En 1919 compuso Marcel Duchamp la obra titulada L.H.O.O.Q, que podría significar algo así como elle a chaud au cul, una reproducción de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci con perilla y bigote.
Hace no muchos días volví a ver por enésima vez la película de Saura Deprisa, deprisa. Aquí la protagonista, Ángela (la actriz Berta Socuéllamos Zarco), se pega un bigote postizo para acompañar a su novio y amigos en sus atracos. Empuña una pistola e incluso dispara a un guarda. ¿Hasta qué punto es capaz de hacerlo protegida o motivada por su bigote?
En una mujer, un bigote será considerado una anomalía o un disfraz; y su lugar, el circo o, peor incluso, la feria de atrocidades. Con la edad, no obstante, pocas mujeres se salvan de tener que depilarse esa zona de piel fatigada sobre los labios.
Sin embargo Frida Kahlo no ocultaba en sus fotografías la sombra de su bigote, y en alguno de sus autorretratos llegó a exagerarlo. Su belleza (su rostro, su vida, sus obras) no admite discusión.
A un hombre que se precie no le molestará su bigote; puede molestarle si prefiere parecer más joven o más femenino, pero no tendría porque.
Si las cejas sirven para desviar el sudor o la lluvia y proteger los ojos, ¿de qué sirven los bigotes? Si no es para disimular -los frondosos- la narices, o para insinuar una virilidad convencional -los más finos-, no se me ocurre para qué.
El bigote alborotado de Albert Einstein era una consecuencia lógica de su alborotada cabeza. En el interior de esa cabeza bullía el universo; pero bajo el descuidado bigote se escondía un verdadero tímido.
Esto es así porque en primer lugar crece el pelo sobre la cabeza y, años más tarde, sobre la cara, y no a la inversa. Nacemos prácticamente imberbes (aunque hay excepciones) y poco después aparece el cabello sobre el cuero cabelludo, pero la barba y el bigote aún se demorarán más de una década, con mayor probabilidad una quincena. La cabellera es más propia de niños y de jóvenes; el bigote es cosa de adultos y de viejos.
A pesar de su pequeño tamaño, de su aparente insignificancia, existen tantas posibilidades, tantas formas, tantas clases de bigotes, que uno no puede dejar de sentirse abrumado a poco que indague en el tema. Aquí citaremos el estilo de bigote denominado "cepillo de dientes"; lo usaron Chaplin y Hitler, aunque no queda claro quién lo usó primero, quién copió a quién. Esto prueba que, al menos en sus bigotes, cómicos y dictadores coinciden.
Buffalo Bill lo portaba orgulloso, pero no los últimos cinco presidentes norteamericanos. Lo portaba el Generalísimo pero no el Duce. Lo portaba Lenin pero no Mao.
A Schopenhauer se le ve en sus representaciones con anchas y largas patillas pero afeitado. Y si bien hay constancia (por sus estatuas) de muchos filósofos griegos que lo lucieron (junto a profusas barbas), ya entre los emperadores romanos resultaban más escasos.
Los turcos le han rendido culto. Y los árabes en general son propensos a embigotarse. Un espeso bigote y una barba abundante podrían quizá proteger la nariz y la boca ante las tormentas de arena de los desiertos.
Ni a Bach ni a Beethoven se les presenta con bigote. Wagner y Paganini, en la línea apuntada sobre el filósofo de Danzig, afeitaban sus bigotes para favorecer sus patillas.
En algunos personajes notables, como es el caso de Abraham Lincoln, el bigote se evidencia por su falta. Jamás lo usó Picasso; pero en la mayoría de autorretratos de Van Gogh (exceptuando tal vez el último y alguno con la oreja vendada) portaba éste su característica barba y bigote pelirrojo.
A Lao-Tsé se le muestra como a un venerable anciano provisto de una abundante barba blanca y sus correspondientes cejas y bigote también blancos.
La obsesión de algunos por afeitarse cada día puede darse fácilmente entre escritores, Thomas Bernhard por ejemplo, pero no suele darse entre actores acostumbrados a variar su fisonomía según el personaje que les posea.
Entre los nuestros, Cervantes, Quevedo o Valle Inclán optaron por los bigotes y las barbas aun de distinta medida.
Entre hombres armados, sobre todo cuando preferían espadas delgadas, los bigotes se erguían y afinaban como signo de altivez y desafío. Véase Los duelistas, donde Gabriel Feraud (Harvey Keitel) y Armand d'Hubert (Keith Carradine) expresaron mediante sus bigotes su rivalidad.
En cuanto uno moja su bigote tratando de tomar esta sopa, le asalta la duda sobre si el cuenco no será inacabable. Hasta Zeus, Cristo y Mahoma se han dignificado por sus barbas y bigotes, no así Buda (Siddharta Gautama), quien llego a decir: "Cuida tus pensamientos lo mismo que tu bigote, porque bigote y pensamientos forman parte de un todo."
Salvador Alís.
Buffalo Bill lo portaba orgulloso, pero no los últimos cinco presidentes norteamericanos. Lo portaba el Generalísimo pero no el Duce. Lo portaba Lenin pero no Mao.
A Schopenhauer se le ve en sus representaciones con anchas y largas patillas pero afeitado. Y si bien hay constancia (por sus estatuas) de muchos filósofos griegos que lo lucieron (junto a profusas barbas), ya entre los emperadores romanos resultaban más escasos.
Los turcos le han rendido culto. Y los árabes en general son propensos a embigotarse. Un espeso bigote y una barba abundante podrían quizá proteger la nariz y la boca ante las tormentas de arena de los desiertos.
Ni a Bach ni a Beethoven se les presenta con bigote. Wagner y Paganini, en la línea apuntada sobre el filósofo de Danzig, afeitaban sus bigotes para favorecer sus patillas.
En algunos personajes notables, como es el caso de Abraham Lincoln, el bigote se evidencia por su falta. Jamás lo usó Picasso; pero en la mayoría de autorretratos de Van Gogh (exceptuando tal vez el último y alguno con la oreja vendada) portaba éste su característica barba y bigote pelirrojo.
A Lao-Tsé se le muestra como a un venerable anciano provisto de una abundante barba blanca y sus correspondientes cejas y bigote también blancos.
La obsesión de algunos por afeitarse cada día puede darse fácilmente entre escritores, Thomas Bernhard por ejemplo, pero no suele darse entre actores acostumbrados a variar su fisonomía según el personaje que les posea.
Entre los nuestros, Cervantes, Quevedo o Valle Inclán optaron por los bigotes y las barbas aun de distinta medida.
Entre hombres armados, sobre todo cuando preferían espadas delgadas, los bigotes se erguían y afinaban como signo de altivez y desafío. Véase Los duelistas, donde Gabriel Feraud (Harvey Keitel) y Armand d'Hubert (Keith Carradine) expresaron mediante sus bigotes su rivalidad.
En cuanto uno moja su bigote tratando de tomar esta sopa, le asalta la duda sobre si el cuenco no será inacabable. Hasta Zeus, Cristo y Mahoma se han dignificado por sus barbas y bigotes, no así Buda (Siddharta Gautama), quien llego a decir: "Cuida tus pensamientos lo mismo que tu bigote, porque bigote y pensamientos forman parte de un todo."
Salvador Alís.
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