ZOONOSIS (SEGUNDA PARTE)
Mordido por la vida como un perro -no él como perro, sino la vida- un señor de mediana edad (considerando que tal señor pudiera vivir ciento veinte años), se encuentra de repente, llevado por los acontecimientos, ante la puerta del Hostal Cuba.
La noche es tremendamente húmeda y calurosa, sobre todo después de una larga jornada de agotador trabajo, después de andar y andar sin meta deseada, por el impasible designio de otros que no consideran ni se paran a consideran que su esfuerzo es su salario (el de ellos, pues el suyo, por más que merecido, está menguado).
La rabia del señor uniformado, sabedor de que esta noche humilla su uniforme, no se parece a nada de lo vivido hasta entonces. Se trata de una rabia nueva, más profunda que otras, más incuestionable, tan madura como una infrutescencia que, finalizando agosto, ya se cae de su árbol y se pudre en el camino.
¿Alguien ha visto, recientemente y en su círculo -se pregunta el señor-, los ojos de un perro afectado por un rhabdoviridae?
En el interior del Hostal Cuba (las mesas de la terraza que circunvalaban el edificio han sido recogidas a partir de cierta hora por decreto municipal y para no enrabiar a los vecinos) suena una música atronadora, martillos abstractos que golpean las sienes y, a pesar de ello -o por su causa-, entran más de los que salen. Imposible sacar una copa. Se bebe adentro, se fuma afuera.
Entran mujeres de dos en dos, de tres en tres, de cuatro en grupo, con ajustados vestidos estampados y cortos -como recién cortados, para la noche, con tijera.
El portero ¿argentino? hace bromas sobre las copas y los ladrones de copas según su nacionalidad. El polvo de color indefinido vuela en la noche de los dedos índices a la lengua, a los dientes, a la nariz; lo mismo que el humo, el ruido, las luces, la penumbra y la antepenumbra.
El señor de mediana edad es encuadrado en la fotografía, con su copa de vino y su rabia, mientras otros hacen alarde de sus pezones bajo la camiseta. En la pista de baile del Hostal Cuba, hombres altos y curiosamente feos intentan competir mediante sus movimientos deslavazados y asincrónicos con mujeres que hacen alarde de sus traseros mediantes espasmos causados por el furor y la música.
El comité que festeja la penúltima partida del que se va no puede ser más heterogéneo: el Mato, el Fili, el Lolo, el Jazmín, el Kete, el Blowing, el Pollo y el Erre. Merecería la pena, si la rabia no lo impidiese, detenerse en cada uno de los personajes de esta comedia. Pero el tiempo reclama lo que es del tiempo y la rabia lo que le pertenece.
Ayer se escapó un gato multicolor del piso tercero de esta finca (cuyos pilares heridos aún no han sido vendados). Se fue con la noche (se confundió con la noche) y la noche lo hizo suyo.
Cuando el señor de mediana edad detiene un taxi, al poco de arrancar, el taxista se vuelve hacia él y le pregunta- "¿Es usted policía?". Antes de responder recuerda que hace ya cuarenta años alguien le hizo una pregunta similar, en otras circunstancias, desde luego, tan distintas. Y siente ese cansancio de la repetición y lo ya vivido como rabia, mordido por la vida (un bocado a la derecha, sobre la cintura, bajo las costillas).
"¿Le parezco un policía? ¿Cree usted que soy un policía? ¿Por qué? ¿Por mi uniforme? ¿Por mi cara? ¿Por mi apariencia?"
"Más bien por su actitud."
"Me parece una frivolidad juzgar a la gente por su actitud, puesto que la actitud es cambiante según el momento de la representación y el público que uno tiene."
"No se ofenda. Me lo pareció."
"No me ofendo. Y como prueba de mi buena voluntad, y puesto que el trayecto es corto, ¿qué tal si nos tuteamos?"
"Sería lo suyo."
"Sea pues."
"¿Dónte te dejo?"
"En la puta plaza que te dije al subir a tu puto taxi, mamón de mierda."
Y entonces, cuando finalmente el taxi se detuvo, el señor de nuestra historia le dio un buen mordisco al taxista, desde atrás, en su flaco cuello, para transmitirle una parte de su rabia. Y a pesar del mordisco, le pagó la carrera con un billete azul esperando que el mordido le devolviese el cambio.
En el Gran Guiñol de los bajos del Hostal Cuba, más mujeres que hombres siguen bailando, ellas conscientes de su cuerpo y de su sexo y ellos escapando de la realidad (quizá por miedo a enfrentarse a su realidad) mediante técnicas químicas.
Le preocupa al homenajeado (al convocante) la pérdida de unas gafas de sol. Aquí se plantea un complejo asunto que incumbe al mirar y al ser mirado. En realidad teme perder el paraíso, pero una voz ajena, que se abre paso entre la música atronadora (y que de alguna forma ya está en su cabeza), le recuerda que "el paraíso se encuentra donde tú lo construyas". Así de simple es la cuestión. No temas perder el paraíso ni esperes encontrarlo en otro lugar. O lo llevas contigo o el paraíso no existe.
En el paraíso de Bruegel muchos animales conviven o se hallan en paz en el interior de una naturaleza opuesta al interior del Hostal Cuba (donde machos y hembras compiten unos con otras, unos con otros y unas con otras por la sublime y falsa idea de la reproductividad).
La rabia, a estas alturas, no permite pensar con claridad. La administración de inmunoglobulina no garantiza una completa curación. Se hace tarde para todo -piensa el señor de mediana edad presa de un ataque de rabia-, para todo, para pensar y para escribir. ¿Pero quién negaría que el 99 % de las mujeres que bailaban en el Hostal Cuba no estarán en este momento jodiéndose unas a otras y jodiendo a quienes las deseaban?
¿Quién negaría que en esta comedia intrascendente lo de menos son los personajes y lo que cuenta es el argumento?
Sí, ¿pero cuál es el argumento?
Salvador Alís.
domingo, 28 de agosto de 2016
sábado, 27 de agosto de 2016
ZOONOSIS (PRIMERA PARTE)
ZOONOSIS (PRIMERA PARTE)
Una plácida tarde de finales de agosto, un señor de mediana edad (considerando que tal señor pudiera vivir ciento veinte años), sintió un repentino ataque de rabia.
Ese ataque y esa rabia no venían a cuento, pues -como se ha dicho- era plácida la tarde; y el sol estaba cayendo tras las montañas y sonaba una dulce música que tranquilizaba los corazones.
Pero la rabia -eso es seguro- la sintió en todo su ser, cuerpo y alma, comenzando por su mano, que se agitó, y acabando en sus ojos, que se oscurecieron.
Se encontraba el señor sentado en una cómoda silla de plástico, frente a una baja mesa circular que contenía apenas cinco objetos: una copa de vino blanco (en realidad, amarillo pajizo), un cenicero de cerámica blanca conteniendo algo de agua, un encendedor barato y verde, un paquete de Camel y un móvil apagado en su funda de cuero negro.
En el Bloc de Notas de ese móvil, a las 20:41, había escrito: "A la izquierda, una maceta blanca con florecillas azul pálido y una cortina natural de finas cañas de bambú; a la derecha, senos gigantes de bronce sobre el suelo de tierra, como escultura; al frente, los mástiles de los barcos y, ente ellos, una inmensa grúa de hierro pintada de gris. Algunas luces se van encendiendo en el puerto. Y el conjunto de este paisaje lo sobrevuelan las gaviotas como expertas vigilantes."
En esa terraza sobre las murallas frente al mar, una veintena de mesas eran ocupadas, en su mayor parte, por turistas adinerados, buenos conversadores (aunque el señor no entendiera una palabra de lo que decían), educados, bien vestidos, elegantes con sus grandes copas de balón, sus copas aflautadas, sus cónicas copas, sus mecheros de oro, sus miradas perdidas.
El señor, conteniendo su rabia, pues un momento antes pensaba en otro señor -tan diferente a él- reflexionando sobre sus defensas desde su alta torre, clavó sus ojos en aquellos en que pudo clavar sus ojos: un calvo bronceado de ademanes suaves, pantalón rosa, camisa celeste de manga larga y un jersey amarillo cruzado sobre el cuello; una rubia por los destellos de su oro (colgante de sus orejas, pecho, muñecas, tobillos); una pareja de enamorados jugando con sus manos (veinte dedos) en un extremo de la terraza; una mamá devorando a su bebé -en apariencia- por la intensidad de sus besos; un par de adolescentes cuyas frases sueltas, escuchadas de paso, iniciaban un poema; un artista (o pretendido artista) inmóvil ante el Bou; una jovencita de dieciocho enfundada en los vaqueros cortos de su hermana de doce; un grupo de actores pornográficos exhibiendo su belleza.
La rabia, sin embargo, iba apoderándose del señor por más que contemplara (o por el hecho mismo de contemplar) aquella placidez.
La camarera vestida de ficha de dominó (una de tantas entre un ejército de camareros), la que le había servido una copa y otra copa, tan atenta y pendiente del bienestar de sus clientes, al notar su extrañeza, se vino frente a él y le preguntó: "¿Le ocurre algo? ¿Se encuentra bien?"
"Siento rabia." -le contestó el señor. "Una rabia inmensa de procedencia desconocida y que -intuyo- pronto no seré capaz de controlar."
"¿Le ha mordido un perro, un lobo, un zorro, acaso un murciélago?" -le interrogó la camarera.
"No." -dijo el señor. "Ningún animal me ha mordido."
"¿Entonces?" -insistió la camarera, protegida del señor con su ajustado delantal negro.
"Creo que ha sido la vida."
"¿La vida?"
"Sí, la vida. Creo que ha sido ella la que me ha trasmitido el virus. Un bocado a la derecha, sobre la cintura, bajo las costillas."
"¿Y qué diría usted, que se encuentra en la fase prodrómica o en la neurológica?"
"La verdad, no sabría qué decirle."
"Me preocupan sus ojos..., me mira usted de una manera..."
"Para relajar la tensión le propongo que nos tuteemos."
"De acuerdo. Pero entonces, dime, ¿cómo me ves?"
"Sé que antes vestías de negro y blanco. No entiendo por qué ahora te has disfrazado de rojo."
"No he cambiado mi uniforme, será la luz del atardecer que me ilumina de otra manera."
"Será la luz."
Salvador Alís.
Una plácida tarde de finales de agosto, un señor de mediana edad (considerando que tal señor pudiera vivir ciento veinte años), sintió un repentino ataque de rabia.
Ese ataque y esa rabia no venían a cuento, pues -como se ha dicho- era plácida la tarde; y el sol estaba cayendo tras las montañas y sonaba una dulce música que tranquilizaba los corazones.
Pero la rabia -eso es seguro- la sintió en todo su ser, cuerpo y alma, comenzando por su mano, que se agitó, y acabando en sus ojos, que se oscurecieron.
Se encontraba el señor sentado en una cómoda silla de plástico, frente a una baja mesa circular que contenía apenas cinco objetos: una copa de vino blanco (en realidad, amarillo pajizo), un cenicero de cerámica blanca conteniendo algo de agua, un encendedor barato y verde, un paquete de Camel y un móvil apagado en su funda de cuero negro.
En el Bloc de Notas de ese móvil, a las 20:41, había escrito: "A la izquierda, una maceta blanca con florecillas azul pálido y una cortina natural de finas cañas de bambú; a la derecha, senos gigantes de bronce sobre el suelo de tierra, como escultura; al frente, los mástiles de los barcos y, ente ellos, una inmensa grúa de hierro pintada de gris. Algunas luces se van encendiendo en el puerto. Y el conjunto de este paisaje lo sobrevuelan las gaviotas como expertas vigilantes."
En esa terraza sobre las murallas frente al mar, una veintena de mesas eran ocupadas, en su mayor parte, por turistas adinerados, buenos conversadores (aunque el señor no entendiera una palabra de lo que decían), educados, bien vestidos, elegantes con sus grandes copas de balón, sus copas aflautadas, sus cónicas copas, sus mecheros de oro, sus miradas perdidas.
El señor, conteniendo su rabia, pues un momento antes pensaba en otro señor -tan diferente a él- reflexionando sobre sus defensas desde su alta torre, clavó sus ojos en aquellos en que pudo clavar sus ojos: un calvo bronceado de ademanes suaves, pantalón rosa, camisa celeste de manga larga y un jersey amarillo cruzado sobre el cuello; una rubia por los destellos de su oro (colgante de sus orejas, pecho, muñecas, tobillos); una pareja de enamorados jugando con sus manos (veinte dedos) en un extremo de la terraza; una mamá devorando a su bebé -en apariencia- por la intensidad de sus besos; un par de adolescentes cuyas frases sueltas, escuchadas de paso, iniciaban un poema; un artista (o pretendido artista) inmóvil ante el Bou; una jovencita de dieciocho enfundada en los vaqueros cortos de su hermana de doce; un grupo de actores pornográficos exhibiendo su belleza.
La rabia, sin embargo, iba apoderándose del señor por más que contemplara (o por el hecho mismo de contemplar) aquella placidez.
La camarera vestida de ficha de dominó (una de tantas entre un ejército de camareros), la que le había servido una copa y otra copa, tan atenta y pendiente del bienestar de sus clientes, al notar su extrañeza, se vino frente a él y le preguntó: "¿Le ocurre algo? ¿Se encuentra bien?"
"Siento rabia." -le contestó el señor. "Una rabia inmensa de procedencia desconocida y que -intuyo- pronto no seré capaz de controlar."
"¿Le ha mordido un perro, un lobo, un zorro, acaso un murciélago?" -le interrogó la camarera.
"No." -dijo el señor. "Ningún animal me ha mordido."
"¿Entonces?" -insistió la camarera, protegida del señor con su ajustado delantal negro.
"Creo que ha sido la vida."
"¿La vida?"
"Sí, la vida. Creo que ha sido ella la que me ha trasmitido el virus. Un bocado a la derecha, sobre la cintura, bajo las costillas."
"¿Y qué diría usted, que se encuentra en la fase prodrómica o en la neurológica?"
"La verdad, no sabría qué decirle."
"Me preocupan sus ojos..., me mira usted de una manera..."
"Para relajar la tensión le propongo que nos tuteemos."
"De acuerdo. Pero entonces, dime, ¿cómo me ves?"
"Sé que antes vestías de negro y blanco. No entiendo por qué ahora te has disfrazado de rojo."
"No he cambiado mi uniforme, será la luz del atardecer que me ilumina de otra manera."
"Será la luz."
Salvador Alís.
sábado, 20 de agosto de 2016
LA LENGUA DEL PÁJARO
LA LENGUA DEL PÁJARO
La lengua de pájaro carpintero, extraordinariamente larga, da la vuelta a todo su cráneo: comienza sobre el pico, en los orificios nasales, pasa por encima de sus ojos, rodea su cerebro, se bifurca ante su cuello para luego volverse a unir, entra por la base del pico y aún sale de él con la longitud suficiente para atrapar a los insectos ocultos en los agujeros de los árboles que practica.
Algunos pájaros hacen su propios nidos y otros invaden los que no les pertenecen.
Algunos pájaros vuelan en bandadas y otros en solitario.
Algunos pájaros, los más jóvenes, se apuntan al coro de iniciados
y compiten con sus picos y su canto.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros poseen dientes afilados, que sólo muestran en ocasiones.
Algunos pájaros tienen cuatro alas, seis, ocho, doce..., una o ninguna.
Algunos pájaros pían por piar.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros tienen la lengua larga, otros la tienen corta
y otros ni siquiera tienen lengua.
Algunos pájaros dicen "pio" y otros dicen "poi".
Algunos pájaros vuelan bajo y otros vuelan más alto.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros imitan con su canto a otros y desconciertan a los oyentes.
Algunos pájaros cantan por la mañana y otros por la noche.
Algunos pájaros se comen los huevos ajenos.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros se zambullen en el agua y otros en las nubes.
Algunos pájaros no vuelan por más que lo intenten.
Algunos pájaros son omnívoros y otros apenas carroñeros.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros no son realmente pájaros sino pingüinos, aves marinas.
Algunos pájaros se tragan mil hormigas en un día.
Algunos pájaros son capaces de copiar el lenguaje humano.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros no duermen o duermen en el aire.
Algunos pájaros se mueren de frío.
Algunos pájaros son de metal y van armados.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros se estrellan contra los cristales, se rompen el pico.
Algunos pájaros no tienen cerebro, sólo lengua.
Algunos pájaros dominan muchas lenguas, pero guardan silencio.
Así no hay manera de entenderse.
Mi lengua es corta y mi entendimiento es largo -piensa un pájaro.
Mi entendimiento es corto y mi lengua es larga -piensa otro.
Y sin embargo, el pensar no se hizo para los pájaros.
Así no hay manera de entenderse.
Salvador Alís.
.
La lengua de pájaro carpintero, extraordinariamente larga, da la vuelta a todo su cráneo: comienza sobre el pico, en los orificios nasales, pasa por encima de sus ojos, rodea su cerebro, se bifurca ante su cuello para luego volverse a unir, entra por la base del pico y aún sale de él con la longitud suficiente para atrapar a los insectos ocultos en los agujeros de los árboles que practica.
Algunos pájaros hacen su propios nidos y otros invaden los que no les pertenecen.
Algunos pájaros vuelan en bandadas y otros en solitario.
Algunos pájaros, los más jóvenes, se apuntan al coro de iniciados
y compiten con sus picos y su canto.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros poseen dientes afilados, que sólo muestran en ocasiones.
Algunos pájaros tienen cuatro alas, seis, ocho, doce..., una o ninguna.
Algunos pájaros pían por piar.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros tienen la lengua larga, otros la tienen corta
y otros ni siquiera tienen lengua.
Algunos pájaros dicen "pio" y otros dicen "poi".
Algunos pájaros vuelan bajo y otros vuelan más alto.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros imitan con su canto a otros y desconciertan a los oyentes.
Algunos pájaros cantan por la mañana y otros por la noche.
Algunos pájaros se comen los huevos ajenos.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros se zambullen en el agua y otros en las nubes.
Algunos pájaros no vuelan por más que lo intenten.
Algunos pájaros son omnívoros y otros apenas carroñeros.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros no son realmente pájaros sino pingüinos, aves marinas.
Algunos pájaros se tragan mil hormigas en un día.
Algunos pájaros son capaces de copiar el lenguaje humano.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros no duermen o duermen en el aire.
Algunos pájaros se mueren de frío.
Algunos pájaros son de metal y van armados.
Así no hay manera de entenderse.
Algunos pájaros se estrellan contra los cristales, se rompen el pico.
Algunos pájaros no tienen cerebro, sólo lengua.
Algunos pájaros dominan muchas lenguas, pero guardan silencio.
Así no hay manera de entenderse.
Mi lengua es corta y mi entendimiento es largo -piensa un pájaro.
Mi entendimiento es corto y mi lengua es larga -piensa otro.
Y sin embargo, el pensar no se hizo para los pájaros.
Así no hay manera de entenderse.
Salvador Alís.
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miércoles, 17 de agosto de 2016
DEFINICIÓN DEL CAOS
DEFINICIÓN DEL CAOS
"Una vez que uno ha visto el caos, debe construir algo para ponerlo entre
uno y esa terrible visión, entonces crea un espejo, pensando que en él
reflejará la realidad del mundo, pero luego comprende que el espejo sólo
refleja las apariencias y que la realidad está en otro sitio, detrás
del espejo. Y entonces recuerda uno que detrás del espejo sólo está el caos."
John Banville
¿Podría definifirse el Caos como una anomalía? ¿Y por qué no? Lo cierto es que cualquier cosa puede definirse como cualquier cosa. ¿Qué nos impediría, siendo así, afirmar que el mono es un semi-hombre que imita los gestos de los hombres; que la duda y la cobardía son un ser desconocido que calza zapatos negros adaptados a sus pezuñas; que un círculo es un cuadrado; que una ley matemática, pretendiendo ser luz, sólo es tiniebla; que la libertad es una jaula latiente cuyos barrotes se abren o separan al máximo cuanto más lejos de ellos nos situemos (es decir: en el centro de la jaula) y se cierran o acercan al máximo cuanto mayor sea nuestra proximidad; que una rosa amarilla es un león vegetal, las espinas de su tallo las uñas de su garra, sus bigotes los estambres (filamentos y antenas); que un lema es un sígueme si puedes, hasta el final?
¿Cómo vamos a creer que el Caos Primigenio consistía en la confusión de todos los elementos existentes antes de la organización del Universo, si luego aconteció un Universo Organizado? Lo que ha de devenir en un orden no puede sino ser ya en potencia un orden. A no ser que el universo actualmente existente siga siendo confuso y contenga en su trayectoria la claridad de una dirección y el desorden de un proyecto.
Alguien debió decir, en algún momento, que el Caos es algo que únicamente está en mi cabeza. ¿Será lo que piensa la mujer que cruza la calle bajo mi balcón, alumbrándose con la luz de su móvil, incapaz de pisar la sombra que proyecta y que, por ese motivo, se da la vuelta y camina de espaldas, mientras el juego superior de las luces de las farolas va cambiando delante y atrás la sombra de la que no puede desprenderse, la sombra que ella trata de evitar con su propio juego de darse una y otra vez la vuelta, sin conseguir evitarla?
La matemática más simple sirve para lograr simples objetivos, por ejemplo: construir una silla. Todo el mundo sabe que una silla normal debe tener cuatro patas, pero todo el mundo puede aceptar que tenga más de cuatro (ahí no existe problema) y hasta un mínimo de tres. Más difícil es concebir una silla de dos patas o de una, pero la matemática y también la física dicen que es posible, que todo depende del centro de gravedad y de la anchura de la base de apoyo. Incluso una silla de una sola y delgada pata, cuyo asiento se encontrase desplazado respecto a su centro o eje de gravedad sería estable si esa pata se hundiera a la suficiente profundidad en el suelo. Una simple silla no tiene porque representar un sistema caótico; tampoco una silla compleja o muy singular.
Los monos semi-hombres se parecen a las clásicas sillas, se sustentan sobre cuatro patas, pero de vez en cuando se yerguen sobre las dos traseras para imponer respeto y golpearse el pecho como definición de su hombría. Y algunos zapatos de tacón de aguja, sin hundirse en el suelo, más bien haciendo saltar chispas en su constante roce con el cemento, el mármol, la piedra viva..., podrían definirse (frecuentemente) como hembras humanas erguidas. Imaginen a la hija de Minos y Parsífae, tratando de salvar a su ¿enamorado? Teseo, corriendo por el laberinto sobre zapatos de tacón mientras desovilla su ovillo perseguida por el Minotauro: eso es un sistema caótico. ¿Acaso Ariadna no acabaría enredándose en su propio hilo, que se cruzaría una y mil veces con su sombra y sus tacones (en el caso de que el laberinto estuviera iluminado con antorchas)? ¿Pueden seguirme todavía?
Si el Caos es en resumen una ausencia de orden, ¿qué es entonces el Mundo? Si definimos el Mundo como un conglomerado de átomos donde es posible que alguien, mediante el eterno juego de la superación, haya provocado una reacción en cadena utilizando uranio y plutonio, neutrones y sus propiedades (y otros elementos conocidos o desconocidos, controlados o descontrolados), cuyo resultado fuera Little Boy, Fat Man, Hurricane, Bomba del Zar o Nº 6..., ¿entonces qué es el Mundo?
Un sistema caótico es la Guerra (que puede definirse como una mariposa-lanzallamas), de imprevisibles consecuencias; la Economía Global, que produce altos intereses de incertidumbre; la Justicia Misteriosa (sin variaciones sustanciales desde el primer párrafo de El proceso: "Alguien debía de haber calumniado a Josef K., pues sin que éste hubiera hecho nada malo fue arrestado una mañana."); los viajes espaciales, por su fascinación ante el Caos y la posibilidad de hallar escenarios imprevistos; la imposible pretensión de vivir en la Verdad ("De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes.", según Renard); la Amistad, que apenas se sustenta en los ocasiones; el Sexo, que se sustenta apenas en instantes de ocasiones; el Tiempo, del que ignoramos de dónde viene y a dónde va y, de paso, a dónde nos lleva; la Música, que a través de sus variados sonidos provoca estímulos diversos en nuestras neuronas y reacciones en cadena que provocan la Explosión Total (definida como la voz de los dioses); la Selva, que es el otro laberinto no trazado por los hombres, donde el comportamiento errático de las fieras, los reptiles, los insectos..., nos impiden conocer (o elegir) el camino transitable. ¿Aún no se han perdido?
Decir que el Caos es equiparable a la Libertad y que el Orden implica la ausencia de Libertad ¿es tal vez una exageración? ¿Es competir sin miedo? ¿Es negar las reglas establecidas por el Orden y para el Orden? ¿Es jugar en desventaja? ¿Ser consciente de que el Gran Orden depende de un pequeño orden aleatorio? Una insignificante modificación en la maquinaria del Orden puede dar lugar a la poesía. Lo que cada cual entienda como poesía me trae sin cuidado.
La poesía no es el Caos, aunque lo puede contener y asimilar; pero siempre lo expresará a su manera. El Caos no permite conocer el futuro, porque su lanzamiento es en todas direcciones y en ninguna; la poesía, sin embargo, busca el centro, la posición adecuada desde la que contemplar el espectáculo de la jaula latiente abriendo sus barrotes, acción que la jaula no puede evitar dado que se la piensa con un pensamiento centrado, antinomia en el seno del Caos y del Orden que inclina la balanza según el peso del instante, de la escritura, de la lectura y del lector.
Son numerosas las palabras del Caos, arbitrarias las definiciones, inexactas las premisas y quizá ilógica la exposición, pero ¿quién se atreverá a negar que todo Caos muere por sí mismo, y que ese morir por sí mismo lo define, le otorga exactitud y repele todo ataque? Me asomo al balcón por última vez esta noche (¿realmente será la última vez?) y veo una silla abandonada en una esquina; tiene cuatro patas y ruedas en las patas pero no se mueve, está quieta o aquietada; no sirve como definición del Caos.
Definición de tacones de aguja: un hilo pasa por el ojo de una espina del tallo de una rosa para coser en un papel mis palabras sobre una mujer que me visita en mi última jaula, donde quizá se abra una ventana a un paisaje de árboles y flores y un estanque circular (cuadrado) con pececillos rojos y dorados, y yo escriba o pinte con mi última sangre. El Caos no es para bien ni para mal, es simplemente lo que es, una anomalía sujeta a sus propias reglas, por mucho que dichas reglas nos parezcan incomprensibles. Si llegaron hasta aquí, sepan que aquí no significa un final.
Salvador Alís.
lunes, 15 de agosto de 2016
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