jueves, 3 de noviembre de 2016

HUEVOS AL SOL

HUEVOS AL SOL

En el centro de un grupo, apoyándose en una muleta, acapara toda la atención.
Le escuchan y le escucho; otros parecidos a él y otras muy diferentes,
y yo que he salido al exterior con una copa en la mano y mis orejas de gato.

Dice: "Las caries son huevos al sol." Dice: "Algo podrido, o que se está
pudriendo." Sin duda es o ha sido dentista, alguien que sabe de lo que habla.

¡Qué suerte saberlo! ¡Y que atrevimiento afirmarlo!
Yo digo lo que digo sin saber lo que digo, mas confío en mi rara inspiración,
y sé que cuando hablo así, como ahora mismo,
alguna verdad al final del camino hablado se desplegará como verdad.

Que odio a los dentistas es cosa sabida, y a los que hablan por hablar,
a los que no son capaces de salir de los lugares comunes,
a los vulgares traductores, a los imitadores, a los que no saben responder.

En realidad, y realmente, odio a tanta gente que no vale la pena precisar.
Pero algunos ejemplos -me digo- podrían ilustrar mis odios y,
por contra, mis amores. Los ejemplos se darán por sí solos. Aparecerán.

Veintidós metros de altura y las vigas de madera; los baños embellecidos
con falsos azulejos de vinilo. Una joven con uniforme negro
(no una camarera) echándonos de la mesa que ocupamos
con una justificación absurda. "Obstruyen el camino" -nos dice.

En la planta baja, turistas hambrientos devorando lo que pueden devorar.
"Si queda algo de vino en el culo de la botella se viene conmigo".
"Hoy no hemos tenido suerte" -dicen dos preciosas mujeres
tras la barrita de su exposición. Minifaldas plateadas pasan de largo,
pantalones negros pasan de largo, y la música de fondo no se entiende.

En un ángulo del laberinto del matadero donde estamos: la biblioteca.
El bibliotecario es mi amigo, un bibliófilo aplicado, expansivo
y buen conversador, al que superé en puntos cuando ambos
coincidimos en un curso de 400 horas para auxiliar de biblioteca.

Cada cual sigue su camino. El mío no pasa por aprender idiomas.
Odio el inglés. Bastante tengo con lidiar con lo dado, el castellano
que me dieron y el francés que elegí.

Dentro de un huevo hay una vida, o una potencia de vida.
Pero un huevo al sol se pudre y no prospera. Demasiado calor
y demasiada luz. Toda vida que quiera nacer pide su nido.
Esto lo entiende cualquiera, sí, pero ¿quién construye el nido?

Odio el cálculo, los programas, las reglas y las constricciones;
me dejo llevar por mis locas apetencias, por los impulsos.
No estoy loco -frente a la opinión de quienes no me conocen
ni, por tal razón, me conocerán jamás.

Ella extiende los brazos, cruza los dedos y simula que respira.
¿Me esta diciendo que me calme? Odio que alguien me aconseje algo.
Me basto y me sobro para salvarme o perderme, a mi manera,
y digo que "Ningún Buda ni pensador calmado creó nunca nada,
pues todas las creaciones son deudoras de un conflicto.
No se escribe, no se pinta, no se hace música, no se esculpe una estatua,
no se levanta una torre sin conflicto."

Digo esto y digo lo contrario. Deberé sentarme ante la pared en blanco,
meditar seriamente sobre lo gastado y lo perdido, tranquilizarme.
Hablar con la pared, con mis gatos y mis gatas (pues ella no quiere oír).
Hablar conmigo mismo, como es habitual, y hacer alguna llamada
al infinito, a lo que no tiene fin y por tanto no acaba.

La mujer (todavía por apariencia una adolescente) que me sirve una copa
de Abadía Retuerta envejecerá como Lolita. Esa mujer
me robará el corazón en el pasado, por más que el futuro desembarque
en esta noche tan llena de odios, amores, caries y huevos.

Se acerca la hora. Mañana me espera el trabajo, los kilómetros, las escaleras.
Dormiré con ella, tropezaré con su oscuridad.

"Si Sombra me deja -escribí ayer- comenzaré a escribir.
Ha saltado del suelo sobre mis piernas, y esconde su cabeza
bajo mi brazo derecho. Quiere amor, cariño, caricias, y es lo justo.
Reclama su derecho a ser amada, pues ella es amor.
Se ofrece sin condiciones y, con su sola presencia,
acaba con la ansiedad y el agobio de vivir.
Es verdad que se interpone entre mis manos y el teclado,
que desvía mi escritura, que me hace cometer faltas de ortografía.
Pero sus ochos kilos de ingenuidad gatuna, su cola inquieta,
su calor, su pelaje mezcla de todos los colores,
sus ojos desviados y su cara partida,
valen más que todas las palabras que yo pueda preferir o pronunciar."

"Ahora ha saltado de mis piernas al suelo, ha entrado en la cocina,
se interesa por el agua en el cuenco de acero inoxidable,
me observa desde esa distancia, se lame el pecho, las patas delanteras,
se queda inmóvil, detiene los relojes de pared, el redondo y el cuadrado,
pues una gata como ella tiene ese poder, aunque muchos no lo sepan
e incluso a mí, a veces, me sorprenda que lo consiga."

Y Nube, mientras tanto ¿qué hace? ¿Tal vez se pasea por el matadero
esquivando las copas de cristal y prestando atención a todo ese mundo
hostil e incomprensible?

"Hoy he comprado tres libros: Mi gato Autícko de Bohumil Hrabal
(Galaxia Gutenberg. 2016), Anotaciones del día y de la noche
de Ernst Jünger (Tusquets. 2013) y Acontecimientos y relatos
de Thomas Bernhard (Alianza. 1997)." ¿Qué dirías al respecto?

Mejor no digas nada. Actitudes incomprensibles deberían ser explicadas.
En caso contrario, las palabras se corrompen en la boca
y las caries son huevos al sol.

Salvador Alís.









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