LA CAJA VACÍA (SEGUNDA PARTE)
Imaginen una caja vacía, cerrada herméticamente, que da vueltas en el espacio alrededor de una estrella o planeta, como una pequeña luna cúbica.
Es evidente que esa caja puede contener algunas cosas y otras no. Puede contener, por ejemplo, un sistema filosófico completo y definitivo, que reduzca por comparación a todos los sistemas filosóficos conocidos a meros balbuceos (palabras inconexas que no significan nada ni dicen nada ni aclaran nada).
Puede contener una ley universal que aglutine y supere todas las leyes conocidas. Pero no puede contener, de ninguna manera, solamente un ruido.
Un ruido no puede encerrarse en una caja hermética. Un ruido, para serlo, para tener existencia, necesita una causa generadora, una fuente, y también necesita ser escuchado. Si nadie escucha, el ruido no es. Si nada lo produce, no se da y, por tanto, no existe.
Un personaje público puede ser metido en una caja porque en ese momento es mediático. Un personaje histórico, porque es admirado o repudiado. Un conjunto de personas relacionadas puede ser metido en una caja porque eso responde a ciertos intereses. La claustrofobia es un arma que disocia, separa a una idea de otra, las hace chocar entre sí.
Ahora imaginen dos cajas vacías cuyas órbitas se cruzaran y las hicieran coincidir en un punto exacto del espacio y del tiempo ¿Produciría la colisión algún ruido; se produciría sólo en el exterior o también en el interior de las cajas?
¿Es posible el ruido en el vacío? ¿Qué alcance tienen las ondas sonoras, hasta dónde llegan o podrían llegar en determinas situaciones, qué las detiene?
Esas posibles ondas sonoras, ¿atraviesan los obstáculos, pierden intensidad, se desvían de su trayectoria ante ciertos estímulos? Esas ondas sonoras imaginables, ¿a qué velocidad se mueven, cuál es su frecuencia?
Entro y salgo de mi caja cuando me apetece, y en ella alzo la voz o guardo silencio. Lo que ocurre en mi caja sólo a mí me incumbe. Esa caja única, que me pertenece, no tiene puerta ni aberturas y se llama consciencia. Dentro de ella hay otras cajas: la inconsciente, la inversa, la que ni siquiera da vueltas (no gira en el espacio) pues se ha detenido en un lugar equidistante entre dos estrellas (sin ser afectada por las fuerzas de gravedad de una ni de otra), la caja que, estando dentro, está fuera igualmente y es, al mismo tiempo, continente y contenido... Y así cajas y más cajas hasta un número inconcebible e indeterminado.
Entrar y salir de las cajas no es tarea cómoda; a veces tampoco es gratificante. ¿Es necesario?
A nadie exijo que entre en mi caja, lo que, por otra parte, es imposible. Pero la curiosidad de algunos me hace sospechar que están atentos a cualquier ruido.
Si el ruido no tiene razón para ser melodía, ¿qué esperan escuchar?
Si en la caja hay palabras, en las palabras hay música.
Si en la caja hay música, hay instrumentos.
Si hay instrumentos, hay percusión (y hasta repercusión y eco), hay cuerdas, hay vientos.
Uno puede entrar en una caja, atravesar un espacio-tiempo acústico, y salir por otra caja distante o muy distante de la primera.
Alguien me dice que una caja debería preocuparse solamente por lo que ella contiene y no por el contenido de otras cajas. El nombre de esa caja es resignación. Otro sentido de la justicia es saber que uno no está solo en su caja sino que comparte el espacio vital, el hermetismo, de otras cajas.
Un mago cualquiera puede entrar en una caja -silencio y expectación- y, al abrirse de nuevo la caja, el mago ya no está, ha desaparecido. Esa cualidad de las cajas mágicas maravilla a muchos y es entendida por pocos.
El efecto de asombro se incrementa mediante la manipulación de luces. Se juega con ellas: algunas se atenúan, se apagan, se encienden, amplifican su brillo o ciegan.
Cada mago de tres al cuarto (o de pocas luces) habla estando ausente de su caja. Todas las voces mezcladas son ruido que no se oye.
Únicamente el que presenta el espectáculo consigue ordenar el desorden sonoro, presentarse a sí mismo, presentar al farsante, anunciar el número, solicitar aplausos. Pero los aplausos solos (como el ruido), sin sus correspondientes manos, no se pueden encerrar en una caja vacía.
Cuando quiero descansar de los dioses y de los magos de mala suerte, entro en la caja de cartón de mis gatas. En ella no me afectan augurios de ninguna clase; adopto la posición del gato y su punto de vista: la caja vacía no existe, es una simple construcción mental.
¿Hay (o puede haber o concebirse) cajas espías, cajas que ocultan en su interior no hermético, grabadoras de alta potencia y largo alcance?
¿Hay cajas vigilantes, cajas infiltradas en otras cajas con ojos fieles que repiten ante su amo lo visto y no aprendido?
¿Hay una caja que todo lo ve, al otro lado del espejo?
Una caja hermética, sellada, vacía, cuyas paredes constituyentes fueran espejos, ¿qué reflejaría sino sus propios ángulos?
Un ángulo lo forman al menos dos líneas, dos planos que se cortan o interrumpen al encontrarse.
Mi caja nocturna y mi caja diurna. Mi caja lenta y mi caja veloz. Mi caja de vida y mi caja de muerte. Mi caja que sabe y mi caja que ignora. Mi caja parlante. Mi caja que hoy -3 de enero de 2017- enmudece.
Mi caja pintada y mi caja por pintarse. Mi caja hecha y mi caja que se deshace.
De repente -y para finalizar- Sombra le da un tremendo zarpazo a la caja de cartón. Nube muerde sus bordes para agrandar los agujeros. Y Lolita contempla desde una distancia prudencial las acciones relatadas, como si nada le incumbiera, ajena y mayestática (diosa blanca siempre junto a mí), la más temible de las diosas, aquella que jamás tiene necesidad de mostrar sus garras.
Una caja que apenas fue consciente de ser caja hace treinta segundos, pretende ser LA CAJA.
Una CAJA envejecida prematuramente y ya derrotada no es capaz de escapar de LA CAJA mayor que la contiene y, tal como se ve, la asfixia sin contemplaciones.
Una CAJA llena de fuerza motriz es un regalo cuyo lazo ato y desato.
Rompo LA CAJA que encierra MI CAJA entre sus espejos y me ofrezco como fragmento entre fragmentos.
Y si alguien pretendiera saber qué demonios encierra esta caja vacía, la recomendación más sensata es que escuche (con los oídos y con los ojos) la canción hasta el final. La cantante desnuda sale de su caja para complacer.
Pero si ustedes no salen de sus cajas por miedo a ser complacidos -o por esa complacencia inherente a su actitud-, ese no es mi problema, es el suyo.
Quizá la responsabilidad de una caja vacía, herméticamente cerrada y sellada y aislada, sea obedecer fuerzas y fórmulas cuya ecuación es igual a cero.
Sin el cero nada es posible en nuestro sistema, epopeya, mito, batallas perdidas y ganadas, laberintos y circos, danzas de difuntos y bailes de esqueletos.
El sicario acaricia una pistola que no tiene, con la que sueña. Pero mi ángel de la guarda hace ya tiempo que me regaló una pluma estilográfica.
Una playa vacía, de arena dorada y cantos rodados y cochas de nácar vencidas, una playa así, no la contiene ninguna caja. ¿No existe caja que la contenga o no existe la playa?
La noche es una caja perfecta cuando la oscuridad no tiene fisuras.
Imaginen que en este escenario las cajas fueran esferas, algo semejante a una mesa de billar y sus bolas numeradas, la blanca y la negra. El impulso de mi taco, cuya punta recubrí con tiza, orienta a cada bola a su agujero. Y Lolita contempla las acciones relatadas.
El fabricante de cajas -puedo decirlo- está orgulloso de su aprendiz. El maestro sospecha que pronto será superado por su alumno. De ahí su satisfacción, pues nada desea más el maestro que ser relevado por el alumno, preparado ya para la sustitución.
Te doy mi caja de JUSTICIA. Es una caja que no se debe abrir, mas se debe respetar. Si la abres, no la entiendes; aléjate de ella y lo comprenderás.
Abro una caja al azar y encuentro un hacha; en otra, un libro de poemas; en otra, un dibujo o una pintura que da miedo mirar. Hacha, poema y pintura, ¿qué representan?
Pongo todas mis fichas sobre la mesa y apuesto para ganar o perder. En realidad no tengo nada que perder, por eso tú arriesgas más que yo. ¿De verdad quieres apostar conmigo?
Cuando tú naciste en tu caja, yo en la mía ya había perdido sumas considerables. Acostumbrado, pues, a perder, ¿cuál es tu reto?
Si miro mi ombligo sólo veo una oquedad, ¿acaso tú, contemplando tu ombligo, ves una caja fuerte cuya combinación sólo a ti ha sido revelada?
Hace tiempo que mis risas fueron capturadas por LA CAJA DE LA RISA. Permite que me ría como debo reírme. Me quito la ropa y los disfraces para estar menos contenido en mi caja. Y tú, ¿qué haces mientras tanto? ¿Cuál es tu disfraz, cuál es tu juego?
Abro una caja al azar y de ella surge mi pasado. Mi caja de futuro fue abierta hace ya tanto tiempo...
Ni tú ni nadie podéis decirme impunemente que habéis llegado donde yo he llegado. Contente todavía, no pretendas saber más de lo que sabes. Te queda tanto por aprender...
Si lo que buscas es algún tipo de sabiduría, en primer lugar coge la escoba y barre la estancia y la puerta de la estancia y el camino que lleva a la estancia...
Es el dominio del gato y el gato adora la limpieza.
En el inmenso cielo que contiene nuestras cajas, un ángel (una luz) trasmite las palabras y otro ángel (otra luz) las imprime. Los lectores se chupan el dedo para pasar las páginas.
A pesar de tus cajas eres más inteligente de lo que supones, más libre de lo que imaginas. No yo, sino tú; no tú, sino yo.
¿Qué sostiene al corredor de fondo, sus pulmones o sus avales?
¿Nos ponemos de acuerdo antes de hablar o hablamos para llegar al acuerdo o al desacuerdo? Está en tu mano. Mis cartas están echadas. Nada ocultan. Mi vida va con mi apuesta. ¿Apuestas la tuya en esta partida?
La caja que contiene un mecanismo hacedor de palabras se abre o no se abre según le convenga; cajas sin nada que ofrecer opinan lo que opinan.
Señalada por el foco de atención, Amanda Palmer abre su caja para ese foco de atención. Si no sabes quién es Amanda Palmer, no eres el único. Pero escucha con atención,
Encerrado en el vacío perfecto de una caja hermética, ¿qué puedes escuchar?
Espejos reflejan espejos.
La primera parte expone un tema; la segunda, lo cuestiona; la tercera es imprevisible.
Salvador Alís.
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