LA LIEBRE
Una liebre ha bajado hasta la orilla del río.
Mientras intenta beber el agua pasajera,
sus dientes brillan doblemente.
El castillo en la montaña, desde el que la contemplo,
es solo aquello que doblega mi pensamiento.
Cuando el cazador de pie sobre la barca
se acerca a la liebre, la liebre echa a correr
y el cazador apunta a su movimiento.
En un instante, las mil liebres desaparecen.
Canes invisibles ladran sobre el bosque,
pero temo que tú no los escuches, no los creas,
no tengas otra certeza que los collares
de cuero crudo que parecen flotar en el aire.
Vienes cada noche, con tu vestido azul
y tu pelo azul y tus ojos negros. Vienes. Me miras.
No te oigo llegar pues a tus pasos los oculta
la carrera de la liebre y los tambores.
Este castillo tiene muchas torres,
y habitaciones distintas en esas torres.
No sé en cuál de ellas juegas al escondite.
No te busco. La botella vacía aún gira en el suelo
mientras se adivina en el corcho la silueta
de la liebre que huye pues se cansó de jugar.
Tampoco durante el invierno el cazador
dará en el blanco. Tampoco durante el invierno.
Salvador Alís.
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