sábado, 31 de mayo de 2014

SON ESPASES / 1

     Después de un vulgar resfriado, dos días en cama, con unas décimas de fiebre, y automedicado con paracetamol, volví al trabajo sin encontrarme todavía bien.  Los mocos transparentes y los esputos verdes, algunas veces sangre por la nariz, aunque nunca en cantidad alarmante.
     Un par de semanas después, una mañana al despertar descubro que tengo la enfermedad de Goya, la sordera:



<< En noviembre de 1792, Francisco de Goya enferma gravemente en Sevilla con un complejo cuadro clínico: sufre de acúfenos (autoescucha de ruidos y pitidos en los oídos), vértigos, disminución de la capacidad auditiva y confusión mental, con delirios y alucinaciones. 

Tal es la gravedad del cuadro que adelgaza considerablemente y entra en una profunda depresión, y en enero de 1793 escribe a su amigo Zapater diciéndole que está:

"enfermo, en cama, desde hace dos meses en la ciudad de Sevilla”.

Zapater le contestó, aludiendo a su “mala cabeza”, en referencia a una posible enfermedad venérea, dada la conocida promiscuidad del pintor.

En un cuadro, Goya aparece autorretratado enfermo y agonizante, sostenido por detrás por el doctor Arrieta que le da a beber alguna medicina. En un fondo oscuro aparecen al fondo a la izquierda unos rostros de mujer que la crítica ha identificado con la representación de Las Parcas. En una cartela en la parte baja del cuadro figura un epígrafe, presumiblemente autógrafo, que reza: "Goya agradecido, á su amigo Arrieta: por el acierto y esmero con qe le salvo la vida en su aguda y / peligrosa enfermedad, padecida á fines del año 1819, a los setenta y tres años de su edad. Lo pintó en 1820".

Goya continúa convaleciente, y se traslada a Cádiz, a casa de su amigo Sebastián Fernández, quien, en marzo de 1793 escribe a Zapater: “…que nuestro Goya sigue con lentitud, aunque algo repuesto. Tengo confianza en la estación y que los baños de Trillo, que tomará a su tiempo, lo restablezcan. El ruido de la cabeza y la sordera en nada han cedido, pero está mucho mejor de la vista y no tiene la turbación que tenía, que le hacía perder el equilibrio”. 

En abril de 1793, a los 59 años de edad, puede regresar a Madrid, pero queda finalmente con una sordera profunda e irreversible como secuela que le acompañó hasta el final de sus días.

En cuanto a la etiología de la sordera (o cofosis) de Goya, la Otorrinolaringología de 1793 debió de barajar las siguientes probabilidades:

•    La “cofosis mercurial, en aquellos casos en los que, con el uso del mercurio, se pierde el oído”.

•    La “cofosis venérea, en la que gálico inveterado ataca al oído”.

•    Y la “cofosis pletórica, propia de personas de vida sedentaria y regalada mesa, por llenura de los vasos sanguíneos de la oreja interna”.

Según los conocimientos de la época, Goya padeció una “parálisis de los nervios de los oídos, de causa oscura –pletórica, luética o tóxica-, responsable de la sordera, que, a su vez, había excitado las terminaciones de los nervios auditivos, -lo que habría producido sus ruidos-, y justificado sus giros de cabeza, por el daño de los espíritus cerebrales”. Se han tenido en cuenta otras hipótesis diagnósticas, pero, en cualquier caso, la causa definitiva sigue siendo un misterio hoy en día.

La sordera de Goya era tan profunda que le obligó a renunciar a su puesto de director de pintura en la Academia de San Fernando. Se llegó a decir de él que: 

"Se asusta con facilidad por el modo en que la gente irrumpe en su campo visual como caída del cielo, por el modo en que corre a su alrededor en silencioso torrente, murmura y ríe, se le acerca subrepticiamente, por detrás, y él siente su aliento en la nuca. Todos parecen burlarse de su vulnerabilidad, excepto los que son vulnerables: los lisiados, los viejos seniles, y los locos, que lo reconocen y aceptan de inmediato como uno de ellos." >>

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