sábado, 27 de febrero de 2016

"DE AUGMENTIS SCIENTIARUM"

'Francis Bacon, Viscount St Albans' as a boy. Stipple engraving by F. Holl after A. Hughes. Wellcome Library, CC-BY-NC  

     "Así como ciertamente no puede conocerse o probarse bien la mentalidad de nadie sin irritarlo, también la naturaleza artificialmente irritada y maltratada se exhibe con mayor claridad que cuando puede brindarse libremente." 

Francis Bacon (1561-1626) citado por Max Horkheimer. Crítica de la tazón instrumental. Sur. Buenos Aires. 1973, pág.: 60.

jueves, 25 de febrero de 2016

ALTERACIONES

ALTERACIONES

Y a pesar de las palabras, leídas y releídas como escritas por un extraño,
soy consciente de que junto al árbol crece una vid que compite con el árbol,  
una vid gigante que lo iguala en altura y lo supera, y cuyos frutos, 
más pronto que tarde, caerán como granizo sobre la tierra.  

En la sangre, como en los ríos y en las aguas subterráneas y en los mares,
hay vidas minúsculas, formas y significados
que aparentando indiferencia
se encuentran, sin embargo, en íntima relación unas con otras,
dependiendo éste de aquél y cada célula de otra célula o del flujo general,
como cada hoja de un árbol (contra el crepúsculo enrojecido
por un sol que se desvanece y estalla) prendida de su rama,
y esa rama nacida de otras mayores,
y todas, finalmente, de su tronco, y éste de sus raíces y ellas del suelo
y sus nutrientes que, a su vez,
necesitan a la lluvia que cae de los cielos,
donde se forman las nubes por evaporación de los ríos y los mares,
los lagos y las lagunas,
sin que el círculo acabe nunca de cerrarse,
pues es condición imprescindible (para la vida) que permanezca abierto.

En la sangre conviven células redondas y ovales,
planas como platillos, esféricas como planetas, cuadrangulares,
pentagonales, piramidales, filamentosas, inquietas,
tranquilas, voraces, grandes y pequeñas, transparentes,
singulares y plurales, llenas y vacías, agresivas y cobardes,
silenciosas y musicales, calientes como cuerdas de un violín,
frías como una pluma perdida en el invierno.

En la sangre se han producido alteraciones,
algunas formas (sin previo aviso) han mutado o se transforman
en otra cosa por determinar. Y circula esa sangre,
como la savia en un árbol viejo a través de sus xilemas,
ascendiendo o descendiendo (he aquí el enigma),
y trazando a su paso el inmaterial entramado del alma contemplativa
y arbórea donde la delicada ardilla encontró refugio
para esconder su nuez.

Halcones entrenados para la captura y el rapto
se precipitan sobre las hojas, sobre las células, silbando,
y asustan con su preciso vuelo a todos los habitantes del plasma:
hematíes y eritrocitos, plaquetas, linfocitos, macrófagos,
eosinófilos, basófilos y neutrófilos, agua y sales,
albúminas, globulinas y fibrinógenos, lípidos, glucosas,
células y fragmentos de células, corpúsculos y glóbulos,
algas negras, arcillas rojas, piedras blancas y cristales,
grasas y ácidos, ureas y alcoholes y un sinfín de otras sustancias
débiles y asustadizas.

Cuando el Cetrero Mayor libera al halcón de su capucha,
se lanza éste como recta flecha y justa amenaza
contra todo objetivo señalado, pero en su velocidad ignora
que la sutil ardilla ha encerrado su cerebro en una nuez,
y a la nuez en un frondoso árbol, y que el árbol,
que vive por el sol, por la lluvia y por el aire, no se conmueve ni altera,
no muere por cáncer ni por infarto, y protege por igual
a toda criatura que en él busque sombra, cobijo o alimento.

Salvador Alís.





  

martes, 23 de febrero de 2016

PINK FLOYD / TIME

¿QUÉ HACER O NO HACER?

¿QUÉ HACER O NO HACER?

Alguien dijo que el Tiempo se estaba acabando. La prensa y otros
medios de comunicación ampliaron la noticia. Las reservas de tiempo
se agotaban, de eso no cabía duda. No tardaron en alzar la voz
los opositores, los contrarios: el Tiempo aún duraría
lo que durase el sol, miles de años; aún duraría
mientras no se precipitara sobre nosotros un gran asteroide;
aún duraría mientras los océanos estuvieran vivos,
mientras la atmósfera asimilara los venenos y mostraran los vientos
su furia regeneradora. Los más radicales sostenían
que el Tiempo era eterno, que no era concebible un final.

Pero la idea, como suele ocurrir cuando es molesta o inquietante,
se fue instalando en muchas formas de pensar. Cercano el día
en que debamos beber Tiempo desalado. Y la preocupación
fue aumentando y haciéndose general. ¿Cuánto Tiempo nos queda
por vivir? ¿Por qué no llueven días, horas, minutos, segundos?
¿De qué se nutre el Tiempo? ¿Qué hace falta para durar?

Una parte significativa de la población mundial,
la que todavía era capaz de contemplar conceptos abstractos,
cualquier cosa más allá del simple "yo mismo",
comenzó a preguntarse qué hacer
si fuera cierto que el Tiempo llegaba a su término,
si tras la meta alcanzada ya no existiera más futuro.

Fueron convocados filósofos y físicos, astrónomos y astronautas,
expertos de toda valía y condición
y hasta los herederos del inventor del reloj de pulsera.
"Hay que darle la vuelta a todo -se apresuraron unos-,
despertar en lugar de dormir, ayunar en lugar de comer,
practicar la castidad, callar, permanecer quietos,
mirar una pared desnuda..." Otros opinaron la solución inversa:
"Dormir y soñar sin pausa, buscar la alegoría y la pornografía,
alimentarse hasta la saciedad, perder el miedo a las palabras,
confiar en la aceleración constante y vigilar
en el mundo entero hasta la mínima oquedad..."
Y hasta hubo quienes se alzaron con propuestas incongruentes:
"Si es verdad que el Tiempo se acaba
podemos recurrir al clásico truco de los músicos del Titanic.
Hagamos música."

Pero la música sentida sólo se percibe como tal
cuando uno está por morir. Lo demás es jolgorio y pérdida.
Si realmente el Tiempo se acaba, ¿quién escuchará esta canción?

Al menos yo, que no temo esa conclusión, escucho lo que me place,
me acuesto cuando me da la gana,
sueño antes de dormir, busco cierta armonía entre la comida
y el ayuno, me complazco con mis silencios y mis delirios,
tan necesarios unos como los otros, observo todo
a mi alrededor y adopto la posición del loto
tanto frente a la pared vacía como a la ventana iluminada.

Pensar y hacer. No pensar y no hacer. O pensar y no hacer.
O no pensar y hacer. El Tiempo parece que se agota,
la duda persiste y la decisión no ha sido tomada.

Uno se da cuenta de que verdaderamente el Tiempo (o su tiempo)
acaba cuando comienza a repetir las mismas palabras,
imágenes, sentencias, cuando los recuerdos son poderosos
y se imponen, cuando nada nuevo nace
y llega el agua desalada.
Mas si el futuro se alimenta del pasado, si el pasado
es abundante y complejo, nos quedará entonces todo por vivir.

Los ancianos dijeron: "Sí, el Tiempo se agota."
Los niños respondieron: "Falso. Recién ha comenzado."
¿Quién tiene razón? ¿Quién se equivoca?
La decisión está tomada. Se sube la escalera y,
en un momento impreciso, se baja la escalera. Imposible saber
cuando nos damos la vuelta, cuando cambiamos la dirección.
Más y menos es lo mismo. La diferencia es despreciable.

Si existe un dios de dioses, ese dios se llama Tiempo.
Avanzar y retroceder, subir y bajar, hacerse adulto, hacerse viejo,
penetrar o ser penetrado por el secreto..., todo es lo mismo.

"Y como todo es un juego -dice un humilde maestro relojero-
entre alfa y omega, entre el principio y el fin,
yo decido que mis saetas apunten a la esperanza."

Salvador Alís.











domingo, 21 de febrero de 2016

¿QUÉ HACER CON LAS COSAS INÚTILES?

¿QUÉ HACER CON LAS COSAS INÚTILES?

¿Qué hacer con los cuchillos sin filo? ¿Con las cartas no escritas, las escritas y no enviadas, las respuestas que no llegaron? ¿Qué hacer con las cucharas que ya no son capaces de achicar el agua? ¿Con el odio, el rencor, la venganza no cumplida, el temor, la ira? ¿Qué hacer con los tridentes y los mondadientes? ¿Con los dientes de leche? ¿Qué hacer con el reloj dorado que se detuvo a las tres y cuarto y con su caja -esfera terráquea- con sus mares y continentes? ¿Con el Ulysses del que tantos hablan y tan pocos han leído? ¿Qué hacer con el asa de un maletín que ya no existe? ¿Con los raros moldes de zinc para fabricar cigarros puros? ¿Qué hacer con la escena galante grabada en cobre? ¿Con la flor pintada? ¿Qué hacer con la estilográfica de piel de leopardo, con la Parker de acero que no deja fluir la tinta, con el porta-lápices verde oscuro? ¿Con los bisturíes sin usar? ¿Qué hacer con las piedras de otras islas, playas, montañas, volcanes? ¿Con los huesos y los fragmentos de huesos, con las cruces, con el juego de compases, con la rana de bronce, con la moneda cuadrada? ¿Qué hacer con la cabeza reducida por los jíbaros, con el límpido cráneo de un gato? ¿Con las hebillas de latón, los pendientes de oro falso, el anillo de plata roto que muestra una desgastada calavera? ¿Qué hacer con los 428 tapones de corcho que abandonaron sus botellas? ¿Con el collar de colmillos de metal y los dos colmillos de jabalí? ¿Qué hacer con las manos de Durero, con la alta jarra de porcelana inglesa? ¿Con el Guernica en miniatura, con el diminuto conejo de punto, con los azulejos azules de 3 centímetros cuadrados? ¿Qué hacer con tu nombre -letra junto a letra- escrito es 6 dados? ¿Con el pequeño laberinto y las letras del abecedario? ¿Qué hacer con el imán que no descansa, con el metacrilato siempre transparente? ¿Con las piezas insignificantes que dan solidez a una caja? ¿Qué hacer con una caja que contiene otras cajas? ¿Con los elementos independientes? ¿Qué hacer con Diógenes y con el síndrome de Diógenes? ¿Con las palabras ausentes, con todas las que faltan, con las que sobran? ¿Qué hacer con los dedos que no envejecen, con las uñas cortadas? ¿Con los caballitos de goma endurecida de donde se cayeron sus jinetes? ¿Qué hacer con la tabaquera tallada y barnizada hace 50 años? ¿Con los amores que no fueron, no duraron, no supieron o no quisieron ser? ¿Qué hacer con los caminos andados a la inversa y los simplemente despreciados? ¿Con los teléfonos que no llaman y los teléfonos que no responden? ¿Qué hacer con el fuego que no arde, con el árbol consumido? ¿Con los pétalos de una rosa desaparecida de la que se percibe aún su profundo aroma? ¿Qué hacer con la noche interminable y con la interminable sucesión de las noches? ¿Con los ojos que ya no miran nada, que no ven nada, que nada persiguen? ¿Qué hacer con uno mismo, que decisión tomar? ¿Y cómo saber si lo inútil no será útil todavía? ¿Cuándo poner punto y final, cuándo cerrar el círculo de los interrogantes? ¿-------------?

Salvador Alís.

jueves, 18 de febrero de 2016

JULIA LESHNEVA / LASCIA CHIO PIANGA

CONSEJOS PARA MENDIGOS

CONSEJOS PARA MENDIGOS

Los mendigos de Brueghel
Pieter Brueghel "El Viejo". Los mendigos. S. XVI.


Durante siglos fue imagen habitual: mendigos pidiendo limosna en las puertas de las iglesias. Los buenos cristianos y, sobre todo, las buenas cristianas, depositaban en las manos sucias o dañadas, viejas manos enfundadas en el invierno en rotos guantes de lana, pequeñas monedas contradictorias donde concurrían sin conflicto generosidad y avaricia.
Lo importante era el gesto, aparentar ante dios que algo se daba (en realidad puro engaño y auto-engaño), pero dios miraba hacia otro lado y los ojos eran vecinos y feligreses.
En nuestros días ya la imagen es rareza; pareciera que los santiguados se han cansado de fingir. Con la oportuna escusa de la crisis, los creyentes acuden a sus confesiones (terapias gratuitas impartidas por seudo-psico-teólogos) con los bolsillos vacíos.
Mejor los centros comerciales y, si me apuran, hasta las sedes de los partidos políticos (a ser posible en presencia de periodistas y cámaras de televisión); allí circula el dinero a raudales.
En cuanto a los supermercados, una advertencia para el mendigo solitario: si decide apostarse a sus puertas corre el peligro de tener que hacer frente a una mafia que defenderá con voces incomprensibles y con duros garrotes el lugar.
Mención aparte merecen las taquillas instaladas en el exterior del super de ECI (lo sé por experiencia propia): en un minuto, con el disimulo de depositar una simple bolsa de plástico vacía, puede uno hacerse fácilmente con 2 ò 3 euros; la gente es olvidadiza y a menudo no recupera la moneda del cajetín.
Los mendigos que piden en las calles, no arrodillados y pretendiendo infundir lástima (esa es otra historia), sino abordando a los transeúntes en las aceras próximas a las paradas del bus, fracasan cuando utilizan la justificación del transporte; tendrían más éxito diciendo la verdad, porque cualquiera sabe que no van a ninguna parte, diciendo por ejemplo: "¿Me daría usted un euro para comprar vino?".
La mentira o la intuición de la mentira activa nuestras defensas, despierta la desconfianza; la sinceridad produce empatía.
Tampoco sería mala idea no pedir a cambio de nada sino ofrecer (o intentar vender) alguna cosa: una vieja postal o quién sabe qué objeto humilde y curioso hallado en un contenedor (hoy en día se tira a la basura hasta el alma, la propia o la de otros, entera o a pedazos), un garabato hecho en una hoja de libreta con un lápiz o bolígrafo baratos (como obra auténtica y firmada), un poema o incluso una escueta sentencia que tuviera que ver con la filosofía de la mendicidad. Otras mercancías pueden considerarse, menos el oro falso y las corbatas.
Lo que quizá ignoran muchos mendigos (o lo saben y lo desprecian) es que con un poco de esmero, aseo y buenos modales, podrían comer en los mejores restaurantes, no siempre, eso es claro, sino en contadas ocasiones, por ejemplo el día de su cumpleaños )si acaso lo recuerdan); nada como hacerse pasar por un excéntrico y, con el postre, hallar una piedrecilla, una esquirla de cristal o unos cabellos de distinto color en la mousse de chocolate.
Las mismas condiciones para beberse al menos media botella de un trago de los mejores vinos de un club de gourmets; el aspecto y la discreción son fundamentales, y un sacacorchos comprado en un bazar. Allí donde más seguros se sienten, donde la sospecha es mínima, es donde resultan más vulnerables.
La debilidad del mendigo es su soledad inapelable, a veces su carácter tosco e insolidario (respecto a los  semejantes y contrarios, aunque no hacia sus animales de compañía).
Hace años (supongo con alguna tristeza que ya deben haber muerto) conocí en el aeropuerto de Palma a una anciana mendiga de gran dignidad: no aceptaba nada para ella pero sí todo para su hermoso gato, del que no se separaba o no podía separarse, y que solía dormir sobre una mullida manta en la parte superior de un carrito para maletas donde ella portaba sus pertenencias. Le regalé en varias ocasiones latas de comida; su dulzura al darme las gracias en nombre del gato (al que me permitió acariciar pero no molestar) fue una preciosa recompensa de felicidad.
Pueden confundirse; no son iguales. No es lo mismo un buscavidas que un mendigo; el primero se las sabe todas; el segundo muestra apenas su indiferencia o su desapego. "No me interesa nada y mi sombra es la muerte" -dice el mendigo. "Me interesa todo y el sol que más calienta" -dice el buscavidas. Uno y otro sobreviven a su manera, negando o insistiendo.
Con las limosnas de un buen día se puede comprar una pistola de imitación para asustar a los fantasmas. El miedo no se compra, aparece. La muerte no se convoca, nos acompaña. La cruz no se hace si no se superponen dos líneas perpendiculares, dos líneas que se proyectan en direcciones divergentes.
Si algún día (dios no lo quiera) te ves como mendigo, intenta alquilar un traje (de etiqueta o de payaso, a tu libre elección) y no te arrodilles ni escribas tu escueta biografía en un cartón con faltas. No busques refugio en antesalas de bancos, allí acostumbran a mear los acomplejados. Entra en un museo y rasga con un alambre afilado el cuadro más famoso. Y di, cuando te detengan, sin oponer resistencia, que tú lo hubieras pintado mejor.

Salvador Alís.