Kayla Mueller, originaria de Prescott, Arizona, una joven cooperante y, al parecer, comprometida con la defensa de los derechos humanos, fue secuestrada por el EI en agosto de 2013, al parecer junto a su novio Omar Alkhani.
Omar Alkhani, de origen sirio, fue librerado poco después, quizá tras unos cuantos golpes y algunas advertencias. A la Mueller la retuvieron un año y medio y luego fue asesinada, al parecer.
Al parecer, alguien la llevó hasta la casa de Abu Sayyaf -uno de los supuestos miembros de la cúpula del Estado Islámico-, una especie de prostíbulo para jovencitas, preferentemente de la etnia yazidí.
El Autoproclamado Califa Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai, lider del EI y más conocido como Abu Bakr al-Baghdadi, se enamoró al parecer de la estadounidense y la visitó y la tomó como "esposa" en repetidas ocasiones.
Naturalmente, todo esto es un experimento de comunicación. Una joven yazidí que logró escapar en octubre de 2014 contó a las fuerzas especiales de Estados Unidos qué había vivido con la Mueller.
"Ellos nos dijeron que él la desposó, y todos entendimos lo que eso significa", dijo Carl Mueller, padre de Kayla, a The Associated Press. Su madre, Marsha Mueller, añadió: "Kayla no se casó con ese hombre. El la llevó a su habitación y abusó de ella y ella salió llorando". Los padres fueron informados en detalle de lo que había sufrido su hija. Abu Sayyaf murió en Siria en una operación estadounidense y su esposa, Umm Sayyaf, fue detenida e interrogada por las fuerzas norteamericanas antes de ser entregada a las milicias kurdas de Irak. Umm Sayyaf dijo durante los interrogatorios que Al Baghdadi había "poseído" a Kayla, contaron los Mueller.
Al Baghdadi, al perecer un demonio, "poseyó" a la joven idealista norteamericana contra su voluntad, forzada y violentada sin miramiento, hasta hacerle mucho daño y que brotasen sus lágrimas, sin que a ella todo esto le causara el más mínimo placer y, al parecer, tanto dolor.
Su novio no pudo rescatarla. Sus padres comprenden su muerte. El gobierno de EEUU dice que fue torturada, violada y, finalmente y al parecer, asesinada sin piedad.
Algunas cosas se escapan a nuestra comprensión. ¿Por qué Al-Baghdadi iba a ordenar o permitir la muerte de Kayla cuando la eligió como "esposa" y la visitaba asiduamente?
Algún misterio se esconde tras la versión oficial, al parecer, como suele ocurrir, porque nada es tan fácil ni tan complejo que se pueda entender o no entender en un momento.
Al parecer, Kayla Mueller portaba brackets. "El grave problema de la aparatología fija, es su capacidad de producir cortes al besar, morder o lamer, ya que sus paredes frontales poseen poderosos filos."
Naturalmente, todo esto es un experimento de comunicación. Quizá Kayla no portara brackets, quizá Al-Baghdadi no fuera un demonio, quizá el novio sirio cantó su canción preferida en un improvisado karaoke. Quizá la familia de la Mueller sacó brillo a sus flores de aluminio, durante su cautiverio.
Me confesó un amigo periodista que una entrevista con Kayla hubiera valido su peso en oro. Para Al-Baghdadi ¿qué valor tuvo realmente el peso de Kayla, qué valor su versión de la historia?
Al parecer, y siempre al parecer, damos por ciertos los informes de la infamia. La pregunta se impone y es evidente: ¿quién asistió a los encuentros de la Cooperante y el Califa? ¿Quién puede hablar en primera persona y garantizar que su relato se ajusta a la verdad?
Al parecer todos tratamos de sobrevivir en las arenas movedizas de la opinión, la interpretación, la estrategia y la maledicencia.
Pobre Kayla Mueller si realmente fue vejada y soliviantada, humillada, seducida, reducida, castigada, usada, si realmente no fue amada y todo consistió en una farsa o, simplemente, en una amenaza urdida para conseguir sus fines y, al parecer, otros fines más allá de los fines relativos al interés del concubinato.
Del EI, de su puesta en escena, de sus máscaras y decapitaciones, ¿qué sabemos realmente? ¿Cómo comparar elementos incomparables? ¿Un machete-cimitarra frente a Little Boy? Al parecer perdemos de vista las leyes de perspectiva. Al parecer nos dejamos llevar por opiniones contaminadas, por las falsas apariencias, como de costumbre. Al parecer nada ha cambiado o nada cambia con la suficiente contundencia. Al parecer, el arte de los efectos especiales se impone fácilmente.
Todos con la boca abierta, asintiendo a los humos que descienden y a los temblores de la tierra. Todos con la boca cerrada, mudos ante las palabras y su rastro de ironía.
Pobre Al-Baghdadi, presentado con cejas negras y barba cerrada, un demonio de lascivia incontrolable más atento a satisfacer su deseo que a comprender los mapas elaborados por satélites y a escuchar los cantos de sirenas de los drones de ojos negros.
Pobres Alkhani y Sayyaf y Carl y Marsha, actores secundarios en esta tragedia. Pobres los intérpretes y los portavoces. Al parecer nada es lo que parece.
Naturalmente, pido disculpas al EI, a los padres de Kayla, a sus amigos cooperantes del colt de la pólvora negra del calibre 45, a su novio sirio, a los Servicios Secretos (perdón, pero si son secretos, ¿ante quién debo disculparme?), pido perdón a mis lectores convencionales, me pido perdón a mi mismo, me retiro al desierto, me hundo en desasosiego, me confieso, me absuelvo, me condeno.
Al-Baghdadi y Kayla Mueller conversan en una habitación entre el horror, bajo el horror, a salvo del horror. Refunfuña en un cierto ángulo de oscuridad un artefacto de chatarra ideológica llamado Enola Gay. Una pequeña (aunque no insignificante) parte del mundo busca lo que no se merece, a costa de merecer la bomba. Al parecer, tras el día llega la noche y tras la noche llega el día.
Todos mis amigos, al parecer a todos mis amigos les cuesta entender que cuando el cuerpo se entrega, la mente permanece al margen de todo eso. Al parecer la mente verdadera se mantiene al margen.
Una mujer que sienta como mujer, una Jean Simmons cualquiera, hubiera elaborado -como ella- una estratégica tela de araña donde el agresor quedase atrapado.
Ya sale el sol y nada queda definido ni aclarado. Naturalmente, todo esto es un experimento de comunicación.
Salvador Alís.
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