica con su novia y una tarjeta de crédito virtual;
un marroquí apuñala a otro marroquí frente a su mezquita,
han discutido por un móvil robado;
una anciana, a la vuelta de un viaje, se encuentra su casa okupada,
la policía no puede devolvérsela y la justicia es lenta.
En estos tiempos que corren, una avalancha de noticias
viene hasta nosotros cada día con su aparente falta de unidad
y sus relaciones ocultas.
Cada noche salen en Palma ciertas figuras criminales:
un pirómano que desde hace meses y con total impunidad
quema contenedores de basura, un encapuchado
que recorre las calles en bicicleta, un negro gigante;
una mujer resulta decapitada al engancharse los cables
de sus auriculares con alguna parte de un ascensor en marcha;
los infartos cerebrales existen, igual que los cánceres incurables,
pero igual se puede morir de un simple atragantarse
con un sorbo de agua, un bocado de pan, un grano de uva;
de vez en cuando, explota una bomba.
En estos tiempos que corren, y barajando estos acontecimientos,
se deduce que proliferan los delincuentes menores y mayores,
los forajidos, los ladrones, los violentos...
Pero lo peor es lo que le pasa a uno en su intimidad,
lo que no es noticia, donde están los verdaderos criminales.
La voz al otro lado del teléfono, hablando en nombre
de la Compañía de Seguros; el reguero de mierda líquida
que una vecina ha vertido a lo largo de la escalera;
el fontanero que no responde, que impone sus horarios,
que cobra en negro y que, siendo fiel a sus chapuzas,
abandona el trabajo sin acabarlo; la encargada de la limpieza
mintiendo sobre los días que limpia.
Desde el otoño del año pasado, la mendiga que empujaba
sus pertenencias de un lugar a otro no se ha movido,
instalada permanentemente de espaldas a un hostal abandonado
frente a la Plaza de las Columnas, parece intocable,
nadie la sacará de allí hasta que sea un cadáver.
En Australia es necesario exterminar dos millones de gatos;
y en algún país africano se autoriza de nuevo, mediante ley,
la caza del elefante; en cualquier lugar se asesina a una mujer
por el menoscabo de la masculinidad;
pero la muerte es femenina y canta su canción.
Se aproxima el momento del equilibrio y la paciencia.
Las noticias deben evaluarse según su afinidad con la verdad
o la mentira. Entre tantos desalmados pájaros sin alas,
yo me debo a mis principios.
Salvador Alís.
lunes, 20 de mayo de 2019
BALANCE / SEGUNDA PARTE
BALANCE / SEGUNDA PARTE
El viaje por la vida, por la realidad en el espacio y el tiempo, y más cuando ese viaje requiere una investigación, un análisis centrado en el alguna de sus etapas, puede hacerse de lo particular a lo general o de lo general a lo particular, tanto da..., como si nos desplazáramos del frigorífico al supermercado y del supermercado al frigorífico. Según nuestras preferencias, nuestro presupuesto y la capacidad de nuestro frigorífico (lo particular), haremos la compra en el supermercado (lo general). Según el abastecimiento del supermercado, cumpliremos nuestros deseos y nos alimentaremos.
Se puede ir del individuo a la sociedad (con sus leyes generales), o de la sociedad al individuo (con su propia ley e incluso sin leyes).
Lo general sería esto: En Malasia, algunos personajes públicos y significativos, quizá un miembro del gobierno, un abogado, un psicólogo, la propia policía o los jueces, están preocupados por la salud mental de los malayos. El motivo tiene que ver con la siguiente historia particular: Una adolescente de 16 años somete a consulta en Instagram si debe elegir entre la D -death- o la L -life-; es decir, si debe suicidarse o no. La opinión de sus seguidores cuenta. Esta noticia es copia de otra publicada por infobae, según la cual la adolescente saltó de un edificio cuando el 69 % de los encuestados respondió afirmativamente a la cuestión planteada.
Si la edad de la vida fuera una simple línea recta, partiendo de no se sabe dónde para llegar a un lugar que se ignora, esa línea podría curvarse o fragmentarse, ser espiral o cielo estrellado, sin dejar de ser línea.
En el caso que nos ocupa, mejor sustituir la línea por el triángulo: edad cronológica, biológica y mental. En muchos lugares del mundo, la edad mental vence en importancia a las otras edades. Hay aldeas de sabiduría y ciudades y países enteros infantilizados porque los ritos, la filosofía y la creación han sido sustituidos por el juego pasivo.
Tres jóvenes de unos 30 años, con el aspecto que yo tenía a su edad -cuando a mi edad yo estaba inmerso en el verdadero juego de la vida-, se cruzan conmigo en la noche, caminando en fila india por una acera gris. Hablan de tres dragones de un vídeo juego que, no siendo irreal (pues ellos lo ven y lo viven), tampoco es real, siendo por tanto el resultado de una estrategia mental. No debería ser necesario decir que las mentes se manipulan y que la edad mental puede ser acelerada, retrasada o contenida según convenga a cada momento.
Si definir mi edad cronológica es fácil, y algo más complicado definir mi edad biológica, dilucidar cuál sea mi edad mental es imposible. ¿Tengo todavía la mente de aquel niño menor de 5 años que prendió fuego a las cortinas de la habitación de sus padres, una tarde de verano, con un mechero de gasolina? ¿Tengo la mente decidida del novio que desafía a la novia regalando un paquete de Camel a un desconocido en el borde de una piscina? ¿La mente del exiliado en las islas, permanentemente huyendo por temor a su herencia? ¿La mente del pintor que ve colores donde otros ven sombras, el día frente a la noche? ¿La mente del lector que lee entre líneas, la del escritor que no somete a revisión sus palabras? ¿Acaso tendré yo una edad mental que no se corresponda con mi edad?
Siempre he sido un rebelde, dice el viejo recordando al niño que fue. Bastaba con que me dieran una orden para que yo la desobedeciera. Las frases hechas (de las que a veces se usa y se abusa por elección) son órdenes no escuchadas. Ni al niño, ni al joven, ni al adulto ni al viejo, les gustan las ideas preconcebidas. Una orden no es más que la repetición de un esquema ya existente, en modo alguno una creación, la posibilidad de algo nuevo, una puerta abierta.
Con órdenes y leyes se controla la edad mental. Y sobre todo con la información diseñada para viajar por el mundo a la velocidad de la luz. Las órdenes y las leyes se expresan mediante frases hechas.
Existe en Malasia (o pudiera existir) una preocupación motivada por el gesto de una adolescente que se ha suicidado tras someter a consulta tal decisión. De un tiempo a esta parte, y esto parece preocupar menos, se suicidan peces y pájaros, las abejas desaparecen y se multiplican las moscas. Entre las especies amenazadas se encuentran los felinos -el rey león, el tigre místico, el gato montés-, algunos cornudos ciervos y el rinoceronte, los elefantes que nunca acudieron al dentista, el oso cegado por la nieve y añorando el hielo que se funde, los gatos en Australia, manadas de monos que a nuestro pesar (con excepciones) ya saben hablar, desde luego expresar emociones, hacer cálculos y observar con interés todo lo que sucede a su alrededor. Preocupa menos que grupos de delfines aparezcan muertos en las playas.
Una especie en extinción debería aferrarse a la vida sin temor a los cazadores, los que usan el fuego y el veneno, haciendo lo que fuera necesario para vivir.
Cuando la edad mental importa, Malasia se preocupa; en otros países suceden otras cosas: uno libera la venta de armas para dejar la vida de cada uno en sus manos, otro se muere de hambre y de sed, otro adquiere submarinos usados, otro dice ser "el pueblo elegido", otro presenta el síndrome del caracol que se mueve con lentitud y se esconde en su caparazón o caracola.
Los medios de comunicación publican cuentos para niños. Dicen que con la colaboración de la guardia civil española se ha detenido en Francia a un histórico de la ETA, un peligroso terrorista, un asesino prófugo de la justicia desde hace muchos años. Se escondía en una cabaña en el bosque, y daba largas caminatas siempre portando su mochila de supervivencia. Hasta aquí lo particular. En realidad, el futuro gobierno de España es cuestionado por las acusaciones de colaboración con el terrorismo. Nada más conveniente entonces que esta detención. ¿De verdad nadie conocía el paradero del vasco? ¿Las casualidades existen o no existen? Cuando conviene se encuentra a cualquiera, se le convence o se le anula. Un individuo solo nada puede ante los confabulados.
De lo particular a lo general, del cuerpo a las almas. No soy como tú crees. Por no alcanzar mi edad mental, te resulta imposible manipularla. O la aceptas o la rechazas. Seguirá una tercera parte.
Salvador Alís.
El viaje por la vida, por la realidad en el espacio y el tiempo, y más cuando ese viaje requiere una investigación, un análisis centrado en el alguna de sus etapas, puede hacerse de lo particular a lo general o de lo general a lo particular, tanto da..., como si nos desplazáramos del frigorífico al supermercado y del supermercado al frigorífico. Según nuestras preferencias, nuestro presupuesto y la capacidad de nuestro frigorífico (lo particular), haremos la compra en el supermercado (lo general). Según el abastecimiento del supermercado, cumpliremos nuestros deseos y nos alimentaremos.
Se puede ir del individuo a la sociedad (con sus leyes generales), o de la sociedad al individuo (con su propia ley e incluso sin leyes).
Lo general sería esto: En Malasia, algunos personajes públicos y significativos, quizá un miembro del gobierno, un abogado, un psicólogo, la propia policía o los jueces, están preocupados por la salud mental de los malayos. El motivo tiene que ver con la siguiente historia particular: Una adolescente de 16 años somete a consulta en Instagram si debe elegir entre la D -death- o la L -life-; es decir, si debe suicidarse o no. La opinión de sus seguidores cuenta. Esta noticia es copia de otra publicada por infobae, según la cual la adolescente saltó de un edificio cuando el 69 % de los encuestados respondió afirmativamente a la cuestión planteada.
Si la edad de la vida fuera una simple línea recta, partiendo de no se sabe dónde para llegar a un lugar que se ignora, esa línea podría curvarse o fragmentarse, ser espiral o cielo estrellado, sin dejar de ser línea.
En el caso que nos ocupa, mejor sustituir la línea por el triángulo: edad cronológica, biológica y mental. En muchos lugares del mundo, la edad mental vence en importancia a las otras edades. Hay aldeas de sabiduría y ciudades y países enteros infantilizados porque los ritos, la filosofía y la creación han sido sustituidos por el juego pasivo.
Tres jóvenes de unos 30 años, con el aspecto que yo tenía a su edad -cuando a mi edad yo estaba inmerso en el verdadero juego de la vida-, se cruzan conmigo en la noche, caminando en fila india por una acera gris. Hablan de tres dragones de un vídeo juego que, no siendo irreal (pues ellos lo ven y lo viven), tampoco es real, siendo por tanto el resultado de una estrategia mental. No debería ser necesario decir que las mentes se manipulan y que la edad mental puede ser acelerada, retrasada o contenida según convenga a cada momento.
Si definir mi edad cronológica es fácil, y algo más complicado definir mi edad biológica, dilucidar cuál sea mi edad mental es imposible. ¿Tengo todavía la mente de aquel niño menor de 5 años que prendió fuego a las cortinas de la habitación de sus padres, una tarde de verano, con un mechero de gasolina? ¿Tengo la mente decidida del novio que desafía a la novia regalando un paquete de Camel a un desconocido en el borde de una piscina? ¿La mente del exiliado en las islas, permanentemente huyendo por temor a su herencia? ¿La mente del pintor que ve colores donde otros ven sombras, el día frente a la noche? ¿La mente del lector que lee entre líneas, la del escritor que no somete a revisión sus palabras? ¿Acaso tendré yo una edad mental que no se corresponda con mi edad?
Siempre he sido un rebelde, dice el viejo recordando al niño que fue. Bastaba con que me dieran una orden para que yo la desobedeciera. Las frases hechas (de las que a veces se usa y se abusa por elección) son órdenes no escuchadas. Ni al niño, ni al joven, ni al adulto ni al viejo, les gustan las ideas preconcebidas. Una orden no es más que la repetición de un esquema ya existente, en modo alguno una creación, la posibilidad de algo nuevo, una puerta abierta.
Con órdenes y leyes se controla la edad mental. Y sobre todo con la información diseñada para viajar por el mundo a la velocidad de la luz. Las órdenes y las leyes se expresan mediante frases hechas.
Existe en Malasia (o pudiera existir) una preocupación motivada por el gesto de una adolescente que se ha suicidado tras someter a consulta tal decisión. De un tiempo a esta parte, y esto parece preocupar menos, se suicidan peces y pájaros, las abejas desaparecen y se multiplican las moscas. Entre las especies amenazadas se encuentran los felinos -el rey león, el tigre místico, el gato montés-, algunos cornudos ciervos y el rinoceronte, los elefantes que nunca acudieron al dentista, el oso cegado por la nieve y añorando el hielo que se funde, los gatos en Australia, manadas de monos que a nuestro pesar (con excepciones) ya saben hablar, desde luego expresar emociones, hacer cálculos y observar con interés todo lo que sucede a su alrededor. Preocupa menos que grupos de delfines aparezcan muertos en las playas.
Una especie en extinción debería aferrarse a la vida sin temor a los cazadores, los que usan el fuego y el veneno, haciendo lo que fuera necesario para vivir.
Cuando la edad mental importa, Malasia se preocupa; en otros países suceden otras cosas: uno libera la venta de armas para dejar la vida de cada uno en sus manos, otro se muere de hambre y de sed, otro adquiere submarinos usados, otro dice ser "el pueblo elegido", otro presenta el síndrome del caracol que se mueve con lentitud y se esconde en su caparazón o caracola.
Los medios de comunicación publican cuentos para niños. Dicen que con la colaboración de la guardia civil española se ha detenido en Francia a un histórico de la ETA, un peligroso terrorista, un asesino prófugo de la justicia desde hace muchos años. Se escondía en una cabaña en el bosque, y daba largas caminatas siempre portando su mochila de supervivencia. Hasta aquí lo particular. En realidad, el futuro gobierno de España es cuestionado por las acusaciones de colaboración con el terrorismo. Nada más conveniente entonces que esta detención. ¿De verdad nadie conocía el paradero del vasco? ¿Las casualidades existen o no existen? Cuando conviene se encuentra a cualquiera, se le convence o se le anula. Un individuo solo nada puede ante los confabulados.
De lo particular a lo general, del cuerpo a las almas. No soy como tú crees. Por no alcanzar mi edad mental, te resulta imposible manipularla. O la aceptas o la rechazas. Seguirá una tercera parte.
Salvador Alís.
martes, 14 de mayo de 2019
BALANCE / PRIMERA PARTE
BALANCE / PRIMERA PARTE
Veo en un documental sobre el envejecimiento que no siempre la edad cronológica coincide con la biológica, y que esa diferencia en la contabilidad vital puede detectarse mediante un análisis de sangre específico. Me pregunto a cuánto tiempo de verdadera vida corresponderán mis 63 años y 5 meses, en más o en menos. El documental se centra en una investigación sobre gemelos; al constatar las variaciones entre ellos, se llega a la conclusión de que la genética no importa tanto como los hábitos de vida. La alimentación, la actividad física y el estrés son determinantes frente a la herencia. No tengo un gemelo, así que no puedo compararme con él, pero la visión del documental me sirve de excusa para pensar en mí mismo, en mi genética y en mis hábitos. Si vemos en primer lugar mi rostro se comprobará que apenas presenta arrugas; y si descartamos las ojeras, hasta se diría que se trata del rostro de una persona más joven que yo. Las ojeras, y tal vez el bigote que lentamente se va volviendo blanco, son los elementos principales que envejecen mi rostro. También la paulatina caída de los párpados. En apariencia, si descartamos la cabeza, mi cuerpo no tiene más de 50 años, lo que incumbe al esqueleto, los músculos y la piel. De los órganos internos es muy difícil saber su edad. No hay análisis que certifique que mi corazón, mis pulmones, mi hígado son mayores o más jóvenes que yo mismo. Y qué decir de la sangre, los nervios, las neuronas. Las ojeras se deben principalmente a las muchas lecturas y los pocos cuidados. Mi madre nunca me advirtió de este peligro, nunca me dijo que leer tanto me quemaría los ojos. Lo que me dijo fue que las lecturas a todas horas me volverían loco. Eso pasó antes de que la nueva psiquiatría cerrara los manicomios y pusiera en cuestión la locura tal como hasta entonces se concebía. No creo haber acabado loco, pero ahí están las ojeras.
Los gatos, en general, presentan un aspecto siempre más joven en relación a su edad. En su caso, el envejecimiento ocurre tarde, en los últimos momentos; y cuando se detecta es una sorpresa que nos halla desprevenidos. En los últimos meses, Lolita ha conseguido igualar su edad cronológica y su edad biológica. 15 años, para una gata blanca común, equivalen a toda una vida. Sombrita, siendo una excepción, tiene la edad que representa. La que parece menor y no lo es, la que por sus hábitos descuenta más tiempo a su cumpleaños, es Nube, y a esta percepción ayudan sus ojos azules, su blancura y su fragilidad. Decir de un gato que es frágil supone incurrir en una contradicción. Pero las discrepancias en torno a la edad se apoyan en contradicciones y paradojas; no solo por lo que respecta a los animales (los árboles, las casas, las obras de arte, los parajes naturales), sino también y sobre todo en relación a las personas que conviven con esos animales (que habitan esas casas, que escriben, que dibujan, que se pierden en el bosque). Pero yo jamás me he perdido, jamás he dudado de mi edad. Otros, para reconocerse, tienen que mirarse a un espejo; yo me veo en las líneas que van surgiendo, en las palabras y sus significados.
Mi estrés se asemeja a un caballo, ahora camina elegantemente al paso, ahora enloquece y corre como si le hubieran prendido fuego a la cola. No obstante, a horcajadas sobre él y sujetando las riendas, creo dominarlo por el momento. El paseo a caballo no es propiamente un ejercicio, es un sueño. Ando al menos diez kilómetros diarios -el día que menos ando- y hasta veinte en ocasiones, como si tal cosa. Otros deportes no practico ni he practicado. Peso 67,5 kilos, lo que no está mal en relación a mi estatura. Me alimento siguiendo un método imaginado por mí: una cafetera para cuatro; un plato único que combina 200 g de legumbres (o arroz o pasta), 200 de verduras variadas, 200 de carne blanca y a veces roja, y otros 200 en forma de ajos, guindillas, aceite de oliva, copos de avena, semillas de lino y frutos secos; un segundo café; una merienda dividida en tres partes (un bocadillo, una fruta, unas galletas de algas); un litro de agua complementado con leche de soja, yogur, kéfir, una sopa; una cena siempre a base de pescado, crudo o asado, pan y verduras. Alguna vez, una porción de chocolate. En mi cocina no faltan las especias ni los aditivos: el curry, el jengibre, el azafrán, el laurel, el romero, el tomillo, el orégano, la albahaca, la hierba buena, la canela, el comino, el enebro, el clavo, la menta, el cardamomo, el pimentón, la mostaza, la vainilla, el cilantro, el anís estrellado y la pimienta en todos sus colores. Las repeticiones y los olvidos forman parte de mis hábitos.
Si mi edad biológica depende pues de estos hábitos, estos paseos a pie o a caballo y estos sueños, la ganancia sobre la cronología está garantizada. Pero hay otros hábitos, otras costumbres que desequilibran el equilibrio: las botellas de vino, los cigarrillos, las horas que no duermo, los párrafos que escribo. Juro que sujeto las copas de vino como si no tuviera más de treinta, que aún fumo con la ansiedad de un adolescente, que cada noche (cuando la noche se acaba) pienso lo mismo: mejor dormir cinco horas que nada. Y escribo porque escribir es vivir; y esta música que acompaña a los textos es vida que comprende y adelanta a la vida. En cuanto a mi forma física, dejando a un lado las consabidas amenazas sobre mi edad, de ninguna manera tengo los años que indica el calendario.
Que nuestra edad biológica se resista a alcanzarnos no es motivo de orgullo, es una simple evidencia, lo mismo que al contrario. Pero se trata de evidencias temporales. Si nuestras dos edades no se encontraran jamás, sin duda seríamos inmortales. Lo cierto es que tanto la edad biológica como la cronológica tienen sus límites. Llegado su final, con independencia de su acuerdo o desacuerdo, la muerte aparece y toma el control.
Salvador Alís.
Veo en un documental sobre el envejecimiento que no siempre la edad cronológica coincide con la biológica, y que esa diferencia en la contabilidad vital puede detectarse mediante un análisis de sangre específico. Me pregunto a cuánto tiempo de verdadera vida corresponderán mis 63 años y 5 meses, en más o en menos. El documental se centra en una investigación sobre gemelos; al constatar las variaciones entre ellos, se llega a la conclusión de que la genética no importa tanto como los hábitos de vida. La alimentación, la actividad física y el estrés son determinantes frente a la herencia. No tengo un gemelo, así que no puedo compararme con él, pero la visión del documental me sirve de excusa para pensar en mí mismo, en mi genética y en mis hábitos. Si vemos en primer lugar mi rostro se comprobará que apenas presenta arrugas; y si descartamos las ojeras, hasta se diría que se trata del rostro de una persona más joven que yo. Las ojeras, y tal vez el bigote que lentamente se va volviendo blanco, son los elementos principales que envejecen mi rostro. También la paulatina caída de los párpados. En apariencia, si descartamos la cabeza, mi cuerpo no tiene más de 50 años, lo que incumbe al esqueleto, los músculos y la piel. De los órganos internos es muy difícil saber su edad. No hay análisis que certifique que mi corazón, mis pulmones, mi hígado son mayores o más jóvenes que yo mismo. Y qué decir de la sangre, los nervios, las neuronas. Las ojeras se deben principalmente a las muchas lecturas y los pocos cuidados. Mi madre nunca me advirtió de este peligro, nunca me dijo que leer tanto me quemaría los ojos. Lo que me dijo fue que las lecturas a todas horas me volverían loco. Eso pasó antes de que la nueva psiquiatría cerrara los manicomios y pusiera en cuestión la locura tal como hasta entonces se concebía. No creo haber acabado loco, pero ahí están las ojeras.
Los gatos, en general, presentan un aspecto siempre más joven en relación a su edad. En su caso, el envejecimiento ocurre tarde, en los últimos momentos; y cuando se detecta es una sorpresa que nos halla desprevenidos. En los últimos meses, Lolita ha conseguido igualar su edad cronológica y su edad biológica. 15 años, para una gata blanca común, equivalen a toda una vida. Sombrita, siendo una excepción, tiene la edad que representa. La que parece menor y no lo es, la que por sus hábitos descuenta más tiempo a su cumpleaños, es Nube, y a esta percepción ayudan sus ojos azules, su blancura y su fragilidad. Decir de un gato que es frágil supone incurrir en una contradicción. Pero las discrepancias en torno a la edad se apoyan en contradicciones y paradojas; no solo por lo que respecta a los animales (los árboles, las casas, las obras de arte, los parajes naturales), sino también y sobre todo en relación a las personas que conviven con esos animales (que habitan esas casas, que escriben, que dibujan, que se pierden en el bosque). Pero yo jamás me he perdido, jamás he dudado de mi edad. Otros, para reconocerse, tienen que mirarse a un espejo; yo me veo en las líneas que van surgiendo, en las palabras y sus significados.
Mi estrés se asemeja a un caballo, ahora camina elegantemente al paso, ahora enloquece y corre como si le hubieran prendido fuego a la cola. No obstante, a horcajadas sobre él y sujetando las riendas, creo dominarlo por el momento. El paseo a caballo no es propiamente un ejercicio, es un sueño. Ando al menos diez kilómetros diarios -el día que menos ando- y hasta veinte en ocasiones, como si tal cosa. Otros deportes no practico ni he practicado. Peso 67,5 kilos, lo que no está mal en relación a mi estatura. Me alimento siguiendo un método imaginado por mí: una cafetera para cuatro; un plato único que combina 200 g de legumbres (o arroz o pasta), 200 de verduras variadas, 200 de carne blanca y a veces roja, y otros 200 en forma de ajos, guindillas, aceite de oliva, copos de avena, semillas de lino y frutos secos; un segundo café; una merienda dividida en tres partes (un bocadillo, una fruta, unas galletas de algas); un litro de agua complementado con leche de soja, yogur, kéfir, una sopa; una cena siempre a base de pescado, crudo o asado, pan y verduras. Alguna vez, una porción de chocolate. En mi cocina no faltan las especias ni los aditivos: el curry, el jengibre, el azafrán, el laurel, el romero, el tomillo, el orégano, la albahaca, la hierba buena, la canela, el comino, el enebro, el clavo, la menta, el cardamomo, el pimentón, la mostaza, la vainilla, el cilantro, el anís estrellado y la pimienta en todos sus colores. Las repeticiones y los olvidos forman parte de mis hábitos.
Si mi edad biológica depende pues de estos hábitos, estos paseos a pie o a caballo y estos sueños, la ganancia sobre la cronología está garantizada. Pero hay otros hábitos, otras costumbres que desequilibran el equilibrio: las botellas de vino, los cigarrillos, las horas que no duermo, los párrafos que escribo. Juro que sujeto las copas de vino como si no tuviera más de treinta, que aún fumo con la ansiedad de un adolescente, que cada noche (cuando la noche se acaba) pienso lo mismo: mejor dormir cinco horas que nada. Y escribo porque escribir es vivir; y esta música que acompaña a los textos es vida que comprende y adelanta a la vida. En cuanto a mi forma física, dejando a un lado las consabidas amenazas sobre mi edad, de ninguna manera tengo los años que indica el calendario.
Que nuestra edad biológica se resista a alcanzarnos no es motivo de orgullo, es una simple evidencia, lo mismo que al contrario. Pero se trata de evidencias temporales. Si nuestras dos edades no se encontraran jamás, sin duda seríamos inmortales. Lo cierto es que tanto la edad biológica como la cronológica tienen sus límites. Llegado su final, con independencia de su acuerdo o desacuerdo, la muerte aparece y toma el control.
Salvador Alís.
domingo, 12 de mayo de 2019
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