sábado, 14 de mayo de 2016

PODEMOS REALMENTE CAMBIAR EL MUNDO?

PODEMOS REALMENTE CAMBIAR EL MUNDO?

En el océano Pacífico, entre las mil y una islas que conforman
el archipiélago Salomón, cinco de ellas han sido tragadas por el mar.
Se discutirá (todavía) si la responsabilidad de la desaparición
corresponde al cambio climático o a los vientos alisios.

Cada cual vive a su manera, según donde viva, cómo viva
y con quién comparta su vida; y así, de esta manera, interpreta el mundo.
El que ha nacido en una ciudad, y no quiso o no pudo jamás
salir de esa ciudad, pensará que el mundo es su ciudad,
ignorando los bosques, los campos donde giran al sol los girasoles,
las montañas inaccesibles, las aldeas perdidas, las orillas,
los acantilados, los desiertos.

Se envían sondas al espacio, dotadas de muchos ojos perspicaces.
Llamadas de auxilio, proyecciones nerviosas de una civilización
atacada por su propia lógica en progreso.
Se busca una vivienda más amplia pues la actual es insuficiente
para acoger a nuestra crecida y desigual familia.
Tantos nacimientos que empequeñecen a la muerte,
tantos invitados acabando con las reservas de alcohol,
tanta gente hablando al mismo tiempo y tanta confusión en las palabras.

El banquero piensa que todo el mundo envuelve
sus bocadillos en papel moneda; el obrero no cualificado,
que la aspereza de sus manos es una constante; el actor,
que todos interpretan a un personaje de ficción; el filósofo,
que todos viven en su pensamiento y sus devaneos.

Que el mundo va de mal en peor no es una opinión ni una teoría.
La historia lo demuestra, la convicción, la fe, la experiencia.
El científico que ha dedicado su vida a la ciencia
cree que todos comprenden o deberían comprender sus leyes.
El creyente sostiene que los designios divinos son inescrutables.
Pero hace apenas cincuenta años llovía en septiembre
y amanecía más temprano.

La universidades son un mundo; las fábricas son un mundo;
las redes y los anzuelos son un mundo; los rebaños
y el perro que los vigila son un mundo; los libros, la música, el arte,
la velocidad y la crueldad son un mundo. Y los gatos y los pájaros
y los pequeños tiburones que se adentran en los puertos
y son alejados y tozudamente regresan.

Simples personas que identifican al mundo con un ritual, una idea fija,
una carretera que abruptamente se interrumpe, un escenario,
un campo tapizado con césped artificial, un cuadrilátero,
una exploración carente de objetivo. Y lo peor de lo peor:
políticos y politólogos empeñándose en controlar la interpretación
general que parte del caos y deriva en el caos.

Tardíamente llegué a multiplicar mis relaciones,
superado el medio siglo, a pesar de lo vivido, visto, gozado y sufrido
hasta la saciedad, a salvo de la ignorancia y hastiado de antemano,
consciente o demasiado consciente del absurdo y del sinsentido,
y víctima del engaño infinito de la enfermedad sin causa.

Descubrir que los pobres del mundo no heredarán el mundo,
eso no fue ninguna novedad. Lo sorprendente es la razón principal:
¡qué pocos se esfuerzan por ampliar su mundo, salir del mundo,
cambiar el mundo desde el lugar privilegiado donde viven!
Al menos una idea, una preocupación, una alternativa, una duda.
Ni siquiera eso. Mientras haya una apariencia de normalidad
y lo normal sea difícilmente cuestionable, mientras las apuestas
sigan abiertas, mientras el dinero fluya de mano en mano,
mientras la pornografía campe a sus anchas
y la corrupción sólo afecte a los cementerios y a la muerte.

¡Cómo ha cambiado este mundo, esta Europa raptada y violada!
Hoy se vende en Nueva York, por más de 15 millones de euros,
una replica de Hitler en cera y resina, arrodillado,
"perturbadora" obra de arte de Maurizio Cattelan; y al tiempo
pocos o muy pocos ven al verdadero enemigo.
Pero a mí no van a engañarme: yo he sido iluminado por la luz
reflejada en los azulejos de la Mezquita Azul, yo he surcado
las anchas aguas del Nilo,
he tocado con mis propias manos las Pirámides,
he dejado mi huella en cráteres de volcanes,
he conocido islas reales, imaginado islas, inventado lugares
donde todo es posible y, en realidad, todo es sueño.

Complejo dilema. Creo que podemos y creo que no podemos.
En cuestión la filosofía de la historia y la filosofía del lenguaje.
Los que hablan no saben lo que dicen;
los que dicen no saben de qué hablan.
Al final se acaba uno convenciendo de que la poesía
es el último reducto, el último hogar, la última posibilidad.

En mis paseos diarios de doce kilómetros, hoy como ayer,
encuentro una pequeña cápsula de perfume: Black Opium
de Yves Saint Laurent, tan publicitada como insultante.
En realidad, cuando uno está acostumbrado al olor de la miseria,
el olfato toma sus propias decisiones.

Mi gran decepción: después (o detrás) de un Nietzsche, un Beckett,
un Castaneda..., encontrarme sólo con esclavos
encadenados a su propia ignorancia.
Pudiera yo haber sido uno de ellos, sí, pero no lo fui.
Y la pregunta que me hago vale para otros:
¿puedes realmente cambiar el mundo o quizá el mundo
te importa tan poco como las cinco pequeñas islas Salomón
tragadas por el mar?  

Salvador Alís.

 


 







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