LA NATURALEZA DE MI VIAJE. 1.
Partimos de aquí y llegamos allá.
El aquí y el allá son lugares que no pueden describirse.
Los que por su naturaleza se aburren
y no sienten interés por el viaje,
no hablan del viaje.
Y los que, deslumbrados, hablan sin cesar del viaje,
suelen olvidar de dónde vienen y adónde van.
Salvador Alís.
Sobre el viaje, pero no sobre el hecho mismo de viajar, no sobre lo concreto sino sobre lo absoluto, existen tantas teorías como experiencias. Doy por supuesto que quien esto lea adivinará que cuando digo experiencias en realidad quiero decir pensamientos. Pues ante todo, y como premisa irrefutable, el viaje es una idea, fruto de la imaginación, producto de un sueño, por encima de otras consideraciones logísticas y su resultante ejecución. Para el pequeño viaje, sea cuál sea, uno está en su derecho de prever, organizar, consultar mapas y trayectos, prepararse. Para el gran viaje, sin embargo, habrá que aceptar que nada puede escapar de la improvisación, es decir del sometimiento a la suerte y a las indicaciones de nuestra predilecta agencia de viajes: "el destino".
Nuestro último viaje (por ahora) ha sido a Cerdeña. Claro está que a no a toda Cerdeña sino a una ínfima parte de su territorio. La distancia más larga recorrida, desde Maracalagonis hasta San Antioco: poco más de cien kilómetros. Cerdeña es la segunda isla más grande del Mediterráneo, imposible conocerla en siete días. Dicen que en Cerdeña hay cuatro millones de ovejas frente a un millón y medio de habitantes (cifras aproximadas), ¿Acaso esto signifique que nos hallamos ante una tierra de pastores? No todas las islas de nuestro mar se parecen. Cerdeña y Mallorca puede que sí, pero nada que ver -ni la una ni la otra- con Santorini, donde el volcán es dueño y señor.
Más de una vez me han señalado mi predilección por las islas. Es cierto. No me siento a gusto en los continentes, prefiero los espacios reducidos: se parecen a la cama donde en la noche me refugio de la noche. Prefiero el rumor profundo y salvaje del mar a los paranoicos crujidos de los pilares en el sótano. Tanto es así que, si volviera a nacer, si pudiera reencarnarme, me gustaría ser un griego (no importa en qué época) y trabajar en un barco que en sus múltiples travesías visitara las 6.000 islas, sus puertos, laberintos, fortificaciones, viñas y olivos, dioses y filosofías. Si el pensamiento (no el único pero desde luego el fundamental) se generó en Grecia, pudo deberse sin duda a la existencia de esa proliferación de islas. Así lo entendió Christopher Priest cuando redactó La Afirmación y Homero cuando dictó La Odisea.
Mis fotografías de Cerdeña no son perfectas. Pude haber sido un buen fotógrafo, estoy seguro, pero las cámaras digitales me hicieron desistir. Al principio tuve una sólida Nikon FM2 y luego otra Nikon F301. La distancia entre el ojo y el papel contenía toda la magia (acertada o fallida) de la creación. Ahora, mi "vieja" Panasonic TZ18, a pesar de la mota de polvo en el interior de la lente, me permite hacer varios miles de fotografías de cada viaje. Y por tanto, es azaroso elegir como resumen de ese viaje, diez o veinte instantáneas que lo puedan resumir. No obstante, algunas significan algo (para mí). Y puesto que, en definitiva, las notas aquí tomadas, las canciones y las imágenes incluidas, son de uso personal, puedo disculpar sus imperfecciones. Cada vez con más fuerza se impone la idea de que la forma debe ceder ante la idea. Lo que cuenta es la intención, es decir el mensaje.
Comenzaremos pues con la escalera de caracol, estructura recurrente en mi vida desde que, a una edad temprana, ascendí hasta lo alto del campanario de la iglesia de San Pedro y vi sus campanas.
No vimos muchos gatos en Cerdeña. ¿Qué puede significar? En Estambul, en Santorini, en Isla de la Reunión y en Rodas aparecían por todas partes, pero en Cerdeña se hicieron esperar. Creo que en este viaje los puedo contar con los dedos de una sola mano. A pesar de todo, un gato entre la hierba, a la entrada de un castillo.
Y si uno sabe buscar (y encontrar), en esta isla como en otras, hallará la muerte en alguna de sus manifestaciones: huesos, pinturas, calaveras de mármol, e incluso palmeras.
A la salida de ese castillo, una ligera llovizna y el cielo gris sobre nuestras cabezas, alguien sale de un bar y atraviesa un arco de piedra que se alza sobre la calzada de adoquines medievales. Es un hombre que no se sostiene en pie sino gracias a su muleta. No es Cerdeña, es la vida.
En el camino que bordea los muros y fortificaciones de las alturas de Cagliari, entre un elevador que no funciona y otro que sí, exuberantes plantas y sus flores y sus mariposas (ninguna se dejó fotografiar), Pero en las proximidades de la Via Matarella, en un lugar de ancianos, el penúltimo día, esta belleza se ofrece y posa.
Las manifestaciones de la fe aparecen en Cerdeña por todas partes: ángeles y calaveras, cruces y signos de la cruz, vírgenes en los jardines, sobre pedestales, contra el cielo.
En la mitad del viaje, en una noche como ninguna, se abrió la luna hasta su anillo de luz y afectó al viajero. Una luna como ésta nunca se vio, nunca fue vista. Sucedió en Cerdeña, en Maracalagonis, y el que nunca había creído, siguió sin creer, pero alucinado.
Pero el viajero es consciente de que su alucinación depende, como no podría ser de otra forma, del vino que se abre, un Giogantinu (vermentino di gallura) de 2013. Frente a la pared, un viejo (que puede tener tu edad) se enfrenta a su papel, El mundo entero y su deriva le son ajenos. Le importa su papelito y su lectura.
Imágenes de Cerdeña se encontrarán fácilmente si uno se contenta con lo superficial, google existe para esto, pero si el viajero realmente siente el viaje guardará sus capturas. Estas (y las anteriores) son las mías. Nada que ver con lo se espera.
Salvador Alís
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