jueves, 3 de octubre de 2019

AÚN ESTOY AQUÍ

AÚN ESTOY AQUÍ

Aún estoy aquí. Y lo digo no porque sienta que pocos me habrán echado de menos
sino porque yo mismo me faltaba. Aquí estoy, aquí sigo,
con mi cinismo inmaculado, con mis demoras e indecisiones,
pensando que no debería pensar y tratando de comprar un bonito reloj
de pulsera.

Pero lo cierto es que aún no estoy preparado para hablarles de los Laco
y los Stowa, de los Zeno, de los Mühle Glashütte,
los Vostok, los Sinn, los Zeppelin, los Dreifuss, los Nomos,
de algunos chinos y algunos italianos. Si el momento llega,
llegará.

Pues esta vida nuestra es tiempo perdido y carrera imposible de ganar.

En tres días se cumplirán cuatro meses sin cigarrillos.
Cuatro meses acostándome al amanecer con una copa de vino blanco
alargada por hielos artificiales y otros mecanismos de luz y de aire.
Una obsesión sustituye a otra para que nada en el fondo
cambie ni pueda cambiar.

Relojes: sus cajas, biseles, esferas, cristales, tapas, agujas, coronas, joyas,
correas... A ninguna cita, por el momento, llego con la puntualidad debida.
Mi muñeca desnuda, mis manos vacías, mis dedos abiertos.

Cartas sin responder, llamadas sin contestar, plazos sin cumplir.

No me da miedo el futuro, no me inquieta, no me intimida
y nada me exige que no sea indiferencia.
A fin de cuentas se concluye que el secreto, la razón que explica la gran derrota 
es un segundero más o menos afilado, girando sujeto al mismo centro
que el puñal horario y la katana de los minutos.

¡Qué importa un segundo! ¡Qué importa la eternidad!

Todo se puede dejar para después, para más tarde... Hasta la muerte.

Mi viejo Tissot sigue funcionando, aun descentrado,
en su merecido reposo del cajón de la mesilla de noche.
El excesivo Kyboe Giant 55 resultó ser un fiasco en toda regla.
Salvo un Casio humilde y plateado, no recuerdo otro reloj que me perteneciera.
Regalé un Thermidor con cristal curvado y una pequeña luna pintada.
Compré un Rolex falso y malvendí un Longines verdadero.

Aún estoy aquí. No sé por qué ni para qué ni hasta cuando.
Si antes buscaba libros, ahora busco relojes.
Una vez por semana, descubro los Invicta, los Nixon, los Kronos,
los Junghans, los Archimede, los Alpina.
Y lamento no haber comprado, cuando tuve la oportunidad,
ese precioso Steinhart de cuerda manual.

Los libros y los relojes se parecen. Los segundos marcan el paso del tiempo
y los primeros sugieren la inmortalidad.

A la precisión de un gran calibre relojero se opone
el universo caótico de la escritura. De esa colisión de intenciones
surge la mentira de las noticias manipuladas.

Hoy a mediodía leo en mi móvil (que no es un best seller ni un swatch irony)
que Andrómeda devorará a "nuestra" Vía Láctea dentro de 4000 millones
de años. ¿A quién carajo le puede importar esta noticia?
(pero no el hecho de recibirla -como es mi caso- sino de emitirla).

La belleza de un reloj, la apreciación de su belleza, del paso del tiempo,
del empecinarse en llegar a una meta que no existe.

Mejor una melodía (nunca una alarma), juegos de baile de salón.
Aún estoy aquí.

Después de una larga investigación, les puedo anticipar sin ironía
que pronto compraré un Laco Augsburg 42,
un simple reloj esencial cuyo automatismo deberá durar
lo que yo dure.

Esas fiables flechas en miniatura me dirán cuándo dormir y cuándo despertar
en Petra y el desierto, en Estambul y el Bósforo, en aquella Roma
en blanco y negro, en estas vacaciones respecto a mí mismo
y mis deseos.

Díganle en mi nombre a Zenón de Elea, si coincidieran con él,
que efectivamente no existe ni puede existir el espacio ni el tiempo,
que dos mil quinientos años antes de esa indagación
sólo pudo constatarse la supremacía del pensamiento burlesco.

A todos los imbéciles que me reclaman una belleza sujeta a formas
que no existen, recordarles que no creo en vuestro Dios ni en vuestra Patria, 
que no creo en vuestro Rey ni en vuestra Ley.
Con el índice y el pulgar de la derecha le doy cuerda al reloj
que no se detiene.

Oh aquellas tardes y noches de los veranos de la infancia! La Rubia seguida
por una horda de infantes. El sillín de la Orbea de cuero modelado.
Atrás los defectos del corazón, las carreteras locales,
las Torres Marías, los ríos secos, las nubes y las lluvias.

En septiembre llegaba el Santo al Teatro Penella. Dura competencia
contra Tintín alunizando en la Luna. 

Salvador Alís.























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