viernes, 14 de junio de 2019

BALANCE / TERCERA PARTE

BALANCE / TERCERA PARTE

A la última edad -la que puede contener y superar otras edades- se la puede definir como "edad del disparate". Se comienza por subvertir el sentido de las palabras y se acaba jugando con ellas.

No siempre la última edad coincide con la edad cronológica, mientras la biológica esté bien o mal. En la década comprendida entre 1960 y 70, cuando la edad cronológica de Slawomir Mrozek se movía sobre la treintena, dejó escrito lo siguiente: "El año que viene me plantaré una orquídea en la oreja. La utilidad no lo es todo, la belleza también cuenta."

Tal vez ese eslogan, la belleza también cuenta, sea el que anime a los nuevos publicistas que manipulan la publicidad con mayor o menor éxito para trastornar los valores pre establecidos, las ideas pre concebidas, la moralidad vigente y el catálogo de precios de lo moral y lo inmoral.

En la última edad, el lector puede regresar a su origen, elegir un libro (por ejemplo la Historia de la Filosofía publicado por Siglo XXI en 1975) y comenzar a leer lo ya leído: "En el alma, los placeres y los dolores afectan a la parte intelectiva situada en el pecho. La otra parte, mezclada a los átomos corporales, participa de los placeres y dolores del cuerpo." / "El cuerpo sufre y goza con los dolores y los placeres presentes, porque la carne carece de memoria y de la posibilidad de prever el futuro."
(Graziano Arrighetti. "Epicuro y su Escuela". Págs.: 304, 305. Obra citada.)

En los últimos días me pregunto a menudo qué placer sentirá, en su cuerpo o en su alma, el cazador cuando mata; qué dolor sentirá en su cuerpo, cuando muere, un elefante abatido por un disparo, y qué dolor en su alma particular y en el alma común de su manada.

En la edad del disparate, cuando se apunta entre los ojos a un perro, otro perro muere de tristeza en su mirada. En la edad del disparate, uno se pregunta por qué salvar a la planta (sus escasas flores y sus hojas de un verde degradado hacia el amarillo) y exterminar a sus plagas: arañas, hongos y pulgones. En la edad del disparate, a una edad cronológica avanzada y biológicamente deteriorado, uno se enamora de una forma oscura, de una silueta viva de nombre desconocido.

Las buenas intenciones, en la última edad, no son tan fuertes como las tendencias. Se tiende al infantilismo por inercia invertida, se va de más a menos.

El sueño, en la última edad, es sin duda más constante y más real que lo real. Se vive una vida de tres cuartos, y durante el cuarto restante se sueña. El sueño permanece largo tiempo fiel a sí mismo. La vida llamada real se traiciona cada día y anda por vericuetos. ¿Por qué el camino más corto entre dos puntos ha de ser la línea recta?

El sueño de ayer fue largo y extraño. Mi padre sentado junto a una niña en sillas bajas en la entrada del viejo estanco. Tanto él como ella tenían cuentos en las manos y cuadernos de tapas de cartón y muelles en espiral, y a sus pies, esparcidos por el suelo, lápices de colores. En el sueño, el mostrador del negocio se iba agrandando por momentos y varias empleadas atendían a la clientela. Puesto que tenía ganas de fumar, fui del otro lado y elegí un paquete de Ducados.

El viejo estanco, que al principio del sueño se parecía al viejo estanco, se transformaba en un edificio enorme, de muchos pisos unidos por escaleras interiores y cuestas adoquinadas al aire libre. Un edificio antiguo, sin duda, pues carecía de ascensores. El viejo estanco es ahora, mientras lo estoy explorando, un hotel, bares, restaurantes, plazas y jardines..., y todo ascendente y en forma de pirámide. Cuando llego al último piso me doy cuenta de que todas las paredes son transparentes, formadas por cristales sin cortinas, y afuera está la noche.

Persiguiendo mi habitación he llegado hasta aquí. Domina la escena una cama muy grande de color blanco. Sobre la cama duerme Lolita, que ya tiene más de 15 años -lo que para una gata como ella equivale a vivir su última edad-, y yo sueño con encontrar unos cojines donde acomodarla.

Por momentos el sueño se vuelve más y más sensual. En este desenfreno de los deseos y las pasiones, Lolita ya no es Lolita, es una mujer frágil, de edad indeterminada y cuyo esqueleto -que aparece mediante su desnudez- es similar en forma y tamaño al esqueleto de Lolita. Entonces echo en falta las cortinas y descubro que, a través de los cristales, se ven en otros edificios ventanas iluminadas y, tras esas ventanas, ojos que me pueden ver y me están mirando. Siento una clase de pudor o vergüenza tal que no tengo más remedio que abandonar la escena.

El sueño es tan propicio a los disparates como la última edad.

Reaparezco en una calle empinada de una ciudad que a veces comprendo y a veces no. La calle es ancha; a la derecha la separa un muro de la ladera de una montaña que se abisma hasta el mar; a la izquierda hay bares altos a los que se accede por escaleras de piedra con pasamanos de hierro.

En la última edad, al igual que algunos monos han creado un grito específico para definir y alertar a otros monos de la presencia de drones -algo que los monos ven como una clara amenaza-, yo intento  crear un lenguaje propio para definir y alertar a otros del advenimiento del futuro.

Al pie de la escalera que me separa del último bar, un grupo de hombres de mi edad me rodea y expresa, sobre todo mediante gestos de una notable lentitud, su intención de matarme. Son asesinos a sueldo contratados por la dueña del hotel (en mis sueños). Pero al fin puedo convencerlos con palabras de que cualquier crimen es inútil si se ejecuta con una gratuita rapidez que no viene al caso. Vuelvo a abandonar la escena. Y despierto.

Los párrafos anteriores fueron escritos el 30 de mayo. El 5 de junio, a las cinco de la mañana, le prendí fuego a mi último cigarrillo. Tras diez años de espera, finalmente se publicaron los Cuentos Completos de Levrero (Random House); los compré el día 11. En la tarde del 12 di un largo paseo desde la Plaza del Progreso hasta el número 68 de Josep Villalonga. Las nubes blancas y las flores azules apenas habían variado después de 33 años. El día 13 fui a trabajar. El 14 sostuve en brazos a mi nieta. Las fotografías y los vídeos la muestran a ella conociendo un mundo nuevo. Mi voz me resulta extraña. Y al verme en esa película, tampoco me reconozco.

No sé quién soy.

El humo que hacía fluir todo lo demás se ha perdido en otra escritura incomprensible. El pequeño fuego se ha perdido. El instante, detenido aquí para ser y sentir, se ha perdido.

Por miedo al futuro se paraliza uno.

Los mosquitos se adueñan del aire y el verano no tendrá ya sabor a verano. Después del zumbido y el manotazo, muerto el insignificante agresor y caído sobre el plano, la lupa muestra lo inquietante de este proceso: la cabeza del volador presenta rasgos conocidos.


Salvador Alís.



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