lunes, 11 de enero de 2016

SOBRE LA INMORTALIDAD

SOBRE LA INMORTALIDAD

Tengo mis dudas sobre la inmortalidad. Comienzo a redactar estas notas escuchando a través de mis auriculares Sony el último trabajo de David Bowie: Blackstar.

Durante dieciocho meses, después de ejercitar una paciencia inimaginable, y mediante el laborioso enunciado, primero de las letras de nuestro alfabeto y después de un breve conjunto de palabras básicas -dictadas a Nube en largas noches de vida, llevando sus patitas hasta las teclas correspondientes del teclado y premiándola a continuación con lo que más le gusta, lo que ella y yo sabemos, he conseguido que aprenda a escribir-, he conseguido que mi gatita blanca de ojos azules se convierta en mi transcriptora.

Lo siento por los que piensan que nunca han de morir. Se muere, eso es indiscutible; pero unos mueren para desaparecer absolutamente, para ser nada -lo que seguramente fueron de antemano-, y otros mueren sin morir del todo, permaneciendo algún legado suyo durante generaciones.

No quisiera hablar más de la cuenta de Bowie (tampoco estoy seguro de que haya muerto), porque tanta gente lo está haciendo en estos momentos que -todo lo dicho- parece al fin una cháchara y un darse codazos para intentar salir en la foto en posición frontal y preeminente.

Tampoco sé si sus ojos de dos colores eran naturales o artificiales. Sé (o recuerdo) que mezcle algunas canciones suyas con otras en una improvisada discoteca llamada cul de sac, en la década de los setenta.

Su banda sonora nunca me gustó para bailar o hacer el amor; sí para bañarme en aquella piscina entre montañas donde se bañaban francesas, alemanas y japonesas borrachas a la luz de la luna. Pero no hace mucho escuché cómo cantaba luego de tantos años, vi cómo había envejecido (a la par que yo había envejecido), y despertó en mí algo que estaba dormido, memoria donde se incluyen sus ojos de dos colores y el paso del tiempo.

¿Qué hacer si un día los guardianes del templo te dicen que, en breve, serás expulsado del templo? Todo lo que uno ha reservado para más tarde, lo que por una u otra razón se dejaba reposar en el cajón oscuro, de pronto, todo eso quiere ser y hacerse y salir y mostrarse con el énfasis y la ilusión de un comienzo.

Ya es tarde. Todavía no. En otros lugares del planeta se muere por hambre, por machete, por tiro, por bomba, por microbio, por serpiente, por mosca, por terremoto y avalancha... Para vuestra tranquilidad -escribe Nube- aquí se muere fundamentalmente por cáncer o por infarto.

Temo al dolor; no temo a la muerte (¿quién dijo eso?). Si tuviera que elegir, sigo teniendo mis dudas: ¿mejor una muerte rápida, aunque duela como aguijón clavado en mitad de un nervio, o una larga e inevitable muerte anunciada y el progresivo y lento deterioro?

Jorge Luis (Borges) creía (o deseaba creer) en la inmortalidad. Si el ciego hubiera podido usar -como es mi caso- unas gafas de tres aumentos o, al menos, enseñar a su gato a teclear por él y crear un blog titulado EL OTRO, si hubiera vivido en estos tiempos...

Escribe LECTOR, transcribe Nube: Hoy en la tarde he terminado su libro (el de Marcomini), los dos cuentos que restaban -"Tecnópolis" y "Sociofagia"-, la ciudad ideal (¿New York?), presentida y anunciada por Bowie, y el advenimiento o premonición de los zombis.

La gran paradoja (ya estamos muertos), las preguntas que cada uno deberá resolver. ¿Se sigue viviendo -como muerto viviente- una vez muerto? ¿Se confunde la vida con la muerte? ¿Hay que aceptar -sin haber visto aún la luz al final del túnel- ser tratado como muerto? ¿De qué se muere y por qué y hasta dónde?

Dice uno de los personajes de "Sociofagia", un tal Javier, ante el acoso interrogativo del protagonista, Marcelo Antúnez: "Está bien. Si eso es lo que querés, te lo voy a decir. Sos el único amigo que tengo y aunque estoy convencido de estar hablando con un imbécil de principios anacrónicos y absurdos te voy a dar la posibilidad de salvarte. Sé que pierdo el tiempo porque te conozco bien y es inútil tratar de cambiarte. Pero no importa, voy a intentarlo. Escucha bien. Todo se está transformando rápidamente. La energía vital que hasta ahora se obtenía de las fuentes convencionales de la naturaleza ya es insuficiente, no alcanza para satisfacer las nuevas necesidades. El hombre tiene otras apetencias que no puede ni quiere controlar. Precisa una nueva forma de alimento que solo puede obtener de otros seres humanos. Quienes lo saben y han comenzado a conseguirlo, sobrevivirán. No importa lo que haya que hacer para ello. Quienes no lo hagan, perecerán. Te dejo solo una alternativa. O devorás o te devorarán. Tenés que elegir. Y no pretendas ser ajeno a todo esto, mantenerte al margen, porque morirás por inanición. Ni te demores, porque los primeros serán los más fuertes. Deja de horrorizarte. Para sobrevivir hay que morder sin ningún escrúpulo."

En este momento Nube deja de teclear porque LECTOR calla, gira su cabecita blanca hacia mí y me interroga con sus grandes ojos azules. "¿Tengo que seguir tecleando toda la noche sin parar o haremos una pausa y me darás mi premio? ¿Cómo se escribe la palabra silencio? Lolita y Sombra duermen plácidamente en sus mantas y yo, sobre tus piernas, en una posición forzada e innatural para una gatita, debo permanecer atenta a tu dictado. ¿Por qué eres así? ¿Por qué me haces escribir cosas que no comprendo?"

La respuesta de LECTOR: Porque me das la vida. Borges murió, Marcomini murió, Bowie ha muerto. Y tú sabes cuándo yo voy a morir.

Pero los gatos son inmortales y no conocen el sentido de la muerte; lo que ellos pretenden enseñarnos, a pesar del esfuerzo, la paciencia y los premios, nosotros nunca lo aprendemos.

David Bowie -quizá en su vida imaginaria- fue o quiso ser un gato.

LECTOR








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