EL CASTILLO DE LOS GATOS
Cuatro gatos juguetones han roto un castillo por la mitad.
El primer castillo fue concebido como defensa,
piedra sobre piedra como refugio o parapeto,
hondas y flechas y fuego tras las piedras, la vida en juego.
El gato prefiere las alturas; si el gato sube al castillo
es para mirarnos por encima de la mirada de nuestros ojos.
No hay otro edificio semejante al castillo, ni el búnker ni el palacio.
Uno sirve para esconderse y el otro para mostrarse.
Pero el castillo es diferente. El señor del castillo es inmune
y a la vez la víctima propicia para su atacante,
pues en el caso de obtener victoria adquiere además prestigio
y fama sin límites.
Un castillo compartido por cuatro señores es rareza,
mas cuatro gatos pueden subir y bajar y marcar en él su territorio,
su plataforma, su mirador exclusivo,
delimitar zonas de uso particular con uñas y feromonas,
con su altiva presencia por el simple hecho de estar ahí,
en su lugar de descanso, control y dominio,
el lugar y la altitud que por naturaleza y conquista les pertenece.
Ante el castillo, un aldeano o un agrimensor quedan paralizados
por un miedo y un respeto ancestrales. No se atreven
a llamar a la puerta y, si lo hacen, no esperan que ésta se abra.
Se ignora todo lo referente al interior del castillo.
El castillo protege un secreto. Se construyó alrededor de un secreto.
¿Quién se atrevería a inmiscuirse, a insinuar siquiera
un ocasional interés o curiosidad?
Uno puede volverse loco en un castillo, sí,
pero ¿qué loco saltaría desde su terraza más alta?
¿Por qué saltar si el castillo separa su locura interior
del mundo exterior y viceversa?
El que contempla un extenso valle a sus pies no saltará.
El que se inquieta al ver otro castillo más elevado
puede sentir la tentación del salto.
Cuatro gatos juguetones han roto un castillo por la mitad.
Su plataforma de dignidad ha sido truncada.
Urge restaurar la muralla, la escalera, la torre.
Buscar a un arquitecto que dibuje nuevos planos,
peones y carpinteros que alcen muros circulares, vigas y soportes,
arquitrabes y arbotantes. Un castillo es un lugar de meditación.
En los castillos humanos también el frío es señor,
por eso grandes chimeneas se abren en cada esquina,
caldeando las interminables salas bajo los bóvedas,
por eso los enormes tapices y los gruesos cortinajes.
Pero un castillo de gatos requiere algo diferente:
cojines mullidos para el sueño,
ásperas cuerdas para desperezarse
y un suelo siempre seguro sobre el que posar
sus dieciocho almohadillas y caminar con sigilo, a ser posible
tapizado de terciopelo azul.
Salvador Alís
No hay comentarios:
Publicar un comentario