lunes, 16 de mayo de 2016

ORDEN Y CAOS

ORDEN Y CAOS

Muchos no lo saben, pero una gran mayoría de medios de comunicación -principalmente prensa escrita y televisión- se anticipan a la muerte encargando a sus mejores especialistas la redacción de obituarios de personajes famosos de cierta edad o en riesgo de morir, mientras estos aún están vivos. De tal previsión podemos decir que se atiene a las reglas de un pensamiento y un comportamiento ordenados. Nada se deja pues al azar ni a la improvisación. La semblanza posterior se define de antemano, se prepara fríamente. Cuando el acontecimiento sorprende y el sentimiento guía las palabras, el caos puede hacer acto de presencia y desbaratar la moderación deseada al servicio del interés que se persigue.

Imre Kertész: "El caos también es orden, pero el orden de otros." Desde hace algunas noches vivo sumido en su caos, en su última posada. Y más de una vez me he preguntado dónde estaba yo y dónde estaba él, por qué no he conocido antes su obra, por ejemplo hace una treintena de años, cuando Kertész se aproximaba a mi edad y yo tenía la mitad de sus años, por qué nunca cayó en mis manos su Sin destino, por qué hasta ahora (¿demasiado tarde?) nuestros caminos no se han cruzado. Traductor de Canetti, Nietzsche y Wittgenstein, y admirador -como yo mismo- de Kafka...; situaciones que lo convierten en alguien cercano, pero accesorias sin embargo puesto que bastan sus palabras para deslumbar y enfatizar el caos luminoso con que superar los colores apagados y sin vida del ordenamiento odiado y aborrecido frente al que uno se levanta y se entrega y se vuelve a levantar.

La siguiente anotación trata del orden y el caos en las costumbres de los gatos. Y la escribo -como la mayor parte de estas anotaciones- sólo para mí, de manera que el lector ocasional puede saltarla sin perjuicio, puesto que en nada atañe a quien no se da por aludido ni sucumbe a curiosidad exacerbada u obsesión -como es mi caso- por el mundo de los felinos. Cada noche, inexcusablemente, poco antes de irme a dormir preparo para mis tres gatas tres cuencos con gelatina de carne o pescado con verduras, marca "Felix", sello "Purina" y propiedad de "Nestlé Suisse". ¡Quién sabe qué aditivos venenos se mezclarán con estas variedades de alimento húmedo (buey con zanahorias, pollo con tomates, salmón con calabacín y trucha con judías verdes)! El caso es que ellas enloquecen antes y después de comer y, después de un tiempo, se relajan y duermen, permitiéndome así poder escribir sin interrupciones. Nube permanece en el suelo, a la expectativa, mientras Lolita y Sombra suben al acero inoxidable del fregadero interfiriendo en la preparación y el reparto, más o menos equitativo, del contenido del sobre sellado que, al ser abierto, expande aromas que trastornan. El privilegio de lamer el borde del sobre pertenece a Sombra. Luego, durante breves minutos y una vez colocados los cuencos en sus respectivos lugares, las tres devoran sus raciones. Pero Lolita (la más vieja, experta e inteligente de las tres) acaba la primera y echa de su cuenco a Sombra (la más joven y las más grande, fuerte y pesada) que, a su vez, echa de su cuenco a Nube (la más frágil y sensible, la de menor tamaño) que, a su vez, busca el cuenco vacío de Lolita. Cada una entonces, luego de haber comido, lame el cuenco de otra pensando, quizá, que allí esté lo mejor, dándose o no dándose cuenta de que todos los cuencos saben igual. Este proceso se repite noche tras noche, en una propensión imperativa que hace caso omiso a las variaciones que yo pueda introducir cuando aparto a una u otra gata con mi pie del cuenco que no le corresponde, porque en la noche posterior y en las que siguen todo tiende a seguir igual. Compartir la vida con gatos puede resultar caótico, pero seguro que en ese caos hay un orden que les pertenece y que, por molesto que pueda parecer, finalmente nos alivia de la carga de tener que soportar nuestras propias leyes (in)humanas.

Si cualquier lector irrefrenable, saltándose o no el párrafo anterior, ha llegado hasta aquí, tal vez se asombre ante el apunte que sigue. Hasta no hace mucho, yo también me interesaba por la cuestión de la eutanasia, la muerte digna, las últimas voluntades (e incluso pretendía pedir consejo, meditar seriamente y redactar algunos documentos), pero después de leer a Kertész he llegado a la conclusión de que el gran problema a resolver es el cuándo, pues el cómo y el por qué ya están resueltos. Kertész va un paso más allá que Márai, mas únicamente en la redacción del propósito, en el diseño de la idea. Márai convirtió el diseño en acto. Kertész no derribó la puerta, esperó a que la puerta fuese abierta desde el otro lado. Pero oigamos a Kertész: "No existe nada más estúpido que  preguntarse por qué nos ha tocado este destino, aunque no entendamos por qué nos ha tocado. Pero el destino es precisamente eso, y todo el mundo paga por haber osado nacer. Esta noche he calculado la distancia que separa el balcón del asfalto y me he echado atrás. Pero tarde o temprano habré de actuar." Pero no actuó; tenía 74 años cuando redactaba estas notas de La última posada; vivió hasta los 86. Con tres años más, Márai se pego un tiro con un revolver. Kertész difiere respecto al método: "No es preciso comprar una pistola ni conseguir morfina. Uno puede tirarse también por la ventana. Es lo más barato."

Respeto y considero dignos de interés a quienes tienen dudas, y a la contra no soporto a los que mienten categóricamente. No soporto a los egoístas e idólatras del orden, a los que pretenden hacer suyo el orden general haciéndolo particular, a los que se creen capaces de ordenar el caos, de someterlo, procesarlo o evitarlo mediante reglas fijas. Nada es seguro, ni la fecha ni el momento de la muerte. Y no obstante, se guardan en los cajones esquelas anticipatorias.

Mi veneno, mi orden, mi caos, mi escritura y mi destino son más seguros y a la vez más inestables, variando de noche en noche, entre las diferentes formas de mi voluntad y mi capricho, según la calidad de las uvas, su variedad y cosecha (en este momento concreto, veneno, orden, caos, escritura y destino confinados en una botella de gewürztraminer del Pago El Enebro).

Al igual que mis gatas, yo también voy lamiendo los cuencos ajenos. Y aunque nada es seguro, dejaré para más tarde mi última nota. Quedan pendientes (siendo razones de consistencia): una carta y una pintura; la presencia y el abrazo siempre dispuesto; el cuidado y la ternura; el oído y la palabra; un penúltimo viaje; un poema posible o imposible que supere a todos los anteriores y que ponga por sí mismo punto y final a esta obra donde tragedia y comedia, orden y caos, son huéspedes principales. Y hay también razones vulnerables, más delicadas, más sutiles: cuando la noche se agota, renuncia, se evade, cuando el día comienza a lamer su cuenco oscuro y entonces son convocados los pequeños pájaros invisibles del amanecer y sus cantos. Entonces, a pesar de todos los pesares, la vida no ordenada y el caos concebido como juego valen la pena, ocupan su lugar -vida y caos- en el pequeño jardín que se abre bajo las ventanas abiertas de mayo, y se iluminan.

Imre Kertész: "La vida es un error que la muerte tampoco arregla. Vida y muerte: todo error."

Los grandes, redondos, negros y profundos ojos de Sombra, ante el sol que apenas se intuye, tratando de adivinar de dónde procede el canto de los pájaros. Nunca lo adivinarán; pero esa mirada fija y obstinada se empeña con absoluta determinación en indagar lo que está pasando en el jardín. Y con eso basta.

Salvador Alís.






 


   

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